jueves, 12 de septiembre de 2013

De cómo Adrián llegó a vampiro.

En Sinaia, unos kilómetros al sur de Brasov (Rumanía), en el año 1897 nacía un niño en una humilde familia de campo. Un matrimonio joven que tenía ya una larga prole a su cargo daba a luz a un niñito rubio de ojos verdes y nariz respingona. No sabían cómo, pero a pesar de los pocos recursos económicos saldrían adelante.

Tenían un pequeño huerto que les abastecía de víveres para comer casi todos los días, pero a medida que los niños crecían estas míseras cantidades se volvían insuficientes. No podían ir a la escuela, pues se requería la ayuda de todos los pequeños para trabajar el huerto y alimentar las gallinas. Por suerte, la tierra era muy rica y las lluvias abundantes, lo cual facilitaba bastante la labor. Pero las hermanas de Adrián salían a hacer las labores en casa de un par de familias adineradas a cambio de un pequeño jornal que venía muy bien para pagar los víveres que no salían de sus tierras.

La hermana mayor, Andreea, de quince años, trabajaba en la finca de los Stan, que habían hecho fortuna negociando con piel de vaca. Hacía las camas, preparaba la comida, limpiaba la casa, y de vez en cuando servía en la cama del padre de familia, Alex Stan, cuando la señora salía a negociar con nuevos clientes.

Al principio se resistía, hasta que comprendió que no servía de nada, excepto para que el dolor aumentara. La vergüenza cada día se hacía más grande, pero en su casa no sabían nada. El día que decidió contárselo a su madre y dejar el empleo acabaron discutiendo. No debía ser tan egoísta, tenía que pensar en los suyos y en la falta que les hacía el dinero.

Un buen día, teniendo nuestro protagonista diez años, se presentó en su casa un señor con pinta de adinerado y pretensiones de hacer negocios con los padres de la familia. Dejaron a los niños fuera de casa y sirvieron al visitante un poco de sopa y un vaso de vino. Adrián y dos hermanos más se asomaron a la ventana con intención de escuchar, pero apenas podían oír palabras sueltas. Su padre se enfureció y empezó a gritar, y apartir de aquí la conversación se volvió más acalorada.

-¿Acaso cree que voy a ponerle precio a mis hijos y vendérselos como si fueran esclavos? ¡Largo de mi casa! ¡Qué poca vergüenza!
-Disculpe señor -el visitante mantenía las formas en todo momento-. No se trata de ningún trato negociable. He venido a informarle de que me llevo a uno de sus hijos y debería darme las gracias de que por lo menos le pagaré con generosidad por su sacrificio.
-No hay dinero en el mundo capaz de sustituir el amor de uno solo de mis vástagos.

El señor puso encima de la mesa una maleta y la abrió con precaución. Estaba llena de fajos de billetes, más dinero del que cualquiera de la familia pudiera llegar a soñar en ningún momento de sus vidas. El padre se sentó, se apaciguó y lo reflexionó.

-Bueno, si es inevitable..., parece que con esto saldríamos de la miseria... -Trataba así de engañarse a sí mismo.
-Eso está mejor. Es un placer hacer negocios. ¿Les ahorro el mal trago de elegir cuál de los ocho dejará de ser hijo suyo?

De repente se oyó un golpetazo en una salita contigua a la cocina. Se acercaron a mirar. Había sido Adrián, que había caído por la ventana hacia adentro en su afán por pegar la oreja en la conversación. Con las voces que había dado su padre, fue perfectamente capaz de entender qué es lo que había pasado. Tanto él como sus dos hermanos lloraban sin cesar mientras el señor decidió llevárselo a él y lo levantó en brazos.

-Éste me vale. Pronto se volverá grande y fuerte, tiene buen fondo. Me servirá bien.

Los otros dos niños se lanzaron a darle patadas tratando de evitar que los separasen, mientras el matrimonio permanecía inmóvil y sin apenas pestañear. Marius (así se llamaba el extraño) salió de la casa con un niño amarrado a cada pierna, y cuando fue a abandonar la puerta a la finca, al ver que no se desprendían de él, lanzó una patada al aire que hizo volar a uno de los críos, el cual acabó aterrizando al pie de la caseta de herramientas. Sonó un "crack"y su cuello se partió. El otro chiquillo se soltó sin más mientras gritaba y lloraba por su hermano muerto, el otro que le robaban y la impotencia de no poder hacer nada al respecto mientras sus propios padres observaban en un segundo plano pareciendo no darle importancia.

Subió a Adrián al caballo que le esperaba fuera y montó tras él. Empezaron a cabalgar por un camino que pronto salía del pueblo y se dirigía a las montañas. Durante los dos días que duró el viaje el muchacho no paraba de llorar. Marius era un hombre muy paciente pero acabó perdiendo los nervios y soltándole un bofetón que hizo que le sangrara la nariz. En cuanto la sangre comenzó a brotar se tapó la cara con la mano intentando no oler, como si aquello le desagradara. El pequeño Adrián no comprendía nada pero se enjuagó los mocos, secó sus lágrimas y mantuvo silencio hasta llegar al destino.

Llegaron a un castillo de altas almenas. Un puente colgante pasaba por encima de un foso sin agua. Una vez dentro, otro señor de aspecto impecable los esperaba con ilusión. Era alto, fuerte, moreno, con los labios finos y los ojos penetrantes.

-Bienvenido muchacho. ¿Cuál es tu nombre?
-...
-No quieres hablar, ¿eh? Mira, yo soy Nicolae, y él es Marius. Te preguntarás qué queremos de ti...
-Quiero volver a casa -pronunció el niño entre llantos.
-Ya estás en casa. Tus padres no te quieren, te vendieron por cuatro billetes. Está claro qué es lo que más les importa.
-¡Eso es mentira!
-Cállate mocoso. Ahora nos perteneces. Podemos hacer esto de forma divertida y relajada o por las malas. Sólo de ti depende. Te encargarás de limpiar para nosotros, entretenernos cuando nos aburramos y darnos de comer cuando nos apetezca un dulce.
-Yo... No sé cocinar.
-Ja, ja, ja. No hace falta que cocines. Te enseñaremos todo lo que debas saber, no te preocupes. Mira..., ven.

Tembloroso, Adrián se acerca a su nuevo amo, quien le susurra al oído:

-Si te portas bien, te daremos cuanto nos pidas. Podemos ser muy generosos, y muy cariñosos. Pero tienes que ganártelo. Ven, tiéndeme la mano.

El niño obedece, y Nicolae le coloca un trozo de queso, y después usa su propia mano para cerrar los dedos del pequeño y sujetarlo. Al mismo tiempo, acerca su boca a la muñeca del chico y le pega un lametazo. Adrián intenta retirar el brazo pero resulta inútil, pues el otro es mucho más fuerte.

-No te resistas, va a ser peor. ¿No quieres que nos llevemos bien?

El pequeño asiente con la cabeza, y el amo le muerde por encima de la mano haciendo brotar un fino hilo de sangre. Se lo ofrece a Marius, quien lame suavemente el líquido rojo que sale y acaba sellando la herida y succionando de ella.

-Lo estás haciendo bien, pequeño -las palabras de Nicolae no logran consolar a Adrián, quien estalla en llantos y gritos. Marius le suelta, y el niño echa a correr. Tropieza con un escalón y cae al suelo. Nicolae lo alza en brazos y lo lleva a su habitación. Lo tiende en la cama y le deja descansar.

***

Durante los diez años siguientes, Adrián se convierte en el esclavo de Marius y Nicolae. Es su sirviente, su criado, su chico para todo, o como lo queráis llamar. Se convierte en un experto limpiando, sirviendo en sus fiestas y atendiendo a sus invitados. 

A sus amos les gusta dar fiestas para presumir de todas sus riquezas. Además, siempre acaban conociendo bellas señoritas que Marius se lleva a la cama antes de devorar toda su sangre. El muchacho se encarga de deshacerse de los cadáveres. De vez en cuando, él mismo sirve de alimento. Mientras se comporte y no suponga ningún problema, ellos lo tratan bien. Le dan comida en abundancia, ropas de gran calidad, e incluso le dejan estudiar y hacer amigos. Pero tiene prohibido hablar de las cosas que ocurren en el castillo. Adrián lo comprende, y por el miedo que les tiene, prefiere no hacerles enfadar.

Desde los trece años, comparte habitación y lecho con Nicolae. Al principio, tras cada violación, le agasajaba con regalos, cenas copiosas y ciertas libertades. Luego fue perdiendo interés en él y lo dejaba más a su aire.

Adrián disfrutaba yendo a pescar, leyendo novelas de aventuras y recogiendo flores que luego iba regalando a las mozas del pueblo próximo. Un día, en una de sus excursiones, conoció a María. Era un año mayor que él, con el cabello rubio y rizado, los mofletes sonrosados y una mirada inocente. Era una chica risueña, que disfrutaba de los paseos por el campo con Adrián, y pronto se enamoraron. Él gozaba de la confianza de sus amos porque nunca les había traicionado, pero ella tenía que salir a escondidas, pues sus padres ya tenían pactado su matrimonio, el cual se iba a llevar a cabo dentro de no mucho.

Pertenecía a una familia adinerada y ciertamente prepotente. Cuando sus padres salían, ella se escapaba para ver a Adrián. No podían verse en casa porque tenía más hermanos, y él no quería llevarla al castillo para protegerla de sus captores. De este modo, los encuentros sucedían siempre en íntimo contacto con la naturaleza. Durante meses mantuvieron el noviazgo en secreto. 

Un buen día, al llegar de vuelta al castillo dando zancadas de felicidad por su amorío con María, encontró un nuevo huésped. Se llamaba Florin y contaba siete primaveras. Como Adrián en sus comienzos, no paraba de llorar. Pedía volver con sus padres, pero ellos se lo negaron. 

-Lo siento amor, te mudas de habitación -Nicolae se dirigía a Adrián -. Este muchacho tan dulce te sustituirá en mi lecho.

El joven comprendió lo que eso significaba, pero no el alcance de todas las consecuencias. Era la mascota de Nicolae, y si éste ya no lo necesitaba, ¿qué iba a hacer de él? Por lo pronto, cambiar de habitación. Todas sus cosas ya habían sido trasladadas a otro dormitorio, y no pudo evitar sentir lástima por el fin de esta etapa. En el fondo, sentía algo por su captor. 

A mitad de la noche, en la que no podía dormir por estar dándole vueltas a la cabeza, apareció Marius, se sentó a su lado en la cama y comenzó a acariciarle el pelo. Hablaba con un hilo de voz tan fino que resultó difícilmente comprensible para el chico:

-Bueno, ya no estás obligado a nada con nosotros.
-¿Soy libre?
-Ja, ja, ja. No, hijo. No podemos hacer eso. Puedes seguir con nosotros si quieres, o puedes...
-¿O puedo...?
-Morir, si no quieres mantener este estilo de vida. No te juzgaré decidas lo que decidas. Ya no estás obligado a servirnos, ni a mantener en silencio lo que hacemos, ni a encubrirnos más. No si decides que te borre ahora del planeta. Pero si quieres seguir como hasta ahora, pero sin el cariño nocturno de Nico, puedes quedarte y seguir siendo nuestro mayordomo.
-Yo no quiero morir, no ahora...
-Oh, no me digas. Ese brillo en tus ojos... ¿Estás enamorado? No seas tonto, el amor no sirve nada más que para atarte y coaccionarte.
-Básicamente lo que me hacéis vosotros. Ella al menos logra que sienta cosas maravillosas.
-¿Y querrías pasar junto a ella el resto de tu vida?
-Oh, sí. Si pudiera, toda la eternidad a su lado sería poca.
-¿Si pudieras?
-Está prometida con otro. Pronto se casarán. Con un ricachón prestigioso.
-O sea, que es del tipo de familia movida por el dinero... Invítalos a cenar, haremos que decidan que tú eres mejor partido.
-¿En serio?
-En serio. Pero como has dicho, tiene que ser para toda la eternidad...

Marius se acerca a Adrián y comienza a beber de su cuello. Sin derramar ni una gota de sangre, el chico no opone resistencia, pues ya se lo han hecho más veces. Pero nunca se habían sobrepasado tanto. En poco tiempo pierde las fuerzas en brazos y piernas, y poco después se le descuelga la cabeza mientras el vampiro lo sujeta por los hombros. Acto seguido, Marius se muerde la muñeca y lo alimenta con su sangre.

A la mañana siguiente, al despertar Adrián, aparece Marius con una muchacha de no más de quince años. La tiende sobre la cama e invita al chico a beber de ella hasta matarla. Una vez se hubo detenido su corazón, él seguía enganchado a su cuello tratando de exprimir las últimas gotas. Marius se la arrancó de los brazos:

-¡Para, chico! Jesús, qué ansiosos sois los novatos... Menos mal que con los años esa necesidad imperiosa va disminuyendo y aparece el control...
-Quiero más.
-¿Qué tal te sientes?
-Me siento... vivo.

27 de noviembre de 2010

Llevo todo el día aletargada pero despierta, he de vigilar a mis nuevos chicos. No tengo apenas fuerzas, pues tras los esfuerzos de conversión de ayer no tuve tiempo de alimentarme en condiciones.

La muchacha se levanta y se dirige hacia la puerta. Aún es de día, y desatiende mis consejos sobre su existencia. Me hago con fuerzas para levantarme y acompañarla. Agarro unas llaves y salimos las dos, en silencio hasta que casi alcanzando la calle lo rompo:

-¿Qué se supone que haces?
-Quiero morir, no quiero ser lo que eres tú. El sol me matará, ¿no? Pues quiero que lo haga, voy a suicidarme.
-Verás, cariño... -tengo demasiada hambre, me cuesta seguirle el ritmo. 
-¡Me llamo Beatriz! Joder, yo también tengo nombre, estúpida, aunque no parece importarte nunca.
-Beatriz... En realidad... -llegamos fuera del portal. Un sol resplandeciente ilumina su suave rostro, más fino y atractivo desde que le hice lo que es ahora. Aunque aún tiene que comer por primera vez y se le nota un aire medio demacrado.
-¡No quema! ¿Por qué no muero? ¿Me has mentido?
-Sí. Quería manteneros dentro hasta la noche. A mí la luz solar me debilita, estoy enferma... Y además muy débil.

Beatriz sale corriendo. Al igual que me pasa a mí, de día no goza de ningún tipo de poder, por lo que no puede llegar muy lejos. Sin embargo, yo tampoco estoy en una situación muy ventajosa. Trato de seguirla pero me fallan las piernas y caigo al suelo. Un chico joven y fuerte que pasa por allí haciendo footing se acerca a socorrerme. Agradezco su ayuda, y dejo que me lleve en brazos hasta el portal, donde, sin bajarme de sus brazos, hinco mis dientes en su cuello y le robo la vida para recuperar mi vitalidad. Sé que durará poco, pues tengo que ir a por la chica bajo el sol, espero no tardar demasiado. Subo el cuerpo sin vida del deportista al piso, ya veré qué hacer con él... Salgo disparada tratando de escuchar y oler a Beatriz. No me resulta difícil, pues de toda la sangre que huelo por la calle, es la única que huele a muerte y podrido, su corazón apenas late. Hasta que se alimente, estará muriendo poco a poco, muriendo en vida, consciente de todo. De una carrera llego hasta ella. Le paso una mano por los hombros.

-¿Cuál es tu plan ahora?
-No..., no lo sé. Pero cada persona con la que me cruzo me mira deseosa de que la devore.
-Ja, ja, ja. Es tu impresión cariño, tienes que alimentarte.
-¿Y si no me gusta el sabor?
-Créeme..., te gustará.

