miércoles, 11 de noviembre de 2009

18 de septiembre de 2009

Una brisa fresca sacude mis mejillas. Despierto y abro los ojos. Me encuentro tan sumamente cansada... Aún es de noche, aunque no debe quedar mucho para el amanecer. Los pájaros cantan ya, y me hago cada vez más consciente de dónde estoy y por qué.

Miro a mi alrededor... No hay nadie. Ni una mísera rata por las cercanías. No puede ser, yo anoche..., no estaba sola. O eso creo. Todo es tan confuso... Apenas tengo fuerza para ponerme de pie, ¿cómo voy a ser consciente de que mis recuerdos no han sido una fantasía?

Todo está en silencio. Mis finos oídos no perciben más que apenas el movimiento de la vegetación por el viento. Cierro los ojos y trato de concentrarme. No percibo mucha vida en torno a mí, y comienzo a escuchar y sentir mi propio cuerpo. Mi corazón late detenidamente y sin fuerza, mi piel está fría y mis dedos amoratados; mis labios se agrietan, y mis ojos luchan a capa y espada por volver a abrirse. No es la primera vez que me siento así. Ya me había pasado, una noche que no me alimenté. Tal vez me encuentre en este estado por haber servido de alimento a aquél muchacho que ahora me ha abandonado. ¿Dónde está Clara en momentos como éste? Me siento desfallecer...

Despierto en una cama de hospital, enchufada a un montón de máquinas y cables, con una vía introduciendo sangre en mis venas. Alguien me habrá traído hasta aquí... Intento ponerme en pie, pero un enfermero viene corriendo a devolverme a la cama. Me encuentro tan débil aún...
-¿Qué hago aquí?
-Te encontraron tirada en el campo inconsciente, y llamaron a una ambulancia... Has tenido mucha suerte, necesitabas sangre urgente, no sé cómo habrás perdido tanta.

Un señor no muy mayor se acerca a mí. Está triste y enfadado, demasiado confuso.
-Salí a buscar a mi hijo... anoche no volvió a casa. Le gusta meditar en el lugar en el que te encontré..., pero no estaba allí.
-Vaya... Lo siento, de verdad.
-La policía le está buscando. ¿Tú no le habrás visto? -hace una pausa, durante la cual reina el silencio entre ambos. Mi cabeza realiza un gesto negativo automáticamente, y su expresión de tristeza aumenta -Me alegra que te estés recuperando, chiquilla.

El hombre se va, y me quedo sola, con mi vía y mi sangre, mis sábanas blancas y mi ridículo camisón de enferma. Mi ropa está apoyada sobre una silla al lado de la camilla. Me arranco los cables y me levanto, me encuentro bastante mejor. Oh, mierda... No hay forma de cerrar mis pantalones, los han rajado de arriba abajo para intentar salvarme la vida. No sé si darles las gracias o no, de verdad. Intento aprovechar lo poco servible que me han dejado y cogo el reloj y el teléfono móvil. Son las 11 de la mañana, y tengo cinco llamadas perdidas de mamá. Estará que trina, sólo espero que nadie le haya dicho nada de dónde estoy...

Vaya mierda de hospital, se escapa una paciente que hace pocas horas luchaba por seguir viva y nadie la frena. A nadie le importa, realmente...

La puerta de entrada está llena de marginados fumadores tomando un respiro y contaminando un poco más sus delicados pulmones mortales. Me acerco a uno de ellos, joven y atractivo, que termina de apurar el filtro y dirige su mirada hacia mí para prestarme atención. Le pregunto por alguna estación de cercanías medianamente cercana... Sí, lo sé, es patético, pero a estas horas no dispongo de mi velocidad sobrehumana ni tengo coche ni sé conducir, no puedo volar, y lo único que puedo hacer es meterme en un tren que me deje cerca de casa. El tío me mira de arriba abajo con ojos incrédulos, y acto seguido suelta una carcajada...
-¿De dónde sales, muchacha?
-Bueno... He tenido una mala noche... Tengo que volver a casa.

¿Habéis visto la película de Shrek? Pues en mi mente no puedo evitar descojonarme al acodarme del gato con botas y sus ojos de pena... Pero sólo en mi mente, ya que desde fuera mi imagen es la misma que la del gato, con ojos brillates; sólo me faltan las orejas hacia atrás... Por suerte, en el mundo aún quedan buenas personas, capaces de ayudar a monstruos como yo sin pedir nada a cambio:
-Venga, que te acerco nena, no vaya a ser que te dé otro patatús y no haya nadie cerca...
-Gracias, de verdad...

Me dirige hacia una pequeña tartana gris aparcada no muy lejos de allí. Me abre la puerta del copiloto, mientras me pregunta a dónde me tiene que llevar exactamente. "A Fuenlabrada", le respondo tímidamente. Arranca el motor y emprende el camino. No es muy hablador, pero no me siento demasiado incómoda. Sólo me da rabia tener que recurrir a esto, pudiendo haber vuelto a casa cuando debía, en vez de apiadarme de mi cena.

No debe quedar mucho para llegar, cuando me pide que le vaya guiando, sobre todo una vez dentro del pueblo. Me apeo en la rotonda que hay justo debajo de casa, y le doy las gracias de nuevo. Según estoy cerrando la puerta, me advierte: "Ten cuidado", y cuando me estoy alejando, con la ventanilla abierta me grita: "¡No nos expongas de esa forma!". Sale disparado el coche sin darme tiempo a volverme para preguntarle qué quiso decir...

Realmente, no termino de entenderlo... "No nos expongas de esa forma"... ¿A qué se referirá? ¿Me lo diría a mí?

Subo a casa, y me toca la bronca de la sargento... Con el cansancio que aún siento, no es difícil fingir el final de una borrachera o el comienzo de una resaca. Es lo normal a mi edad, ¿no? Recojo el salón y la cocina, limpio el baño y bajo a comprar, todo para tenerla contenta... Es viernes a mediodía, y aún me quedan muchas horas para poder volver a salir a beber.

Tras la comida en familia, me voy a la cama a terminar de descansar, que falta me hace. Sueño con el muchacho de anoche, y con los tubos y las vías del hospital. Me despierta el teléfono a eso de las 8 de la tarde. Esta gente de Movistar no descansa nunca, no pierden la esperanza. ¡Que no! ¡No quiero cambiarme de compañía, gracias! A veces parece que no hablamos el mismo idioma.

Me levanto de la cama y me meto a la ducha. Me siento sucia, así que froto con fuerza. Me planto algo de ropa y salgo de cacería. Nada especial, puro instinto... A la que vuelvo me meto en la cama de nuevo... Intentaré pasar desapercibida unos días.

martes, 3 de noviembre de 2009

17 de septiembre de 2009

Me levanto de la cama sin ganas. Sé que voy a ir para nada. No tiene ningún sentido, pero he de hacerlo, si no quiero levantar sospechas...

Llego a la consulta, y finjo una gran sorpresa cuando la recepcionista me informa de que Héctor no ha acudido hoy al trabajo.
-Oh, vaya. ¿Le ha ocurrido algo?
-No, sólo está enfermo, se incorporará mañana o el lunes -responde ella. ¡Será cínica! ¿Cómo va a volver a trabajar si está muerto? Tal vez no quieran que nos preocupemos y nos ponen un suplente...

Así por lo pronto... Yo me vuelvo a casa a disfrutar uno de los pocos días de vacaciones que me quedan...

Cama, música, pelis... La tarde transcurre bastante deprisa. Pronto el día cálido y agobiante da paso a una noche despejada de brillantes estrellas en el cielo. No me quedo en casa para contemplarlas, pues con la contaminación lumínica de la ciudad apenas se distinguen cuatro puntos lejanos.

Desde la sierra hay una vista genial. Oscuridad, silencio... Abrigada por un manto de astros me tiendo sobre una roca y cierro los ojos. Es todo tan perfecto... Me viene una oleada de romanticismo a la cabeza: la luna, las nubes, la brisa, la naturaleza... Siento unos brazos protectores en torno a mí, que me agarran por la cintura como si fuera lo más valioso para ellos. Abro los ojos y esta viva sensación se esfuma. Era sólo producto de mi imaginación... o de mis recuerdos. Mis recuerdos de cuando era humana, y amaba, y necesitaba alguien a mi lado. Cuando la vida no era sólo sangre y sexo. De hecho, si me planteo esto a estas alturas..., ¿será que esa parte no ha desaparecido de mí?

Un crujido entre la maleza me extrae de mis divagaciones. Probablemente fuera el viento. O algún animal de campo. Soy el mayor depredador sobre la faz de la tierra, no hay que tenerle miedo. Pero lo tengo. La verdad es que hacía mucho tiempo que no me sentía tan perdida y asustada. ¿Qué va a ser de mí a partir de ahora?

Oigo una piedra chapotear sobre un estanque cercano. Alguien la ha rojado a modo de rana. Me acerco al lugar de donde vino el sonido. Un niño de no más de 13 años está llorando sentado al pie de un árbol. Mi anterior sentimiento de soledad y tristeza aumenta conforme disminuye la distancia que me separa de él. Entro en su mente más directamente: ha discutido con su novia y siente que el mundo se le cae encima; no quiere perderla, y teme no saber seguir adelante si la pierde. No puedo reprimir una lágrima que asoma a mis ojos mientras el muchacho me contempla repleto de curiosidad. No comprende qué motivos puedo tener para estar allí tan sola, en un lugar tan oscuro y tenebroso.

No le digo nada; ni él a mí. Tan sólo nos acercamos y nos fundimos en un cariñoso abrazo. Un abrazo maternal por mi parte, consolador. Su corazón se relaja y deja de llorar su alma. Ya está todo a punto de acabar, soy la solución a su mal. Perforo su delicado e inmaduro cuello con mis incisivos, y sello la salida de sangre con mis labios. El dolor va desapareciendo poco a poco. Sólo permanece el miedo..., delicioso terror. Ya no hay tristeza en mi interior. Ya no me siento sola, ni añoro unos brazos que me cobijen ni me amen. Todo fue una conexión empática con el cuerpo del chico que ahora yace en el suelo junto al estanque. Lo cojo en brazos para meterlo en el agua, pero... creo que aún respira. Lucha con todas sus fuerzas para seguir con vida. Su corazón apenas es capaz de impulsar sangre suficiente para mantener su cerebro activo; si sobrevive es probable que le queden graves secuelas neurológicas. Abre los ojos y los fija en mí; no suplica compasión, ni me pide que acabe ya con su vida. Simplemente me mira, como mira un bebé de dos meses a su madre sin ni siquiera saber qué es aquello que reciben sus retinas.

En cierto modo, desde el principio estuve muy unida psíquicamente a él... No lo pienso más veces. Me siento en el suelo, recostándolo sobre mis piernas, me realizo un corte en el antebrazo y le doy de beber. Estúpidamente por mi parte, le coloco la herida en la comisura de los labios, pero él no hace nada... Exprimo mi líquido vital dentro de su boca, y observo cómo su cuerpo va recuperando todo su color. Agotado él y exhausta yo, pasamos la noche dormidos en aquél paraje, abrazados, uno al lado del otro...

sábado, 19 de septiembre de 2009

16 de septiembre de 2009

Hoy toca vuelta a la consulta. Aunque sólo sea por dar el paseo, debo recordar que todo esto lo hago por mamá.

Llega mi hora, y entro como de costumbre. Se extraña de verme.
-No esperaba que fueras a venir.
-Me puedo marchar por donde he llegado.
-No te preocupes, siéntate. Y explícame... ¿Qué medio de transporte usas?
-Siempre vengo a pie. ¿Por qué lo dices?
-¿Y para llegar de mi casa en Pinto a Fuenlabrada en apenas dos minutos?

Sinceramente, no esperaba que me saltara con ésas. Automáticamente, recuerdo aquella fotografía del primo Gorka. Con unos años más se puede parecer al tipo que había anoche esperándome en la puerta de casa.
-¿Me estás espiando?
-¿Yo? Eso está muy feo... No podría.
-Bueno, sabes que nadie te creerá si dices nada. Y que ahora mismo podría acabar contigo si quisiera.
-Adelante, haz lo que quieras. Pero no creo que sea la mejor ocasión. Hay testigos ahí fuera que te han visto entrar- Yo contaba con ello. No me ha servido de nada meterle miedo -¿Cómo lo haces?
-No es asunto tuyo.

Entre nuestras voces logro distinguir un ruido ambiente que no estaba las anteriores sesiones. No es del ordenador ni de la fotocopiadora, ni de la luz... Afino el oído, le abro el cajón medio del escritorio y extraigo una grabadora de dentro. Con una mano la hago añicos y me la guardo en el bolso; ya la destruiré cuando salga de aquí.

