domingo, 29 de junio de 2014

Febrero de 2012

Han pasado varios meses desde que vivimos a los pies de Adrián en su mansión. Constantemente hay renovación de vampiros: los débiles caen, los fuertes seguimos y llegan nuevos cada vez. Continuamos con la búsqueda de los caídos a manos de aquella criatura que casi acaba con mi vida, así como con los entrenamientos sobrehumanos. Él nos está enseñando a dominar y potenciar nuestros poderes, a controlar la sed. Algo en lo que yo no había pensado: si te alimentas en mayor cantidad, puedes hacerlo con menos frecuencia o disfrutar de un poder mucho mayor.

Tal vez os estéis preguntando qué ha sido de mis amigos. Gary continúa entre nosotros, flipándolo con todo lo que está aprendiendo y descubriendo; y Beatriz se resiste a morir, pero se la nota apesadumbrada, especialmente cada vez que mata. Sé que no es feliz, que no disfruta con esta segunda vida que le he regalado. Estoy deseosa de que llegue el día en que podamos salir de aquí y enseñarle los placeres de este nuevo estado. Yo siento el poder que alberga dentro, brilla con una luz propia. En cada ejercicio de entrenamiento, logra hacerme sentir orgullosa como cualquier madre lo estaría de los méritos de su propia hija. Poco a poco va perdiendo humanidad, cosa que le cuesta bastante. Pero tras la muerte de Fabio en una batida en la que rescatamos a otro vampiro desaparecido, parece que va logrando olvidar lo que fue antes de convertirse.

Yo hasta ahora no me he vuelto a meter en problemas ni a cuestionar las decisiones ni las maneras de obrar de Adrián. Con el aumento de mis capacidades que he ido sintiendo esta última etapa estoy aprendiendo a controlar lo que mi cerebro expresa abiertamente y a ocultar en lo más profundo de mi psyque lo que no quiero que los demás escuchen. Delante de él, caras de póker. Si sonriera sería sospechoso, pues ya sabéis que él tiene conocimiento de todo el rencor que le guardo por privarme de libertad. Pero le sirvo sin chistar, obedezco cada una de sus órdenes, que no son pocas ya que hubo un tiempo en que acostumbraba a ponerme a prueba.

Hubo un día, uno de los previos a Navidad, que me hizo entrar en un centro comercial disfrazada de sexy Mamá Noel. Una vez allí, tenía que conseguir despistar a un niño para que se separara de su madre, alimentarme de él a escondidas, y colgar su cadáver de una soga justo encima de los Reyes Magos que se hacían fotos y recogían cartas de otros niños.

En otra ocasión, me llevó a un club de putas a fingir que nos emborrachábamos juntos. Pagamos el servicio a cuatro chicas y nos las subimos a una habitación a las cuatro. Todo lo que allí sucedió fue por orden del ingenioso jefe, que amenazó con matarme si no le obedecía. A decir verdad, no sentí nada al realizar su voluntad. Ni me repugnó, ni me divirtió. Lo hice como quien se prepara un sandwich de pavo, con las mismas ganas. Sin utilizar mi poder de persuasión, eché el pestillo y le coloqué un cuchillo en la mano a una de las fulanas. La animé para que acribillara con él a una segunda, bajo la amenaza de que si no lo hacía mataría lentamente y haciéndolas sufrir bastante a sus dos compañeras, mientras que una de ellas estaba siendo violada por Adrián y la otra lloraba en una esquina. No podían gritar, porque en el momento en que lo hicieran sabían que las mataríamos a ellas y a todo el mundo que hubiera en el burdel. Al principio se negó, pero luego obedeció, después de que tuviera que demostrarle que iba en serio, abriendo un agujero en el vientre de una de sus compañeras y haciendo salir sus tripas por él, mientras seguía con vida. A continuación, la que había sido violada tuvo que comerse las tripas de la chica ya muerta, cosa que le hizo vomitar del asco. Este gesto le cortó el rollo a Adrián, pues parece ser que no contaba con él, y finalmente nos abalanzamos cada uno sobre una de las que quedaba con vida y les hincamos los colmillos y bebimos de ellas hasta matarlas.

Anécdotas como éstas puedo contar por decenas, pero últimamente parece que va asumiendo que soy dócil y no necesita pruebas constantes de mi lealtad.

Respecto a David, por suerte o por desgracia continúa entre nosotros. No sé si es buena noticia o mala, pues tras un breve periodo de tiempo tras su traición hacia mí dejó de importarme lo más mínimo su existencia y sus acciones pasadas. Lamento deciros que me he vuelto fría como el hielo. Especialmente en cuanto a sentimientos positivos, me cuesta albergar emociones más allá de las meras necesidades biológicas. Cuando tengo hambre me vuelvo más irritable, cuando el cuerpo me pide sexo me convierto en una chica dulce y encantadora hasta que consigo mi objetivo. El único atisbo de humanidad al que me aferro es Beatriz. Ella me hace tener ganas de seguir con esto, de que acabe y empezar de cero. Podría llamárselo "ilusión". No es que me sienta identificada con ella en absoluto; tal vez es que mi corazón siempre necesite alguien a quien amar para no convertirme en un monstruo. Y ya que me arrebataron a los que más me importaban... Ella es tierna, compasiva, muy empática y atenta. Son cualidades de las que hace tiempo que carezco, pero que no dejan de maravillarme. Aún tras todo lo que le ha ocurrido, aún se ruboriza ante los piropos de los hombres y se enoja ante las injusticias que publican en los telediarios. Se pone tan bonita cuando se enfada...

Cuando salimos de caza cada noche, yo me sirvo de varias víctimas. Juego con ellas, las seduzco, algunas veces incluso me los meto en la cama. Resulta divertido, además de que así son más apetitosas. Sin embargo, ella siempre va en busca del más desgraciado, al que nadie echará de menos y quien probablemente ya espere poco de su vida. Se limita a conocerlos un poco para asegurarse de que ha elegido la mejor opción, les pide perdón y se los come sin un gramo de emoción. Uno cada noche, lo justo para no desfallecer. A mí aún me odia por todo lo que he hecho de ella, pero me acepta porque soy lo único que tiene.

Dos veces por semana la acompaño a visitar a su familia. Estaban muy unidos, y parece que no llevan nada mal que su hijita se haya mudado a una residencia de estudiantes y la vean con menos frecuencia. Es la excusa que se inventó. No quiere aún hacerles asumir su muerte, ni que es un monstruo, porque es algo que no parece haber asumido ella misma. Su red familiar es bastante amplia: tiene cinco hermanos, tres sobrinos, cuatro tíos y nueve primos. Todos en un entorno cercano a su hogar. Son gente maravillosa, súper atenta, encantadora. Eso explica las cualidades de mi querida.

Bueno, pues ahora que os he puesto al día con la situación actual, ya puedo proceder a relatar lo que está aconteciendo en esta última temporada. Si bien rompe con nuestra rutina, no sé aún qué color va a mostrar este cambio, ni si va a ser beneficioso para mí o todo lo contrario.

Hace unas semanas, apareció por aquí un vampiro nuevo para nosotros. Era alto, de pelo castaño y cuidado, ojos miel y piel tostada, que vestía de cuero negro y botas de punta. Adrián le asignó su propia habitación y él se quedó en una de las nuestras. Nunca se reunían en presencia de los demás, siempre a solas y sus conversaciones las mantenían en un hilo de voz inaudible para cualquier humano. Nos intrigó a todos, puesto que creíamos que Adrián era algo así como un ser superior y todopoderoso, pero en presencia de este tal Marius parecía un don Nadie. Toda la arrogancia y prepotencia que desbordaba normalmente, ahora se ven calmadas y tapadas bajo un manto de sumisión y respeto por el invitado.

Durante su estancia con nosotros, Marius nos ha mostrado su faceta atenta, divertida. Con él la fiesta es continua, siempre con la música a toda leche, la sonrisa en la cara y animando a todo el mundo a bailar. Disfrutaba haciéndose pasar por humano y celebrando así con más humanos, por lo que pronto la mansión se llenó de mortales, unos vivos y otros ya muertos, lo cual no pareció agradar mucho a Adrián. Esto era su fortaleza, y ahora había llegado el otro para hacer y deshacer a su antojo.

Los entrenamientos han cesado temporalmente, Adrián se aisla en su cuarto, y los vampiros de la casa, que seremos ahora en torno a treinta, reímos, cantamos, bailamos y jugamos a todas horas.

Hace dos noches Marius me invitó a dar un paseo en su compañía. No es del tipo de hombre que a mí me pueda parecer atractivo, pero hay una luz en su mirada que hechizaría a cualquiera. Además, si el mismo Adrián lo teme, no me parecía gran idea rechazar ninguna propuesta de su parte. Al atardecer me vestí con un corsé verde y una minifalda blanca con mucho vuelo, muy alegre. Me hice un semirrecogido de pelo hacia un lado con bucles cayendo por la cara, y lo adorné con unos pendientes que colgaban hasta casi los hombros. Él siempre viste tan pulcro que no podía no estar a la altura.

Me llevó en limusina hasta un restaurante en el centro de la capital. Durante el viaje, bebimos cava y escuchamos jazz. Él buscaba mis manos con las suyas, y yo trataba de no hacerle el feo apartándome, pero evitaba su mirada. No podía hacerle ver que todo me parecía un paripé.

Llegamos a un local bajo de grandes cristaleras. Desde fuera se veía la decoración del restaurante: paredes pintadas en rojo pasión, una gran cascada al fondo, tras un escenario donde un guitarrista, un batería, un contrabajista y un saxofonista tocaban un delicioso blues. La música era audible desde fuera. Entramos, y un camarero uniformado en rojo y negro nos recibió y nos ubicó en la mesa más apartada de la luz y de la gente. Un biombo blanco translúcido nos escondía del resto, y tan sólo nos dejaba ángulo para disfrutar del espectáculo que tenía lugar en el escenario. Nos trajo la carta, y se fue a atender otras labores mientras nos decidíamos.

La canción terminó, y una joven morena de grandes ojos verdes subió a escena para unirse a los músicos. Tenía una voz angelical pero con mucha fuerza, y cuando ella cantaba el público guardaba silencio, la escuchaba y dejaba escapar alguna que otra lágrima de emoción. Yo ojeaba la carta, desconcertada por la situación. Ninguno de los manjares que ofrecían se parecía ni de lejos a lo que a mí me apetecía. Marius, sin embargo, no apartó la vista de la artista en lo que duró su primera canción. Cuando terminó y la sala estalló en aplausos y vítores, mi compañero se levantó y fue en busca del camarero que nos atendió. Le extendió un par de billetes naranjas a hurtadillas mientras le susurraba algo al oído. La cara de espanto del muchacho se disipó en cuanto hicieron contacto ocular. Era un truco fácil, yo lo había usado en bastantes ocasiones.

Al rato de volver Marius junto a mí, llegó el empleado a la mesa del brazo de la chica que cantaba y con dos copas grandes vacías en la mano. Ambos se sentaron con nosotros, y comenzó a transcurrir una charla eventual bastante animada. Risas, indirectas pícaras, miradas viciosas...

-Mi amiga tiene sed- dijo Marius al camarero mientras me miraba con una agradable sonrisa.
-Oh, perdone mi descortesía- el muchacho situó una de las copas bajo la barbilla de Marius y le ofreció su mano. Éste mordió su muñeca hasta hacerla sangrar y llenar media copa. Luego él mismo me la entregó y comencé a beber a sorbos pequeños.

La chica que nos compañaba supe después que se llamaba Lucía. Un nombre muy apropiado para una persona que desprende tanta luz propia. En ningún momento se alteró ni se puso nerviosa. Es como si le pareciera normal la situación. Estaría bajo el embrujo vampírico, al igual que el otro.

Una vez hube acabado mi copa me sirvió otra, y otra, y otra más, hasta que a la quinta se puso pálido y se desmayó. Marius le colocó cien euros más en el bolsillo de la camisa y salimos de allí los tres.

Nos llevaba a cada una de un brazo, paró un taxi y subimos. Le dio la dirección y el taxista se puso en marcha, hasta llegar a una gran sala de fiesta. A la hora de pagar le dejó una generosa propina, que el hombre aceptó con una gran sonrisa y muchas palabras de agradecimiento. A Marius le encanta presumir de riqueza y de encantos. Por lo que observé en toda la noche, eso le da más placer que el sexo o la sangre. Es un ser muy materialista.

