sábado, 19 de septiembre de 2009

15 de septiembre de 2009

Suena el despertador. Hoy vuelve a tocar cita con el loquero. Desayuno, me visto y voy andando tranquilamente a la consulta. Llega mi turno, y me siento cómodamente en el sillón. Se coloca a mi lado y me pregunta cómo me encuentro hoy. Le respondo que un poco mejor, y sigo con mi pequeña historieta que anduve inventando de camino hacia aquí.

Me escucha muy concentrado, sin dejar de mirarme a los ojos. A veces tengo la extraña sensación de que más que concentrado lo que está es ausente, mirando a través de mí y sin escuchar una sola palabra de lo que le digo. Para comprobarlo, continúo en el mismo tono que llevaba: "Y entonces una girafa de chocolate me preguntó a dónde iba con esa cestita". Su expresión sigue siendo la misma, y queda confirmado. No me escucha. Me callo, permanezco unos minutos en silencio esperando a que se percate.

-Supongo que esta sesión no me la cobrarás -salto, elevando el volumen normal de voz. Parece que por fin sale de su trance.
-Perdona, no sé qué me ha pasado...
-¿Te encuentras bien?
-Sí, bueno... No he dormido muy bien, ¿sabes? Pero bueno, no sé qué hago contándote esto, seguramente te importe más bien poco.
-No es necesario estudiar una carrera de cinco años para aprender a escuchar y ayudar a la gente.
-Te lo agradezco... Pero no me hagas la competencia, ¿vale?- bromea. Parece que ya se encuentra mejor.
-Si quieres postponemos esta sesión hasta mañana... Creo que será lo mejor.
-¿No te importa?
-Para nada -cojo mi bolso y mi cazadora, le doy un beso en la mejilla y me dirijo a la puerta.
-Soñé contigo.
-¿Perdón?
-Anoche... Tuve pesadillas en las que aparecías tú. Venías a consulta como un día normal. Te transformabas en una especie de monstruo y me comías vivo.
-¿Y tú eres el psicólogo? Eso es por la broma de los vampiros... Se te quedó grabada y tu inconsciente la sacó en tus sueños.
-Cierto... Seguro que es eso. Pero es que era tan... tan realista... tan agobiante...

Me acerco a consolarle. Me siento a su lado, y con el dedo índice de mi mano derecha en su mentón dirijo su mirada hacia la mía.
-¿En serio piensas que tengo cara de monstruo? -le pregunto, mientras sonrío.
-No, para nada... -responde, y se muerde el labio inferior.
-¿En qué piensas?
-En que me apetece besarte.

Sonrío, le dedico un "hasta mañana", y salgo hacia la calle. Hace bastante viento y está el tiempo lluvioso. Me veo reflejada en los coches, y mi pelo sigue impecable. A veces se me olvida que ya no poseo los defectos físicos que tenía antes; mi pelo está siempre perfecto, mi cuerpo se va esculpiendo, mis rasgos faciales son más finos y precisos... Pero tiene que haber algo más. Antes tenía que esforzarme mucho más para atraer a los chicos, y últimamente parece que caen hechizados automáticamente al verme.

Llego a casa y me vuelvo a la cama. Me despierta mamá a la hora de comer. Tengo una llamada telefónica. Es el psicólogo, que disculpe su comportamiento de esta mañana, que no volverá a pasar. Y que mañana me espera a la misma hora. Tanto madrugar para nada va a acabar conmigo.

Paso la tarde sentada enfrente del ordenador, pensando en por qué hace tanto tiempo que no sé nada de Clara. ¿Le habrá pasado algo? Recuerdo todas las habilidades que gané al convertirme en lo que sea que soy ahora, y pronto rechazo la idea de que a ella le hayan podido ir mal las cosas. Tal vez simplemente se haya olvidado de mí.

Pensar en esto me apena bastante, así que busco algo en lo que mantener la mente ocupada. Me conecto a cinetube para ver alguna película. "La naranja mecánica" me parece una buena elección. Malditos 72 minutos máximos de megavídeo que me obligan a ver la película fraccionada. De todos modos, no es tan interesante como imaginé. Llamadme rara, pero no me gusta. Se me corta el argumento cuando el protagonista se convierte en un niño bueno, y se me devuelven las tripas. No esperaré para enterarme del final, la verdad es que me importa poco.

Abro Tuenti y empiezo a responder comentarios y mensajes que me han llegado. En estas ando liada, cuando me trae mi hermano el teléfono; es para mí:
-¿Diga?
-¿Debbie? Soy yo otra vez, Héctor...
-¿Perdón?
-Tu terapeuta.
-Ah, sí, dime.
-Tengo que verte, es urgente. ¿Puedes reunirte conmigo a las 10? Paso a buscarte, no te preocupes. Tengo tu dirección en la ficha -¿A qué vendrá tanto misterio?
-Vale, pero me estás asustando. ¿Ha ocurrido algo?
-Nos vemos entonces. Hasta luego- concluye, y cuelga.

No ha respondido a mi pregunta. Lo he notado un poco alterado. ¿Por qué me llama a mí? ¿Se toma esas confianzas con todos sus pacientes? Bueno, son ahora las 9, debería ir cenando (sí, mamá me sigue obligando) y dándome una ducha.

Da la hora, y salgo de casa. Uso la puerta, como haría cualquier persona, y bajo en ascensor. Es un medio que resulta bastante lento, pero tengo que andarme con cuidado. Llego abajo y él aún no está. Me toca esperarlo: cinco, diez, quince minutos... Un coche negro para en la calle a mi lado y suena la bocina. Es él. Me subo en el asiento del copiloto y echa a correr.