La dirijo hacia una tienda de alimentación cercana donde sólo está el dependiente. Ni siquiera nos saluda, y yo le pido que cierre la puerta con llave. Así lo hace, hipnotizado por mis capacidades vampíricas. Me acerco a él, y le pido a Beatriz que haga lo propio. Le inclino el cuello de su víctima, ofreciéndoselo a ella, quien de un bocado le arranca la mitad de la piel y se mancha media cara con la sangre que brota. Acabado el proceso, la ayudo a limpiarse en el lavabo que tiene la tienda para el personal.

Yo aún me siento vital. No me veo debilitar. He de volver con ella al piso para cuidar del resto y esperar a la noche. De camino conversamos de nuevo.

-¿Y no tengo ningún tipo de poder especial? Me siento bastante normal...
-Tiempo al tiempo. De día apenas hay maravillas que puedas hacer. Tu oído se agudiza, tu visión también. Tu apariencia cambia sutilmente haciéndote más atractiva y te conviertes en una persona bastante persuasiva. Pero cuando llega la noche... ¡Oh, amiga! Eso sí que es una gozada. Sólo espera y lo comprobarás tú misma. 
-¿Y lo de tu enfermedad...?
-Verás... Fui atacada por otro ser... ¡Oh, no! No te preocupes aún por eso ¿vale? -noto el miedo en sus ojos-. Es más fuerte que nosotros. Desde entonces no me expongo a la luz del sol por tiempo prolongado porque me han informado de que la mordedura de este..., lo que sea, me ha enfermado y no la tolero bien. Aunque, ahora que lo dices... Ven conmigo.

Echo a correr a una velocidad humana. Ella me sigue. Yo voy acelerando progresivamente y ella siempre a mi lado sin suponerle ningún esfuerzo. Llegamos al final del barrio, más allá no hay nada, sólo campo. Un campo enorme que separa Fuenlabrada de Leganés y Getafe. Siguiendo un camino, llegamos a un mirador situado en una colina que antaño fue un vertedero de basuras. Nos sentamos en unos bancos dispuestos aquí, en espera de que algo ocurra. Ella no lo entiende bien, pero nada sucede. ¡Nada! ¡Me han mentido! Como hice yo anoche con Gary, Fabio y Beatriz. Pero...,  ¿por qué?

Cierro los ojos y trato de abstraerme. Dejo que las ideas fluyan por mi cabeza sin esforzarme en razonar ninguna de ellas. Pasado un rato, oigo un grito de mi compañera. La miro, y sé que me busca, fascinada, con una amplia sonrisa en la cara. 

-¡Debbie! ¿Cómo has hecho eso? ¡Qué pasada!

Quiero hablar, responderla, pero las palabras no salen de mi boca..., porque no tengo boca. Tan sólo veo una nube de avispas furiosas revoloteando en torno a la chiquilla. Me materializo, y no sé qué decirle... ¡Tengo poderes de día! ¡Por eso me lo han ocultado! ¿Y se supone que los tengo gracias a la mordedura de esa criatura? No tiene mucho sentido... Da igual, me han mentido, me han manipulado, como suele hacer el odioso líder.

Me siento de nuevo en el banco, y le cuento a Beatriz un resumen de lo que ha sido mi vida vampírica. Le hablo de David, de Adrián, de los entrenamientos que diezman al ejército...

-O sea, que sólo estoy viva para que tú vivas, y mi destino es morir por él... -Se nota la tristeza y la decepción en sus ojos.
-No dejaré que te pase nada, confía en mí.
-¿Y a Fabio?
-No puedo encargarme de todo el mundo, cariño. Soy apenas una novata como tú; él es mucho más fuerte.
-Bueno... Supongo que no me importa mucho lo que le ocurra. Cambiando de tema. Te han ordenado diez vampiros nuevos. Llevas ocho.
-Cierto... Bueno, tú no te preocupes por ello, es mi misión, no la tuya.
-¿Y si...? No, déjalo, es una tontería.
-No, dime.
-Estaba pensando... ¿Y si no me entregas a él? ¿Conviertes tres más y me dejas libre?
-No es tan fácil, cielo. Él entra en mi mente constantemente, lo sabría en seguida. Además, tiene un vínculo hacia ti, pues indirectamente provienes de su sangre. Te encontraría, tarde o temprano. Mejor que sea por las buenas que por las malas.

Agacha la cabeza, en gesto de resignación. Suspira.

-Venga, regresemos con los demás.

Llegamos de nuevo al piso. El ruido de la puerta al cerrarse tras nosotras despierta a Gary y a Fabio. Aún es de día, pero apenas entra luz en la casa. Beatriz sale disparada hacia los dormitorios, tal vez queriendo corroborar la historia que le acabo de contar. Se detiene en el umbral de la puerta de la habitación de mis hermanos.

-¿Los querías?
-Claro que los quería. Creo que mi familia mantenía vivo mi último atisbo de humanidad, eran mi única debilidad.
-¿Y por qué no los convertiste?
-No les deseo el mal que a mí me ocurre. No quiero que sean esclavos de nadie, ni esclavos de sus propios instintos. No se los entregaría a Adrián como trofeo.
-¿Como trofeo...?
-Oh, no, lo siento. No quería decir eso. Es que... Pienso en ellos, y todo es diferente. Con ellos siento. Sin embargo ahora...
-Te damos igual,
-Lo siento. No debería haberte contado nada.
-¿Y por qué lo has hecho?
-¡Pues porque estoy sola! Y tú acabarás igual si no nos aferramos a algo...

Quiero volver a la mansión. Esta situación se me está yendo de las manos, no quiero que salgan corriendo, y a cada momento se tuercen las cosas. Los voy a acabar perdiendo... Pero estamos bastante lejos y aunque yo pueda correr a gran velocidad ellos aún no gozan de poderes. Tendremos que hacer tiempo hasta que sea de noche. Los chicos aún no saben que les mentí. Si no se lo digo yo, se acabarán enterando tarde o temprano. Me acerco a ellos, pero no sé qué palabras utilizar. Así que prefiero ir a la ventana y subir la persiana dejando entrar la luz e inundar la casa. Al principio se asustan, pero luego se alegran de que no les pasara nada.

-Os mentí. Fue una tontería. Sólo quería manteneros a salvo, ya que de día no podemos hacer gran cosa y tenemos que esperar a que se haga de noche.

Permanecen en silencio. Parecen más sumisos que mi nueva compañera.

Pasan las horas muertas hasta que faltando poco para el atardecer llaman a la puerta. Decido no abrir, pero una voz femenina desde el otro lado insiste: "Sé que estáis ahí dentro, os oigo. Además, habíamos quedado".

Abro la puerta una rendija y una muchacha joven y sonriente espera al otro lado.
-¡Oh! Te conozco, te he visto en fotos... ¡No estás muerta!
-¿Y tú eres...?
-Alex, tu cuñada. -Sigue hablando sin dejar de sonreír. O sea, que la novia de mi hermano ha quedado aquí con él, pero él está muerto. Hay que actuar rápido.
-Un placer Álex. Adelante, pasa. Verás, ha ocurrido algo... Alguien entró aquí anoche y...
-¿Y...? -Su expresión cambia, se preocupa. Su corazón se acelera. Y ahora que me centro en escuchar sus latidos no son los únicos que la acompañan. Un leve bombeo a gran velocidad proviene de su interior, de su vientre...
-¿Estás embarazada?
-¿Cómo lo has sabido? ¿Te lo ha dicho él? Íbamos a dar hoy la noticia a la familia. ¿Dónde están?
-Están muertos. Alguien los ha matado.

De repente se echa a llorar, medio incrédula, desconcertada. Yo la abrazo, y sigo escuchando su corazón y la de la vida que crece en su interior. Eso suman dos. Me lo están poniendo fácil. Le muerdo el cuello, ofreciendo a Fabio que beba de ella conmigo, pues es el único que aún no se ha alimentado. Un instante antes de matarla, le interrumpo y le doy a ella mi propia sangre. Teme por su vida y por la de su pequeño, y se aferra a mí como su única esperanza de vida. Una vez termina de convertirse, cae exhausta al suelo. Yo me acerco al cuarto de baño a por una botella de alcohol. La vierto por las camas, por el salón y por la cocina. Cojo una cerilla y le prendo fuego. Salimos todos por la puerta, y llevo yo a mi cuñada (uy, aún no sé ni su nombre) a hombros.