Una vez dentro me hizo participar en su juego. Pronto comprendí lo que pretendía que hiciera, y me resultó hasta divertido. Empezamos a bailar esa birria de música que ponen ahora en todas partes para que los jóvenes arrimen cebolleta. Mientras meneaba las caderas, me quedaba mirando a un grupo de chavales de no más de veinte años que reían y bebían ron con cocacola. Ellos me devolvían la mirada, y se daban codazos unos a otros mientras se señalaban los unos a los otros la dirección en la que me encontraba. Eran cinco, altos, morenos, de complexión fuerte y rasgos faciales aniñados. Me dirigí a la barra y pedí seis cubatas. Eché en cada uno de ellos un par de pastillas que me había proporcionado Marius (sin que ellos se dieran cuenta) y removí con una pajita hasta que se hubieron disuelto. Volví a mirar en su dirección, y parecía que uno de ellos ya estaba dispuesto a acercarse a hablar conmigo, mientras los otros lo seguían tímidamente. Hice un gesto con el dedo para que se acercaran, y eso los animó a venir a mi lado.

-Chicos, a esta ronda invito yo, tomad. ¡Salud!
-¡Chin chin!- respondió uno.
-¡Salud!- dijo otro.
-El que no apoya no folla- comentó un tercero entre risas. Todos se apresuraron a apoyar el vaso en la barra antes de echar el primer trago. Yo hice lo mismo, mientras les dedicaba una mirada de inocente lascivia.

Continué largo rato bailando con ellos, viendo cómo poco a poco el LSD iba haciendo más efecto en sus cuerpos mortales. Sin embargo, a mí no me afectó de ninguna manera, como era de esperar. Cuando fui a buscar con la mirada a Marius y a Lucía, no estaban donde esperaba encontrarlos. Por lo que supuse que ya era el momento. Invité a los chavales a acompañarme, y los llevé afuera. Marius me había dado las señas de un hotel que había a una manzana de allí, aunque debido al colocón que llevaban tardamos casi quince minutos en llegar. Nada más entrar en el recibidor parecía como si la recepcionista ya supiera que iba a ir, me entregó una llave y me dio un número de habitación.

Entramos en un montacargas y marcamos la octava planta. Una vez arriba, hubo que atravesar un largo pasillo hasta llegar al destino. Ellos no decían nada, continuaban riendo y bailando como si la música aún los acompañara. La habitación no era precisamente pequeña. Constaba de dos compartimentos: al entrar una amplia sala con un sofá de tres plazas y uno de dos, y delante una pequeña mesita de cristal. A la izquierda una puerta, y un dormitorio con una cama de matrimonio llena de pétalos de rosa. Más allá un jacuzzi y una cristalera que daba a un pequeño jardín privado con piscina climatizada. En el agua, Marius y Lucía se comían la boca con ternura mientras él acariciaba los pechos desnudos de ella. Los chicos seguían flipando y yo no sé si se dieron cuenta de dónde estaban o seguían en la discoteca. Me giré de cara al que parecía más joven de los cinco, lo agarré por la cintura con firmeza y le besé los labios con pasión. Sin despegar mi boca de la suya me desaté el corpiño dejando mi pecho al aire, e invité a otro de ellos a terminar de desnudarme. Con manos torpes, mientras uno me besaba y me acariciaba, el segundo trataba de encontrar la cremallera de la falta. Como no lo logró, optó por sacármela por la cabeza y después desnudarse él.

En una pausa, me dirigí a la piscina y salté de cabeza, y la presión del agua a lo largo de mi cuerpo me hizo perder la ropa interior. Todos los chicos se desnudaron y entraron tras de mí, y mientras unos me tocaban, otro me penetraba, y otro me servía de alimento. El agua se fue turbando en rojo y uno a uno fueron muriendo en mis brazos mientras mi vagina sudaba y mis labios se ensanchaban. No comprendí de entrada lo que me estaba pasando, pero me sentí mareada y como si estuviera en un mundo abstracto, todo me daba vueltas y la belleza de las cosas era desproporcionalmente superior a la real. Los cadáveres flotaban y los lancé con fuerza hacia fuera de la piscina para abrirme paso y llegar donde mi compañero y la dulce cantante permanecían ajenos a todo. La sensación de colocón era nueva para mí, pero no duró mucho, supongo que por mi capacidad de curación.

Llegué a su lado y contemplé cómo él la penetraba por detrás, mientras ella seguía inmóvil. Al poco tiempo, cuando mi cerebro se hubo recuperado de la intoxicación, quise unirme al juego y lamer el cuerpo desnudo de ella. Empecé por el cuello, bajé por el pecho, pasé al otro lado..., hasta que vi las heridas por las que se había desangrado. Aún estaba caliente, y Marius seguía gozando del sexo con ella, pero cuando me di cuenta de que llevaba un rato muerta la desechó a un lado y empezó a montárselo conmigo. Para él era todo totalmente natural, y yo ya no me escandalizaba por nada. Mi cabeza aún hacía que el mundo girase lentamente a mi alrededor, y los orgasmos que tuve vaciaron la mitad de la piscina. Era suave, era dulce, atento, cariñoso..., pero daba un gran morbo y un gran placer. Cuando hubimos terminado, salió del agua, se dio una ducha y se encendió un cigarro. Agarró la billetera tras rebuscar entre la ropa del suelo y me pagó como si fuera una prostituta. Después, me pidió que me fuera y lo dejara solo. Así lo hice, me aseé, me vestí y volví a la mansión lo más pronto posible para no hacer mosquear a Adrián.

jueves, 12 de septiembre de 2013

De cómo Adrián llegó a vampiro.

En Sinaia, unos kilómetros al sur de Brasov (Rumanía), en el año 1897 nacía un niño en una humilde familia de campo. Un matrimonio joven que tenía ya una larga prole a su cargo daba a luz a un niñito rubio de ojos verdes y nariz respingona. No sabían cómo, pero a pesar de los pocos recursos económicos saldrían adelante.

Tenían un pequeño huerto que les abastecía de víveres para comer casi todos los días, pero a medida que los niños crecían estas míseras cantidades se volvían insuficientes. No podían ir a la escuela, pues se requería la ayuda de todos los pequeños para trabajar el huerto y alimentar las gallinas. Por suerte, la tierra era muy rica y las lluvias abundantes, lo cual facilitaba bastante la labor. Pero las hermanas de Adrián salían a hacer las labores en casa de un par de familias adineradas a cambio de un pequeño jornal que venía muy bien para pagar los víveres que no salían de sus tierras.

La hermana mayor, Andreea, de quince años, trabajaba en la finca de los Stan, que habían hecho fortuna negociando con piel de vaca. Hacía las camas, preparaba la comida, limpiaba la casa, y de vez en cuando servía en la cama del padre de familia, Alex Stan, cuando la señora salía a negociar con nuevos clientes.

Al principio se resistía, hasta que comprendió que no servía de nada, excepto para que el dolor aumentara. La vergüenza cada día se hacía más grande, pero en su casa no sabían nada. El día que decidió contárselo a su madre y dejar el empleo acabaron discutiendo. No debía ser tan egoísta, tenía que pensar en los suyos y en la falta que les hacía el dinero.

Un buen día, teniendo nuestro protagonista diez años, se presentó en su casa un señor con pinta de adinerado y pretensiones de hacer negocios con los padres de la familia. Dejaron a los niños fuera de casa y sirvieron al visitante un poco de sopa y un vaso de vino. Adrián y dos hermanos más se asomaron a la ventana con intención de escuchar, pero apenas podían oír palabras sueltas. Su padre se enfureció y empezó a gritar, y apartir de aquí la conversación se volvió más acalorada.

-¿Acaso cree que voy a ponerle precio a mis hijos y vendérselos como si fueran esclavos? ¡Largo de mi casa! ¡Qué poca vergüenza!
-Disculpe señor -el visitante mantenía las formas en todo momento-. No se trata de ningún trato negociable. He venido a informarle de que me llevo a uno de sus hijos y debería darme las gracias de que por lo menos le pagaré con generosidad por su sacrificio.
-No hay dinero en el mundo capaz de sustituir el amor de uno solo de mis vástagos.

El señor puso encima de la mesa una maleta y la abrió con precaución. Estaba llena de fajos de billetes, más dinero del que cualquiera de la familia pudiera llegar a soñar en ningún momento de sus vidas. El padre se sentó, se apaciguó y lo reflexionó.

-Bueno, si es inevitable..., parece que con esto saldríamos de la miseria... -Trataba así de engañarse a sí mismo.
-Eso está mejor. Es un placer hacer negocios. ¿Les ahorro el mal trago de elegir cuál de los ocho dejará de ser hijo suyo?

De repente se oyó un golpetazo en una salita contigua a la cocina. Se acercaron a mirar. Había sido Adrián, que había caído por la ventana hacia adentro en su afán por pegar la oreja en la conversación. Con las voces que había dado su padre, fue perfectamente capaz de entender qué es lo que había pasado. Tanto él como sus dos hermanos lloraban sin cesar mientras el señor decidió llevárselo a él y lo levantó en brazos.

-Éste me vale. Pronto se volverá grande y fuerte, tiene buen fondo. Me servirá bien.

Los otros dos niños se lanzaron a darle patadas tratando de evitar que los separasen, mientras el matrimonio permanecía inmóvil y sin apenas pestañear. Marius (así se llamaba el extraño) salió de la casa con un niño amarrado a cada pierna, y cuando fue a abandonar la puerta a la finca, al ver que no se desprendían de él, lanzó una patada al aire que hizo volar a uno de los críos, el cual acabó aterrizando al pie de la caseta de herramientas. Sonó un "crack"y su cuello se partió. El otro chiquillo se soltó sin más mientras gritaba y lloraba por su hermano muerto, el otro que le robaban y la impotencia de no poder hacer nada al respecto mientras sus propios padres observaban en un segundo plano pareciendo no darle importancia.

Subió a Adrián al caballo que le esperaba fuera y montó tras él. Empezaron a cabalgar por un camino que pronto salía del pueblo y se dirigía a las montañas. Durante los dos días que duró el viaje el muchacho no paraba de llorar. Marius era un hombre muy paciente pero acabó perdiendo los nervios y soltándole un bofetón que hizo que le sangrara la nariz. En cuanto la sangre comenzó a brotar se tapó la cara con la mano intentando no oler, como si aquello le desagradara. El pequeño Adrián no comprendía nada pero se enjuagó los mocos, secó sus lágrimas y mantuvo silencio hasta llegar al destino.

Llegaron a un castillo de altas almenas. Un puente colgante pasaba por encima de un foso sin agua. Una vez dentro, otro señor de aspecto impecable los esperaba con ilusión. Era alto, fuerte, moreno, con los labios finos y los ojos penetrantes.

-Bienvenido muchacho. ¿Cuál es tu nombre?
-...
-No quieres hablar, ¿eh? Mira, yo soy Nicolae, y él es Marius. Te preguntarás qué queremos de ti...
-Quiero volver a casa -pronunció el niño entre llantos.
-Ya estás en casa. Tus padres no te quieren, te vendieron por cuatro billetes. Está claro qué es lo que más les importa.
-¡Eso es mentira!
-Cállate mocoso. Ahora nos perteneces. Podemos hacer esto de forma divertida y relajada o por las malas. Sólo de ti depende. Te encargarás de limpiar para nosotros, entretenernos cuando nos aburramos y darnos de comer cuando nos apetezca un dulce.
-Yo... No sé cocinar.
-Ja, ja, ja. No hace falta que cocines. Te enseñaremos todo lo que debas saber, no te preocupes. Mira..., ven.

Tembloroso, Adrián se acerca a su nuevo amo, quien le susurra al oído:

-Si te portas bien, te daremos cuanto nos pidas. Podemos ser muy generosos, y muy cariñosos. Pero tienes que ganártelo. Ven, tiéndeme la mano.

El niño obedece, y Nicolae le coloca un trozo de queso, y después usa su propia mano para cerrar los dedos del pequeño y sujetarlo. Al mismo tiempo, acerca su boca a la muñeca del chico y le pega un lametazo. Adrián intenta retirar el brazo pero resulta inútil, pues el otro es mucho más fuerte.

-No te resistas, va a ser peor. ¿No quieres que nos llevemos bien?

El pequeño asiente con la cabeza, y el amo le muerde por encima de la mano haciendo brotar un fino hilo de sangre. Se lo ofrece a Marius, quien lame suavemente el líquido rojo que sale y acaba sellando la herida y succionando de ella.

-Lo estás haciendo bien, pequeño -las palabras de Nicolae no logran consolar a Adrián, quien estalla en llantos y gritos. Marius le suelta, y el niño echa a correr. Tropieza con un escalón y cae al suelo. Nicolae lo alza en brazos y lo lleva a su habitación. Lo tiende en la cama y le deja descansar.

