miércoles, 9 de septiembre de 2009

9 de septiembre de 2009

Me despierto muy débil. La nota sigue a mi lado. "A medianoche"... No sé si aguantaré hasta tan tarde. Estoy que me muero de sed. Anoche no me alimenté, y hoy me faltan fuerzas hasta para mantener los ojos abiertos.

Me levanto de la cama. Me siento bastante mareada. A duras pensas, consigo llegar hasta la cocina y prepararme algo de desayunar. Es un gesto que hago todos los días, en casa no pueden sospechar nada. Como, aunque la comida no me agrada. Intento al menos que un vaso de leche y unos bollos me den energía suficiente para el resto del día. Pero no. Como si nada.

Mamá se asusta de verme tan pálida y tan fría. Me miro al espejo: la verdad es que sí que doy un poco de pena, parezco un muerto andante. Bueno, pensando friamente, técnicamente es eso exactamente lo que soy... ¿O tal vez no? ¿Estoy muerta?

Paso el resto del día en la cama, dormitando a ratos, con escalofríos y sudores fríos. Mamá me pone el termómetro. Me deja sola mientras se hace la medición. Cuando ha pasado tiempo suficiente me lo quito y veo el resultado... Apenas llego a los 33ºC. Encienco la luz de la mesilla y acerco la punta del termómetro poco a poco, fijándome en cómo va subiendo la barra de mercurio. 38ºC me parece una cifra razonable. Me lo vuelvo a colocar:
-¡Mamá! ¡Creo que esto ya está! -le grito desde la cama.

Ella viene, me lo pide, se lo doy... Me toca la frente, incrédula.
-Hija, ¡si estás congelada!
-No, mamá, eso es sólo superficialmente, por el sudor... Créeme, que yo de esto entiendo.

Por suerte, he resultado convincente. Tanto que... quiere llevarme al médico. La logro convencer de que mañana estaré mucho mejor, que seguramente haya pillado un resfriado o algo así. Me hace prometer que si mañana sigo igual me lleva al hospital de urgencias.

Anochece, y siento que mis energías están bajo cero. No sé qué hora será, pero no me puedo quedar aquí. Apoyándome en la silla y en la mesa, consigo levantarme de la cama y alcanzar la ventana. Me precipito hacia el vacío, pero nada ocurre como debería. Me estampo contra el suelo, oyendo varios cracks en el momento del impacto. Me duele todo el cuerpo. Por suerte, nadie me ha visto. Si hubiera sido así, esta zona se habría llenado de mirones y ambulancias, ya que inexplicablemente sigo viva. O al menos, tan viva como puedo estar. Los setos del jardín me ocultan de la gente que pasa veinte metros más allá. Siento ganas de llorar, pero las contengo y me duermo.

Cuando abro los ojos estoy en brazos de Clara, que me lleva saltando por todo Fuenlabrada de tejado en tejado. Hasta que se detiene, me apoya suavemente en el suelo, y se inclina hacia mí. Con la uña de su dedo corazón, se realiza un corte en el antebrazo y me lo pone en los labios. No tengo fuerzas para succionar, así que ella se ve obligada a exprimirse la sangre para conseguir que entre en mi boca. Poco a poco voy recobrando un poco de vitalidad, siento que la sangre comienza a fluir de nuevo por mis venas y se distribuye por todo mi organismo.

-No puedes estar sin comer. La sangre es lo que te da la vida.

Agarro su muñeca con fuerza y chupo el líquido con más ganas. Ella retira el brazo. Necesito más. Ella se separa unos metros de mí, esperando a que yo actúe de alguna forma... Me acerco al borde del tejado, y empiezo a trepar hacia abajo hasta la primera ventana abierta con luz apagada que veo. Hay alguien durmiendo en la cama. No me preocupo en saber quién es; simplemente lo destapo y lo devoro, como si nunca en la vida fuera a volver a alimentarme. Alguien entra por la puerta en esta misma habitación y empieza a gritar. En décimas de segundo me sitúo detrás de ella y le tapo la boca con mano. "Sshhhhhh...", le digo, y le beso el cuello. Ella se tranquiliza, mientra mis labios recorren su piel y mis manos le acarician el torso y el vientre. Ha dejado de sollozar, e incrusto mis afilados dientes en su carótida. Cinco minutos y el trabajo está hecho. Entra Clara por la ventana, y me ayuda a eliminar las huellas del cristal.

-Regresa a casa, hoy es mejor que descanses.

Le hago caso. Además, mamá no sabe que he salido, y si va a verme y no estoy allí se preocupará. Subo volando en forma de polvo y me introduzco de nuevo en la cama. Al rato viene mi madre y le digo que me encuentro mejor. No hace mucha falta decirlo en voz alta, al parecer mi rostro ha recobrado su vida.

A descansar hasta mañana. Recuerda, Debbie... No puedes dejar de comer ni siquiera un día. A dormir, toca ahora. Aún me pregunto qué plan tenía Clara para hoy... Sea lo que sea, tendrá que esperar.

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