Llegamos a la calle con la huida de los últimos rayos de sol. Salgo corriendo con la esperanza de que los demás me sigan. Lo hacen, y poco a poco voy apresurando la marcha cada vez más. No tienen dificultades en mantenerme el ritmo. Comienzo a trepar por un edificio de diez alturas y los demás tras de mí. A saltar de tejado en tejado, y ellos me siguen sin problema. Salto al vacío y me transformo en sombra de camino al suelo, pero ellos, temorosos, permanecen aún en lo alto de un bloque de pisos. La primera en romper el hielo es Beatriz, y al lograrlo los demás la siguen. De esta forma atravesamos todos los kilómetros que nos separan de nuestro destino, convertidos en sombra y con el cuerpo de una mujer embaraza flotando sobre nosotros.

No mucho tiempo después, llegamos a la mansión. Al aterrizar y materializarnos, Adrián nos está esperando para dar la bienvenida a sus nuevos soldados.

-Van ocho... -dice mientras Fabio, Beatriz y Gary se materializan y pasan a su lado.
-Y con esta diez -digo yo, mientras suelto a mi cuñada en el suelo al tiempo que empieza a recobrar el conocimiento.

Sin pensarlo dos veces, Adrián se acerca a ella, la agarra por la cabeza y se la separa de los hombros. Después, no duda en prenderle fuego al cadáver.

-Te agradezco el detalle, pero ésta no me sirve -dicho esto, se larga hacia dentro, dejándome a mí sola con el cuerpo ardiente de mi cuñada y mi mini sobrino.

El olor que se desprende es bastante desagradable, pero me resulta muy familiar. De modo que es así como huele un vampiro en llamas... Entonces el otro día, desde la habitación... Era eso, estaba quemando los cadáveres caídos durante el entrenamiento. ¿Los cadáveres? Empiezo a plantearme si realmente estaban muertos antes de llegar a la pira.

Camino hacia dentro de la casa. En el salón, junto a la chimenea, está él. Me invita a sentarme a su lado.
-Veo que lo has descubierto. Pero no te enfades conmigo, tú hiciste lo mismo con tus amigos.
-¿Por mentirme? Ya pocas cosas me sorprenden. Entonces, la mordedura de esa criatura me da poderes de día. ¿Por qué lo consideráis malo?
-¿Que te da qué? Jajajaja No mujer, eso no es por lo que tú te crees. Has evolucionado. Demasiado rápido. Es una cuestión de sangre. Cuando ya no te queda sangre humana (hablo de tu familia), dejas atrás una etapa y comienza una nueva. Es muy sencillo.
-¿Por qué la has matado?
-No veo motivo para hablar de eso contigo. Vete.

lunes, 19 de agosto de 2013

26 de noviembre de 2010

Está atardeciendo. Me encuentro un poco aturullada aún, pero es hora de salir a cenar. Me visto, me alisto y dejo atrás la mansión sin toparme con nadie. El último rayo de sol se esconde tras el horizonte y echo a correr sin prestar atención en el rumbo que sigo. Sigilosa, me adentro por los caminos más oscuros y silenciosos que había visto nunca. Después carretera, más camino... Sigo mis instintos sin preguntarme hacia dónde me llevan, hasta detenerme en lo que no hace mucho tiempo había sido mi hogar. Las calles siguen donde las dejé, las gentes son las mismas, pero el aire que se respira en ellas..., ha cambiado. Tal vez no, tal vez sólo sea mi percepción la que es diferente. Ya no huele a muerte, ya no se aprecia el miedo en los ojos de nadie. Está claro, era yo la que hacía a este barrio temblar y agonizar. Y ahora, un año después de mi salida de él...

Llego a la casa de mis padres, y siento curiosidad por ver qué tal se encuentran. No estoy segura de lo que sentiré al verlos, si es que sentiré algo, pero no puedo evitar verme trepar por la pared de ladrillos blancos hasta la ventana y asomarme entre las sombras para espiar a escondidas. Están sentados en el sofá mirando la televisión, también mis hermanos. Todos reunidos, sin mí... Charlan, ríen, pero aún queda tristeza en sus ojos. Puedo sentir esperanzas en sus almas, no dan todo por perdido y aún no creen que yo no vaya a volver. Tal vez no estén tan equivocados. Permanezco en mi posición sin ser consciente de las horas que pasan. Se van retirando a dormir, hasta quedar tan sólo mi madre con una botella de White Label ahogando las penas en alcohol. Es tan impropio de ella...

-Así que he encontrado tu talón de Aquiles -la voz de David suena dulce tras de mí. Me ha seguido, y no lo he sentido llegar porque estaba absorta en mis pensamientos.
-Vete de aquí, no hay nada que ver.
-Oh, sí, hay mucho que ver. -Dicho esto, entra por la ventana ante el asombro de mi madre, la cual trata de gritar antes de que él le selle la boca con las manos.

Pego un salto tras David, rogándole que la deje en paz, pero lejos de oír mis súplicas la sujeta por el cuello y se lo retuerce dando fin a su vida. Sale corriendo hacia los dormitorios, pero yo voy tras él y logro impedirle el paso. Lo sujeto por la pechera y lo lanzo contra una pared, aunque no sirve de mucho y pronto se dirige hacia mí para devolverme el golpe. En el lapso de tiempo que tardo en recomponerme y levantarme ha abierto las habitaciones y me deja ver cómo dos vampiros que aún no conozco se alimentan de mis hermanos, al tiempo que él se lanza a hacer lo propio con mi padre. Quisiera impedírselo, batirme en duelo con ellos y acabar con la vida que yo le dí. Pero el miedo me bloquea. Siento miedo a perderlos, a quedarme sola. Y para cuando trato de recobrar el sentido y luchar por mi familia, ya es demasiado tarde. El maldito crío da una orden a los otros dos y se largan, dejándome consumirme por la pena. Si estuviera a tiempo de pedirles perdón, de decirles que aún estoy viva, que los quiero y que son mi única debilidad... Eran mi única debilidad, ahora ya no están, ahora... La rabia y la ira van quemando mis venas a su paso, y el deseo de venganza comienza a aflorar como nunca antes lo había hecho. Ya no albergo nada positivo en mí, tan sólo comienzo a actuar movida por los más básicos instintos.

Salto por el balcón y caigo de pie, aunque por suerte parece que no me ha visto nadie. ¿O sí? Siento una figura moverse tras la esquina, y acudo hacia ella a una velocidad bastante humana. Al doblar veo un chico joven que sigue huyendo de mí. Yo detrás, cada vez más rápido pero dándole cierta ventaja. Continúa recto hasta llegar a un parque lleno de árboles. No hay gran cantidad de edificios cerca, y la visibilidad desde fuera es escasa gracias a la densidad vegetal. Le doy alcance, sujetándolo y acorralándolo contra un pino, y ¡oh! Sí, su cara me resulta familiar... Sus labios comienzan a moverse y a expresar palabras fruto de la incredulidad:

-Pe-pero.. ¿tú no estabas muerta?
-¿Quién dice que no lo esté, Gary?

Quien antaño era uno de mis mejores amigos, ahora es un cordero bajo las garras del lobo. Sus piernas tiemblan, su voz suena quebrada, y sus pupilas suplican clemencia. Me conoce, sabe que he cambiado, y el miedo le supera. Lejos de alegrarse por verme y saber que sigo entera, sus pantalones se mojan mientras el pánico lo inmoviliza. Acerco mis deformes labios a su delicada oreja y le susurro "No tengas miedo, pronto estarás de mi lado"; después, pocos centímetros más abajo hinco mis dientes hasta absorber la última gota de sangre de su cuerpo. Muerdo mi muñeca, la coloco en su boca y espero hasta que recobra fuerzas suficientes para succionar él solo. Es fuerte, no se desmaya, tan sólo se encuentra bastante débil. Lo cojo en brazos y lo llevo a la casa de mis padres para que descanse. El tránsito es bastante duro y va a necesitar fuerzas.

La ira, la rabia, la sed de sangre y de venganza siguen dominándome, pero mi cuerpo comienza a separarse de mi mente y a camuflar lo que mi alma alberga. Antes de salir, veo en un espejo como mi monstruoso rostro semianimal de afilados caninos va dando paso a una dulce y angelical Debbie, más dulce y angelical que nunca, pero con un brillo amarillo en los ojos que nunca antes había percibido. Abro la puerta y bajo por las escaleras, me encanta este juego de parecer una persona normal. Abro el portal y me cruzo con un vecino que entraba en compañía de una muchacha de más o menos mi edad. Me echo a un lado dejándoles entrar, y la mirada de él se clava como cuchillos sobre la mía. Parece como si quisiera ver a través de mí, pero pronto sustituye su ojo analítico por una sonrisa de sorpresa.

-¡Anda! ¡Has vuelto! Me alegra mucho verte de nuevo, Debbie.
-Sí, cambié de opinión y... ¡aquí me tienes! Perdona, tu nombre era...
-Fabio. Lo sé, nunca hemos hablado mucho. Sentí mucho tu pérdida, lamenté no haberme acercado más a ti en su día -la chica que lo acompaña lo mira con rabia. Yo sonrío, y empiezo a dirigirme a ella.
-Oh, sí, te recuerdo. La de los martes y los viernes -ahora me dirijo a Fabio-. Es la más guapa de las tres, te lo reconozco.

La cara del muchacho se inunda de rubor mientras los ojos de ella lo miran cada vez con más rabia. Oh, parece que metí la pata. ¿De verdad que no sabe que sólo es una de sus tres novias?

-¿Queréis subir a casa? No hay nadie...
-Por supuesto -responde él bastante rápido.
-Pues... Venid. -Subimos las escaleras y me detengo frente a la puerta. Mierda, no cogí las llaves... Llamo al timbre, con la esperanza de que Gary siga en pie y logre llegar para abrirme. Tarda un poco pero así es.
-¿No decías que no había nadie?
-Sólo es un amigo -le guiño un ojo -. Esperad aquí un momento, que tengo todo por medio... Tendréis que disculparme, soy un poco desastre con la casa.

Me apresuro a entrar para recoger el cuerpo sin vida de mi madre y llevarlo a su cama para que descanse en paz junto a su esposo. Regreso y les hago pasar.

-¿Queréis tomar algo?
-No..., no, gracias. -Es idiota, no hace más que hablar por ella.
-Vale... ¿Jugamos a algo? -mi lengua juguetea entre mis dientes, como si tuviera el poder de afilarlos.

Ninguno de los tres dice nada. La no tan feliz pareja se miran entre ellos, luego él me busca visualmente en busca de aprobación. Le hago un gesto de asentimiento, animándole a enrollarse con su compañera, mientras aprecio cómo Gary se encuentra cada vez más nervioso. Las primeras veces que te alimentas es normal. Yo incluso lo hacía mientras dormía porque el ansia de sangre me invadía aun sin saberlo.

Puedo escuchar los latidos del corazón de mi amigo: PUM... PUM... PUM... Son lentos pero con gran fuerza. Los de la pareja que se besa sin demasiada pasión son más rápidos, indecisos, mezcla de excitación, miedo, intriga... Me acerco a ellos, aparto a Fabio con dos dedos y me asomo al cuello de la muchacha. Huele dulce, empalagosa diría. Asco de perfumes afrutados, que sólo saben camuflar el aroma del néctar que me da la vida. "Es mi turno", sale de mis labios, mientras el último sonido que brota de mi boca resulta apenas comprensible al tiempo que me fundo sobre su delicada piel. La beso con ternura, lamo el lateral de su cuello con la punta de mi lengua y le profiero un ligero soplido que logra erizar cada imperceptible vello de su joven cuerpo. Le tiemblan las piernas, y logro sostenerla entre mis brazos justo en el momento en que sus fuerzas le fallan y parece haber perdido el conocimiento. Mierda, esto lo hace más aburrido. Sin deformar mi rostro empiezan a sobresalirme unos colmillos afilados como agujas que perforan su dermis hasta hacer brotar un hilo de sangre que pronto inunda mi boca y sobresale por la comisura de mis labios. No me la trago, la mantengo ahí, alzo la chica en brazos y se la ofrezco a mi camarada, haciéndole un gesto de negativa para que se controle y aún no se lance sobre ella.

Mi vecino contempla la escena perplejo, pero parece no importarle mucho lo que ocurre. Aún no domino el control mental, lo hago inconscientemente y enseguida vuelvo dóciles a mis presas. Entrenaré sobre ello. Por lo pronto, me acerco a él de forma ligera, me alzo en puntillas para llegar con mis labios a la altura de los suyos (los cuales se relajan y quedan entreabiertos, expectantes) y sello ambas bocas para traspasarle la sangre de su novia. Al principio le noto una mueca de asco y rechazo, para después dar paso a un intento por complacerme seguido de un par de arcadas; a duras penas, logra tragársela. Pero pocos segundos después sale disparado hacia el baño para echar la papilla. Es curioso: lo que a mí me da la vida, a él parece quitársela, le indigesta, le revuelve las entrañas.

En el tiempo que él regresa, me acerco a explicarle a Gary que debe dejarla con un mínimo de vida, por difícil que le resulte parar, y le doy permiso para que la devore a su antojo. Yo me dirijo al salón del trono a hacer lo propio con el otro y darle intimidad a mi nueva versión de "amigo". Cuando calculo que ha terminado me dedico a revivirlos a ambos con mi propio brazo, pero quedo bastante debilitada, pues entre los dos casi me secan como una ciruela pasa.

Pronto saldrá el sol, y no me queda tiempo ni fuerzas para salir a alimentarme. Será mejor que me quede en casa hasta la noche. Pero, ¿cómo controlar a tres novatos? Una idea pasa por mi cabeza, aunque me siento ligeramente rastrera llevándola a cabo.

Una vez se hubieron medio despertado todos, me dirigí a ellos con la mayor seriedad con la que pude hacerme:

-Mierda... Ha amanecido. No salgáis, si no queréis morir. Sois vagabundos en la oscuridad, sombras en la penumbra. Ella os hace fuertes y os da la vida, pero ¡ojo! No puede haber una sombra sin un foco de luz. Huid de ella, y viviréis eternamente. Ahora... ¡A dormir! Cuando vuelva a hacerse la noche os enseñaré todo lo que sois capaces de hacer y os ayudaré a alimentaros.

Como niños acojonados tras una historia de terror, mis tres compañeros bajan las persianas para impedir la entrada de los rayos solares y se duermen en el suelo. Yo prefiero no moverme de donde me encuentro, pues la única escena capaz de horrorizarme se halla al otro lado del pasillo en mi propia casa. Me hace recordar los acontecimientos de hace unas horas y siento arder mis pupilas. Mi venganza se llevará a cabo..., antes o después.

sábado, 3 de agosto de 2013

25 de noviembre de 2010

Abro los ojos. La habitación está sumida en la oscuridad debido a la opacidad de las ventanas, pero en el resquicio que queda junto al cierre se aprecia aún luz del sol al otro lado. Huele a humo, no en gran cantidad, sino más bien percibido como un aroma sutil y lejano. No puedo asomarme afuera porque aún no es de noche y soy frágil. Enciendo una lámpara y me observo en el espejo del armario, que me abarca de la cabeza a los pies. Mi ropa está medio rota, mi cara fresca pero más dura de lo que la recuerdo. Busco en mi costado alguna señal de la lucha de anoche, pero tal y como venía esperando, no hay pruebas físicas de que aquello ocurriera.

Abro cajones en busca de algo de ropa limpia que ponerme, aunque no tengo muy claro lo que puedo encontrar. Hay trapos a montones, de marcas de las que yo no entiendo pero que parecen caras. Va quedando claro que este tipo debe de estar montado en el euro... Me desnudo, y procedo a plantarme unos pantalones vaqueros y una camisa roja. Termino de abotonarme y me recuesto de nuevo en la cama. Cierro los ojos y.., oigo algo. No se distingue el qué, pero parecen voces; gemidos de dolor, ¿gritos de angustia? Agonía..., recuerdo perfectamente la voz de los moribundos, y esto se le parece demasiado.

La impaciencia y la curiosidad pueden conmigo. Abro la ventana una rendija para poder ver al otro lado. Un cielo degradado que va desde el azul celeste hasta el anaranjado que acaricia el horizonte, con el Astro Rey cayendo justo de frente a mí. Los rayos de luz inciden sobre la piel de mis brazos y mi rostro, y puedo sentir el calor que emana de ellos. Clavo los ojos directamente en el sol, y siento que a veces anhelo poder disfrutarlo como hacía antaño; con actividades normales de una chica joven que se divierte con la familia y los amigos. Recuerdo cuando todo esto empezó y me llegaba incluso a sentir afortunada, ahora cada momento me convenzo más de que es una maldición. Me viene a la mente la memoria de aquella noche..., esos brazos tan fuertes sujetándome hasta matarme, despertándome sumida en la más profunda y angustiosa oscuridad. En comparación con esa bestia, por mucho daño que me pueda hacer el brillo que me acaricia ahora mismo, si éste fuera capaz de acabar con mi vida, lo haría de una forma tan dulce... 

Pero... No, no estoy preparada para morir. Cierro la ventana de golpe; total, no he visto nada extraño. Oigo pasos por la casa; unos zapatazos que truenan en mis oídos cada cual más fuerte, más alto, más cerca.. Me apresto a meterme en la cama y hacerme la dormida. La puerta se abre, y SU voz cada vez me resulta más irritante:

-No te molestes en fingir, sé que estás despierta. Toma, traigo el desayuno. Has amanecido temprano hoy.

Lo miro al tiempo que me incorporo. Trae otra botella hasta arriba de sangre y la coloca en la mesilla junto a mi cama. Viste de manera impecable, con un traje negro de lino y una camisa violeta de seda. Sus ojos verdes destacan sobre su tez pálida, y la nariz afilada parece perfectamente tallada por el más prestigioso escultor griego. Me hace beber, y se sienta junto a mi lado. El peso de su cuerpo parece no tener efecto alguno sobre la ropa de cama o el colchón, que no se estremecen ni un milímetro. Con una mano me aparta el pelo del lado derecho de la cara y se acerca a olerme la piel del cuello y la oreja. Puedo sentir su sutil respiración, mientras los latidos de su corazón permanecen a un ritmo constante. Me siento paralizada; quisiera levantarme y salir corriendo, pero mis piernas se encuentran bloqueadas y mi espalda la siento cada vez más pesada, hasta contactar de nuevo con las finas sábanas. Él se recuesta sobre mí, me desabrocha la camisa con sumo cuidado y me besa la boca. Sus afilados caninos rozan constantemente contra mis labios, y sus manos juegan con mi piel. Me estremezco a cada mílimetro que contacta, al tiempo que termina de sacar mis ropajes y después los suyos. Me penetra de una manera rítmica, mirándome a los ojos. Siento su mirada como cuchillos que atraviesan mi cabeza y tan sólo deseo perder el conocimiento. Pero no lo hago, permanezco tumbada, debajo de él, inmóvil, sin capacidad si quiera de pestañear, por lo que no hay manera de evitar el contacto visual con sus pupilas. Termina de anochecer y él sigue, cada vez con más fuerza, más rápido. No parece inmutarse, no hay muecas de placer en su frío rostro. Y ahora comienzo a comprenderlo todo: sólo es una muestra de dominación, quiere dejar claro que soy de su propiedad y puede jugar conmigo, hacer y deshacer a su antojo; para él soy como un insecto al que podría aplastar con un sólo dedo si así lo quisiera. Con todas estas ideas rondando por mi desgraciada cabeza, veo dibujarse una gran sonrisa en sus labios. Parece satisfecho de que por fin haya llegado a entenderlo. Pero eso no le hace cesar en su tarea y continúa con mi violación. 

Transcurre no mucho tiempo hasta que irrumpe Eva en mi dormitorio (la creía muerta). Él se levanta, recoge sus trapos y se marcha con ella, mientras ambos me miran y sonríen antes de darse la vuelta y desaparecer. 

Consigo salir de mi letargo y me vuelvo a vestir. Hay que ponerse manos a la obra con la tarea de la conversión o puedo salir muy mal parada. Echo a volar por la ventana y por primera vez desde que vine aquí, empiezo a sentir algo parecido a la libertad; falsa sensación, si me paro a pensarlo. Tomo rumbo al oeste, en línea recta, convertida en una nube de ceniza, en busca de algún resquicio de vida. Mucha montaña, mucho campo, pero nada de lo que busco. Pierdo la noción del tiempo hasta acabar topándome con un hospital infantil. 

Me cuelo por una ventana abierta en la tercera planta. Un silencio sepulcral protagoniza la escena. Una enorme sala de juegos con pelotas y parchises distribuidos por doquier se encuentra en penumbra, iluminada únicamente por la luz la luna. Salgo por una puerta situada al fondo y llego así a un pasillo oscuro e igual de silencioso. De aquí, termino alcanzando una escalera. Siento la presencia de gente no muy lejos. Bajo un piso siguiendo la llamada de un débil corazón que late en un dormitorio cercano. Me introduzco dentro. Un niño duerme. Frágil, como una muñeca de porcelana, en su camita con sábanas de ositos. Me materializo junto a este delicioso bocado; los niños son tiernos, jugosos, y su sangre contiene una vitalidad mucho mayor que la de gente adulta, probablemente por todos los años de vida que les restan. Pero la suya..., no huele especialmente bien; lleno de agujeros por todo el cuerpo que le meten líquidos variados mediante tubos, el suero, los medicamentos, la alimentación nasogástrica..., no parecen buenos condimentos. Pero.., aquí huele a algo más, un olor que me resulta tremendamente familiar. Con matices amargos y putrefactos, es el aroma de la muerte el que flota en el aire; a esta criatura no le deben quedar muchas horas de vida.

En el lapso de escasos segundos, me planteo cuál es la mejor opción: ¿Dejarlo vivir y agonizar, muriendo entre sufrimientos y ahogado en sus propias esperanzas? ¿Alimentarme de él, dándole un tránsito más dulce al más allá? ¿O condenarlo a una vida eterna de esclavitud, sirviendo a sus necesidades primarias y obedeciendo las órdenes de un sádico vampiro extranjero con aspiraciones grandiosas? Aunque quisiera, él no iba a servir para su propósito, y como alimento no iba a aportarme gran cosa. Quisiera sentir piedad y acabar pronto con su desdichada existencia, pero me veo incapaz de sentir un mínimo de lástima por su destino. Objetivamente, sé que así habría sido no hace mucho tiempo, pero por más que me esfuerce en no perder ápice de mi reciente humanidad cada vez estoy más lejos de conseguirlo.

Alguien camina cerca de aquí con bastante sigilo, pero no el suficiente como para no percatarme de su presencia. Por los latidos que le siento, debe ser un varón de mediana edad, en estado de agitación o ansiedad. Irrumpe en la sala en la que me encuentro, pero actúa como si no me hubiera visto. Pasa a través de mí y se dirige al lecho del chico con una sonrisa pícara dibujada en sus labios. Entiendo por qué no ha llegado a verme, mi deseo por no ser descubierta me ha convertido en una sombra justo a tiempo, una sombra que se mueve por las paredes de la habitación para observar lo que este loco sádico está a punto de cometer. Viste de uniforme, por lo que no hay que tener una ingeniería para concluir que sea un trabajador de este centro. Se desabrocha la bragueta y se baja los pantalones, y acto seguido le da la vuelta al crío con una mano, manipulándolo como si se tratara de una muñeca de trapo. El recuerdo de David y su trágica experiencia acuden prestos a mi cabeza, y me siento en deuda con él; como madre, como hermana, como compañera... 