-No me malinterpretes -continúa él-, no soy ninguna amenaza. Déjame comprenderte, conocerte. Por favor.
-¿De qué va todo esto?

Me introduzco en su mente. Realmente no hay ninguna mala intención en él. Dice la verdad, sólo quiere saber qué soy y por qué. Le gustaría ser como yo. Además, la atracción que siente por mí es inmensa, aunque es bien consciente de que es tan sólo fruto de algo mágico que poseo, que descubrió al mirarme a los ojos. Es homosexual; lo descubrió a los 12 años. Es eso en parte lo que le llevó a descubrir que algo raro se cocía en mí.

-Eso, y que no me terminé de creer tu historia -no sé a cuento de qué ha venido esa intervención.
-¿Perdón?
-Sé exactamente lo que estás pensando. Recuerda que llevo unos días conectado a ti. No sé cómo ni por qué. No me había pasado antes, desde que tenía 5 años y veía a través de los ojos de un asesino -Recuerda con cierto dolor.- Pero lo tuyo es... ¡es asombroso! Puedo sentir lo que tú sientes, entiendo lo que estás pasando.

Me deja sin palabras. No sé qué pensar, ni cómo actuar. No lo veo necesario, cuando se acerca a mí y sin ningún escrúpulo me rodea con sus brazos y me funde en un profundo beso. No intento evitarlo, lo dejo suceder. De algún modo él está conectado a mi mente y yo si quiero puedo hacerlo a la suya. Se crea un círculo vicioso que multiplica todo tipo de sensaciones. Por poneros un ejemplo muy esquemático: siento lo que cualquiera siente con un beso, más lo que él siente por sí mismo, más lo que le transmito yo de lo mío y lo suyo, y así sucesivamente. Si esto ocurre con un beso, no quiero ni pensar...

Efectivamente, no pienso. Me dejo llevar por la situación. Cuando quiero ser consciente de algo nos hemos quitado la ropa y me encuentro sentada en su mesa con él de pie enfrente de mí. Desliza sus labios lentamente por mi pecho, jugando con la lengua a su paso. Sigue bajando y se detiene en el ombligo. Yo me dirigo a su cuello y le empiezo a oler. Respiro fuerte para que sienta mi aliento, y lo beso pasionalmente por un lado, y luego por detrás. Está nervioso. No sabe lo que voy a hacer con él, pero no se siente asustado. Sabe que ardo en deseos de comérmelo aquí mismo.

Me agarra firmemente de la cintura con sus manos, y me empuja hacia él. Nuestros genitales quedan a la misma altura, e introduce el suyo lentamente, disfrutando cada instante. He de reconocer que para no tener experiencia con mujeres no se le da nada mal; aunque quizás tenga que ver con que sabe en todo momento lo que quiero y cómo, y la sensación que eso produce en mí. Le miro fijamente a los ojos, e interpreto lo que quieren expresar; es exactamente lo que yo quiero, de modo que le realizo una pequeña incisión con los dientes por encima de la axila, y empiezo a beber. Este gesto nos excita aún más a los dos. Siento cómo su corazón empieza a acelerarse más de la cuenta, sus ojos se quedan en blanco y no tiene fuerzas para seguir. No sé cómo no lo pensé antes: el cuerpo de un mortal no está preparado para este tipo de sensaciones tan intensas. Me aparto y observo cómo evoluciona; su cuerpo está rígido, sus músculos siguen contraídos a causa del éxtasis. Ha tenido un orgasmo tan intenso que ha estado a punto de matarlo. Le dejo aire y espacio, mientras me pongo la ropa. Parece que recobra el conocimiento. Está confuso, pero al verme comprende lo que ha pasado. Nos despedimos hasta mañana. Sé que no dirá nada.

Llego a casa y me vuelvo a la cama. Esta vez no consigo dormir. No sé si esta situación que estoy viviendo ahora será peligrosa. Tal vez deba acabar con ella. Hago tiempo hasta que llega la noche.

Llego a su casa en Pinto y espero a que alguien abra el portal, puesto que en esta calle tan concurrida no puedo trepar sin ser vista. Subo las escaleras y llamo al timbre de su casa. No responde. Me introduzco por debajo de la puerta. No parece haber nadie . Llego al dormitorio, y ni rastro. Miento. Encima de la cama tiene colocada la ropa que llevaba puesta esta mañana. A casa ha llegado. Me dirijo al baño. Efectivamente, allí lo encuentro, tirado en la bañera con el cuello mordido y desangrado. Es igual que cuando lo hago yo, pero mucho más cuidadoso y más limpio. Sólo ha podido ser ella, que está siempre velando por mí y protegiéndome. Una nube de humo sale por la ventana y se pierde en el cielo. Era Clara, seguro. La sigo como puedo. Hace parada en una casa no demasiado lejana, y se materializa allí mismo. Yo me mantengo al margen, aunque estoy segura de que sabe de mi presencia. Hay un tipo sentado viendo la televisión. Es el primo Gorka. Era de suponer que vendría a por él, es bastante probable que sepa de mi existencia sobrehumana. Clara se acerca, ante la mirada incrédula del pobre hombre. Su voz dulce sale de su garganta con un encanto que ya casi había olvidado:
-No te quedes ahí. Éste es para ti.

Está claro que se dirige a mí. Me materializo yo también y devoro el cuerpo inmóvil de Gorka. El poder hechizante de Clara es mil veces superior al mío. Hasta yo hay veces que me quedo hipnotizada contemplándola.

Una vez cesan los latidos del corazón, me relamo y me giro en busca de aquél encanto de muñeca. Ya no está; se ha esfumado, de manera que no pudiera seguirla. Ha sido tan fría... Regreso a casa, a meditar sobre lo sucedido hoy. Por lo pronto, mañana tendré que volver a la consulta y hacerme la sorprendida cuando me digan que Héctor no volverá.

15 de septiembre de 2009

Suena el despertador. Hoy vuelve a tocar cita con el loquero. Desayuno, me visto y voy andando tranquilamente a la consulta. Llega mi turno, y me siento cómodamente en el sillón. Se coloca a mi lado y me pregunta cómo me encuentro hoy. Le respondo que un poco mejor, y sigo con mi pequeña historieta que anduve inventando de camino hacia aquí.

Me escucha muy concentrado, sin dejar de mirarme a los ojos. A veces tengo la extraña sensación de que más que concentrado lo que está es ausente, mirando a través de mí y sin escuchar una sola palabra de lo que le digo. Para comprobarlo, continúo en el mismo tono que llevaba: "Y entonces una girafa de chocolate me preguntó a dónde iba con esa cestita". Su expresión sigue siendo la misma, y queda confirmado. No me escucha. Me callo, permanezco unos minutos en silencio esperando a que se percate.

-Supongo que esta sesión no me la cobrarás -salto, elevando el volumen normal de voz. Parece que por fin sale de su trance.
-Perdona, no sé qué me ha pasado...
-¿Te encuentras bien?
-Sí, bueno... No he dormido muy bien, ¿sabes? Pero bueno, no sé qué hago contándote esto, seguramente te importe más bien poco.
-No es necesario estudiar una carrera de cinco años para aprender a escuchar y ayudar a la gente.
-Te lo agradezco... Pero no me hagas la competencia, ¿vale?- bromea. Parece que ya se encuentra mejor.
-Si quieres postponemos esta sesión hasta mañana... Creo que será lo mejor.
-¿No te importa?
-Para nada -cojo mi bolso y mi cazadora, le doy un beso en la mejilla y me dirijo a la puerta.
-Soñé contigo.
-¿Perdón?
-Anoche... Tuve pesadillas en las que aparecías tú. Venías a consulta como un día normal. Te transformabas en una especie de monstruo y me comías vivo.
-¿Y tú eres el psicólogo? Eso es por la broma de los vampiros... Se te quedó grabada y tu inconsciente la sacó en tus sueños.
-Cierto... Seguro que es eso. Pero es que era tan... tan realista... tan agobiante...

Me acerco a consolarle. Me siento a su lado, y con el dedo índice de mi mano derecha en su mentón dirijo su mirada hacia la mía.
-¿En serio piensas que tengo cara de monstruo? -le pregunto, mientras sonrío.
-No, para nada... -responde, y se muerde el labio inferior.
-¿En qué piensas?
-En que me apetece besarte.

Sonrío, le dedico un "hasta mañana", y salgo hacia la calle. Hace bastante viento y está el tiempo lluvioso. Me veo reflejada en los coches, y mi pelo sigue impecable. A veces se me olvida que ya no poseo los defectos físicos que tenía antes; mi pelo está siempre perfecto, mi cuerpo se va esculpiendo, mis rasgos faciales son más finos y precisos... Pero tiene que haber algo más. Antes tenía que esforzarme mucho más para atraer a los chicos, y últimamente parece que caen hechizados automáticamente al verme.

Llego a casa y me vuelvo a la cama. Me despierta mamá a la hora de comer. Tengo una llamada telefónica. Es el psicólogo, que disculpe su comportamiento de esta mañana, que no volverá a pasar. Y que mañana me espera a la misma hora. Tanto madrugar para nada va a acabar conmigo.

Paso la tarde sentada enfrente del ordenador, pensando en por qué hace tanto tiempo que no sé nada de Clara. ¿Le habrá pasado algo? Recuerdo todas las habilidades que gané al convertirme en lo que sea que soy ahora, y pronto rechazo la idea de que a ella le hayan podido ir mal las cosas. Tal vez simplemente se haya olvidado de mí.

Pensar en esto me apena bastante, así que busco algo en lo que mantener la mente ocupada. Me conecto a cinetube para ver alguna película. "La naranja mecánica" me parece una buena elección. Malditos 72 minutos máximos de megavídeo que me obligan a ver la película fraccionada. De todos modos, no es tan interesante como imaginé. Llamadme rara, pero no me gusta. Se me corta el argumento cuando el protagonista se convierte en un niño bueno, y se me devuelven las tripas. No esperaré para enterarme del final, la verdad es que me importa poco.

Abro Tuenti y empiezo a responder comentarios y mensajes que me han llegado. En estas ando liada, cuando me trae mi hermano el teléfono; es para mí:
-¿Diga?
-¿Debbie? Soy yo otra vez, Héctor...
-¿Perdón?
-Tu terapeuta.
-Ah, sí, dime.
-Tengo que verte, es urgente. ¿Puedes reunirte conmigo a las 10? Paso a buscarte, no te preocupes. Tengo tu dirección en la ficha -¿A qué vendrá tanto misterio?
-Vale, pero me estás asustando. ¿Ha ocurrido algo?
-Nos vemos entonces. Hasta luego- concluye, y cuelga.

No ha respondido a mi pregunta. Lo he notado un poco alterado. ¿Por qué me llama a mí? ¿Se toma esas confianzas con todos sus pacientes? Bueno, son ahora las 9, debería ir cenando (sí, mamá me sigue obligando) y dándome una ducha.

Da la hora, y salgo de casa. Uso la puerta, como haría cualquier persona, y bajo en ascensor. Es un medio que resulta bastante lento, pero tengo que andarme con cuidado. Llego abajo y él aún no está. Me toca esperarlo: cinco, diez, quince minutos... Un coche negro para en la calle a mi lado y suena la bocina. Es él. Me subo en el asiento del copiloto y echa a correr.

-¿Te importa que te lleve a mi casa?
-¿Haces esto con todos tus pacientes?
-Sólo con los que tienen unos ojos tan misteriosos -bromea. ¿O tal vez no? ¿Será ésa la clave que buscaba yo esta mañana?

Conduce hasta Pinto y aparca el coche en una calle ancha y concurrida. Desde allí, andamos unos metros hasta su portal. Subimos, un segundo piso sin ascensor, y abre la puerta. La casa parece un catálogo de Ikea en vivo. Un salón en rojo y negro con sillones ultra grandes y mesas hípermodernas. Me da permiso para visitar el resto de estancias. Un único dormitorio, estilo oriental, con una cama baja y un armario tipo japonés; las cortinas color crema repletas de kanjis y escritura kana (katakana, usada en el idioma del país del sol naciente para escribir extranjerismos o resaltar palabras). Un gran espejo enfrente de la cama rompe todo el posible feng shui de la habitación.