-¿Te importa que te lleve a mi casa?
-¿Haces esto con todos tus pacientes?
-Sólo con los que tienen unos ojos tan misteriosos -bromea. ¿O tal vez no? ¿Será ésa la clave que buscaba yo esta mañana?

Conduce hasta Pinto y aparca el coche en una calle ancha y concurrida. Desde allí, andamos unos metros hasta su portal. Subimos, un segundo piso sin ascensor, y abre la puerta. La casa parece un catálogo de Ikea en vivo. Un salón en rojo y negro con sillones ultra grandes y mesas hípermodernas. Me da permiso para visitar el resto de estancias. Un único dormitorio, estilo oriental, con una cama baja y un armario tipo japonés; las cortinas color crema repletas de kanjis y escritura kana (katakana, usada en el idioma del país del sol naciente para escribir extranjerismos o resaltar palabras). Un gran espejo enfrente de la cama rompe todo el posible feng shui de la habitación.

El cuarto de baño es más grande que mi propia habitación. En un estilo rústico, posee una ducha de hidromasajes y un pequeño jacuzzi biplaza. Finalmente me dirijo a la cocina, donde se encuentra mi anfitrión. Parece que está terminando de cocinar algo, pero aún así la mantiene impecable.
-Espero que te guste la cocina italiana.
-Si te digo la verdad, ya comí antes de salir de casa.
-Oh vaya, menuda metedura de pata por mi parte.
-Si te hace ilusión puedo probarla. ¿Forma esto parte de la terapia? -me río. Parece como si mi madre y él se hubieran compinchado para hacerme coger unos quilos.
-No te preocupes, más para mí.

Se sienta a la mesa a comer, y yo espero tirada en el sofá hasta que termina. La verdad es que tiene una pinta... Añoro los tiempos en que disfrutaba de la comida, y no me importaba cenar dos veces. Mientras termina, empiezo a curiosear las fotos colocadas por la casa. Según me voy parando en una u otra, él me comenta: "Esa foto es de hace diez años, de pesca con mi tío Fermín", o "Ése es mi primo Gorka, y ése otro un compañero de la facultad".

Recoge la mesa, y se sienta en uno de esos sillones reclinables.
-Bueno... ¿Qué? -mi tono de voz suena borde.
-Esta mediodía cuando te llamé... Llevaba un rato soñando despierto contigo.
-Vaya obsesión que tienes.
-Sabía exactamente qué ropa llevarías puesta ahora. También supe que estabas dormida en ese momento. Y por cierto, La naranja mecánica es una película cojonuda.
-Eso lo dices tú porque eres psicólogo. Pero no creo en el condicionamiento clásico hasta ese nivel.
-Es perfectamente discutible lo que me dices, pero no te he traído para hablar de eso. De algún modo, me siento psíquicamente conectado a ti. No sé hasta qué punto es una obsesión en vez de una realidad. Eres especial.
-¿Y adónde quieres llegar?
-Quiero comprender lo que pasa. ¿Tienes algún tipo de superpoder o algo que merezca la pena saber?
-Vale, ya he oído suficiente. No he venido aquí para que te rías de mí. Buenas noches -me hago la indignada y abro la puerta de la calle.
-¡Espera! -me sujeta del brazo- No era mi intención ofenderte.
-Juegas a urgar en la cabeza de los demás y decirles cómo tienen que llevar su vida, pero aquí el único loco eres tú.
-Por favor, no te vayas.

Le ignoro. Bajo las escaleras y en dos minutos ya he llegado al barrio. Aparezco tras unos cubos de basura y me dirijo hacia casa. Es apenas medianoche, y hay un señor sentado en uno de los bancos de enfrente de mi portal. Me resulta familiar, pero creo que no es de aquí. Me mira fijamente unos segundos y saca su teléfono móvil del bolsillo. Ahora finge que no estoy y le veo hacer una llamada. Mierda, se me había olvidado cenar hoy. Y este tipo está tan a huevo... Pero no, aquí tan cerca de casa no me parece una buena idea. Doblo la esquina al edificio para que no me vea y echo a correr en dirección norte.

Llego a Madrid, y me cuelo en una casa cualquiera. Parece que está vacía. Oigo unas llaves al otro lado de la puerta de entrada. Alguien está abriendo. Una chica joven y borracha cruza el umbral y llega al salón principal. Yo estoy escondida detrás de una cortina. No paro de oír risas tontas, y veo detrás de ella a un tipo bastante chulo que la lleva hacia el dormitorio. Les sigo sigilosamente y espero entre a las sombras mientras practican el coito. Ella está que no se entera de mucho. Se quitan la ropa y él le pide una felación. Ella se la hace durante un tiempo, y luego le pide se ponga un preservativo para llegar hasta el final. Apenas unos minutos y el chico ha terminado, se levanta y se va al baño. Estúpido, ni siquiera se ha dado cuenta de que hace un rato que ella se quedó dormida.

Se mete en la ducha y entro yo detrás. La mampara es translúcida y no se distingue lo que hay al otro lado. Me confunde con ella, y me empieza a alabar la sesión de sexo. Desde luego, cuanto más aparentan por fuera, menos dan en la cama. Qué asco de hombres, de verdad. Espero en silencio de pie enfrente de la ducha. Cuando termina y abre la puerta de la mampara se soprende de verme allí, pero con el ciego que lleva no es consciente de que una intrusa se ha colado en su casa y está a punto de acabar con su vida. No hay adornos esta vez; no haré ningún tipo de interpretación. Simplemente lo sujeto y le rebano el cuello de un mordisco. Un imbécil menos en el mundo. No hay mucho que limpiar, da gusto cuando mueren desangrados tan limpiamente. Regreso a casa y me meto en la cama.

No hay comentarios: