viernes, 4 de septiembre de 2009

4 de septiembre de 2009

Me he pasado la noche entera sin dormir. No había nada en especial en mi cabeza, simplemente mis ojos no querían cerrarse. Tal vez fueran los nervios del examen, pero no pensaba en ello... Sin otra cosa que hacer, he pasado las horas dándole vueltas al coco hasta que ha sonado el despertador.

Me levanto de la cama y me pongo a repasar la neurología. Pero me aburro pronto y me echo una cabezada. A las 10 llama el cartero a casa. Trae un paquete de Ono para mi padre: un módem. ¿Para qué? Ni idea, la verdad... Firmo la entrega y me meto en la ducha. Ya queda menos para la hora crítica...

Es un examen, como yo lo llamo, tipo chiste: se ríen de nosotros, seguro que luego nos pasan el de verdad. Dentro de los exámenes chiste podemos hacer una clasificación: los de "tan fáciles que resultan un insulto a nuestra inteligencia" y los de "da igual cuanto hayas estudiado, te preguntaré las cosas que haya cagado mi periquito esta mañana para que no puedas aprobar ni rezándole a la virgen". Por desgracia, el de hoy es de los del segundo grupo. Así que mejor no pensar en cómo ha salido, simplemente disfrutar de estas dos semanas de vacaciones antes de volver a la rutina.

De vuelta en el metro, ya con la mente despejada y alejada de los estudios, no puedo evitar ir fijándome en la gente. Siempre lo hago. Es curioso. Hay personas de todo tipo, y puedes imaginar cosas sobre ellas sin saber jamás si estás o no en lo cierto. El que más me ha llamado la atención ha sido un chaval joven, con un crucifijo blanco colgando, que se me ha quedado mirando como si hubiera visto a su peor enemigo. Nos bajamos en la misma parada, y salimos por la misma puerta. Nos rozamos, y siento un fuego interno que me abrasa y me revuelve las vísceras. Me echa una última mirada de odio y se va.

Al llegar a casa a comer me encuentro un sms de Gary: que se rompen los planes que había para esta tarde. Genial, ahora no tengo nada que hacer en todo el fin de semana... Ahora, que ya empezaban mis vacaciones de verdad... Viva la mala suerte.

Dan las 6 menos cuarto y voy al centro de salud. Media hora allí esperando por el retraso que hay... ¡Si sólo es ver unos resultados! Que hace ocho días ya que me hicieron un cultivo de orina para comprobar que la cistitis había desaparecido. Efectivamente, el resultado es negativo, y tardo menos de dos minutos en salir de la consulta. ¿No puede ser todo el mundo igual de breve?

Llego a casa, e intento dedicar mi tiempo a tocar el saxofón, jugar al guitar hero, escribir en mi blog, probar la nueva versión de Patatabrava... La habitación se me hace pequeña, estas cuatro paredes me acorralan y me siento prisionera. Imagino que salto por la ventana y echo a volar como un pájaro. A través de los altavoces del portátil reconozco el comienzo de Paint it black, de los Rolling Stones. Me apresuro a subir el volumen todo lo posible sin terminar de molestar a mi madre en el salón, pero lo suficiente para cantar por encima sin oirme a mí misma: "I see a red door and I want it painted black. No colours anymore, I want them to turn black. I see the girls go by dressed in their summer clothes. I have to turn my head untill my darkness goes" ♪♫.

No lo aguanto más, agarro las llaves y salgo a la calle a que me dé el aire. Ya casi ha anochecido, y a mamá no le hace mucha gracia que me vaya tan de repente y a estas horas. Menos aún sabiendo que algún animal salvaje anda suelto por ahí. La ignoro igualmente, para eso estamos las hijas. Voy dando un paseo sin rumbo fijo y acabo llegando a un gran parque que está bastante solitario. Me siento en un banco a pensar en mis cosas. Pero al poco tiempo un tipo se me acerca a preguntarme qué hace una chica joven y guapa como yo tan sola un viernes por la noche. Sinceramente, agradezco el halago por lo de guapa, pero no me siento con ganas de dar explicaciones a un desconocido. Lo ignoro, y se sienta a mi lado.

Parece no darse cuenta de que me incomoda muchísimo su presencia. No es un hombre demasiado viejo, ni demasiado joven; ni demasiado feo, ni demasiado atractivo... Simplemente no me transmite buenas vibraciones. Estando cerca de él me siento amenazada, sin saber el motivo. Así que me levanto, me desplazo cincuenta metros y me siento en otro banco. Mientras me alejo le oigo decir algo que no logro entender. Una vez acomodada de nuevo, cierro los ojos en busca de un poco de concentración, y lo veo. Veo a ese hombre que se acerca a mí de nuevo intentando entablar un tema de conversación. Abro los ojos y ahí está, levántandose del asiento y dirigiéndose a mí. No puede ser..., ¡qué coñazo!

Se vuelve a sentar a mi lado y le dirijo una mirada fulminante para ver si se da por aludido. Al contrario, se anima a decirme cosas, cada vez más repulsivas. Le miro a la cara, mientras continúa diciendo groserías, y me percato de que no mueve la boca, sólo se limita a mirarme con cara de baboso. ¿Me estaré volviendo loca? Me levanto e intento salir corriendo de ahí, ya que no hay nadie cerca que pueda ayudarme, pero noto una mano que me agarra del antebrazo y no me deja escapar. Me empiezo a revolver, y él se excita más, se baja los pantalones e intenta forzarme a hacer cosas que yo no quiero. No sé qué hacer, me siento llena de miedo y rabia, y a la vez impotente porque la fuerza de este tipo supera con creces la mía y no tengo nada que hacer contra él, por más que grite.

Llega un momento en que logro canalizar todos esos sentimientos negativos y tranquilizarme. Me quedo quieta, como una estatua, y miro a los ojos de mi agresor. Su expresión fluctúa de la diversión a la incredulidad, para terminar dando paso a unos ojos de terror. Permanece congelado durante unos instantes y después echa a correr. No sé cómo ni por qué, pero cuando se hubo alejado veinte zancadas de mí, aparezco justo delante de él. Grita y cae al suelo, suplicando piedad. Ahora lo tengo donde lo quiero. La presa le ha cambiado el papel al cazador, y ahora éste yace en el suelo entre dos matorrales, mientras mis dientes desgarran la piel de su cuello y empieza a brotar la sangre a borbotones. Sello la herida con mis labios y, sin succionar, me dedico a tragar aquello que llena mi boca. Estoy como flotando en una nube, nada de esto parece real. Cierro los ojos para no ver los de mi víctima, y una sucesión de imágenes empieza a pasar por mi cabeza. Me veo alimentándome de la sangre de un mastín, saltando entre dos coches que colisionan, saliendo a hurtadillas por mi ventana y trepando por el muro hasta el piso de arriba... Pronto me doy cuenta de lo que esto significa. Interrumpo mi cena y salgo corriendo. Corro hacia donde los pies me lleven, necesito alejarme del mundo, no puedo estar cerca de la gente sin hacerles daño. Y, sobre todo, no puedo volver a casa sabiendo que soy una amenaza para ellos.

No soy consciente del tiempo que me he estado moviendo, ni de la velocidad a la que iba. Me encuentro en la sierra, he debido ir hacia el norte..., muy hacia el norte. Veo un cartel en la carretera: "Rascafría". No sabía que pudiera correr tan rápido, desde Fuenlabrada hasta el norte de Madrid en lo que dura un ataque de pánico. Me dirijo andando a una zona alejada del pueblo, en las montañas. Un trozo de campo donde no encuentro ni un alma. Me parece el sitio perfecto para tumbarme sobre una roca a despertarme de esta tremenda pesadilla. La confusión y el cansancio me hacen caer pronto en un estado de sueño profundo.

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