Me interpongo entre su erecto miembro y el cuerpo del chiquillo, y en este momento me materializo, clavando mi mirada en sus ojos tan llenos de asombro, duda y miedo... Retrocede, sin dejar de mirarme, pero a cada paso suyo hacia atrás doy yo uno hacia adelante, hasta acorralarlo contra la puerta que tan precavidamente se había molestado en cerrar y echar la llave. Un grito se asoma a su garganta, pero queda ahogado bajo mi dedo índice que le coloco sobre los labios haciendo un gesto de silencio. Se encuentra hipnotizado, y comienza a actuar ahora por mi voluntad. No necesito decirle qué hacer, tan sólo pensarlo, y como una marioneta en mis manos reacciona casi instantáneamente. Me desabrocha la blusa, dejando al descubierto mis pechos, y comienza a lamerme los pezones. Después, observa cómo termino de desnudarme y lo empujo contra un sillón haciendo que se siente, y yo encima, jugando con su pene sin llegar a introducírmelo. 

-¿Te gusta lo que ves? -mi voz suena a la vez sensual y amenazante.

Hace un gesto de afirmación con la cabeza, pero en sus ojos se refleja la realidad cuando sus pupilas se dirigen inconsciente al lecho del niño enfermo. Ya sé que no soy su tipo, pero se lo tiene merecido. 

Me levanto, y él sigue inmóvil donde lo dejé. Salgo de la habitación y vuelvo a los pocos segundos con un bisturí en la mano. Se lo entrego, y me tiendo en el suelo. Su corazón se agita más y más rápido, fruto del miedo por lo que va a hacer. No quiere, pero comprende que hay una fuerza sobrenatural que le obliga de la que no puede escapar. Termina de sacarse los pantalones y se arrodilla junto a mi cara, dejando su polla dura sobre mi cabeza. Sostiene el bisturí con sus manos temblorosas de terror mientras infiere el primer corte sobre la base, luego el segundo, sus ojos inundados en lágrimas, con ganas de gritar pero sin capacidad de hacerlo. De esta manera, termina arrancándose el miembro dejando toda la sangre caer sobre mi. Me la bebo, y cuando comienza a escasear y él se desmaya, me abalanzo sobre su entrepierna y succiono los últimos sorbos. 

¡Oh! Estoy a punto de olvidar mi dichosa misión. Hinco mis dientes en mi muñeca y hago caer mi pútrida sangre dentro de su boca, hasta que recobra fuerzas suficientes para engancharse a mí como una sanguijuela y chupar por sí solo. Cuando acaba, aún está débil y cae presa de Morfeo. Me visto, lo engancho y me lo cuelgo a hombros. Salgo corriendo con él en dirección a la casa. No tardo mucho, voy muy deprisa. Cuando llego, lo suelto sobre las pistas deportivas. Me sorprendo al ver que no hay aquí rastro de los cadáveres de los vampiros caídos en el entrenamiento. Aún es pronto, la noche es larga, y he de regresar a la caza si no quiero sufrir el castigo.

En otra carrera, vuelvo al mismo hospital, pero esta vez entro por la puerta. Una recepcionista medio traspuesta me recibe negándome la entrada, pero me abalanzo sobre ella haciéndola caer al suelo. Introduzco mis afilados colmillos en su cuello y pronto deja de patalear. Estoy más ansiosa de sangre, probablemente porque dar de beber a otro resulta agotador. Procuro no apurar la última gota en ella para proseguir con la donación de mi propio elixir vital.

Una vez he terminado con ella, penetro dentro del hospital hasta dar con la sala de descanso del personal de guardia. Dos jóvenes están sentados frente a una pantalla de ordenador: un chico y una chica. No deben pasar los treinta años, y parecen muy entretenidos mirando porno, por lo que puedo deducir de los gemidos que salen de los altavoces. Una tercera persona duerme en lo alto de una litera. Nadie parece inmutarse de mi presencia, así que camino sigilosamente hasta colocarme detrás de ellos. Me aproximo a la oreja de él y le susurro: "Si eso te excita, mira lo que hago con tu compañera". Él se gira hacia ella, mientras yo me lanzo a darle un beso en los gruesos labios. Ella, sorprendida, me responde introduciendo la lengua en mi boca, mientras el vídeo porno nos hace de banda sonora y el chico se la empieza a menear. Sus corazones laten cada vez con más intensidad, y beso el cuerpo de ella desde la barbilla bajando por el pecho, pasando el ombligo y deteniéndome en su clítoris, según voy arrancando la ropa que me estorba para mi labor. Sus genitales están mojados, calientes, y puedo sentirle el pulso en mi lengua. Juego con ella mientras el durmiente sigue soñando, el pajero sigue dándose matraca y ella goza con mis dedos dentro de su cuerpo y mis labios sobre sus dos pares. Cuando se acerca su orgasmo, mis uñas rebanan la piel de su tripa dejando caer la sangre sobre mi boca, para con un lengüetazo que asciende por su pubis acabar sellando el flujo de sangre y bebiendo de ella sus últimos gritos de placer.

El que seguía en la cama se despierta con las voces y, presa del miedo, pega un salto hasta el suelo y sale corriendo de la sala. Lo persigo, le doy alcance y me engancho a su hombro donde acabo con su vida para posteriormente regalarle la mía. Regreso donde los otros, hago lo propio con el enfermero cachondo y tiendo un antebrazo sangrante a la boca de cada uno, devolviéndoles así a la vida. Demasiado esfuerzo para mí, me he alimentado cinco veces y me han vaciado otras cinco. Me pesa el cuerpo, y caigo semiinconsciente al lado de estos dos.

Salgo de mi letargo pasadas unas horas. Me levanto, pero me siento demasiado débil. Sé que queda más gente en el edificio, pero casi todos andan por plantas superiores. Excepto uno. Siento la presencia de alguien no muy lejos, por lo que salgo en su busca. Me topo con una niña de unos siete años y pelo castaño, con media cara abrasada y un dinosaurio de peluche entre sus manos, que llora porque no concilia el sueño. Me agacho con un gesto de dulzura para consolarla sobre mi pecho, y aprovecho ahí para morder su fino cuello y arrebatarle la vida para recobrar yo mis fuerzas. Queda poco tiempo para que amanezca, y he de trasladar mis presas a la casa antes de que el sol me arrebate de nuevo toda capacidad física. 

Abandono a la niña, y me dirijo a recoger a la recepcionista y al huidizo, colgándome a cada uno a un hombro como si fueran sacos de patatas, y los llevo junto al violador que aún yace en las pistas deportivas. Regreso a por los que restan, pero en cuanto salgo de allí me doy cuenta de que cuando alguien vea todos los rastros de sangre y el cadáver de la niña es muy fácil delatar nuestra existencia. Los suelto cerca de la puerta y, guiándome por el sentido del olfato, llego pronto a la cocina. Por suerte, los fogones funcionan con gas, por lo que abro todas las llaves y dejo el mechero encendido. Regreso a la entrada junto a los cuerpos semimuertos de mis futuros compañeros y aguardo hasta oír una explosión. Todo comienza a arder, y emprendo mi camino de vuelta.

Cuando llego a donde dejé a los demás, comienza a medio recobrar el sentido mi amigo el castrato, y Adrián hace acto de presencia. Me aplaude con ironía felicitándome por mi labor. Yo lo ignoro, le hago entrega de los que porto sobre los hombros y me retiro a descansar.

miércoles, 31 de julio de 2013

24 de noviembre de 2010

Aún es de noche. Abro los ojos y el dulce aroma férreo de la sangre inunda mis fosas nasales. En la mesilla alguien ha dispuesto una botella llena de esta perdición para mí. La apuro, por mero instinto, y me dispongo a bajar las escaleras para reunirme con los demás. No es algo que tenga planeado ni se me antoje en el momento, simplemente lo hago, como si mis piernas actuaran por libre albedrío escapándose a mi propio control.

Alcanzo el patio trasero de la mansión, no había estado antes por aquí. Hay unas pistas deportivas con campo de fútbol, una piscina, varias canchas de ténis y unas porterías de rugby. Todo ello rodeado de unos matorrales más altos que mi popia cabeza, podados con sumo detalle y cierto aire glamouroso. El resto de compañeros ya está reunido en el campo: es hora de entrenar (nadie me lo ha dicho, lo sé). Están todos colocados en formación, una fila a continuación de la otra y así hasta rellenar casi todo el espacio. Me coloco al final del todo, intentando pasar desapercibida. Los demás cuchichean entre ellos, tienen miedo pero intentan aparentar valor y fiereza. Yo..., no sé qué sentir. En principio mucha rabia porque me da la sensación de que alguien me controla mentalmente, aunque supongo que no soy la única a la que le ocurre. Míranos, parecemos borregos a las órdenes de nuestro pastor, quien por cierto aún no ha hecho acto de presencia.

Miro al cielo, la noche es cerrada, oscura, tenebrosa. Un manto de estrellas nos arropa con el canto de los grillos y las ranas y el silbido del viento removiendo las hojas de los árboles no muy lejanos como nana. Cierro los ojos y me dejo hipnotizar por semejante belleza natural. Dejo de oir a los compañeros; en un primer momento quiero pensar que los estoy ignorando, pero rápidamente me doy cuenta de que se han quedado mudos. Siento la presencia de Adrián muy cerca, pero abro los párpados y no veo rastro de él; tan sólo el mismo cielo estrellado y oscuro de hace un momento. Pero..., ¡espera! Los puntitos brillantes que creía estrellas se empiezan a aglomerar formando un único punto de luz, y de aquí formando una silueta antropomórfica que nos habla con la voz y la firmeza del que es ahora nuestro líder. Tan sólo tres palabras, que resuenan en mi cabeza una y otra vez, eco que no alcanzo a comprender hasta que siento lo que viene a continuación: "Primera lección: ¡Supervivencia!"

Dicho esto, se hace la oscuridad; ni siquiera mi visión privilegiada (en comparación con la de los mortales) alcanza a percibir el más mínimo atisbo de luz. Suena un grito, de aire gutural, como la última exhalación de una bestia tras el disparo de su cazador. Acto seguido cunde el caos, se rompe la formación, y siento un fuerte golpe en el costado que me tumba en el suelo. No sé qué hacer, de modo que permanezco en esta posición durante un rato. Sigo sin llegar a ver nada, pero siento el suelo vibrar, a los demás vampiros gritar y gemir de dolor. Una voz masculina, viril, murmulla junto a mi oreja con un tono quebradizo y acobardado: "Esta noche no; MUERE" y siento otro golpe, más fuerte aún, en la cabeza, que me hace perder el conocimiento.

Los primeros rayos del sol se clavan en mí como afilados cuchillos, despertándome así de mi estado..., cualquiera que sea. Me levanto, sintiendo pesadez en las piernas. Miro alrededor y debe ser mi falta de humanidad que no me horroriza lo que veo: decenas de cuerpos amontonados en lo que parece que fue un campo de batalla. ¿Qué nos atacaría? ¿Así son todos los entrenamientos? Automáticamente todos los interrogantes de mi mente dan paso una nueva curiosidad: ¿Están muertos? De ser así..., ¿qué pasa con sus cadáveres?

-Entra rápido en casa o pronto apenas tendrás fuerzas para mantenerte en pie -suena SU voz detrás de mí.
-... -son muchas las palabras que pasan por mi mente, pero prefiero no exteriorizarlas en su presencia.
-Tranquila, sé lo que piensas... -llegamos dentro de casa, bien refugiada de la luz natural- Sólo los más fuertes serán capaces de luchar a mi lado. Los que no lo son..., bueno, no me interesan.

Sonríe, nos domina, juega con nosotros, pero no somos más que instrumentos en sus manos, para usarnos a su antojo. Mis labios se despegan, dejando escapar algunas ideas de mi mente. No sé si realmente quiero hacerlo, pero el caso es que las suelto:

-¿Fuiste tú quien...?
-¿Quien los mató? ¿Quien te golpeó? Oh, cielos, no... No había nadie más que vosotros, fue decisión vuestra mataros entre vosotros presas del pánico. Pero shhhh..., nadie más debe saberlo.

Me guiña un ojo y desparece tras una puerta que no sé a dónde da. Yo entro en el salón principal, pero no hay nadie. Me siento en un sofá y me quedo pensativa largo rato, dando vueltas a los acontecimientos de hoy y haciendo un montón de suposiciones al respecto. Este tipo me da muy mala espina, pero le tengo miedo..., casi más miedo que al depredador que nos da caza.

Sumida en mis pensamientos me hallo cuando vuelvo a oírle hablar y vuelvo a la realidad. No estamos solos, se han unido una docena más de vampiros, entre ellos David y Belinda. Él comienza a darnos la charla.

-Sólo quedáis vosotros, el resto ha caído en el último ejercicio de entrenamiento. Ya lo veis, de cada cien, poco más de la décima parte sois capaces de sobrevivir al peligro más básico: el miedo. ¿Cómo coño quieren enfrentarse a alguien mil veces más poderoso, si caen presas de sus propios miedos y se masacran entre ellos? Pero vosotros..., vosotros no me habéis decepcionado. Seguís aquí, habéis demostrado aptitudes, o tal vez sea sólo suerte, para la supervivencia. Pero aún nos queda mucho por hacer y el grupo se ha mermado en gran magnitud. Por lo que he de proponeros una misión que necesito que llevéis a cabo. Estáis heridos; pronto vuestras heridas sanarán. Id a descansar, ya llegará el día en que no os haga falta. Pero aún sois jóvenes y no gozáis de todos los privilegios, en especial los que estáis enfermos... Las próximas noches serán largas. Cada uno de vosotros convertirá a diez personas en soldados para nuestra casa. Tenéis tres días. Buscad gente fuerte, no sólo de físico, sino también de mente. Seleccionad a los que sean más aptos según vuestro criterio, y no os dejéis influenciar por vuestros sentimientos, si aún os quedan. Os seguiré de cerca, recordad que no podéis burlarme. Habrá castigo para quien no cumpla. Ahora, todos a la cama. No quiero oír ni una palabra. Yo mando aquí.

Tras su monólogo se desvanece y mis camaradas se retiran a sus respectivas habitaciones. La casa es grande, pero cien habitaciones no hay. Me pregunto dónde habrá metido a todo el grupo anterior...

¿Qué hacer? ¿Hay posibilidad de huir de esta vida? ¿Cómo se puede matar a un vampiro? Más aún..., ¿a uno tan poderoso? Se pasa por mi cabeza la idea de salir corriendo. Me pregunto hasta dónde llegaría, sí me daría caza, cosa que probablemente lograría con facilidad, o si volvería a caer presa de aquella bestia que trató de matarme aquella noche... Cierro los ojos y veo a Adrián con los ojos rojos y llameantes como el fuego, devorando la carne de una chica joven de cabello castaño. Tras rebañar el hueso de un brazo, arranca la cabeza de la chica y me la muestra: soy yo, o alguien que se me parece demasiado. Abro los ojos y estoy sola en mi habitación. Si es cierto que está conectado psíquicamente a mí, ¿debería tomarme esa imagen como una amenaza, o ha sido una mera pesadilla fruto de mis miedos?

Caigo rendida con una cuestión más rondándome por el coco: diez personas..., tengo que sacrificar a diez, como hice con David. ¿Quiénes serán? ¿Seré capaz?...