El cuarto de baño es más grande que mi propia habitación. En un estilo rústico, posee una ducha de hidromasajes y un pequeño jacuzzi biplaza. Finalmente me dirijo a la cocina, donde se encuentra mi anfitrión. Parece que está terminando de cocinar algo, pero aún así la mantiene impecable.
-Espero que te guste la cocina italiana.
-Si te digo la verdad, ya comí antes de salir de casa.
-Oh vaya, menuda metedura de pata por mi parte.
-Si te hace ilusión puedo probarla. ¿Forma esto parte de la terapia? -me río. Parece como si mi madre y él se hubieran compinchado para hacerme coger unos quilos.
-No te preocupes, más para mí.

Se sienta a la mesa a comer, y yo espero tirada en el sofá hasta que termina. La verdad es que tiene una pinta... Añoro los tiempos en que disfrutaba de la comida, y no me importaba cenar dos veces. Mientras termina, empiezo a curiosear las fotos colocadas por la casa. Según me voy parando en una u otra, él me comenta: "Esa foto es de hace diez años, de pesca con mi tío Fermín", o "Ése es mi primo Gorka, y ése otro un compañero de la facultad".

Recoge la mesa, y se sienta en uno de esos sillones reclinables.
-Bueno... ¿Qué? -mi tono de voz suena borde.
-Esta mediodía cuando te llamé... Llevaba un rato soñando despierto contigo.
-Vaya obsesión que tienes.
-Sabía exactamente qué ropa llevarías puesta ahora. También supe que estabas dormida en ese momento. Y por cierto, La naranja mecánica es una película cojonuda.
-Eso lo dices tú porque eres psicólogo. Pero no creo en el condicionamiento clásico hasta ese nivel.
-Es perfectamente discutible lo que me dices, pero no te he traído para hablar de eso. De algún modo, me siento psíquicamente conectado a ti. No sé hasta qué punto es una obsesión en vez de una realidad. Eres especial.
-¿Y adónde quieres llegar?
-Quiero comprender lo que pasa. ¿Tienes algún tipo de superpoder o algo que merezca la pena saber?
-Vale, ya he oído suficiente. No he venido aquí para que te rías de mí. Buenas noches -me hago la indignada y abro la puerta de la calle.
-¡Espera! -me sujeta del brazo- No era mi intención ofenderte.
-Juegas a urgar en la cabeza de los demás y decirles cómo tienen que llevar su vida, pero aquí el único loco eres tú.
-Por favor, no te vayas.

Le ignoro. Bajo las escaleras y en dos minutos ya he llegado al barrio. Aparezco tras unos cubos de basura y me dirijo hacia casa. Es apenas medianoche, y hay un señor sentado en uno de los bancos de enfrente de mi portal. Me resulta familiar, pero creo que no es de aquí. Me mira fijamente unos segundos y saca su teléfono móvil del bolsillo. Ahora finge que no estoy y le veo hacer una llamada. Mierda, se me había olvidado cenar hoy. Y este tipo está tan a huevo... Pero no, aquí tan cerca de casa no me parece una buena idea. Doblo la esquina al edificio para que no me vea y echo a correr en dirección norte.

Llego a Madrid, y me cuelo en una casa cualquiera. Parece que está vacía. Oigo unas llaves al otro lado de la puerta de entrada. Alguien está abriendo. Una chica joven y borracha cruza el umbral y llega al salón principal. Yo estoy escondida detrás de una cortina. No paro de oír risas tontas, y veo detrás de ella a un tipo bastante chulo que la lleva hacia el dormitorio. Les sigo sigilosamente y espero entre a las sombras mientras practican el coito. Ella está que no se entera de mucho. Se quitan la ropa y él le pide una felación. Ella se la hace durante un tiempo, y luego le pide se ponga un preservativo para llegar hasta el final. Apenas unos minutos y el chico ha terminado, se levanta y se va al baño. Estúpido, ni siquiera se ha dado cuenta de que hace un rato que ella se quedó dormida.

Se mete en la ducha y entro yo detrás. La mampara es translúcida y no se distingue lo que hay al otro lado. Me confunde con ella, y me empieza a alabar la sesión de sexo. Desde luego, cuanto más aparentan por fuera, menos dan en la cama. Qué asco de hombres, de verdad. Espero en silencio de pie enfrente de la ducha. Cuando termina y abre la puerta de la mampara se soprende de verme allí, pero con el ciego que lleva no es consciente de que una intrusa se ha colado en su casa y está a punto de acabar con su vida. No hay adornos esta vez; no haré ningún tipo de interpretación. Simplemente lo sujeto y le rebano el cuello de un mordisco. Un imbécil menos en el mundo. No hay mucho que limpiar, da gusto cuando mueren desangrados tan limpiamente. Regreso a casa y me meto en la cama.

14 de septiembre de 2009

Me despierto temprano. No sé qué hora será, pero debe de faltar poco ya para que suene el despertador. Miro el reloj, y no me equivocaba. Me quedan cinco minutos de relax en la cama. Remoloneo un rato, cierro los ojos, me abrazo a la almohada... Como si me pudiera quedar aquí mucho más tiempo. Es lunes, estoy de vacaciones, pero tengo que ir a ver a un psicólogo porque mi madre se piensa que tengo problemas de anorexia, lo cual es mucho mejor que decirle que estoy muerta y me alimento de sangre humana. Así que, amigos, éste es el panorama a día de hoy.

Me obliga mamá a tomarme al menos un tazón de cereales con, que es para mí como comer un tazón de pienso para gatos remojado en agua sucia... Bueno, ojalá fuera así, al menos tendría algo de sabor. Pero por muchos tazones de estos que me tome, mi cuerpo no los iba a aprovechar ni como desecho.

Me visto con lo primero que cojo del montón de ropa apilada en la silla de mi abitación. Unos vaqueros que antes me quedaban ajustados y una camiseta de tirantes negra. Quizá debiera ponerme una sudadera también, que dice mamá que hoy hace frío (y hay que dar el pego de la hija friolera que he sido siempre).

Me acompaña mi señora madre hasta la consulta del psicólogo. Por más que le insisto en que puedo llegar sola, dice que no quiere que me sienta sola en un momento como éste. Miente. Yo sé que en realidad no confía en que me vaya a meter en esa sala. Le hago prometerme que en cuanto me toque pasar se marchará a casa, habiendo cumplido esa misión de protección suya.

Llega mi turno. Me despido de mamá. La consulta no es muy grande. Es apenas un pequeño cuadrado formado por cuatro paredes sosas pintadas de un azul muy light. A un lado hay un sillón, que no parece excesivamente cómodo, y enfrente una mesa de trabajo llena de papeles y un hombre sentado en un silla con ruedas. Es un tipo no muy alto, por lo que puedo apreciar a pesar de verlo sentado, ni muy corpulento, bastante joven, con una perilla castaña que le cubre la barbilla y se junta con las patillas. El pelo corto y bien peinado (al trabajar de cara al público hay que guardar una imagen), y unos ojos grises de infarto, que miran con la curiosidad de un niño. Lleva puesto un pantalón vaquero y una camisa naranja, remangada por encima del codo.

-¿Y bien? Cuéntame, Debbie... -su voz es tierna pero firme, su rostro carece de expresividad, a la espera de escuchar mis palabras y pensar cómo sería más conveniente reaccionar.
-Pues mire usted... Hace dos semanas que me convertí en vampiro y me alimento de sangre humana, pero no se lo puedo contar a nadie y mi madre se piensa que tengo anorexia.
-¿Y has venido a morderme el cuello? -bromea.
-Bueno, eso nunca es descartable -le dedico una sonrisa mezcla de inocencia y picardía- En realidad creo que vengo por problemas de autoestima. No como mucho, estoy perdiendo bastante peso, y es probable que guarde relación con una mala racha que estoy pasando.

Me voy inventando una historia más o menos creíble. Él se dedica a asentir y a formularme más y más preguntas. No sé hacia dónde querrá dirigirme, pero no creo que acierte. Llegamos a la mitad de la sesión y mi imaginación no da mucho más de sí. Me callo y me quedo pensativa. Él se levanta y se sienta a mi lado; supongo que es alguna técnica basada en parecer más cercano para que me exprese con más confianza. Bueno, es que en mi relato he acabado sacando un desengaño amoroso, que me parecía lo más aceptable en una chica de mi edad, y ahora ya no sé cómo seguir. Quizás deba echarme a llorar.

-Desahógate, no te reprimas las lágrimas. Para eso estamos aquí.
-¿Para llorar? Pues vaya mierda de terapia -nos reímos. Lo cierto es que la situación es bastante cómica. Yo, inventándome una historia sobre un chico que no me quiere y fingiendo que eso me duele y me ha quitado el apetito; él, intentando sacar lo más oculto de mi alma. Lo que no sabe es que la verdad se la dije al principio. Paramos de reír, y nos quedamos callados mirándonos a los ojos. No me mira como lo lleva haciendo todo el tiempo, noto que algo ha cambiado.

Se levanta y agarra una carpeta marrón de encima de la mesa. Extrae un cuadernillo de dentro y me explica que me va a hacer un test. Empieza a formularme preguntas, cada cuál más dispar que la anterior, y contesto aleatoriamente, aunque con un poco de sentido y basándome en el cuento que le solté antes. Terminamos, y me da cita para mañana. Me pide un teléfono de contacto por si hubiera que cambiar la hora, y me despido por hoy.

Llego a casa y mamá me pregunta qué tal fue. Le dije que me había confirmado lo que ya sabía: que estaba como una tartana. Sonrió, y me puse a ayudarla con la comida. Hoy toca lasaña, uno de mis platos favoritos. Lo hace adrede, seguro. Como sin ganas, y me voy a la habitación a dormir un poco de siesta. No tengo nada que hacer, así que no me despierto hasta las 9 de la noche. Me visto y salgo de caza. Un niñato de barrio en un pueblo un tanto lejano y de vuelta al hogar. Me encuentro bastante perezosa hoy, así que de vuelta a la cama, con un poco de música.

viernes, 18 de septiembre de 2009

13 de septiembre de 2009

Viene mamá a despertarme a la hora de comer. No me deja saltarme una comida más, aunque entiende que con las fiestas no respete los horarios habituales. Intenta hacer de madre comprensiva y me suelta una charla sobre chicos y sobre gustarse a sí misma a primera hora de la tarde. La aguanto como puedo mientras hago esfuerzos por no bostezar del aburrimiento. Aunque pensándolo bien, quizás sea mejor que piense que tengo problemas de anorexia a que sepa la verdad. Me promete pedir cita a un psicólogo para que me ayude con mi "problema".

Esta noche hay concierto de los Mojinos Escozíos, y no parece que ninguno de estos esté por la labor de acompañarme. Casi mejor, así no tengo que andar preocupándome de nadie. Me arreglo un poco, ceno en casa, y salgo. Aún es de día, así que me dirijo a la Aldehuela tranquilamente dando un paseo. Hasta que no se oculte el sol no gozaré de la mayoría de mis poderes, así que de momento soy casi una mortal más.

A mitad de camino se hace de noche, se encienden las luces de las farolas y me siento libre otra vez. Me dirijo a una esquina oculta y trepo hasta lo alto de una azotea. Salto de bloque en bloque, sintiendo la adrenalina correr por mis venas. Puedo oír los latidos de mi corazón, y me pregunto por qué late, si en todas las historias de vampiros que he leído o visto están muertos. Acabo llegando a la conclusión de que es sólo ficción. Lo que me pasa a mí es real, y en la vida real los músculos necesitan aporte sanguíneo, y los nervios, y el cerebro... Si al cerebro le llega sangre, emite impulsos nerviosos al corazón para que se contraiga. Mientras no deje de llegarle, mientras no deje de comer... Si el corazón se para, imagino que no hay nada que hacer.

Dejo de un lado estos pensamientos, y millones de mariposas empiezan a brotar de mi piel, hasta que deja de haber un yo. Vuelo hacia arriba y hacia abajo, a ras del suelo y luego junto a las nubes, hago piruetas varias y cada vez me siento más libre. Desafío las leyes de toda lógica, mientras viajo por el cielo libre como el viento. Puedo ver debajo de mí un escenario grande de conciertos, en mitad de un campo de fútbol. Creo que ya he llegado. Caída libre hacia el suelo, millones de insectos al tiempo, precipitándose sobre el grupo que acaba de empezar a tocar. Antes de llegar a ellos, emprendo el vuelo de nuevo y los rodeo formando una imagen entre amenazante y romántica. El público piensa que forma parte del espectáculo y aplaude. Poco les conocen entonces. ¿Qué pintan un puñado de mariposas en una actuación de los Mojinos? Qué patéticos, que jamás llegarán a saber la verdad.

Ascenso vertical de vuelta al cielo, y me materializo detrás de uno de los muros que delimitan el recinto, cerca de los improvisados aparcamientos. Una voz suena detrás de mí:
-¿Que haces aquí tan sola en un sitio tan oculto como éste? -No parece haber visto nada comprometido.
-Acabo de llegar, mi coche es aquél (señalo uno cualquiera que se encuentre un poco lejos para que mi información sea confusa).
-¿No tienes miedo?
-¿Por qué iba a tenerlo?

Casi en el mismo momento en que termino mi frase, se acerca a mí con una navaja en la mano.
-Estoy seguro de que serás una buena chica y te portarás bien- afirma, mientras me pone la navaja en el cuello con una mano me abraza y empieza a sobar con la otra.

Lo tengo justo detrás de mí, pero no me inmuto. Este pobre estúpido no tiene ni idea de lo que hace. Se me escapa una sonrisa. Incrédulo, me empieza a gritar:
-¿Es que no piensas llorar? ¿Ni si quiera suplicarme? Normalmente, todas os intentáis resistir.
-Bueno, es que no creo que me vayas a hacer nada -me doy la vuelta y me encaro con él. Le miro a los ojos, mientras sus manos intentan asirme con todas sus fuerzas. Me empuja contra él y hace un intento de quitarme los pantalones. Mientras agarra la cremallera de los vaqueros con la mano que no sujeta el arma, se la sujeto e inmovilizo. Su reflejo es claro, apuñalarme el pecho. No reacciono, y repite el mismo gesto varias veces. Mi sangre deja pronto de brotar, mis heridas se cierran y, ante esto, echa a correr despavorido.

En un abrir y cerrar de ojos lo tengo dominado e inmovilizado, le quito la navaja y se la introduzco a modo de punzón en la arteria carótida. La extraigo y en el poco tiempo que tarda en morir desangrado ya he cenado.

Mi camiseta está llena de agujeros, así que me la quito y le prendo fuego. Me pongo una chaqueta que guardaba en el bolso, y me meto a ver tocar al grupo. A pesar de la satisfacción personal, siento una gran rabia por el hecho de que aún sigan existiendo violadores en el mundo. Creo que esa ira se refleja en mi mirada, pues toda la gente de mi alrededor se escandaliza al verme, e incluso los propios componentes del grupo clavan sus ojos en los míos. Saco un espejo de mano y me miro. Mis pupilas se han reducido a un mínimo punto negro en el centro de mis ojos, y el iris que las rodea es de un verde casi radiactivo. La sangre fluye a mis córneas de una manera sobrehumana y se me notan exageradamente las venas en los laterales de los globos oculares. Mis cejas se han elevado de sus extremos externos, y mi entrecejo permanece con una enorme arruga. Mis dientes son más prominentes, por lo que procedo a cerrar la boca. Cuento hasta diez para relajarme y pronto vuelvo a la normalidad, por suerte. Pero debería irme de allí, ya he dado demasiado el cante.

Vuelvo a casa dando un paseo tranquilamente, y acabando con la vida de un estúpido yonki buscando bronca que me hincha la vena. Su sangre sabe a podrido, y me da bastantes arcadas, así que le parto el cuello y prosigo mi camino. Llego a casa y me acuesto. Debería descansar, que mañana tengo cita con el psicólogo.

12 de septiembre de 2009

Hoy toca ayudar en la cocina. Recuerdo lo que me gustaba antes probar sabores nuevos. Echo de menos esa sensación. Ahora ni siquiera me huele rico. Manipulo alimentos como un niño hace con la plastilina. A los ojos nos puede parecer atractiva nuestra obra, pero no se nos ocurre introducirla en la boca.

Mamá se está preocupando por mí. Últimamente apenas como, y estoy perdiendo bastante peso. Dice que o me ve hacer cinco comidas al día o me lleva al médico. Así que genial, tengo que seguir fingiendo y encima con más esfuerzo. Cuánta crueldad.

Por la tarde tengo que contactar con esta gente a ver si quedamos para ir esta noche a la Aldehuela a ver más conciertos. Gary ha quedado con una amiga suya de Parla que se trae más amigos. Mi primo también viene, y mi hermano mayor. Tengo la impresión de que puede ser una gran noche. Dan las 7 de la tarde y bajo al bar, que están poniendo el partido del Atleti, o del que sea (la verdad es que en temas de fútbol soy bastante pasota). Una hora después recojo a mi primo en la estación y nos vamos a cenar (tengo que hacerlo en casa, que si no la señora se preocupa por mi salud). Unas litronas, y a esperar a reunirnos todos.

Llegamos al campo de fútbol donde se llevan a cabo los conciertos este año, y apuramos las cervezas porque no nos iban a dejar pasarlas. Es fácil hacer como que bebo sin apenas mojarme los labios, así me ahorro falsas explicaciones.

Las primeras horas la gente anda bastante aburrida, ya que la mayoría de público ha venido expresamente para ver actuar a Mago de Oz. Cuando éstos empiezan a tocar, todo el mundo se anima, las niñas pequeñas alzan las manos en cuernos subidas a hombros de sus padres, y las preadolescentes histéricas empiezan a gritar frases del típico "Queremos un hijo tuyo". Una chavala un poco estúpida no para de despotricar contra alguien que la ha pisado o empujado (tal vez fuera yo, por eso me mosqueo). ¿Qué se espera de colocarse tan adelantada y centrada en un concierto de alguien tan famoso? ¿Que nadie la roce? Me alejo de ella, porque no aguanto seguir escuchando sus tonterías, aunque con mi oído agudo es difícil hacerla callar. Le dirijo una mirada de odio y se va. Menos mal.

Después del concierto nos vamos todos al Enter de fiesta. Está llenísimo, no parece el mismo local de siempre. Obviamente, ha sido causa de que el festival de rock ha traído a Fuenlabrada a muchos rockeros y heavies que saben cuál es el mejor sitio para ellos para salir de marcha. Me encuentro a muchos conocidos, y el hambre empieza a aumentar. Sí, va siendo hora de cenar en serio. Con la excusa del gentío y el agobio, salgo fuera "a tomar el aire". En diez minutos ya he vuelto con los míos, con el estómago lleno y rebosante de plaquetas y glóbulos rojos. Dispuesta a pasar el rato con los míos y sin incidencias. Ningún impresentable baja al local, nadie se mete con nadie. Sólo paz y buen rollo. Sabía que sería una gran noche.

Una vez vuelve a abrir la Renfe, acercamos a todos los visitantes a la estación para que vuelvan a sus casas, y llega la hora de volver. Es bastante temprano, hace frío. Yo, como es obvio, tengo que deducirlo en la expresión de la gente y en las ropas que les cubren. Siempre fui muy friolera, así que me encojo y me abrazo a mí misma fingiendo estar tiesa. Pete me presta su chaqueta, como ha hecho otras veces, y llegamos al barrio. Cada mochuelo a su olivo, y fin de un día más.

jueves, 17 de septiembre de 2009

11 de septiembre de 2009

Me despiertan a la hora de la comida. Hoy toca pasta. Me excuso en que no tengo mucho apetito para comer lo más mínimo. Voy a la habitación y enciendo el ordenador. Pongo música, y me conecto a mis queridísimas redes sociales para hacer tiempo. Esta noche iré a Alcorcón de concierto... Mamá Ladilla, Koma y otros dos. Le confirmo mi asistencia a David, y me meto a la ducha.

Como seguramente ande saltando, gritando y sudando, no será una buena idea arreglarme mucho el pelo, así que me lo rizo y me coloco una cinta negra en la cabeza sujetando el flequillo. Una falda larga negra de tablas y una camiseta de cuello alto. Ya estoy lista para salir a pasarlo bien.

Quedamos a las 8 en el metro Puerta del Sur. Llego tarde, y ellos también. Compran hielos y nos vamos a un parque al lado del concierto a beber. No dejan de ofrecerme whisky y calimocho, que rechazo bajo el pretexto de que ya no bebo. Mentira. Me alimento de lo que bebo, sólo que no tiene nada que ver con el alcohol.

Termina de tocar el segundo grupo y conseguimos movilizar al personal para entrar dentro, donde está todo el ambiente. Cuando se empieza a animar el público, nos introducimos dentro del gentío, donde todo el mundo salta y grita y se lo pasa bien. Yo me empiezo a sentir más débil por momentos, dado que va llegando la hora de cenar.

Llega un momento en que pierdo al grupo con el que iba. Giro la cabeza en su búsqueda, y ahí están, delante, se han posicionado mejor y se lo están pasando en grande. No me echarán de menos. Miro hacia mi lado y hay un chico bastante mono que me mira disimuladamente. Intento cruzar mi mirada con la suya y le sonrío. Al principio se siente un poco incómodo, pero sé lo que piensa, sé lo que siente, sé lo que quiere... Y se lo voy a dar.

Sin más dilacion, me giro hacia él y oigo cómo su corazón se acelera. Piensa que tal vez sea casualidad y no le busque a él, que sus deseos le están jugando una mala pasada. Me coloco justo enfrente, le miro a los ojos, trato de hipnotizarlo con la mirada. Continúa incrédulo, pero siento que empienzo a tenerlo bajo control. "¿Estás solo?", le pregunto. Asiente con la cabeza, y continúa, casi sin voz: "Mis amigos están fuera, de botellón". Perfecto... Le agarro la mano y comienzo a avanzar entre la multitud, abriéndome paso mientras él me sigue sin rechistar. Logro alcanzar un rincón apartado y me lanzo a besarlo. No lo hace nada mal. Me voy excitando cada vez más, al tiempo que se me va abriendo el apetito. El ritmo de su respiración va disminuyendo, se le olvida respirar, y mi mano se desliza por su pecho para sentir el palpitar de su corazón.

Siento ardientes deseos de incrustarle mis dedos en las costillas y arrancarle el órgano vital allí mismo, pero me contengo y apreto el puño, arañando su pecho a través de la ropa. Empieza a llegar a mi nariz el olor de la sangre fresca, y un hilillo asoma por debajo de su camiseta. Hago grandes esfuerzos por contenerme, pues aún no estamos en un lugar íntimo y somos visibles. Le transmito mis deseos de quedarme a solas con él, y me lleva en brazos hasta su coche. Por suerte, no ha saludado a nadie, por lo que supongo que sus amigos no me han visto con él, ni nadie que le conozca.

Me tumba en el asiento trasero y entra detrás de mí, cierra la puerta. Las lunas son tintadas y el callejón donde aparcó, oscuro y solitario. Me abre las piernas y me quita la ropa delicadamente. Me dejo hacer, mientras bebe de mí, y mi sed sigue en aumento. Me lo quito violentamente de encima cuando no lo puedo soportar y lo sitúo debajo de mí mientras lo sujeto con las piernas. Este gesto le excita aún más, y le levanto la camiseta. Empiezo lamiendo la sangre que brotó del pecho, hasta llegar a la herida. Prosigo haciéndole otro corte con mis uñas y succionando todo lo que puedo. Le oigo hablar, pero no parece asustado ni angustiado. Creo que piensa que soy una sádica a la que le va este rollo. En cierto modo, lo soy. Le miro, me está sonriendo. Le devuelvo la sonrisa, y continúo a mi trabajo. Prosigo con la estrategia de los cortes, mientras bajo por el abdomen y la ingle. Le bajo los pantalones y me centro en su miembro. No está mal dotado, lástima que el hambre me esté matando. Un último corte en el tercio distal de su pene, y me lo introduzco en la boca. Empieza a gemir de placer y dolor, y yo sigo chupando. No siento prisas por terminar. El muchacho es batante grande, así que imagino que con él quedaré saciada. Media hora jugando de esta forma, y su semen empieza a inundar mi garganta, mezclado con la sangre. Tan dulce y tan amargo, tan nutritivo... No grita porque he acabado con sus fuerzas. Está a punto de morir desangrado. Le introduzco mis dientes en el cuello y un poco más tarde todo ha terminado.

Miro el callejón antes de salir del coche. Nadie a la vista. Vuelvo con los míos, que me preguntan dónde estuve. Les digo que me agobiaba y me aparté a ver el concierto al lado del puesto de bebidas, pero que ya me encontraba bien. Es cierto que ahora después de cenar tengo mejor aspecto. Continuamos la noche como si nada hubiera pasado. Cuando hubo acabado me fui a casa a descansar.

viernes, 11 de septiembre de 2009

10 de septiembre de 2009

Me levanto llena de energía, recojo la casa, enciendo el ordenador y pongo música a todo trapo. Me paso el día cantando y haciendo el memo. Sencillamente, me siento bien, hoy estoy viva. Además, tengo buenos presentimientos para el día de hoy.

Por la tarde me quedo en el salón con mamá viendo un poco la televisión. No echan nada interesante, pero tampoco tengo nada mejor que hacer. Además, a eso de las siete viene un técnico a mirar por qué no nos va Internet.

Su presencia supone una dura prueba para mí. Es un tipo alto y grandote, muy joven, huele tan bien... Pero no puedo hacer nada, salvo dejarle trabajar, en primer lugar porque está mi familia delante, y en segundo porque en la empresa consta dónde está este trabajador en este momento. Sería un error enorme por mi parte si lo hiciera desaparecer. Al menos por ahora...

Le dejamos trabajar, y bueno, aunque en un principio no sabe cuál es el error, entre él y mi padre se entienden muy bien y lo acaban descubriendo. Enciendo el ordenador y me conecto a Internet para confirmar que el wifi también funciona, y el técnico recoge sus bártulos y se va. De la que se ha librado...

Me meto en el campus virtual de la universidad para ver si ya está puesta la nota del examen de patología médica. Negativo. Siempre las cuelga primero aquí, pero no están. Vaya chasco... De paso miro a ver cuándo comienzan las clases. El 21 de septiembre. ¡Genial! Yo estaba convencida de que empezarían una semana antes. Ahora sólo me falta ver la nota y solicitar la beca. Voy a mirar a ver si por algún casual está la calificación en el Portal Servicios (sí, es un lío esto de las páginas web de la universidad, pero lo acabas entendiendo con el uso). ¡He aprobado! Y con un 7, estupendo. Hoy ya me siento feliz. Mi buen presentimiento no se equivocó.

Ahora entro en la página web del Ministerio de Educación y Ciencia. Ha cambiado la URL y me redirecciona a otro sitio. Me voy moviendo hasta llegar a las becas de carácter general y de transporte para estudios universitarios. Comienzo a rellenar el formulario, pero cada vez me va poniendo más trabas, más complicaciones. Además, si estoy un rato sin cambiar de página, me caduca la sesión y tengo que empezar de nuevo. Sinceramente, esta situación me empieza a frustrar y agobiar. Después de más de una hora, consigo terminarlo. ¡Por fin!

Me meto a la ducha y me pongo lo primero que encuentro por ahí de ropa. Llamo a Gary a ver dónde andan, por salir con ellos un rato. Estamos en una terraza tomando algo (me bebo un refresco por aparentar), y luego planean salir de fiesta. Les digo que me tengo que subir a casa a cambiarme, que me esperen en el Enter (el garito al que tenían pensado ir), y que luego iría yo. Son las 11 y media de la noche, y si Clara viene a verme hoy, debe estar a media hora de llegar a casa. Me apresuro en subir, y mientras espero me cambio de ropa y me pongo algo más de fiesta. Una hora y sigue sin venir. Me llaman al teléfono varias veces para ver qué me ha pasado, si estoy en camino. Les miento, les digo que ya estoy a punto de llegar, que ir andando me lleva un rato (media hora en mis tiempos de humana). Me despido de mamá, y salgo a la calle. Ando hasta un callejón solitario donde no hay nadie y trepo hasta la azotea. En menos de un minuto estoy en el local con mis amigos jugando al futbolín.

Jamás había jugado, y he de admitir que soy una manazas. Mi mano izquierda se queda paralizada y no le da tiempo a reaccionar ante un gol inminente, y la derecha gira pero no se desplaza. En resumen: un desastre.

Después de eso hago el intento en el billar. La mesa está inclinada, así que la bola realiza movimientos imposibles, con tendencia a caer hacia una de las esquinas. Esto hace el juego más complicado y más divertido, así que no es ningún problema por mi parte. A lo mejor sí que lo es para los chicos que están esperando a que terminemos para jugar ellos. Pero eso la verdad, no es mi problema.

En estas estamos de buen rollo cuando pasa por nuestro lado un heavy grandote muy apetitoso. Me mira, y sube por las escaleras que llevan a los servicios. Voy detrás de él, y se introduce en el lavabo de caballeros. En el de señoras hay una chica joven. Oh, mierda. Se me ha chafado el plan. Mientras la muchacha termina de arreglarse en el espejo, me meto en el urinario a hacer como que evacúo (lo que sea, hace mucho que no tengo esas necesidades biológicas). Cuando salgo ella ya no está. El heavy grandote tampoco. Estoy sola allí arriba.

Me dirijo a bajar las escaleras, cuando oigo que alguien sube dando voces. Habla con voz de chulo y prepotente, se caga en el "asco de sitio" en el que ha ido a entrar y en toda esa "porquería de imbéciles" que beben cerveza allí abajo. Me cruzo con él. Lleva el pelo corto engominado hacia arriba, con una greña despeinada por detrás. Un chándal de la selección española de fútbol, con los calcetines por encima del pantalón, y una visera naranja torcida. Sigue refunfuñando, pero sus labios no se mueven. No hay duda, le estoy leyendo la mente, y no me gusta nada lo que estoy oyendo.

Me mira, con ojos de perdonarme la vida, y entra en el servicio. Mientras micciona, me coloco sigilosamente por detrás. Termina, se da la vuelta, y se sorprende de verme ahí. Toma una actitud agresiva defensiva, mientras le ignoro por completo. No deja de gritar insultos inapropiados, aunque nadie le puede oír, por la música que hay en el piso de abajo. Me empuja, y permanezco inmóvil, mirándole fijamente a los ojos, cada vez con expresión más amenazante. Finalmente consigo que empiece a sentir algo de miedo, aunque no deja de cambiar su actitud despectiva hacia mí. ¿Acaso se considera superior?

Intenta forcejear conmigo. Lo inmovilizo, y sin decir una palabra, empiezo a devorarlo. En puntos no mortales, para que sea consciente de lo que le pasa: la muñeca, la flexura del brazo, el pecho, el abdomen... Pronto todo ha terminado. No derramamos ni una gota de sangre, toda me la he tragado. Lo llevo en brazos al lavabo de mujeres, que hay una de las cabinas con pestillo. Lo cierro desde dentro, me convierto en humo y paso por debajo de la puerta hacia afuera. Me arreglo el pelo en el espejo, para disimular toda señal de pelea, y vuelvo con los míos.

En mi ausencia, terminaron la partida de billar. Tienen ganas de volver a casa, y a mí no me apetece quedarme y ser sospechosa de asesinato (aunque hasta que alguien lo eche en falta y consigan abrir la puerta pasará un tiempo), así que dejo que me acompañen.

Es curioso, antes me sentía protegida rodeada de mis niños, como yo les llamo... Ahora me da la impresión de que mientras se mantengan a mi lado nadie los podrá tocar a ellos. Me resulta gracioso, y me río. Me miran raro, porque no entienden a qué vino. No importa, yo soy feliz.

miércoles, 9 de septiembre de 2009

9 de septiembre de 2009

Me despierto muy débil. La nota sigue a mi lado. "A medianoche"... No sé si aguantaré hasta tan tarde. Estoy que me muero de sed. Anoche no me alimenté, y hoy me faltan fuerzas hasta para mantener los ojos abiertos.

Me levanto de la cama. Me siento bastante mareada. A duras pensas, consigo llegar hasta la cocina y prepararme algo de desayunar. Es un gesto que hago todos los días, en casa no pueden sospechar nada. Como, aunque la comida no me agrada. Intento al menos que un vaso de leche y unos bollos me den energía suficiente para el resto del día. Pero no. Como si nada.

Mamá se asusta de verme tan pálida y tan fría. Me miro al espejo: la verdad es que sí que doy un poco de pena, parezco un muerto andante. Bueno, pensando friamente, técnicamente es eso exactamente lo que soy... ¿O tal vez no? ¿Estoy muerta?

Paso el resto del día en la cama, dormitando a ratos, con escalofríos y sudores fríos. Mamá me pone el termómetro. Me deja sola mientras se hace la medición. Cuando ha pasado tiempo suficiente me lo quito y veo el resultado... Apenas llego a los 33ºC. Encienco la luz de la mesilla y acerco la punta del termómetro poco a poco, fijándome en cómo va subiendo la barra de mercurio. 38ºC me parece una cifra razonable. Me lo vuelvo a colocar:
-¡Mamá! ¡Creo que esto ya está! -le grito desde la cama.

Ella viene, me lo pide, se lo doy... Me toca la frente, incrédula.
-Hija, ¡si estás congelada!
-No, mamá, eso es sólo superficialmente, por el sudor... Créeme, que yo de esto entiendo.

Por suerte, he resultado convincente. Tanto que... quiere llevarme al médico. La logro convencer de que mañana estaré mucho mejor, que seguramente haya pillado un resfriado o algo así. Me hace prometer que si mañana sigo igual me lleva al hospital de urgencias.

Anochece, y siento que mis energías están bajo cero. No sé qué hora será, pero no me puedo quedar aquí. Apoyándome en la silla y en la mesa, consigo levantarme de la cama y alcanzar la ventana. Me precipito hacia el vacío, pero nada ocurre como debería. Me estampo contra el suelo, oyendo varios cracks en el momento del impacto. Me duele todo el cuerpo. Por suerte, nadie me ha visto. Si hubiera sido así, esta zona se habría llenado de mirones y ambulancias, ya que inexplicablemente sigo viva. O al menos, tan viva como puedo estar. Los setos del jardín me ocultan de la gente que pasa veinte metros más allá. Siento ganas de llorar, pero las contengo y me duermo.

Cuando abro los ojos estoy en brazos de Clara, que me lleva saltando por todo Fuenlabrada de tejado en tejado. Hasta que se detiene, me apoya suavemente en el suelo, y se inclina hacia mí. Con la uña de su dedo corazón, se realiza un corte en el antebrazo y me lo pone en los labios. No tengo fuerzas para succionar, así que ella se ve obligada a exprimirse la sangre para conseguir que entre en mi boca. Poco a poco voy recobrando un poco de vitalidad, siento que la sangre comienza a fluir de nuevo por mis venas y se distribuye por todo mi organismo.

-No puedes estar sin comer. La sangre es lo que te da la vida.

Agarro su muñeca con fuerza y chupo el líquido con más ganas. Ella retira el brazo. Necesito más. Ella se separa unos metros de mí, esperando a que yo actúe de alguna forma... Me acerco al borde del tejado, y empiezo a trepar hacia abajo hasta la primera ventana abierta con luz apagada que veo. Hay alguien durmiendo en la cama. No me preocupo en saber quién es; simplemente lo destapo y lo devoro, como si nunca en la vida fuera a volver a alimentarme. Alguien entra por la puerta en esta misma habitación y empieza a gritar. En décimas de segundo me sitúo detrás de ella y le tapo la boca con mano. "Sshhhhhh...", le digo, y le beso el cuello. Ella se tranquiliza, mientra mis labios recorren su piel y mis manos le acarician el torso y el vientre. Ha dejado de sollozar, e incrusto mis afilados dientes en su carótida. Cinco minutos y el trabajo está hecho. Entra Clara por la ventana, y me ayuda a eliminar las huellas del cristal.

-Regresa a casa, hoy es mejor que descanses.

Le hago caso. Además, mamá no sabe que he salido, y si va a verme y no estoy allí se preocupará. Subo volando en forma de polvo y me introduzco de nuevo en la cama. Al rato viene mi madre y le digo que me encuentro mejor. No hace mucha falta decirlo en voz alta, al parecer mi rostro ha recobrado su vida.

A descansar hasta mañana. Recuerda, Debbie... No puedes dejar de comer ni siquiera un día. A dormir, toca ahora. Aún me pregunto qué plan tenía Clara para hoy... Sea lo que sea, tendrá que esperar.

8 de septiembre de 2009

Hoy tiene toda la pinta de ser un día aburrido. Ha venido un técnico de Ono a cambiarnos el decodificador porque daba problemas. Genial, la tele (sí, ese cacharro que nunca veo) se ha arreglado. A cambio, nos hemos quedado sin internet.

¿Qué hago yo todo el día encerrada en casa sin internet ni nada? Vaya aburrimiento... Llamo a mis amigos para salir: El teléfono móvil al que llama está apagado o fuera de cobertura. Estupendo. Perfecto. Sólo me espera una tarde de desesperación y comerme las uñas.

¿Por qué no ponemos una peli? A veces tengo ideas pasables... Papá quiso descargar una vez “Ángeles y demonios”, pero le tongaron y acabó con una película titulada “La profecía”. No pinta mal, así podemos hacer tiempo. “Regreso al futuro” y “Silent Hill”. Da bastante de sí la tarde.

Ya por fin anochece. Me ducho, y me dirijo a la habitación para vestirme. Hay un periódico encima de la mesa. Yo nunca lo leo, y nadie en casa lo compra. Me acerco a verlo. Está abierto por una noticia en concreto, rodeada con un rotulador rojo. “Una pareja es brutalmente asesinada e incendiada en su coche”. Comienzo a leer lo que viene debajo. Sí, esto lo hice yo, fue anoche en Móstoles. Pero yo no incendié nada. Siento alguien detrás de mí. Me giro, y ahí está ella, la misma chica que vi ayer cuando le arranqué la cabeza a aquella niña. Me apresuro a encender el ordenador y poner música a un volumen considerable.
-¿Lo hiciste tú? -asiente con la cabeza. Sabe exactamente a qué me refiero- ¿Por qué?
-Sólo limpié tus huellas. -su voz es dulce y confortable. No me sorprende haberme dejado enmbaucar por ella en algún momento -En otras ocasiones fuiste más cuidadosa. Ese chico tenía tu saliva, y tanto el coche como la muchacha estaban llenos de marcas digitales.
-Te lo agradezco entonces... Supongo. -Ella se ríe.
-Creo que no te acuerdas de mí. Me llamo Clara. Nos conocimos un día, comprando. Bueno, yo te conocía de antes. Llevo un tiempo siguiéndote...
-¿Qué me has hecho?
-¿No te gusta? Creo que sí... Es algo que siempre has deseado, pero nunca lo has exteriorizado. Quizás no fuera lo políticamente correcto, ir anunciándole al mundo que te gustaría tener poder sobre el hombre y acabar con quien te tratara mal.
-¿De qué vas? ¿De mi ángel guardián o algo así? -mi pregunta le hace reírse de nuevo.
-No es precisamente bondad de lo que estamos hechos.
-¿Por qué yo?

No obtengo respuesta. Me sonríe, con esa cara angelical que le caracteriza, y desaparece por la ventana. Me asomo para buscarla con la mirada, pero no está allí. Sinceramente, me acojona la idea de seguirla por allí, no confío en salir ilesa en una caída desde un tercer piso. Me despido de la familia y abandono la casa por la puerta, como cualquier mortal. Bajo corriendo las escaleras, y allí me la encuentro, apoyada sobre la pared, esperándome.
-Sabía que no saltarías -dijo, y salió corriendo calle abajo. Me limito a seguirla.

Unos segundos y estoy corriendo a su lado. Ella sigue acelerando, hasta dejarme atrás. Freno, y miro a mi alrededor. No hay nadie a la vista. Miro hacia arriba, y allí está ella, subida en lo alto de un bloque de pisos. Empiezo a trepar por la pared. Cuando llego arriba, ha desaparecido.
-¡Estoy aquí! -su voz viene del piso que hay en la acera de enfrente. No me lo pienso y salto hacia donde está ella. Nuevamente, me encuentro sola.

Parece tenerlo todo pensado: sin darme cuenta, me ha enseñado una nueva manera de moverme en mi forma humana sin ir esquivando coches ni ser vista. Empiezo a saltar de azotea en azotea, atravesando calles enteras. Es fantástico, me siento libre. Al rato me detengo y me siento a un borde, con los pies colgando hacia el insignificable mundo humano. Oigo su voz a mi espalda:

-Porque me recuerdas a mí -y me empuja al vacío. Sin comerlo ni beberlo, me encuentro de camino al suelo, un camino que acabará irremediablemente cuando me estrelle contra él y forme un espectáculo de impresión. ¿Sobreviviré? No creo que Clara pretendiera matarme con ese gesto. Hasta ahora, sólo se ha limitado a enseñarme mis propias habilidades. ¿Qué se supone que tengo que hacer ahora? ¿Volar? ¿Puedo hacerlo? Cierro los ojos y me concentro... Unas décimas de segundo y los abro para comprobar el resultado. No ha funcionado, el suelo está cada vez más cerca. Cierro los ojos de nuevo, esta vez como acto reflejo ante un choque inminente, y espero... Y sigo esperando... Ya debería haberme empotrado, ¿por qué sigo en el aire? Me siento ligera, extraña... No tengo conciencia de mi propio cuerpo como si aún me perteneciera. Es todo como un sueño: confuso. Intento centrarme en mis brazos, en mis pierna, en mi cabeza... Nada, es como si no existieran.

Me fijo alrededor, y estoy rodeada de mariposas que vuelan a mi lado. Tras un corto paseo por el cielo, llegamos a nivel de tierra firme, y se empiezan a aglomerar, formando una figura humana... Es Clara. Aún quedan mariposas, que siguen arremolinándose y conglomerándose. Hago un esfuerzo por verme la mano. Ahora sí, la siento como mía, la puedo mover. La pongo delante de mis ojos, y no puedo creer lo que estoy viendo. Mi brazo entero está formado por estos insectos, que se siguen apelmazando hasta dar lugar a un yo. No sé otra manera de describirlo. Es como si ellas fueran yo, o como si yo estuviera formada de ellas, o simplemente como si me hubiera transformado y ahora regresara a mi forma habitual. No logro superar la impresión y me desplomo sobre el suelo.

No sé cuánto tiempo habrá pasado. Me despierto en mi cama, con el pijama puesto, y trato de incorporarme. Está todo oscuro aún, y apoyo la mano en un papel. Enciendo la luz de la mesilla y lo examino. “Mañana a medianoche vengo a buscarte. Descansa”. Clara debió traerme a casa. Apago la luz y sigo durmiendo.

7 de septiembre de 2009

Amanezco con ganas de sexo. No sé dónde esconderme, estoy que me subo por las paredes.

Paso la mañana y parte de la tarde en casa aburrida y sin saber qué hacer, planeando algo para luego. No correré el riesgo de quedar con nadie, ya que a la que me caliente un poco la he cagado. Por eso, prefiero salir en solitario.

Esperando hasta que se ponga el sol, me tiro la tarde jugando al guitar hero. Es algo que me entretiene..., lo justo para no caer en la desesperación. Cuando lo dejo y voy a apagar el televisor, comienzan a hablar en las noticias de una serie de asesinatos ocurridos durante la última semana y bla, bla. Sí, hacen referencia a las similitudes que hay en todas mis víctimas. Por suerte, no saben nada... aún. Y se pueden ir acostumbrando, que a ellos les gusta tener un plato sobre la mesa todos los días.

Hablan con familiares y conocidos de los fallecidos. Reconozco a un chico del barrio, un pokero de estos, diciendo gilipolleces.

Por fin llega la noche, y puedo salir a la calle sin que nadie me vea si me apetece. Primero doy un paseo, durante el cual me encuentro con el chaval que salió antes en las noticias hablando. Lo persigo hasta su casa, entra en el portal, y yo detrás de él. Nos saludamos, como si nada estuviera a punto de pasar. Llama al ascensor. Nos subimos. Me pregunta a qué piso voy. "Al último", respondo. Pulsa el 8, y las puertas empiezan a cerrarse. Me giro hacia el chico y lo huelo, con los ojos cerrados, para apreciar al máximo todo su aroma. Me acerco hacia él mientras me mira hipnotizado. Da un paso atrás, mínimo, lo que le permite la pequeña cabina del ascensor. Acerco mis labios a los suyos, para sentir el aire que se escapa de su boca; una respiración agitada, que acompaña a la perfección al ritmo de los latidos de su corazón. Le acaricio suavemente la mejilla con el dorso de los dedos, al tiempo que arrimo mi boca a su cuello. Le hinco los dientes, no sin una mueca de dolor por su parte, y empiezo a succionar. El ascensor comienza a frenar. Lástima que el trayecto haya sido tan corto. Me veo tan purada de tiempo... No puedo dejarlo con vida. Agarro su cabeza con mis manos y de un golpe seco le rompo la médula espinal.

Se abren las puertas, y oigo voces ahí fuera. Quisiera ser invisible en estos momentos. Alguien intenta entrar aquí, pero se esandalizan de ver lo que acaba de ocurrir. Son unas chicas jóvenes. Gritan, y llaman a la policía. No me miran. No parecen haberme visto. Me escabullo entre ellas y me deslizo suavemente escaleras acabo hasta la calle. Me siento ligera. Ligera y sedienta.

Llego hasta Móstoles, y me encuentro un coche que me resulta bastante familiar. Como imaginaba, el conductor es un antiguo conocido. Me cuelo por la rendija de la ventanilla y me coloco en la parte trasera. Miro al espejo retrovisor y veo una nube de polvo desde la cual comienzo a materializarme en mi cuerpo. Así que era eso. Tal y como hacía el Drácula de Bram Stoker, puedo transformarme en polvo... Miki aún no se ha dado cuenta de mi presencia. Me tumbo, esperando hasta que pare en algún lado. Empieza a sonarle el móvil, y le oigo hablar por el manos libres con una chica. Ella dice que le espera en la parada de metro. Él conduce hasta allí, pasa por delante y no parece haber visto a nadie. "No ha llegado todavía", murmura. Lleva el coche hasta un descampado cercano y lo aparca ahí. Apaga el motor, y me incorporo en el asiento.

Ya por fin me ve, y se asusta.
-¿Cómo has llegado aquí? -me pregunta, escandalizado.
-¿No te alegras de verme?
-¿Qué clase de broma es ésta? ¿Cómo has entrado en mi coche?

Lo abrazo por detrás, y le susurro sensualmente al oído:
-Quiero hacerte el amor -noto cómo un escalofrío recorre su cuerpo, su piel se eriza y comienza a transpirar por cada poro-. ¿Me deseas?
-No -dicen sus labios. Su corazón no está de acuerdo, lo noto, lo veo en sus ojos.
-Ven, siéntate aquí conmigo -se pasa al asiento trasero, a mi lado. Lo tengo domesticado.

Vacilando, se va aproximando a mí. Quiere tomarme, ansía poseerme. Una niña de unos quince años se asoma por la ventanilla de su lado. Debe de ser la chica con la que ha quedado. Beso a Miki delante de ella para herirla aún más. Él hace un intento por quitarme la camisa. Le freno, sujetándole los antebrazos con mis propias manos. Acerco su mano izquierda a mi boca y le hinco los dientes en la muñeca. Empiezo a beber de él, con el pobre hilo de sangre que me ofrecen sus arterias radial y cubital. Será una muerte más lenta y dulce. No deja de gemir y llorar, aunque lo mejor es mirarle a los ojos y reconocer en ellos el terror y la impotencia de no poder impedirlo. Recuerdo nuestros momentos juntos: cuando quedábamos para ir de compras y nos lo acabábamos montando en este mismo lugar, cuando me decía que me deseaba, que era irresistible (antes incluso de convertirme en lo que soy ahora);luego cuando me odiaba, me trataba mal y me hacía daño, cuando me pegó y me insultó. Por todo eso ahora está pagando. Cada cual merece recoger lo que siembra. Parece saber lo que está pasando por mi mente en este momento, porque aprovecha su último aliento para decir "lo siento". Ya es tarde, su corazón ha dejado de latir.

Salgo del vehículo y no muy lejos está la chiquilla llorando aún. Cuando me ve salir me dirige una mirada de desprecio y va corriendo hacia donde yace el cuerpo de su chico, con el fin de pedirle explicaciones. Pobre desgraciada, no eres consciente de lo que vas a encontrar allí. Abre la puerta y se queda congelada de pánico. Me acerco descaradamente. No hay nadie por los alrededores. La muchacha me pide por favor que no le haga daño. Le prometo que no se lo haré. Al fin y al cabo, ella no es culpable de nada, no me conoce, ni hay nada que me sitúe en su contra. Nada, salvo el hecho de que es el único testigo de un homicidio cometido por mi parte, y no puedo dejar que me delate. Le seco las lágrimas con mis pulgares, prolongando ese gesto hacia una caricia con la mano completa. Sostengo su joven rostro, y en unos instantes todo ha terminado: he tirado hacia arriba, separándole la cabeza del cuello en décimas de segundo. No ha habido dolor. No habrá más lágrimas, ni corazones rotos. No para ella.

Hace una semana me habría sentido mal por actuar como lo he hecho hoy. Oigo una risilla femenina a mis espaldas. Me giro y ahí está la misma joven de aquella vez, cuando vi lo que había pasado en mi cumpleaños. Me mira y me sonríe, y en décimas de segundo deja de estar allí. Se ha desvanecido. Tal vez haya pasado a formar parte del paisaje, se haya camuflado en el follaje o haya salido volando en forma de humo. Una vez más, resulta imposible hablar con ella.

Vuelvo a casa. Ya van dando unas horas a las que toda madre se preocupa por una hija. Además, vuelvo a necesitar coartada, por si las moscas. En tres minutos estoy de vuelta en el barrio, tiempo en el que nadie sería capaz de haber abandonado la escena del crimen. Me aseguro de que algún vecino conocido me vea llegar, antes de entrar en casa. Aquí termina un día más.

domingo, 6 de septiembre de 2009

6 de septiembre de 2009

En la vida uno puede tener días buenos y días malos. Momentos malos dentro de los primeros y ratos buenos dentro de los segundos. Hoy me he levantado con sensación de que el día no depararía nada agradable. Me siento culpable por lo que hice ayer y de la forma en que lo hice. Jamás habría imaginado tal crueldad por mi parte. Tal vez me esté convirtiendo en un monstruo de verdad; quizás vaya perdiendo poco a poco todo ápice de humanidad...

Siento curiosidad por saber todos esos cambios que se están dando lugar en mi cuerpo. Me pongo el termómetro, para comprobar si ha hay alguna diferencia en mi temperatura corporal. Negativo, mi sangre permanece a los 36ºC de siempre. Miro el pulso... Todo normal. De repente, se me ocurre ir corriendo al espejo a buscar alguna marca en mí, si me han bebido la sangre..., algo tiene que haber. Me quito la ropa y me examino de arriba abajo. Pero nada, no hay nada. No hay el menor signo en mi cuerpo que delate una conversión de este tipo. Y sin embargo, por las noches poseo un poder impresionante. Son tantas las preguntas que me inundan...

Me vuelvo a vestir y salgo a la cocina a ver si mamá necesita ayuda. Nunca me dice que no, y me pone a pelar y cortar patatas. Pelo una, luego otra, después otra... Cuando las tengo todas, las lavo y saco una tabla, agarro el cuchillo azul, y empiezo a picarlas, en pajita, para freír... En todo este tiempo no dejo de pensar qué es lo que pasa cuando me daño. Aprovecho un momento que mamá no está muy pendiente de mí, y finjo cortarme sin querer. ¡Ay!, la sangre empieza a salir como lo habría hecho en una situación normal. Mi madre ve lo que me ha pasado y, tras llamarme torpe, me ayuda a lavarme la herida en el fregadero. Le doy un poco de agua y en seguida me meto el dedo en la boca para chupar la sangre que sale. Unos segundos y deja de salir, miro a ver si ya se ha formado un tapón de coágulo, y cuál es mi sorpresa cuando no encuentro ningún corte. Es increíble. Sangro como una persona normal, pero cicatrizo mucho más deprisa. Quizás eso explique que no haya ningún tipo de marca en mí.

Por la tarde bajo al parque a ver si han salido mis amigos. En realidad estoy impaciente por que llegue la noche, pero nada puede precipitar ese momento. Cuando llego ahí están los tres, con cara de preocupación y hablando de un tema que parece serio.
-¿Y no se sabe quién o qué ha sido?
-No, es muy extraño, hay indicios de que le han asesinado, pero otras pruebas delatan que se trata de un animal.
-Hola chicos -yo como siempre sin enterarme de nada, y recién llegada- ¿Ha pasado algo?

Gary me mira y se echa a llorar. Jas me explica:
-¿Te acuerdas de Danny, el chico del otro día? -espera hasta que asiento con la cabeza... Obviamente, no les conté nada de que había quedado con él, lo consideré demasiado pronto- Sus padres llegaron esta mañana del pueblo y lo encontraron muerto en la cama.
-¡Oh, madre mía! ¡Qué horror! -intento fingir la mayor sorpresa posible... En realidad no es extraño que lo que creí un sueño haya ocurrido en realidad- ¿Cómo ha sido?
-No se sabe nada. Se ha desangrado. No hay huellas por la casa. Quien lo haya hecho ha sido muy cuidadoso. Y tiene mordiscos por todo el cuerpo, que es lo que descoloca a la policía.
-¿Un caníbal?
-No, no, la dentadura no es humana. No corresponde con ningún animal conocido. Y ya no sé nada más, esta noche volveremos a llamar a sus padres a ver si nay novedades.

Intenté consolarles. Es difícil, cuando la culpable de todo he sido yo. Bien hecho, Debbie, ya has conseguido hacer daño a tus amigos, te habrás quedado contenta... Era un chico que te había tratado bien, y ahora... Una cosa es clara: o aprendo a controlarme, o tengo que irme lejos.

Pete se acerca a mí y me da un abrazo, con intención de consolarme:
-Ya me contó que habíais quedado... Que ya te vale, no decirnos nada tú. Pero comprendo lo dolida que debes estar ahora, si ese chico te gustaba.
-Gracias, Pete -y le devuelvo el abrazo.

Si se sabe que había quedado conmigo ese día, no me extrañará nada que la policía venga a meter las narices un rato en mi vida. ¡Joder! Qué mal me lo he montado.

Efectivamente, al cabo de un rato aparecieron por el parque... Alguien les debió decir que parábamos aquí. Preguntan por mí. Gary se disculpa:
-Lo siento Debbie, le conté lo vuestro a sus padres, por si sabes algo, ya que fuiste la última persona que estuvo con él.
-No te preocupes... Es normal.

Uno de los agentes me empieza a hacer preguntas... Bueno, mi nombre completo, mi DNI, si había quedado con Danny aquella tarde... Le contesté con total sinceridad. Al fin y al cabo, no se complicó el asunto hasta la noche.
-¿Dónde fuísteis el muchacho y tú aquella tarde?
-Al cine a 3 Aguas, en Alcorcón... ¿Es que acaso sospechan de mí?
-No, para nada. Varios testigos aseguran haberte visto entrar en casa después de despedirte de él. Alguno se quedó durante unas horas en la ventana y dicen que el chico no se movió hasta pasados al menos treinta minutos. Pero que después se fue, y por la noche ya no oyeron la puerta del portal abrirse, así que tú tienes una buena coartada. Sólo queremos saber si le oíste hablar con alguien o de alguien, algo que te resulte extraño...
-No, lo siento. No lo vi preocupado, estaba bastante alegre. Para mí fue una velada normal. No sé qué pudo ocurrir.
-Vale, no te preocupes. Muchas gracias. Hasta luego.
-¡Espere! -le llamé-. Tome mi teléfono, llámeme si necesitan saber algo más, ¿de acuerdo?

Menos mal, nadie sospecha de mí. La tarde continúa, hablándose de lo que ha pasado y consolándonos los unos a los otros. Según pasan las horas, me voy sintiendo más cansada, me noto más fría... Me tomo el pulso disimuladamente y es mucho más lento y débil que esta mañana. Creo que ya sé lo que tiene que pasar ahora... Me despido de esta gente, y simulo que me voy a casa a cenar.

En realidad echo a correr lejos, no puedo volver a alimentarme en el barrio, es demasiado sospechoso. Veinte minutos a mi velocidad y, sin saber a dónde he ido a parar, llego a un pueblo pequeño. No hay nadie por la calle. Espero escondida en la oscuridad. No tarda mucho en aparecer un chico joven, de unos 17 años de edad. Tal vez convierta la caza en algo personal, pero este chaval no me gusta. No me refiero al sabor, sino a que es de ese tipo de personas que como persona los prefiero lo más lejos posible. Es la cena perfecta. Inicio la persecución, aunque a un ser de cociente intelectual tan bajo no es nada difícil acorralarlo. Estamos al lado de una tienda de alimentación, ya cerrada, con las luces apagadas. Con el estómago lleno, me levanto, y me veo reflejada en la luna de la tienda. Ahora entiendo por qué siempre huyen de mí. Mi cara se ha deformado, mis dientes son mucho más afilados, y mis ojos se han vuelto rojos. Pronto esa imagen empieza a dar paso a la Debbie de siempre, y me vuelvo a casa, antes de que nadie sospeche... Sería físicamente imposible que este crimen lo hubiera cometido yo, si en veinte minutos estoy de vuelta en Fuenlabrada, ¿no?

Hoy me siento mal. Mis amigos están hechos polvo por mi culpa, y a mí, sinceramente, también me ha afectado saber que aquello ocurrió de verdad. No hay más ganas por hoy de medirme ni ponerme a prueba. Tan sólo dormir y esperar a que termine esta mierda de día. Al menos si me acuesto saciada, no cometo barbaridades inconscientemente. Buenas noches.

sábado, 5 de septiembre de 2009

5 de septiembre de 2009

Me despierto a la hora de comer tendida sobre mi cama con la ropa aún puesta. ¿Cómo he llegado hasta aquí? ¿Es que acaso la sangre siempre vuelve a casa? Al principio todo es confuso. Quizás el recuerdo de ayer fuera tan sólo un sueño. Daría cualquier cosa por que sea así. Me levanto con intención de llegar al lavabo y lavarme la cara con agua bien fría, para despejarme. De camino veo por el rabillo del ojo mi silueta en el espejo de la habitación. Me paro y me observo con más detenimiento. Mis rasgos se han endurecido, he perdido todo ápice de aspecto angelical, mi mirada es mucho más penetrante que hace una semana, y mis cualidades femeninas más irresistibles. ¿Me estaré convirtiendo en el perfecto depredador?

Oh, vaya, tengo la ropa manchada de sangre... Así que todo fue real. Tan real como el grito que va a pegar mi madre si me ve así. Antes de salir de mi cueva me quito los vaqueros y la camiseta y me planto un pijama. Lo meto todo en la lavadora: "Mamá, luego la lleno y la pongo, que quiero estos pantalones limpios para esta tarde", suena convincente, no es la primera vez que lo hago.

¿Qué voy a hacer a partir de ahora? ¿Cómo puedo quedarme en casa sin hacer daño a mi familia? ¿Cómo puedo quedarme en el barrio sabiendo que puedo herir a mis propios amigos? ¿Cómo y por qué me está pasando esto a mí?

Vamos a pensar razonadamente. Las veces que me he comportado como un monstruo han sido casi todas inconscientemente, de noche, y en unas determinadas condiciones. Casi siempre ha sido como si estuviera sonámbula, salvo anoche, que fue así porque yo lo deseé. Esto significa... que tal vez no debería preocuparme mucho mientras me mantenga despierta y me controle. Al menos hasta que piense algo que hacer.

Empieza a sonar "Cigaro", de System of a Down, la sintonía que tengo en el móvil para recibir llamadas. Es Pete.
-¿Pete? ¡Dime!
-Hola Debbie. ¿Vas a salir esta tarde? Vamos a ir a tomar algo y luego a las fiestas de Alcorcón, que hay concierto.
-Oh, vaya, mola el plan. Pero no me encuentro muy bien hoy. Quizás otro día, ¿vale?
-Tú..., ¿rechazando ir a un concierto? ¿Te pasa algo que no me quieras contar?
-No, de verdad... Es que me he levantando un poco chunguilla.
-Joder chica, desde que celebramos tu cumpleaños estás de un raro...
-No, hombre... ¿Por qué dices eso?
-No sé, ¿quizás porque te largaste tan pronto quién sabe dónde y con quién, te llamábamos y no nos cogías el teléfono, y desde entonces casi no te vemos el pelo? -odio cuando se pone en plan sarcástico- Eso sin contar con que no bebiste ni una gota...
-Mira, no sé, no recuerdo nada de aquélla noche... Tengo que colgar, ¿vale? Pasadlo bien, de verdad. Ya nos vemos otro día.
-Ok, ponte buena pronto. Por cierto...
-Dime.
-No, que me preguntaba... Esto... Si tu amiga Clara, la del otro día... Pues... Que si crees que tengo alguna posibilidad con ella.
-¿Quién? -no conozco a ninguna Clara.
-Una que nos presentaste en tu cumpleaños, que dijiste que era una vieja amiga... Bueno, da igual... Que te mejores, un beso -y cuelga.

¿Clara? No recuerdo a ninguna Clara, ni ahora ni en mi infancia... Aunque a decir verdad, tampoco recuerdo nada de aquella noche, y si dice Pete que no bebí nada... Tal vez alguien me drogara, yo qué sé...

No puedo quedarme en casa, tengo que salir a dar una vuelta, pensar en todo esto... De camino al boulevard me cruzo con una chica joven y guapa que me mira como si me conociera y me dedica una sonrisa. Es tan atractiva que no puedo dejar de mirarla. Al pasar justo por su lado me roza, y como si estuviera viendo una película, me vienen a la mente imágenes ya pasadas, pero al parecer olvidadas... Me veo entrando en la bodega a comprar la bebida para el botellón, y mirando marcas y precios... Luego la veo entrar a ella, y acercarse a mí, susurrarme algo al oído... Lo siguiente que veo es a ella bebiendo de mí, como hice yo con los demás, pero con más ternura... y luego dándome su propio antebrazo para probar. Y eso es todo lo que recuerdo.

Me giro en busca de aquella muchacha para preguntarle cuantas dudas surgen en mi cabeza... Pero ya no está ahí. Me cuesta aceptar lo que creo que está pasando.

Me dirijo al campo, donde no haya nadie, para poner a prueba las habilidades que descubrí anoche. Intento correr, pero no puedo hacerlo mejor de lo que lo he hecho toda mi vida. Mi fuerza sigue siendo la de una barbie, y mi agilidad es casi nula. Pues vaya decepción, si no puedo hacer esas cosas cuando me apetece. Ahora que me comenzaba a atraer la idea de tener el poder que parece que poseo...

Decido que no tiene por qué pasar nada grave si salgo a pasarlo bien con mis amigos, y que si me mantengo entretenida y segura no necesariamente voy a hacer locuras. Llamo a Pete al móvil y le pregunto a qué hora han quedado.

Pasamos la tarde tranquilamente todos en la terraza del Brooks. Con el paso de las horas me va entrando hambre. Pero no digo nada, porque me van a hacer comer algo, cuando la comida normal me da náuseas. Todos los demás cenan allí mismo, una pizza o una hamburguesa. Yo me excuso en que sigo todavía sintiendo malestar y me comprenden.

Al terminar nos vamos al Urtinsa, donde darán lugar los conciertos. Está lleno de heavies y rockeros, gente buenrollista que bebe y se lo pasa bien. Entre tanto chaleco vaquero, camisetas negras y melenas largas consigo distinguir una cara conocida: Rubén. Un antiguo amigo que por causas que no vienen a cuento ahora se ganó todo mi odio y mi desprecio. Él aún no me ha visto. De todos modos, no creo que sea consciente del rencor que siento por él. Intento controlarme, porque todas estas emociones no pueden traer nada bueno. He venido a pasármelo bien.

Pero el hambre me está matando. Poco a poco empiezo a imaginarme que cada una de las personas que hay allí es completamente comestible y nutritiva. Tal vez no fue tan buena idea venir. Cierro los ojos y alzo la nariz. Una delicia... ¿Nunca os ha pasado de oler que alguien cocina una barbacoa y abrírseos el apetito? Pues multiplicadlo, y así me siento yo ahora. Parece que por la noche mis sentidos se agudizan, las personas huelen tan bien... Además, entre todo el barullo, puedo oír a personas que están al otro lado del mogollón. Miro a aquel viejo conocido e intento concentrarme en aislar su voz, desechando el ruido que no me interesa. Intento fallido, tan sólo parezco una tonta mirando embobada a un grupo de chicos a veinte metros de mí. Uno de sus amigos me ve, se extraña de me haya quedado observándolos, y permanece con la mirada hacia mí durante un tiempo. Su gesto no me intimida, así que lo desafío con mis pupilas.

Al poco tiempo llegan unas chicas a su grupo. Cada cual más pánfila que la otra. Una de ellas es la novia de Rubén. Me ve, y se lo dice a él. Ahora no le queda más remedio que saludarme de lejos con la mano con una fingida sonrisa en la boca. Siguen a su rollo, con sus risas y sus historias. La petarda de la novia tiene una voz tan molesta e irritable que consigo distinguirla entre el mogollón. Me vuelve a mirar y la oigo decir "Joder con la lerda esa, no deja de mirarme. ¿Está enamorada de mí?", y luego dirigiéndose a los demás: "Me voy al servicio, ahora vengo". Ésta es la mía, ahora o nunca. La espero a la salida de los lavabos, me planto justo enfrente de ella. Entiende que la he seguido y me pregunta que si quiero un autógrafo. Permanezco impasible. Empujándome con el hombro pasa por mi lado y queda detrás de mí. Me sitúo delante de sus narices y se da media vuelta para andar en dirección contraria. La sigo despacio, andando tranquilamente para no levantar sospechas. Se esconde detrás de las casetas de los urinarios, donde nadie la vea. Craso error, muñeca. Me dirijo hacia ahí detrás en el momento en que empieza a salir el primer grupo a tocar. La gente grita y aplaude, y ella al verme grita más aún. Lástima que nadie la pueda oír. Nadie puede salvarla tampoco.

Termino con ella haciendo grandes esfuerzos por no mancharme, y la dejo ahí. Vuelvo con los míos, que me preguntan dónde fui. Les engaño, les dije que me vino la regla y estuve preguntando si alguien tenía un támpax. Continuamos a lo nuestro y nos lo pasamos genial todos juntos. Ya me encuentro bien, acabo de cenar y todo es perfecto. De vez en cuando me giro a ver la cara que se le ha quedado a Rubén. Se está empezando a inquietar porque ella no regresa del lavabo, y va a buscarla. No le vuelvo a ver, pero sé que esta batalla la he ganado yo.

El resto de la noche continúa con total normalidad. Terminan los conciertos y nos vamos de fiesta por Alcorcón, hasta que dan unas horas oportunas de volver a casa. Me tiro en la cama con una sonrisa en la boca. Estoy aprendiendo a ser feliz.

viernes, 4 de septiembre de 2009

4 de septiembre de 2009

Me he pasado la noche entera sin dormir. No había nada en especial en mi cabeza, simplemente mis ojos no querían cerrarse. Tal vez fueran los nervios del examen, pero no pensaba en ello... Sin otra cosa que hacer, he pasado las horas dándole vueltas al coco hasta que ha sonado el despertador.

Me levanto de la cama y me pongo a repasar la neurología. Pero me aburro pronto y me echo una cabezada. A las 10 llama el cartero a casa. Trae un paquete de Ono para mi padre: un módem. ¿Para qué? Ni idea, la verdad... Firmo la entrega y me meto en la ducha. Ya queda menos para la hora crítica...

Es un examen, como yo lo llamo, tipo chiste: se ríen de nosotros, seguro que luego nos pasan el de verdad. Dentro de los exámenes chiste podemos hacer una clasificación: los de "tan fáciles que resultan un insulto a nuestra inteligencia" y los de "da igual cuanto hayas estudiado, te preguntaré las cosas que haya cagado mi periquito esta mañana para que no puedas aprobar ni rezándole a la virgen". Por desgracia, el de hoy es de los del segundo grupo. Así que mejor no pensar en cómo ha salido, simplemente disfrutar de estas dos semanas de vacaciones antes de volver a la rutina.

De vuelta en el metro, ya con la mente despejada y alejada de los estudios, no puedo evitar ir fijándome en la gente. Siempre lo hago. Es curioso. Hay personas de todo tipo, y puedes imaginar cosas sobre ellas sin saber jamás si estás o no en lo cierto. El que más me ha llamado la atención ha sido un chaval joven, con un crucifijo blanco colgando, que se me ha quedado mirando como si hubiera visto a su peor enemigo. Nos bajamos en la misma parada, y salimos por la misma puerta. Nos rozamos, y siento un fuego interno que me abrasa y me revuelve las vísceras. Me echa una última mirada de odio y se va.

Al llegar a casa a comer me encuentro un sms de Gary: que se rompen los planes que había para esta tarde. Genial, ahora no tengo nada que hacer en todo el fin de semana... Ahora, que ya empezaban mis vacaciones de verdad... Viva la mala suerte.

Dan las 6 menos cuarto y voy al centro de salud. Media hora allí esperando por el retraso que hay... ¡Si sólo es ver unos resultados! Que hace ocho días ya que me hicieron un cultivo de orina para comprobar que la cistitis había desaparecido. Efectivamente, el resultado es negativo, y tardo menos de dos minutos en salir de la consulta. ¿No puede ser todo el mundo igual de breve?

Llego a casa, e intento dedicar mi tiempo a tocar el saxofón, jugar al guitar hero, escribir en mi blog, probar la nueva versión de Patatabrava... La habitación se me hace pequeña, estas cuatro paredes me acorralan y me siento prisionera. Imagino que salto por la ventana y echo a volar como un pájaro. A través de los altavoces del portátil reconozco el comienzo de Paint it black, de los Rolling Stones. Me apresuro a subir el volumen todo lo posible sin terminar de molestar a mi madre en el salón, pero lo suficiente para cantar por encima sin oirme a mí misma: "I see a red door and I want it painted black. No colours anymore, I want them to turn black. I see the girls go by dressed in their summer clothes. I have to turn my head untill my darkness goes" ♪♫.

No lo aguanto más, agarro las llaves y salgo a la calle a que me dé el aire. Ya casi ha anochecido, y a mamá no le hace mucha gracia que me vaya tan de repente y a estas horas. Menos aún sabiendo que algún animal salvaje anda suelto por ahí. La ignoro igualmente, para eso estamos las hijas. Voy dando un paseo sin rumbo fijo y acabo llegando a un gran parque que está bastante solitario. Me siento en un banco a pensar en mis cosas. Pero al poco tiempo un tipo se me acerca a preguntarme qué hace una chica joven y guapa como yo tan sola un viernes por la noche. Sinceramente, agradezco el halago por lo de guapa, pero no me siento con ganas de dar explicaciones a un desconocido. Lo ignoro, y se sienta a mi lado.

Parece no darse cuenta de que me incomoda muchísimo su presencia. No es un hombre demasiado viejo, ni demasiado joven; ni demasiado feo, ni demasiado atractivo... Simplemente no me transmite buenas vibraciones. Estando cerca de él me siento amenazada, sin saber el motivo. Así que me levanto, me desplazo cincuenta metros y me siento en otro banco. Mientras me alejo le oigo decir algo que no logro entender. Una vez acomodada de nuevo, cierro los ojos en busca de un poco de concentración, y lo veo. Veo a ese hombre que se acerca a mí de nuevo intentando entablar un tema de conversación. Abro los ojos y ahí está, levántandose del asiento y dirigiéndose a mí. No puede ser..., ¡qué coñazo!

Se vuelve a sentar a mi lado y le dirijo una mirada fulminante para ver si se da por aludido. Al contrario, se anima a decirme cosas, cada vez más repulsivas. Le miro a la cara, mientras continúa diciendo groserías, y me percato de que no mueve la boca, sólo se limita a mirarme con cara de baboso. ¿Me estaré volviendo loca? Me levanto e intento salir corriendo de ahí, ya que no hay nadie cerca que pueda ayudarme, pero noto una mano que me agarra del antebrazo y no me deja escapar. Me empiezo a revolver, y él se excita más, se baja los pantalones e intenta forzarme a hacer cosas que yo no quiero. No sé qué hacer, me siento llena de miedo y rabia, y a la vez impotente porque la fuerza de este tipo supera con creces la mía y no tengo nada que hacer contra él, por más que grite.

Llega un momento en que logro canalizar todos esos sentimientos negativos y tranquilizarme. Me quedo quieta, como una estatua, y miro a los ojos de mi agresor. Su expresión fluctúa de la diversión a la incredulidad, para terminar dando paso a unos ojos de terror. Permanece congelado durante unos instantes y después echa a correr. No sé cómo ni por qué, pero cuando se hubo alejado veinte zancadas de mí, aparezco justo delante de él. Grita y cae al suelo, suplicando piedad. Ahora lo tengo donde lo quiero. La presa le ha cambiado el papel al cazador, y ahora éste yace en el suelo entre dos matorrales, mientras mis dientes desgarran la piel de su cuello y empieza a brotar la sangre a borbotones. Sello la herida con mis labios y, sin succionar, me dedico a tragar aquello que llena mi boca. Estoy como flotando en una nube, nada de esto parece real. Cierro los ojos para no ver los de mi víctima, y una sucesión de imágenes empieza a pasar por mi cabeza. Me veo alimentándome de la sangre de un mastín, saltando entre dos coches que colisionan, saliendo a hurtadillas por mi ventana y trepando por el muro hasta el piso de arriba... Pronto me doy cuenta de lo que esto significa. Interrumpo mi cena y salgo corriendo. Corro hacia donde los pies me lleven, necesito alejarme del mundo, no puedo estar cerca de la gente sin hacerles daño. Y, sobre todo, no puedo volver a casa sabiendo que soy una amenaza para ellos.

No soy consciente del tiempo que me he estado moviendo, ni de la velocidad a la que iba. Me encuentro en la sierra, he debido ir hacia el norte..., muy hacia el norte. Veo un cartel en la carretera: "Rascafría". No sabía que pudiera correr tan rápido, desde Fuenlabrada hasta el norte de Madrid en lo que dura un ataque de pánico. Me dirijo andando a una zona alejada del pueblo, en las montañas. Un trozo de campo donde no encuentro ni un alma. Me parece el sitio perfecto para tumbarme sobre una roca a despertarme de esta tremenda pesadilla. La confusión y el cansancio me hacen caer pronto en un estado de sueño profundo.