***

Durante los diez años siguientes, Adrián se convierte en el esclavo de Marius y Nicolae. Es su sirviente, su criado, su chico para todo, o como lo queráis llamar. Se convierte en un experto limpiando, sirviendo en sus fiestas y atendiendo a sus invitados. 

A sus amos les gusta dar fiestas para presumir de todas sus riquezas. Además, siempre acaban conociendo bellas señoritas que Marius se lleva a la cama antes de devorar toda su sangre. El muchacho se encarga de deshacerse de los cadáveres. De vez en cuando, él mismo sirve de alimento. Mientras se comporte y no suponga ningún problema, ellos lo tratan bien. Le dan comida en abundancia, ropas de gran calidad, e incluso le dejan estudiar y hacer amigos. Pero tiene prohibido hablar de las cosas que ocurren en el castillo. Adrián lo comprende, y por el miedo que les tiene, prefiere no hacerles enfadar.

Desde los trece años, comparte habitación y lecho con Nicolae. Al principio, tras cada violación, le agasajaba con regalos, cenas copiosas y ciertas libertades. Luego fue perdiendo interés en él y lo dejaba más a su aire.

Adrián disfrutaba yendo a pescar, leyendo novelas de aventuras y recogiendo flores que luego iba regalando a las mozas del pueblo próximo. Un día, en una de sus excursiones, conoció a María. Era un año mayor que él, con el cabello rubio y rizado, los mofletes sonrosados y una mirada inocente. Era una chica risueña, que disfrutaba de los paseos por el campo con Adrián, y pronto se enamoraron. Él gozaba de la confianza de sus amos porque nunca les había traicionado, pero ella tenía que salir a escondidas, pues sus padres ya tenían pactado su matrimonio, el cual se iba a llevar a cabo dentro de no mucho.

Pertenecía a una familia adinerada y ciertamente prepotente. Cuando sus padres salían, ella se escapaba para ver a Adrián. No podían verse en casa porque tenía más hermanos, y él no quería llevarla al castillo para protegerla de sus captores. De este modo, los encuentros sucedían siempre en íntimo contacto con la naturaleza. Durante meses mantuvieron el noviazgo en secreto. 

Un buen día, al llegar de vuelta al castillo dando zancadas de felicidad por su amorío con María, encontró un nuevo huésped. Se llamaba Florin y contaba siete primaveras. Como Adrián en sus comienzos, no paraba de llorar. Pedía volver con sus padres, pero ellos se lo negaron. 

-Lo siento amor, te mudas de habitación -Nicolae se dirigía a Adrián -. Este muchacho tan dulce te sustituirá en mi lecho.

El joven comprendió lo que eso significaba, pero no el alcance de todas las consecuencias. Era la mascota de Nicolae, y si éste ya no lo necesitaba, ¿qué iba a hacer de él? Por lo pronto, cambiar de habitación. Todas sus cosas ya habían sido trasladadas a otro dormitorio, y no pudo evitar sentir lástima por el fin de esta etapa. En el fondo, sentía algo por su captor. 

A mitad de la noche, en la que no podía dormir por estar dándole vueltas a la cabeza, apareció Marius, se sentó a su lado en la cama y comenzó a acariciarle el pelo. Hablaba con un hilo de voz tan fino que resultó difícilmente comprensible para el chico:

-Bueno, ya no estás obligado a nada con nosotros.
-¿Soy libre?
-Ja, ja, ja. No, hijo. No podemos hacer eso. Puedes seguir con nosotros si quieres, o puedes...
-¿O puedo...?
-Morir, si no quieres mantener este estilo de vida. No te juzgaré decidas lo que decidas. Ya no estás obligado a servirnos, ni a mantener en silencio lo que hacemos, ni a encubrirnos más. No si decides que te borre ahora del planeta. Pero si quieres seguir como hasta ahora, pero sin el cariño nocturno de Nico, puedes quedarte y seguir siendo nuestro mayordomo.
-Yo no quiero morir, no ahora...
-Oh, no me digas. Ese brillo en tus ojos... ¿Estás enamorado? No seas tonto, el amor no sirve nada más que para atarte y coaccionarte.
-Básicamente lo que me hacéis vosotros. Ella al menos logra que sienta cosas maravillosas.
-¿Y querrías pasar junto a ella el resto de tu vida?
-Oh, sí. Si pudiera, toda la eternidad a su lado sería poca.
-¿Si pudieras?
-Está prometida con otro. Pronto se casarán. Con un ricachón prestigioso.
-O sea, que es del tipo de familia movida por el dinero... Invítalos a cenar, haremos que decidan que tú eres mejor partido.
-¿En serio?
-En serio. Pero como has dicho, tiene que ser para toda la eternidad...

Marius se acerca a Adrián y comienza a beber de su cuello. Sin derramar ni una gota de sangre, el chico no opone resistencia, pues ya se lo han hecho más veces. Pero nunca se habían sobrepasado tanto. En poco tiempo pierde las fuerzas en brazos y piernas, y poco después se le descuelga la cabeza mientras el vampiro lo sujeta por los hombros. Acto seguido, Marius se muerde la muñeca y lo alimenta con su sangre.

A la mañana siguiente, al despertar Adrián, aparece Marius con una muchacha de no más de quince años. La tiende sobre la cama e invita al chico a beber de ella hasta matarla. Una vez se hubo detenido su corazón, él seguía enganchado a su cuello tratando de exprimir las últimas gotas. Marius se la arrancó de los brazos:

-¡Para, chico! Jesús, qué ansiosos sois los novatos... Menos mal que con los años esa necesidad imperiosa va disminuyendo y aparece el control...
-Quiero más.
-¿Qué tal te sientes?
-Me siento... vivo.

27 de noviembre de 2010

Llevo todo el día aletargada pero despierta, he de vigilar a mis nuevos chicos. No tengo apenas fuerzas, pues tras los esfuerzos de conversión de ayer no tuve tiempo de alimentarme en condiciones.

La muchacha se levanta y se dirige hacia la puerta. Aún es de día, y desatiende mis consejos sobre su existencia. Me hago con fuerzas para levantarme y acompañarla. Agarro unas llaves y salimos las dos, en silencio hasta que casi alcanzando la calle lo rompo:

-¿Qué se supone que haces?
-Quiero morir, no quiero ser lo que eres tú. El sol me matará, ¿no? Pues quiero que lo haga, voy a suicidarme.
-Verás, cariño... -tengo demasiada hambre, me cuesta seguirle el ritmo. 
-¡Me llamo Beatriz! Joder, yo también tengo nombre, estúpida, aunque no parece importarte nunca.
-Beatriz... En realidad... -llegamos fuera del portal. Un sol resplandeciente ilumina su suave rostro, más fino y atractivo desde que le hice lo que es ahora. Aunque aún tiene que comer por primera vez y se le nota un aire medio demacrado.
-¡No quema! ¿Por qué no muero? ¿Me has mentido?
-Sí. Quería manteneros dentro hasta la noche. A mí la luz solar me debilita, estoy enferma... Y además muy débil.

Beatriz sale corriendo. Al igual que me pasa a mí, de día no goza de ningún tipo de poder, por lo que no puede llegar muy lejos. Sin embargo, yo tampoco estoy en una situación muy ventajosa. Trato de seguirla pero me fallan las piernas y caigo al suelo. Un chico joven y fuerte que pasa por allí haciendo footing se acerca a socorrerme. Agradezco su ayuda, y dejo que me lleve en brazos hasta el portal, donde, sin bajarme de sus brazos, hinco mis dientes en su cuello y le robo la vida para recuperar mi vitalidad. Sé que durará poco, pues tengo que ir a por la chica bajo el sol, espero no tardar demasiado. Subo el cuerpo sin vida del deportista al piso, ya veré qué hacer con él... Salgo disparada tratando de escuchar y oler a Beatriz. No me resulta difícil, pues de toda la sangre que huelo por la calle, es la única que huele a muerte y podrido, su corazón apenas late. Hasta que se alimente, estará muriendo poco a poco, muriendo en vida, consciente de todo. De una carrera llego hasta ella. Le paso una mano por los hombros.

-¿Cuál es tu plan ahora?
-No..., no lo sé. Pero cada persona con la que me cruzo me mira deseosa de que la devore.
-Ja, ja, ja. Es tu impresión cariño, tienes que alimentarte.
-¿Y si no me gusta el sabor?
-Créeme..., te gustará.

La dirijo hacia una tienda de alimentación cercana donde sólo está el dependiente. Ni siquiera nos saluda, y yo le pido que cierre la puerta con llave. Así lo hace, hipnotizado por mis capacidades vampíricas. Me acerco a él, y le pido a Beatriz que haga lo propio. Le inclino el cuello de su víctima, ofreciéndoselo a ella, quien de un bocado le arranca la mitad de la piel y se mancha media cara con la sangre que brota. Acabado el proceso, la ayudo a limpiarse en el lavabo que tiene la tienda para el personal.

Yo aún me siento vital. No me veo debilitar. He de volver con ella al piso para cuidar del resto y esperar a la noche. De camino conversamos de nuevo.

-¿Y no tengo ningún tipo de poder especial? Me siento bastante normal...
-Tiempo al tiempo. De día apenas hay maravillas que puedas hacer. Tu oído se agudiza, tu visión también. Tu apariencia cambia sutilmente haciéndote más atractiva y te conviertes en una persona bastante persuasiva. Pero cuando llega la noche... ¡Oh, amiga! Eso sí que es una gozada. Sólo espera y lo comprobarás tú misma. 
-¿Y lo de tu enfermedad...?
-Verás... Fui atacada por otro ser... ¡Oh, no! No te preocupes aún por eso ¿vale? -noto el miedo en sus ojos-. Es más fuerte que nosotros. Desde entonces no me expongo a la luz del sol por tiempo prolongado porque me han informado de que la mordedura de este..., lo que sea, me ha enfermado y no la tolero bien. Aunque, ahora que lo dices... Ven conmigo.

Echo a correr a una velocidad humana. Ella me sigue. Yo voy acelerando progresivamente y ella siempre a mi lado sin suponerle ningún esfuerzo. Llegamos al final del barrio, más allá no hay nada, sólo campo. Un campo enorme que separa Fuenlabrada de Leganés y Getafe. Siguiendo un camino, llegamos a un mirador situado en una colina que antaño fue un vertedero de basuras. Nos sentamos en unos bancos dispuestos aquí, en espera de que algo ocurra. Ella no lo entiende bien, pero nada sucede. ¡Nada! ¡Me han mentido! Como hice yo anoche con Gary, Fabio y Beatriz. Pero...,  ¿por qué?

Cierro los ojos y trato de abstraerme. Dejo que las ideas fluyan por mi cabeza sin esforzarme en razonar ninguna de ellas. Pasado un rato, oigo un grito de mi compañera. La miro, y sé que me busca, fascinada, con una amplia sonrisa en la cara. 

-¡Debbie! ¿Cómo has hecho eso? ¡Qué pasada!

Quiero hablar, responderla, pero las palabras no salen de mi boca..., porque no tengo boca. Tan sólo veo una nube de avispas furiosas revoloteando en torno a la chiquilla. Me materializo, y no sé qué decirle... ¡Tengo poderes de día! ¡Por eso me lo han ocultado! ¿Y se supone que los tengo gracias a la mordedura de esa criatura? No tiene mucho sentido... Da igual, me han mentido, me han manipulado, como suele hacer el odioso líder.

Me siento de nuevo en el banco, y le cuento a Beatriz un resumen de lo que ha sido mi vida vampírica. Le hablo de David, de Adrián, de los entrenamientos que diezman al ejército...

-O sea, que sólo estoy viva para que tú vivas, y mi destino es morir por él... -Se nota la tristeza y la decepción en sus ojos.
-No dejaré que te pase nada, confía en mí.
-¿Y a Fabio?
-No puedo encargarme de todo el mundo, cariño. Soy apenas una novata como tú; él es mucho más fuerte.
-Bueno... Supongo que no me importa mucho lo que le ocurra. Cambiando de tema. Te han ordenado diez vampiros nuevos. Llevas ocho.
-Cierto... Bueno, tú no te preocupes por ello, es mi misión, no la tuya.
-¿Y si...? No, déjalo, es una tontería.
-No, dime.
-Estaba pensando... ¿Y si no me entregas a él? ¿Conviertes tres más y me dejas libre?
-No es tan fácil, cielo. Él entra en mi mente constantemente, lo sabría en seguida. Además, tiene un vínculo hacia ti, pues indirectamente provienes de su sangre. Te encontraría, tarde o temprano. Mejor que sea por las buenas que por las malas.

Agacha la cabeza, en gesto de resignación. Suspira.

-Venga, regresemos con los demás.

Llegamos de nuevo al piso. El ruido de la puerta al cerrarse tras nosotras despierta a Gary y a Fabio. Aún es de día, pero apenas entra luz en la casa. Beatriz sale disparada hacia los dormitorios, tal vez queriendo corroborar la historia que le acabo de contar. Se detiene en el umbral de la puerta de la habitación de mis hermanos.

-¿Los querías?
-Claro que los quería. Creo que mi familia mantenía vivo mi último atisbo de humanidad, eran mi única debilidad.
-¿Y por qué no los convertiste?
-No les deseo el mal que a mí me ocurre. No quiero que sean esclavos de nadie, ni esclavos de sus propios instintos. No se los entregaría a Adrián como trofeo.
-¿Como trofeo...?
-Oh, no, lo siento. No quería decir eso. Es que... Pienso en ellos, y todo es diferente. Con ellos siento. Sin embargo ahora...
-Te damos igual,
-Lo siento. No debería haberte contado nada.
-¿Y por qué lo has hecho?
-¡Pues porque estoy sola! Y tú acabarás igual si no nos aferramos a algo...

Quiero volver a la mansión. Esta situación se me está yendo de las manos, no quiero que salgan corriendo, y a cada momento se tuercen las cosas. Los voy a acabar perdiendo... Pero estamos bastante lejos y aunque yo pueda correr a gran velocidad ellos aún no gozan de poderes. Tendremos que hacer tiempo hasta que sea de noche. Los chicos aún no saben que les mentí. Si no se lo digo yo, se acabarán enterando tarde o temprano. Me acerco a ellos, pero no sé qué palabras utilizar. Así que prefiero ir a la ventana y subir la persiana dejando entrar la luz e inundar la casa. Al principio se asustan, pero luego se alegran de que no les pasara nada.

-Os mentí. Fue una tontería. Sólo quería manteneros a salvo, ya que de día no podemos hacer gran cosa y tenemos que esperar a que se haga de noche.

Permanecen en silencio. Parecen más sumisos que mi nueva compañera.

Pasan las horas muertas hasta que faltando poco para el atardecer llaman a la puerta. Decido no abrir, pero una voz femenina desde el otro lado insiste: "Sé que estáis ahí dentro, os oigo. Además, habíamos quedado".

Abro la puerta una rendija y una muchacha joven y sonriente espera al otro lado.
-¡Oh! Te conozco, te he visto en fotos... ¡No estás muerta!
-¿Y tú eres...?
-Alex, tu cuñada. -Sigue hablando sin dejar de sonreír. O sea, que la novia de mi hermano ha quedado aquí con él, pero él está muerto. Hay que actuar rápido.
-Un placer Álex. Adelante, pasa. Verás, ha ocurrido algo... Alguien entró aquí anoche y...
-¿Y...? -Su expresión cambia, se preocupa. Su corazón se acelera. Y ahora que me centro en escuchar sus latidos no son los únicos que la acompañan. Un leve bombeo a gran velocidad proviene de su interior, de su vientre...
-¿Estás embarazada?
-¿Cómo lo has sabido? ¿Te lo ha dicho él? Íbamos a dar hoy la noticia a la familia. ¿Dónde están?
-Están muertos. Alguien los ha matado.

De repente se echa a llorar, medio incrédula, desconcertada. Yo la abrazo, y sigo escuchando su corazón y la de la vida que crece en su interior. Eso suman dos. Me lo están poniendo fácil. Le muerdo el cuello, ofreciendo a Fabio que beba de ella conmigo, pues es el único que aún no se ha alimentado. Un instante antes de matarla, le interrumpo y le doy a ella mi propia sangre. Teme por su vida y por la de su pequeño, y se aferra a mí como su única esperanza de vida. Una vez termina de convertirse, cae exhausta al suelo. Yo me acerco al cuarto de baño a por una botella de alcohol. La vierto por las camas, por el salón y por la cocina. Cojo una cerilla y le prendo fuego. Salimos todos por la puerta, y llevo yo a mi cuñada (uy, aún no sé ni su nombre) a hombros.

Llegamos a la calle con la huida de los últimos rayos de sol. Salgo corriendo con la esperanza de que los demás me sigan. Lo hacen, y poco a poco voy apresurando la marcha cada vez más. No tienen dificultades en mantenerme el ritmo. Comienzo a trepar por un edificio de diez alturas y los demás tras de mí. A saltar de tejado en tejado, y ellos me siguen sin problema. Salto al vacío y me transformo en sombra de camino al suelo, pero ellos, temorosos, permanecen aún en lo alto de un bloque de pisos. La primera en romper el hielo es Beatriz, y al lograrlo los demás la siguen. De esta forma atravesamos todos los kilómetros que nos separan de nuestro destino, convertidos en sombra y con el cuerpo de una mujer embaraza flotando sobre nosotros.

No mucho tiempo después, llegamos a la mansión. Al aterrizar y materializarnos, Adrián nos está esperando para dar la bienvenida a sus nuevos soldados.

-Van ocho... -dice mientras Fabio, Beatriz y Gary se materializan y pasan a su lado.
-Y con esta diez -digo yo, mientras suelto a mi cuñada en el suelo al tiempo que empieza a recobrar el conocimiento.

Sin pensarlo dos veces, Adrián se acerca a ella, la agarra por la cabeza y se la separa de los hombros. Después, no duda en prenderle fuego al cadáver.

-Te agradezco el detalle, pero ésta no me sirve -dicho esto, se larga hacia dentro, dejándome a mí sola con el cuerpo ardiente de mi cuñada y mi mini sobrino.

El olor que se desprende es bastante desagradable, pero me resulta muy familiar. De modo que es así como huele un vampiro en llamas... Entonces el otro día, desde la habitación... Era eso, estaba quemando los cadáveres caídos durante el entrenamiento. ¿Los cadáveres? Empiezo a plantearme si realmente estaban muertos antes de llegar a la pira.

Camino hacia dentro de la casa. En el salón, junto a la chimenea, está él. Me invita a sentarme a su lado.
-Veo que lo has descubierto. Pero no te enfades conmigo, tú hiciste lo mismo con tus amigos.
-¿Por mentirme? Ya pocas cosas me sorprenden. Entonces, la mordedura de esa criatura me da poderes de día. ¿Por qué lo consideráis malo?
-¿Que te da qué? Jajajaja No mujer, eso no es por lo que tú te crees. Has evolucionado. Demasiado rápido. Es una cuestión de sangre. Cuando ya no te queda sangre humana (hablo de tu familia), dejas atrás una etapa y comienza una nueva. Es muy sencillo.
-¿Por qué la has matado?
-No veo motivo para hablar de eso contigo. Vete.

lunes, 19 de agosto de 2013

26 de noviembre de 2010

Está atardeciendo. Me encuentro un poco aturullada aún, pero es hora de salir a cenar. Me visto, me alisto y dejo atrás la mansión sin toparme con nadie. El último rayo de sol se esconde tras el horizonte y echo a correr sin prestar atención en el rumbo que sigo. Sigilosa, me adentro por los caminos más oscuros y silenciosos que había visto nunca. Después carretera, más camino... Sigo mis instintos sin preguntarme hacia dónde me llevan, hasta detenerme en lo que no hace mucho tiempo había sido mi hogar. Las calles siguen donde las dejé, las gentes son las mismas, pero el aire que se respira en ellas..., ha cambiado. Tal vez no, tal vez sólo sea mi percepción la que es diferente. Ya no huele a muerte, ya no se aprecia el miedo en los ojos de nadie. Está claro, era yo la que hacía a este barrio temblar y agonizar. Y ahora, un año después de mi salida de él...

Llego a la casa de mis padres, y siento curiosidad por ver qué tal se encuentran. No estoy segura de lo que sentiré al verlos, si es que sentiré algo, pero no puedo evitar verme trepar por la pared de ladrillos blancos hasta la ventana y asomarme entre las sombras para espiar a escondidas. Están sentados en el sofá mirando la televisión, también mis hermanos. Todos reunidos, sin mí... Charlan, ríen, pero aún queda tristeza en sus ojos. Puedo sentir esperanzas en sus almas, no dan todo por perdido y aún no creen que yo no vaya a volver. Tal vez no estén tan equivocados. Permanezco en mi posición sin ser consciente de las horas que pasan. Se van retirando a dormir, hasta quedar tan sólo mi madre con una botella de White Label ahogando las penas en alcohol. Es tan impropio de ella...

-Así que he encontrado tu talón de Aquiles -la voz de David suena dulce tras de mí. Me ha seguido, y no lo he sentido llegar porque estaba absorta en mis pensamientos.
-Vete de aquí, no hay nada que ver.
-Oh, sí, hay mucho que ver. -Dicho esto, entra por la ventana ante el asombro de mi madre, la cual trata de gritar antes de que él le selle la boca con las manos.

Pego un salto tras David, rogándole que la deje en paz, pero lejos de oír mis súplicas la sujeta por el cuello y se lo retuerce dando fin a su vida. Sale corriendo hacia los dormitorios, pero yo voy tras él y logro impedirle el paso. Lo sujeto por la pechera y lo lanzo contra una pared, aunque no sirve de mucho y pronto se dirige hacia mí para devolverme el golpe. En el lapso de tiempo que tardo en recomponerme y levantarme ha abierto las habitaciones y me deja ver cómo dos vampiros que aún no conozco se alimentan de mis hermanos, al tiempo que él se lanza a hacer lo propio con mi padre. Quisiera impedírselo, batirme en duelo con ellos y acabar con la vida que yo le dí. Pero el miedo me bloquea. Siento miedo a perderlos, a quedarme sola. Y para cuando trato de recobrar el sentido y luchar por mi familia, ya es demasiado tarde. El maldito crío da una orden a los otros dos y se largan, dejándome consumirme por la pena. Si estuviera a tiempo de pedirles perdón, de decirles que aún estoy viva, que los quiero y que son mi única debilidad... Eran mi única debilidad, ahora ya no están, ahora... La rabia y la ira van quemando mis venas a su paso, y el deseo de venganza comienza a aflorar como nunca antes lo había hecho. Ya no albergo nada positivo en mí, tan sólo comienzo a actuar movida por los más básicos instintos.

Salto por el balcón y caigo de pie, aunque por suerte parece que no me ha visto nadie. ¿O sí? Siento una figura moverse tras la esquina, y acudo hacia ella a una velocidad bastante humana. Al doblar veo un chico joven que sigue huyendo de mí. Yo detrás, cada vez más rápido pero dándole cierta ventaja. Continúa recto hasta llegar a un parque lleno de árboles. No hay gran cantidad de edificios cerca, y la visibilidad desde fuera es escasa gracias a la densidad vegetal. Le doy alcance, sujetándolo y acorralándolo contra un pino, y ¡oh! Sí, su cara me resulta familiar... Sus labios comienzan a moverse y a expresar palabras fruto de la incredulidad:

-Pe-pero.. ¿tú no estabas muerta?
-¿Quién dice que no lo esté, Gary?

Quien antaño era uno de mis mejores amigos, ahora es un cordero bajo las garras del lobo. Sus piernas tiemblan, su voz suena quebrada, y sus pupilas suplican clemencia. Me conoce, sabe que he cambiado, y el miedo le supera. Lejos de alegrarse por verme y saber que sigo entera, sus pantalones se mojan mientras el pánico lo inmoviliza. Acerco mis deformes labios a su delicada oreja y le susurro "No tengas miedo, pronto estarás de mi lado"; después, pocos centímetros más abajo hinco mis dientes hasta absorber la última gota de sangre de su cuerpo. Muerdo mi muñeca, la coloco en su boca y espero hasta que recobra fuerzas suficientes para succionar él solo. Es fuerte, no se desmaya, tan sólo se encuentra bastante débil. Lo cojo en brazos y lo llevo a la casa de mis padres para que descanse. El tránsito es bastante duro y va a necesitar fuerzas.

La ira, la rabia, la sed de sangre y de venganza siguen dominándome, pero mi cuerpo comienza a separarse de mi mente y a camuflar lo que mi alma alberga. Antes de salir, veo en un espejo como mi monstruoso rostro semianimal de afilados caninos va dando paso a una dulce y angelical Debbie, más dulce y angelical que nunca, pero con un brillo amarillo en los ojos que nunca antes había percibido. Abro la puerta y bajo por las escaleras, me encanta este juego de parecer una persona normal. Abro el portal y me cruzo con un vecino que entraba en compañía de una muchacha de más o menos mi edad. Me echo a un lado dejándoles entrar, y la mirada de él se clava como cuchillos sobre la mía. Parece como si quisiera ver a través de mí, pero pronto sustituye su ojo analítico por una sonrisa de sorpresa.

-¡Anda! ¡Has vuelto! Me alegra mucho verte de nuevo, Debbie.
-Sí, cambié de opinión y... ¡aquí me tienes! Perdona, tu nombre era...
-Fabio. Lo sé, nunca hemos hablado mucho. Sentí mucho tu pérdida, lamenté no haberme acercado más a ti en su día -la chica que lo acompaña lo mira con rabia. Yo sonrío, y empiezo a dirigirme a ella.
-Oh, sí, te recuerdo. La de los martes y los viernes -ahora me dirijo a Fabio-. Es la más guapa de las tres, te lo reconozco.

La cara del muchacho se inunda de rubor mientras los ojos de ella lo miran cada vez con más rabia. Oh, parece que metí la pata. ¿De verdad que no sabe que sólo es una de sus tres novias?

-¿Queréis subir a casa? No hay nadie...
-Por supuesto -responde él bastante rápido.
-Pues... Venid. -Subimos las escaleras y me detengo frente a la puerta. Mierda, no cogí las llaves... Llamo al timbre, con la esperanza de que Gary siga en pie y logre llegar para abrirme. Tarda un poco pero así es.
-¿No decías que no había nadie?
-Sólo es un amigo -le guiño un ojo -. Esperad aquí un momento, que tengo todo por medio... Tendréis que disculparme, soy un poco desastre con la casa.

Me apresuro a entrar para recoger el cuerpo sin vida de mi madre y llevarlo a su cama para que descanse en paz junto a su esposo. Regreso y les hago pasar.

-¿Queréis tomar algo?
-No..., no, gracias. -Es idiota, no hace más que hablar por ella.
-Vale... ¿Jugamos a algo? -mi lengua juguetea entre mis dientes, como si tuviera el poder de afilarlos.

Ninguno de los tres dice nada. La no tan feliz pareja se miran entre ellos, luego él me busca visualmente en busca de aprobación. Le hago un gesto de asentimiento, animándole a enrollarse con su compañera, mientras aprecio cómo Gary se encuentra cada vez más nervioso. Las primeras veces que te alimentas es normal. Yo incluso lo hacía mientras dormía porque el ansia de sangre me invadía aun sin saberlo.

Puedo escuchar los latidos del corazón de mi amigo: PUM... PUM... PUM... Son lentos pero con gran fuerza. Los de la pareja que se besa sin demasiada pasión son más rápidos, indecisos, mezcla de excitación, miedo, intriga... Me acerco a ellos, aparto a Fabio con dos dedos y me asomo al cuello de la muchacha. Huele dulce, empalagosa diría. Asco de perfumes afrutados, que sólo saben camuflar el aroma del néctar que me da la vida. "Es mi turno", sale de mis labios, mientras el último sonido que brota de mi boca resulta apenas comprensible al tiempo que me fundo sobre su delicada piel. La beso con ternura, lamo el lateral de su cuello con la punta de mi lengua y le profiero un ligero soplido que logra erizar cada imperceptible vello de su joven cuerpo. Le tiemblan las piernas, y logro sostenerla entre mis brazos justo en el momento en que sus fuerzas le fallan y parece haber perdido el conocimiento. Mierda, esto lo hace más aburrido. Sin deformar mi rostro empiezan a sobresalirme unos colmillos afilados como agujas que perforan su dermis hasta hacer brotar un hilo de sangre que pronto inunda mi boca y sobresale por la comisura de mis labios. No me la trago, la mantengo ahí, alzo la chica en brazos y se la ofrezco a mi camarada, haciéndole un gesto de negativa para que se controle y aún no se lance sobre ella.

Mi vecino contempla la escena perplejo, pero parece no importarle mucho lo que ocurre. Aún no domino el control mental, lo hago inconscientemente y enseguida vuelvo dóciles a mis presas. Entrenaré sobre ello. Por lo pronto, me acerco a él de forma ligera, me alzo en puntillas para llegar con mis labios a la altura de los suyos (los cuales se relajan y quedan entreabiertos, expectantes) y sello ambas bocas para traspasarle la sangre de su novia. Al principio le noto una mueca de asco y rechazo, para después dar paso a un intento por complacerme seguido de un par de arcadas; a duras penas, logra tragársela. Pero pocos segundos después sale disparado hacia el baño para echar la papilla. Es curioso: lo que a mí me da la vida, a él parece quitársela, le indigesta, le revuelve las entrañas.

En el tiempo que él regresa, me acerco a explicarle a Gary que debe dejarla con un mínimo de vida, por difícil que le resulte parar, y le doy permiso para que la devore a su antojo. Yo me dirijo al salón del trono a hacer lo propio con el otro y darle intimidad a mi nueva versión de "amigo". Cuando calculo que ha terminado me dedico a revivirlos a ambos con mi propio brazo, pero quedo bastante debilitada, pues entre los dos casi me secan como una ciruela pasa.

Pronto saldrá el sol, y no me queda tiempo ni fuerzas para salir a alimentarme. Será mejor que me quede en casa hasta la noche. Pero, ¿cómo controlar a tres novatos? Una idea pasa por mi cabeza, aunque me siento ligeramente rastrera llevándola a cabo.

Una vez se hubieron medio despertado todos, me dirigí a ellos con la mayor seriedad con la que pude hacerme:

-Mierda... Ha amanecido. No salgáis, si no queréis morir. Sois vagabundos en la oscuridad, sombras en la penumbra. Ella os hace fuertes y os da la vida, pero ¡ojo! No puede haber una sombra sin un foco de luz. Huid de ella, y viviréis eternamente. Ahora... ¡A dormir! Cuando vuelva a hacerse la noche os enseñaré todo lo que sois capaces de hacer y os ayudaré a alimentaros.

Como niños acojonados tras una historia de terror, mis tres compañeros bajan las persianas para impedir la entrada de los rayos solares y se duermen en el suelo. Yo prefiero no moverme de donde me encuentro, pues la única escena capaz de horrorizarme se halla al otro lado del pasillo en mi propia casa. Me hace recordar los acontecimientos de hace unas horas y siento arder mis pupilas. Mi venganza se llevará a cabo..., antes o después.

sábado, 3 de agosto de 2013

25 de noviembre de 2010

Abro los ojos. La habitación está sumida en la oscuridad debido a la opacidad de las ventanas, pero en el resquicio que queda junto al cierre se aprecia aún luz del sol al otro lado. Huele a humo, no en gran cantidad, sino más bien percibido como un aroma sutil y lejano. No puedo asomarme afuera porque aún no es de noche y soy frágil. Enciendo una lámpara y me observo en el espejo del armario, que me abarca de la cabeza a los pies. Mi ropa está medio rota, mi cara fresca pero más dura de lo que la recuerdo. Busco en mi costado alguna señal de la lucha de anoche, pero tal y como venía esperando, no hay pruebas físicas de que aquello ocurriera.

Abro cajones en busca de algo de ropa limpia que ponerme, aunque no tengo muy claro lo que puedo encontrar. Hay trapos a montones, de marcas de las que yo no entiendo pero que parecen caras. Va quedando claro que este tipo debe de estar montado en el euro... Me desnudo, y procedo a plantarme unos pantalones vaqueros y una camisa roja. Termino de abotonarme y me recuesto de nuevo en la cama. Cierro los ojos y.., oigo algo. No se distingue el qué, pero parecen voces; gemidos de dolor, ¿gritos de angustia? Agonía..., recuerdo perfectamente la voz de los moribundos, y esto se le parece demasiado.

La impaciencia y la curiosidad pueden conmigo. Abro la ventana una rendija para poder ver al otro lado. Un cielo degradado que va desde el azul celeste hasta el anaranjado que acaricia el horizonte, con el Astro Rey cayendo justo de frente a mí. Los rayos de luz inciden sobre la piel de mis brazos y mi rostro, y puedo sentir el calor que emana de ellos. Clavo los ojos directamente en el sol, y siento que a veces anhelo poder disfrutarlo como hacía antaño; con actividades normales de una chica joven que se divierte con la familia y los amigos. Recuerdo cuando todo esto empezó y me llegaba incluso a sentir afortunada, ahora cada momento me convenzo más de que es una maldición. Me viene a la mente la memoria de aquella noche..., esos brazos tan fuertes sujetándome hasta matarme, despertándome sumida en la más profunda y angustiosa oscuridad. En comparación con esa bestia, por mucho daño que me pueda hacer el brillo que me acaricia ahora mismo, si éste fuera capaz de acabar con mi vida, lo haría de una forma tan dulce... 

Pero... No, no estoy preparada para morir. Cierro la ventana de golpe; total, no he visto nada extraño. Oigo pasos por la casa; unos zapatazos que truenan en mis oídos cada cual más fuerte, más alto, más cerca.. Me apresto a meterme en la cama y hacerme la dormida. La puerta se abre, y SU voz cada vez me resulta más irritante:

-No te molestes en fingir, sé que estás despierta. Toma, traigo el desayuno. Has amanecido temprano hoy.

Lo miro al tiempo que me incorporo. Trae otra botella hasta arriba de sangre y la coloca en la mesilla junto a mi cama. Viste de manera impecable, con un traje negro de lino y una camisa violeta de seda. Sus ojos verdes destacan sobre su tez pálida, y la nariz afilada parece perfectamente tallada por el más prestigioso escultor griego. Me hace beber, y se sienta junto a mi lado. El peso de su cuerpo parece no tener efecto alguno sobre la ropa de cama o el colchón, que no se estremecen ni un milímetro. Con una mano me aparta el pelo del lado derecho de la cara y se acerca a olerme la piel del cuello y la oreja. Puedo sentir su sutil respiración, mientras los latidos de su corazón permanecen a un ritmo constante. Me siento paralizada; quisiera levantarme y salir corriendo, pero mis piernas se encuentran bloqueadas y mi espalda la siento cada vez más pesada, hasta contactar de nuevo con las finas sábanas. Él se recuesta sobre mí, me desabrocha la camisa con sumo cuidado y me besa la boca. Sus afilados caninos rozan constantemente contra mis labios, y sus manos juegan con mi piel. Me estremezco a cada mílimetro que contacta, al tiempo que termina de sacar mis ropajes y después los suyos. Me penetra de una manera rítmica, mirándome a los ojos. Siento su mirada como cuchillos que atraviesan mi cabeza y tan sólo deseo perder el conocimiento. Pero no lo hago, permanezco tumbada, debajo de él, inmóvil, sin capacidad si quiera de pestañear, por lo que no hay manera de evitar el contacto visual con sus pupilas. Termina de anochecer y él sigue, cada vez con más fuerza, más rápido. No parece inmutarse, no hay muecas de placer en su frío rostro. Y ahora comienzo a comprenderlo todo: sólo es una muestra de dominación, quiere dejar claro que soy de su propiedad y puede jugar conmigo, hacer y deshacer a su antojo; para él soy como un insecto al que podría aplastar con un sólo dedo si así lo quisiera. Con todas estas ideas rondando por mi desgraciada cabeza, veo dibujarse una gran sonrisa en sus labios. Parece satisfecho de que por fin haya llegado a entenderlo. Pero eso no le hace cesar en su tarea y continúa con mi violación. 

Transcurre no mucho tiempo hasta que irrumpe Eva en mi dormitorio (la creía muerta). Él se levanta, recoge sus trapos y se marcha con ella, mientras ambos me miran y sonríen antes de darse la vuelta y desaparecer. 

Consigo salir de mi letargo y me vuelvo a vestir. Hay que ponerse manos a la obra con la tarea de la conversión o puedo salir muy mal parada. Echo a volar por la ventana y por primera vez desde que vine aquí, empiezo a sentir algo parecido a la libertad; falsa sensación, si me paro a pensarlo. Tomo rumbo al oeste, en línea recta, convertida en una nube de ceniza, en busca de algún resquicio de vida. Mucha montaña, mucho campo, pero nada de lo que busco. Pierdo la noción del tiempo hasta acabar topándome con un hospital infantil. 

Me cuelo por una ventana abierta en la tercera planta. Un silencio sepulcral protagoniza la escena. Una enorme sala de juegos con pelotas y parchises distribuidos por doquier se encuentra en penumbra, iluminada únicamente por la luz la luna. Salgo por una puerta situada al fondo y llego así a un pasillo oscuro e igual de silencioso. De aquí, termino alcanzando una escalera. Siento la presencia de gente no muy lejos. Bajo un piso siguiendo la llamada de un débil corazón que late en un dormitorio cercano. Me introduzco dentro. Un niño duerme. Frágil, como una muñeca de porcelana, en su camita con sábanas de ositos. Me materializo junto a este delicioso bocado; los niños son tiernos, jugosos, y su sangre contiene una vitalidad mucho mayor que la de gente adulta, probablemente por todos los años de vida que les restan. Pero la suya..., no huele especialmente bien; lleno de agujeros por todo el cuerpo que le meten líquidos variados mediante tubos, el suero, los medicamentos, la alimentación nasogástrica..., no parecen buenos condimentos. Pero.., aquí huele a algo más, un olor que me resulta tremendamente familiar. Con matices amargos y putrefactos, es el aroma de la muerte el que flota en el aire; a esta criatura no le deben quedar muchas horas de vida.

En el lapso de escasos segundos, me planteo cuál es la mejor opción: ¿Dejarlo vivir y agonizar, muriendo entre sufrimientos y ahogado en sus propias esperanzas? ¿Alimentarme de él, dándole un tránsito más dulce al más allá? ¿O condenarlo a una vida eterna de esclavitud, sirviendo a sus necesidades primarias y obedeciendo las órdenes de un sádico vampiro extranjero con aspiraciones grandiosas? Aunque quisiera, él no iba a servir para su propósito, y como alimento no iba a aportarme gran cosa. Quisiera sentir piedad y acabar pronto con su desdichada existencia, pero me veo incapaz de sentir un mínimo de lástima por su destino. Objetivamente, sé que así habría sido no hace mucho tiempo, pero por más que me esfuerce en no perder ápice de mi reciente humanidad cada vez estoy más lejos de conseguirlo.

Alguien camina cerca de aquí con bastante sigilo, pero no el suficiente como para no percatarme de su presencia. Por los latidos que le siento, debe ser un varón de mediana edad, en estado de agitación o ansiedad. Irrumpe en la sala en la que me encuentro, pero actúa como si no me hubiera visto. Pasa a través de mí y se dirige al lecho del chico con una sonrisa pícara dibujada en sus labios. Entiendo por qué no ha llegado a verme, mi deseo por no ser descubierta me ha convertido en una sombra justo a tiempo, una sombra que se mueve por las paredes de la habitación para observar lo que este loco sádico está a punto de cometer. Viste de uniforme, por lo que no hay que tener una ingeniería para concluir que sea un trabajador de este centro. Se desabrocha la bragueta y se baja los pantalones, y acto seguido le da la vuelta al crío con una mano, manipulándolo como si se tratara de una muñeca de trapo. El recuerdo de David y su trágica experiencia acuden prestos a mi cabeza, y me siento en deuda con él; como madre, como hermana, como compañera... 

Me interpongo entre su erecto miembro y el cuerpo del chiquillo, y en este momento me materializo, clavando mi mirada en sus ojos tan llenos de asombro, duda y miedo... Retrocede, sin dejar de mirarme, pero a cada paso suyo hacia atrás doy yo uno hacia adelante, hasta acorralarlo contra la puerta que tan precavidamente se había molestado en cerrar y echar la llave. Un grito se asoma a su garganta, pero queda ahogado bajo mi dedo índice que le coloco sobre los labios haciendo un gesto de silencio. Se encuentra hipnotizado, y comienza a actuar ahora por mi voluntad. No necesito decirle qué hacer, tan sólo pensarlo, y como una marioneta en mis manos reacciona casi instantáneamente. Me desabrocha la blusa, dejando al descubierto mis pechos, y comienza a lamerme los pezones. Después, observa cómo termino de desnudarme y lo empujo contra un sillón haciendo que se siente, y yo encima, jugando con su pene sin llegar a introducírmelo. 

-¿Te gusta lo que ves? -mi voz suena a la vez sensual y amenazante.

Hace un gesto de afirmación con la cabeza, pero en sus ojos se refleja la realidad cuando sus pupilas se dirigen inconsciente al lecho del niño enfermo. Ya sé que no soy su tipo, pero se lo tiene merecido. 

Me levanto, y él sigue inmóvil donde lo dejé. Salgo de la habitación y vuelvo a los pocos segundos con un bisturí en la mano. Se lo entrego, y me tiendo en el suelo. Su corazón se agita más y más rápido, fruto del miedo por lo que va a hacer. No quiere, pero comprende que hay una fuerza sobrenatural que le obliga de la que no puede escapar. Termina de sacarse los pantalones y se arrodilla junto a mi cara, dejando su polla dura sobre mi cabeza. Sostiene el bisturí con sus manos temblorosas de terror mientras infiere el primer corte sobre la base, luego el segundo, sus ojos inundados en lágrimas, con ganas de gritar pero sin capacidad de hacerlo. De esta manera, termina arrancándose el miembro dejando toda la sangre caer sobre mi. Me la bebo, y cuando comienza a escasear y él se desmaya, me abalanzo sobre su entrepierna y succiono los últimos sorbos. 

¡Oh! Estoy a punto de olvidar mi dichosa misión. Hinco mis dientes en mi muñeca y hago caer mi pútrida sangre dentro de su boca, hasta que recobra fuerzas suficientes para engancharse a mí como una sanguijuela y chupar por sí solo. Cuando acaba, aún está débil y cae presa de Morfeo. Me visto, lo engancho y me lo cuelgo a hombros. Salgo corriendo con él en dirección a la casa. No tardo mucho, voy muy deprisa. Cuando llego, lo suelto sobre las pistas deportivas. Me sorprendo al ver que no hay aquí rastro de los cadáveres de los vampiros caídos en el entrenamiento. Aún es pronto, la noche es larga, y he de regresar a la caza si no quiero sufrir el castigo.

En otra carrera, vuelvo al mismo hospital, pero esta vez entro por la puerta. Una recepcionista medio traspuesta me recibe negándome la entrada, pero me abalanzo sobre ella haciéndola caer al suelo. Introduzco mis afilados colmillos en su cuello y pronto deja de patalear. Estoy más ansiosa de sangre, probablemente porque dar de beber a otro resulta agotador. Procuro no apurar la última gota en ella para proseguir con la donación de mi propio elixir vital.

Una vez he terminado con ella, penetro dentro del hospital hasta dar con la sala de descanso del personal de guardia. Dos jóvenes están sentados frente a una pantalla de ordenador: un chico y una chica. No deben pasar los treinta años, y parecen muy entretenidos mirando porno, por lo que puedo deducir de los gemidos que salen de los altavoces. Una tercera persona duerme en lo alto de una litera. Nadie parece inmutarse de mi presencia, así que camino sigilosamente hasta colocarme detrás de ellos. Me aproximo a la oreja de él y le susurro: "Si eso te excita, mira lo que hago con tu compañera". Él se gira hacia ella, mientras yo me lanzo a darle un beso en los gruesos labios. Ella, sorprendida, me responde introduciendo la lengua en mi boca, mientras el vídeo porno nos hace de banda sonora y el chico se la empieza a menear. Sus corazones laten cada vez con más intensidad, y beso el cuerpo de ella desde la barbilla bajando por el pecho, pasando el ombligo y deteniéndome en su clítoris, según voy arrancando la ropa que me estorba para mi labor. Sus genitales están mojados, calientes, y puedo sentirle el pulso en mi lengua. Juego con ella mientras el durmiente sigue soñando, el pajero sigue dándose matraca y ella goza con mis dedos dentro de su cuerpo y mis labios sobre sus dos pares. Cuando se acerca su orgasmo, mis uñas rebanan la piel de su tripa dejando caer la sangre sobre mi boca, para con un lengüetazo que asciende por su pubis acabar sellando el flujo de sangre y bebiendo de ella sus últimos gritos de placer.

El que seguía en la cama se despierta con las voces y, presa del miedo, pega un salto hasta el suelo y sale corriendo de la sala. Lo persigo, le doy alcance y me engancho a su hombro donde acabo con su vida para posteriormente regalarle la mía. Regreso donde los otros, hago lo propio con el enfermero cachondo y tiendo un antebrazo sangrante a la boca de cada uno, devolviéndoles así a la vida. Demasiado esfuerzo para mí, me he alimentado cinco veces y me han vaciado otras cinco. Me pesa el cuerpo, y caigo semiinconsciente al lado de estos dos.

Salgo de mi letargo pasadas unas horas. Me levanto, pero me siento demasiado débil. Sé que queda más gente en el edificio, pero casi todos andan por plantas superiores. Excepto uno. Siento la presencia de alguien no muy lejos, por lo que salgo en su busca. Me topo con una niña de unos siete años y pelo castaño, con media cara abrasada y un dinosaurio de peluche entre sus manos, que llora porque no concilia el sueño. Me agacho con un gesto de dulzura para consolarla sobre mi pecho, y aprovecho ahí para morder su fino cuello y arrebatarle la vida para recobrar yo mis fuerzas. Queda poco tiempo para que amanezca, y he de trasladar mis presas a la casa antes de que el sol me arrebate de nuevo toda capacidad física. 

Abandono a la niña, y me dirijo a recoger a la recepcionista y al huidizo, colgándome a cada uno a un hombro como si fueran sacos de patatas, y los llevo junto al violador que aún yace en las pistas deportivas. Regreso a por los que restan, pero en cuanto salgo de allí me doy cuenta de que cuando alguien vea todos los rastros de sangre y el cadáver de la niña es muy fácil delatar nuestra existencia. Los suelto cerca de la puerta y, guiándome por el sentido del olfato, llego pronto a la cocina. Por suerte, los fogones funcionan con gas, por lo que abro todas las llaves y dejo el mechero encendido. Regreso a la entrada junto a los cuerpos semimuertos de mis futuros compañeros y aguardo hasta oír una explosión. Todo comienza a arder, y emprendo mi camino de vuelta.

Cuando llego a donde dejé a los demás, comienza a medio recobrar el sentido mi amigo el castrato, y Adrián hace acto de presencia. Me aplaude con ironía felicitándome por mi labor. Yo lo ignoro, le hago entrega de los que porto sobre los hombros y me retiro a descansar.

miércoles, 31 de julio de 2013

24 de noviembre de 2010

Aún es de noche. Abro los ojos y el dulce aroma férreo de la sangre inunda mis fosas nasales. En la mesilla alguien ha dispuesto una botella llena de esta perdición para mí. La apuro, por mero instinto, y me dispongo a bajar las escaleras para reunirme con los demás. No es algo que tenga planeado ni se me antoje en el momento, simplemente lo hago, como si mis piernas actuaran por libre albedrío escapándose a mi propio control.

Alcanzo el patio trasero de la mansión, no había estado antes por aquí. Hay unas pistas deportivas con campo de fútbol, una piscina, varias canchas de ténis y unas porterías de rugby. Todo ello rodeado de unos matorrales más altos que mi popia cabeza, podados con sumo detalle y cierto aire glamouroso. El resto de compañeros ya está reunido en el campo: es hora de entrenar (nadie me lo ha dicho, lo sé). Están todos colocados en formación, una fila a continuación de la otra y así hasta rellenar casi todo el espacio. Me coloco al final del todo, intentando pasar desapercibida. Los demás cuchichean entre ellos, tienen miedo pero intentan aparentar valor y fiereza. Yo..., no sé qué sentir. En principio mucha rabia porque me da la sensación de que alguien me controla mentalmente, aunque supongo que no soy la única a la que le ocurre. Míranos, parecemos borregos a las órdenes de nuestro pastor, quien por cierto aún no ha hecho acto de presencia.

Miro al cielo, la noche es cerrada, oscura, tenebrosa. Un manto de estrellas nos arropa con el canto de los grillos y las ranas y el silbido del viento removiendo las hojas de los árboles no muy lejanos como nana. Cierro los ojos y me dejo hipnotizar por semejante belleza natural. Dejo de oir a los compañeros; en un primer momento quiero pensar que los estoy ignorando, pero rápidamente me doy cuenta de que se han quedado mudos. Siento la presencia de Adrián muy cerca, pero abro los párpados y no veo rastro de él; tan sólo el mismo cielo estrellado y oscuro de hace un momento. Pero..., ¡espera! Los puntitos brillantes que creía estrellas se empiezan a aglomerar formando un único punto de luz, y de aquí formando una silueta antropomórfica que nos habla con la voz y la firmeza del que es ahora nuestro líder. Tan sólo tres palabras, que resuenan en mi cabeza una y otra vez, eco que no alcanzo a comprender hasta que siento lo que viene a continuación: "Primera lección: ¡Supervivencia!"

Dicho esto, se hace la oscuridad; ni siquiera mi visión privilegiada (en comparación con la de los mortales) alcanza a percibir el más mínimo atisbo de luz. Suena un grito, de aire gutural, como la última exhalación de una bestia tras el disparo de su cazador. Acto seguido cunde el caos, se rompe la formación, y siento un fuerte golpe en el costado que me tumba en el suelo. No sé qué hacer, de modo que permanezco en esta posición durante un rato. Sigo sin llegar a ver nada, pero siento el suelo vibrar, a los demás vampiros gritar y gemir de dolor. Una voz masculina, viril, murmulla junto a mi oreja con un tono quebradizo y acobardado: "Esta noche no; MUERE" y siento otro golpe, más fuerte aún, en la cabeza, que me hace perder el conocimiento.

Los primeros rayos del sol se clavan en mí como afilados cuchillos, despertándome así de mi estado..., cualquiera que sea. Me levanto, sintiendo pesadez en las piernas. Miro alrededor y debe ser mi falta de humanidad que no me horroriza lo que veo: decenas de cuerpos amontonados en lo que parece que fue un campo de batalla. ¿Qué nos atacaría? ¿Así son todos los entrenamientos? Automáticamente todos los interrogantes de mi mente dan paso una nueva curiosidad: ¿Están muertos? De ser así..., ¿qué pasa con sus cadáveres?

-Entra rápido en casa o pronto apenas tendrás fuerzas para mantenerte en pie -suena SU voz detrás de mí.
-... -son muchas las palabras que pasan por mi mente, pero prefiero no exteriorizarlas en su presencia.
-Tranquila, sé lo que piensas... -llegamos dentro de casa, bien refugiada de la luz natural- Sólo los más fuertes serán capaces de luchar a mi lado. Los que no lo son..., bueno, no me interesan.

Sonríe, nos domina, juega con nosotros, pero no somos más que instrumentos en sus manos, para usarnos a su antojo. Mis labios se despegan, dejando escapar algunas ideas de mi mente. No sé si realmente quiero hacerlo, pero el caso es que las suelto:

-¿Fuiste tú quien...?
-¿Quien los mató? ¿Quien te golpeó? Oh, cielos, no... No había nadie más que vosotros, fue decisión vuestra mataros entre vosotros presas del pánico. Pero shhhh..., nadie más debe saberlo.

Me guiña un ojo y desparece tras una puerta que no sé a dónde da. Yo entro en el salón principal, pero no hay nadie. Me siento en un sofá y me quedo pensativa largo rato, dando vueltas a los acontecimientos de hoy y haciendo un montón de suposiciones al respecto. Este tipo me da muy mala espina, pero le tengo miedo..., casi más miedo que al depredador que nos da caza.

Sumida en mis pensamientos me hallo cuando vuelvo a oírle hablar y vuelvo a la realidad. No estamos solos, se han unido una docena más de vampiros, entre ellos David y Belinda. Él comienza a darnos la charla.

-Sólo quedáis vosotros, el resto ha caído en el último ejercicio de entrenamiento. Ya lo veis, de cada cien, poco más de la décima parte sois capaces de sobrevivir al peligro más básico: el miedo. ¿Cómo coño quieren enfrentarse a alguien mil veces más poderoso, si caen presas de sus propios miedos y se masacran entre ellos? Pero vosotros..., vosotros no me habéis decepcionado. Seguís aquí, habéis demostrado aptitudes, o tal vez sea sólo suerte, para la supervivencia. Pero aún nos queda mucho por hacer y el grupo se ha mermado en gran magnitud. Por lo que he de proponeros una misión que necesito que llevéis a cabo. Estáis heridos; pronto vuestras heridas sanarán. Id a descansar, ya llegará el día en que no os haga falta. Pero aún sois jóvenes y no gozáis de todos los privilegios, en especial los que estáis enfermos... Las próximas noches serán largas. Cada uno de vosotros convertirá a diez personas en soldados para nuestra casa. Tenéis tres días. Buscad gente fuerte, no sólo de físico, sino también de mente. Seleccionad a los que sean más aptos según vuestro criterio, y no os dejéis influenciar por vuestros sentimientos, si aún os quedan. Os seguiré de cerca, recordad que no podéis burlarme. Habrá castigo para quien no cumpla. Ahora, todos a la cama. No quiero oír ni una palabra. Yo mando aquí.

Tras su monólogo se desvanece y mis camaradas se retiran a sus respectivas habitaciones. La casa es grande, pero cien habitaciones no hay. Me pregunto dónde habrá metido a todo el grupo anterior...

¿Qué hacer? ¿Hay posibilidad de huir de esta vida? ¿Cómo se puede matar a un vampiro? Más aún..., ¿a uno tan poderoso? Se pasa por mi cabeza la idea de salir corriendo. Me pregunto hasta dónde llegaría, sí me daría caza, cosa que probablemente lograría con facilidad, o si volvería a caer presa de aquella bestia que trató de matarme aquella noche... Cierro los ojos y veo a Adrián con los ojos rojos y llameantes como el fuego, devorando la carne de una chica joven de cabello castaño. Tras rebañar el hueso de un brazo, arranca la cabeza de la chica y me la muestra: soy yo, o alguien que se me parece demasiado. Abro los ojos y estoy sola en mi habitación. Si es cierto que está conectado psíquicamente a mí, ¿debería tomarme esa imagen como una amenaza, o ha sido una mera pesadilla fruto de mis miedos?

Caigo rendida con una cuestión más rondándome por el coco: diez personas..., tengo que sacrificar a diez, como hice con David. ¿Quiénes serán? ¿Seré capaz?...

sábado, 25 de febrero de 2012

23 de noviembre de 2010

Está a punto de amanecer, me despierto en aquel páramo perdido de la mano de dios. No estoy sola, David está a mi lado, sentado en la arena observándome. Me pregunto cuánto tiempo lleva así...

-Es más seguro no quedarse solo. Le pedí a Adrián que no te llevara de vuelta. Me apetecía hablar contigo, que aún no hemos tenido la ocasión.
-Yo... Siento mucho lo que te he hecho. Tu padre estaba tan dolido...
-¿Conociste a mi padre? Bueno... Supongo que aquella etapa terminó. Cuando Belinda me encontró y me trajo a la casa, me enfadé mucho con mi suerte por haber sido tan cruel conmigo. Pero luego agradecí a los cielos el haberme dado otra oportunidad para ser feliz.
-¡Oh, vamos! No digas tonterías, con lo joven que eras... Era normal tu sufrimiento, esas cosas se pasan.
-De igual forma, nada puede cambiar el pasado. Volvamos, que va a salir el sol.
-No puede hacernos daño.
-A mí no.
-Ni a mí, no digas tonterías.
-Bueno. Adrián no te comentó nada al respecto, parece... -David se levanta y emprende la marcha de vuelta, a paso ligero, unos pasos invisibles al ojo mortal, pero relajados para nuestros pies.
-¿Qué tengo que saber?
-Aquella cosa que te atacó... Bueno, no eres la primera, y a los demás que han sobrevivido a él...
-¿Qué? Me estás poniendo nerviosa...
-Bueno, no es letal, pero les hace perder energía a una velocidad multiplicada por diez. Es como una enfermedad. Supongo que tendrá que ver con el hecho de que nadie le ha visto atacar antes de la puesta del sol.

O sea, que estoy enferma.

-¿Tú crees que no puede vivir a plena luz del día?
-De hecho, Adrián está convencido. Es una ventaja para nosotros, al menos para los más jóvenes, que sólo somos poderosos bajo la protección de la luna...

Llegamos a una enorme casa en mitad del campo, de fachada blanca y grandes balcones. Creo que estamos en casa. No tuve ocasión de verla cuando salimos en masa anoche. Nos acomodamos en el salón en un enorme sillón de cuero junto a una chimenea, que da un aire muy acogedor a este nuevo hogar. Retomo la conversación:

-¿Cómo llegaste aquí?
-Bueno, el principio creo que ya lo conoces. Después de aquella noche me desperté en la madrugada, al cobijo de la oscuridad. El dolor había desaparecido, pero mi corazón se llenó de dudas y vagos recuerdos. Te vi a ti, y recordé el momento más terrorífico de mi vida: cuando sentía que la muerte venía en mi busca. No podía discernir la realidad de la fantasía, pero eché a correr, lejos, muy lejos. Me perdí, y me senté en un camino a llorar. Un señor mayor me vio y acudió en mi ayuda, se preocupó por si me había ocurrido algo, pero en cuanto se me acercó no sé cómo, acabó muriendo en mis brazos sobre un manto de sangre.

«Seguía sin entender lo que me pasaba, de modo que allí lo dejé y seguí corriendo. No sabía hacia donde me llevaban mis pies. Bueno, parece que ellos sólo eran el vehículo, pero era mi corazón el que los guiaba. Primero quiso desaparecer del mundo, alejándose de cuanto conocía, hasta que comprendió que era una tarea imposible
y lo llevaron de vuelta al barrio. Salió el sol y entraba yo en casa. Me tumbé en la cama a llorar. No había nadie, así que mejor, me ahorraba las explicaciones.

«Pasé unas horas durmiendo. Pero las pesadillas me despertaban continuamente empapado en sudor. Mi piel estaba fría, y mis ojos ardían. No podían parar de derramar lágrimas. Por la tarde oí la puerta y a mis padres entrando a casa, mientras gritaban mi nombre con la esperanza de que hubiera vuelto. Me levanté, y fui hacia ellos con pesadez en los pies. Mi madre me abrazó y me cosió a besos de alegría por ver que estaba entero y que nada le había pasado a su hijito, mientras mi viejo despotricaba y gritaba sobre mi mala educación y qué habrían hecho mal para que me largara de esa manera sin decir nada. Decía que les había dado un susto de muerte, que había pasado el peor momento de toda su vida, y que me iba a castigar sin salir y sin videoconsola. Me enervaba cada vez más, y mi madre trataba de tranquilizarlo, sin dejar de abrazarme. Olía tan bien, su piel era tan suave... ¿Sabías que a los vampiros nos cuesta más esfuerzo resistirnos a la tentación de la sangre cuando la víctima está excitada? Sea por miedo, angustia o pasión, cuanto más rápido y fuerte late su corazón, más sangre corre por sus venas en ese momento y más nos abre el instinto depredador. Es por eso que siempre jugamos con la comida, de una forma u otra.

«En fin, que me desvío del tema. A mi madre le latía el corazón con demasiada intensidad, causada por el miedo a perderme, la alegría de encontrarme, y el enfado por la crueldad de mi padre. Cuando la última lágrima cayó de mis ojos sobre su piel, mis colmillos se hincaron en su cuello inmóvil, con una mueca de dolor en su boca pero sin emitir ni una sola voz. Parecía hechizada, y mi padre contempló todo horrorizado. Yo también me asusté por lo que acababa de hacer, y fui tras él mientras corría y amenazaba con llamar a la policía. Quise evitarlo cogiéndole del brazo y tirando de él hacia mí, pero no fui capaz de controlar mi fuerza y lo estrellé contra una pared.
«Tengo una laguna en mi cabeza, lo siguiente que recuerdo son un montón de sirenas azules y hombres de uniforme entrando en mi casa y llevándome con ellos. Miré hacia atrás y vi los cadáveres sangrantes de mis dos padres yaciendo en el suelo, y el dolor me quemó los intestinos. Sentía ganas de vomitar, de volver atrás y deshacer aquel entuerto. Pero no fue posible. Me metieron entre rejas y me ingresaron en un centro psiquiátrico. El juez creyó que no estaba en mi sano juicio y por eso no me llevó a un corrector de menores.

«Allí me intentaban drogar para tenerme más tranquilo. Me encerraron en una habitación aislada del resto. Pasaron los días, y aunque me daban de comer, mi cuerpo estaba cada vez más débil, más pálido y más frío. Me volvía loco por momentos, llegando a pensar que todo había sido un mal sueño, y que aquellos médicos me iban a curar y a devolver una vida decente. Pero no fue así. Tras dos semanas allí metido el latido de mi corazón era tan tenue, que solo era perceptible a mis oídos sobrehumanos. Me dieron por muerto y me llevaron a la morgue.

«No iban a investigar el motivo de mi supuesta defunción, eso al hospital no le importaba, ya que nadie iba a pedir explicaciones. Me prepararon para mi entierro en una fosa común, que daría lugar al día siguiente. Yo estaba tan débil que era incapaz de moverme, pero no de oír y ver. Y maldita la hora en que me hiciste esto, porque fui testigo de mi propia violación, repetida un par de veces, por un auxiliar del hospital demasiado sádico. Me la metió por detrás varias veces, y el muy loco veía cómo mi cara se retorcía del asco, pero creía que era causa de lo colocado que iba. A la tercera vez, introdujo su dedo en mi boca para jugar con mi lengua, y se pinchó con uno de mis afilados colmillos. En el mismo instante en que la primera gota de sangre tocó el fondo de mi gargante, recibí las fuerzas suficientes para cerrar mis mandíbulas fuerte y arrancarle el dedo. Me miró a los ojos acojonado, mientras se agarraba la mano y empezaba a gritar de pavor, y mis pies se levantaron de aquella mesa y sostuvieron mi peso lo suficiente para caer encima de él. Lo devoré salvajemente y salí corriendo.

«De camino a la salida, me topé con dos enfermeros más que, bloqueados por el pánico, fueron presas tremendamente fáciles. Al cruzar la puerta de personal del hospital para salir fuera, vi aparecer en la oscuridad a Adrián y a Eva. No sabía quiénes eran, así que intenté huir, pero me dieron caza. Por suerte, lejos de mis temores, me dedicaron palabras agradables, que apaciguaron mi estado de ánimo, y me trajeron aquí. Desde entonces me he unido a ellos para encontrar a otros vampiros desamparados como yo, y a rescatar a aquéllos que están siendo aniquilados. No salgo con ellos a buscar a la gran bestia devoradora de inmortales, porque aún soy joven y no me lo permiten, pero entreno a fondo mis habilidades para luchar al lado de mis salvadores.

«Ahora que ya conoces mi historia, espero me perdones y comprendas cuando te diga que aunque te respeto como mi creadora y como una hermana, te odio en lo más profundo de mi alma y siento un gran rencor hacia ti.

Terminada esta historia, de veras que me quedo sin palabras. Soy la culpable de tanto dolor... David se levanta de su asiento y se retira, y yo me quedo dormida sumida en mis pensamientos.

Adrián me despierta al caer la tarde para ir de caza. Dice que tengo que comer, aunque el muchacho me ha quitado el apetito. Nos pasamos la noche paseando a la luz de la luna después de habernos servidos de un par de presos en una cárcel cercana, sin decir una sola palabra, sólo andando, disfrutando de su compañía. Me hace sentir tan segura a su lado... Antes de salir el sol, volvemos a casa y me meto en la cama a dormir.

miércoles, 22 de febrero de 2012

22 de noviembre de 2010

-Despierta, Bella Durmiente.
-¿Qu..?
-Remolona... Hay mucho trabajo para hoy. Espabílate.

Abro los ojos y está Adrián tumbado a mi lado jugueteando con mi pelo entre sus dedos. Se levanta, y me acerca algo de ropa. Se gira para que me vista, mientras me cuenta los planes para hoy.

-He perdido a otro de los nuestros. Vamos a ir a buscarlo al último lugar donde lo sentí.
-No entiendo nada...
-Ay, sí, perdona. Verás: todo vampiro tiene una ligera conexión telepática con sus conversiones, con los que ha creado él mismo. Este nexo suele ser algo muy ligero e imperceptible, que aumenta a medida que pasan los años, y se extiende a todas las generaciones posteriores. En otras palabras: todos los inmortales que hay en 900 km a la redonda venís de un padre en común: yo.
-¿Y dices que has perdido a uno de nosotros?
-He dejado de sentirlo, de escucharlo. Ha sido atacado por el mismo que te lo hizo a ti. Cuanta más prisa nos demos, más posibilidades de encontrarlo.
-¿Va a ser... peligroso?
-Jajaja. ¿Acaso tienes miedo? Venga, aprisa, sígueme.

Salimos de la habitación y bajamos unas escaleras. Al fin de ésta hay todo un ejército de lo que supongo que son todos como yo. Por lo menos setenta vampiros, todos impresionantes cada cual a su manera. Varios rostros me son conocidos ya: Eva, Belinda, David, ¿Héctor y Gorka? ¿están vivos? Me sonríen, y emprendemos la marcha.

Fuera ya está anocheciendo, y al mirar atrás veo una oleada de ojos que brillan y alumbran el camino. Una imagen aterradora. Adrián adelanta el paso hasta ponerse en cabeza, pero mi temor me hace permanecer en el centro de la multitud, en una situación, según percibo, más protectora. Héctor se me acerca para decirme que se alegra de que vuelva a estar entre los vivos, y el ritmo de la procesión aumenta hasta niveles sobrehumanos. Echamos todos a correr, y según termina de ponerse el sol los que van delante se empiezan a transformar en todo tipo de animales voladores: un manto de murciélagos, pájaros, moscas, abejas y polvo cubre los cielos, y esta magia se contagia hacia atrás hasta invadirnos a todos.

Volamos hacia el cielo, cada vez más alto, por encima de las nubes. Mis mariposas aportan el toque de color que esta espeluznante imagen necesita para alcanzar su máximo de belleza. Mi mente se abstrae, es imposible pensar, tan relajante, tan abstracto...

Descendemos el vuelo, hasta llegar a una explanada. La tierra está revuelta, y hay algo de sangre dispersa. Adrián se materializa el tiempo suficiente para dar sus órdenes:
-Hace quince minutos estaban aquí. Hay que ir abriéndose en círculo y no dejar zona sin inspeccionar. Adelante.

Emprendemos el vuelo de nuevo, a dos menos del suelo, y vamos avanzando en busca de pistas. Cada vez hay menos compañeros a mi lado, hasta que acabo yo sola ocupando una extensión de quinientos metros yo sola. No sabría bien cómo describir mis percepciones. Soy capaz de ver y oír cuanto abarca mi envergadura. Pero ni rastro de lo que sea que busco. Cuando cada uno de mis insectos ya no da de sí lo suficiente, bajo hasta el suelo y me fusiono con él. Ya no vuelo, sólo crezco y crezco, mimetizada con el terreno, como una sombra que se opone a la luz del sol.

De repente, siento una llamada. No la oigo, ni la veo. Sólo la siento en mi alma, y acudo presta hasta el origen, donde todos los compañeros se materializan y se apiñan alrededor de algo. Un agudo chillido, como una bestia herida de muerte, protagoniza la escena, y algo que no logro distinguir pero cuya sola presencia hace que toda mi piel se estremezca se hunde bajo nuestros pies dentro de la tierra. Un vampiro mayor, delgado pero fuerte, lo imita rápidamente y lo persigue, y puedo notar el movimiento justo debajo de mí. Un instante de silencio y el suelo se arremolina a pocos pasos de donde estamos. El compañero sale primero, tirando de algo (o alguien) con la mano. Un hombre inconsciente y con mal aspecto, que al parecer ha tenido suerte de que lo encontremos, yace ahora junto a su salvador.

Adrián se le acerca, se acuclilla a su lado, y lo acoge entre sus brazos. Los recuerdos de la pesadilla que sufrí cuando la víctima fui yo me atormentan demasiado ahora. No llego a comprender la magnitud de todo lo que está ocurriendo y me desmayo.

martes, 21 de febrero de 2012

21 de noviembre de 2010

-¡Vaya! Parece que has despertado... -una voz femenina y sensual que penetra en mis oídos como afilados cuchillos. Me duele la cabeza.

Tras varios intentos fallidos de emitir alguna palabra coherente, opto por callarme y centrarme en abrir los ojos. Estoy tendida en una cama de matrimonio con sábanas de seda roja y almohada de plumón blanca. Miro a mi alrededor y todo es bastante confuso, pero me parece distinguir a un par de figuras femeninas que me miran enternecidas y me traen una jarra llena de sangre.

-Toma, bébete esto, te hará sentir mejor.

Agarro la jarra con mis manos temblorosas de miedo, pego un pequeño sorbo que me cuesta dios y ayuda tragar, y vuelvo a mirar el entorno que me rodea. Es una habitación grande, con unas cortinas oscuras y una enorme puerta de madera que parece muy pesada. Dos sillones a los lados de la cama, y una mesita de noche con una pequeña lámpara que me alumbra con una luz blanca cegadora.

-Termínatelo -insiste la mujer.

Obedezco, y gracias a ello logro sentirme mucho mejor. Siento cómo mis mejillas se llenan de color y calidez, y cómo mi corazón late de nuevo como nunca lo había hecho. Miles de dudas me inundan.

-¿Cuánto tiempo llevo dormida?
-Tres días -responde la otra chica, que hasta ahora había permanecido en silencio.
-Mi madre... Tiene que estar preocupada. ¡Necesito llamarla!
-Durmiendo llevas tres días, pero más de un año has estado muerta.

Sus palabras me acongojan y me confunden, ¿no se supone que ya estaba muerta?

-Ahora tienes que descansar, ya habrá tiempo para explicaciones.

Dicho esto, las dos salen por la puerta, la dejan entornada y se alejan sus pasos perdiéndose en un interminable paseo. Me levanto de la cama, y bajo la ventana hay una pila de periódicos. No sé si quiero saber lo que llevan escrito, pero dicen que la curiosidad mató al gato, así que agarro uno y lo miro. Las letras son un poco borrosas al principio, pero poco a poco se van aclarando, al tiempo que mi cerebro comienza a estar más activo y mis sentidos más agudos. No veo nada importante en portada, y comienzo a pasar páginas sin rigor alguno. De hecho, no sé qué estoy buscando, si es que busco algo. Llegando casi al final, me topo con un titular subrayado en rojo: "Cesa la búsqueda de la desaparecida de Fuenlabrada. Se celebrará su funeral a finales de esta semana". Sigo cotilleando los siguientes diarios, y en todos hay alguna noticia destacada. No siempre son en referencia a mí; a veces hacen alusión a gente que muere sin saberse la causa, a desaparecidos sin dejar rastro, incendios devastadores, profanaciones de tumbas... Tanta información me hace perder el sentido y caigo redonda al suelo.

Unas cálidas manos acariciando mi barbilla me devuelven el sentido. De nuevo en la cama, esta vez la compañía es masculina. Es un chico muy joven, alto, de ojos verdes y penetrantes, y nariz afilada. No emite ninguna palabra, sólo se limita a mecerme entre sus brazos, moviendo los labios como si estuviera rezando.

Un chaval cuya cara me resulta familiar irrumpe en la habitación, algo alterado:
-Señor, han llegado los rastreadores que salieron el mes pasado y ni huella han encontrado de Clara. -Tras soltar esto, se percata de mi presencia, y sus ojos se anclan a los míos con aire de esperanza -Hola, madre.

¡Eso es! Sabía que lo conocía. Es el chico del lago, aquél al que devolví la vida después de arrebatársela. ¿Por qué está aquí? Y esa Clara... ¿Será MI Clara?

-Déjanos solos, David, creo que es hora de contarle qué está pasando aquí -su voz autoritaria me impone cierto respeto. David obecede antes incluso de que el "Señor" termine de pronunciar sus palabras.

Tras una pausa en la que no sé si es oportuno interrogarle, decido quedarme callada. Un silencio incómodo a la vez que agradable. Me siento agusto a su lado, pero a la vez me inquieta toda esta situación. No tarda mucho en interrumpir la escena con una breve risa.

-Me llamo Adrián.
-Yo... yo Débora, bueno, Debbie.
-Ya lo sé...
-¿Qué eres?
-Un inmortal, como tú. Bueno, un poco más viejo.
-¿Cuánto más?
-No lo recuerdo... Pero eso da igual.
-¿Y las chicas de antes? ¿Y el chaval? ¿Todos son...?
-Y aún has visto poco, querida.
-¿Hay más? -no sé por qué estoy tan sorprendida.
-Jajaja. Las damas de antes son Belinda y Eva. Y al chico ya lo conocías.
-Entonces, ¿le salvé la vida?
-No exactamente. Se la arrebataste, y condenaste su alma. O eso dicen los más ancianos. Pero ellos no están en este país siquiera, así que disfruta de tu eternidad mientras te dure.
-¿Mientras me dure? ¿Es que puedo perderla?
-No se ha demostrado aún, pero toquemos madera. De momento, tu última experiencia ha sido lo más parecido que tendrás de la muerte definitiva. Si no te hubiéramos encontrado...
-¿Qué habría pasado?
-Bueno, cuando abrimos la caja en la que te enterraron, tu cuerpo empezaba a descomponerse. Menos mal que te conservabas bien y pudiste metabolizar el elixir que te brindamos.
-¿Elixir?
-Bueno, yo prefiero llamar así a la sangre. Es nuestro elixir de la vida eterna.
-Entonces, es cierto... Estaba muerta.
-Más que nunca. Ese cabrón se nos ha escapado ya demasiadas veces.
-¿El que me atacó? ¿Él también era como nosotros?
-Hay quien dice que es un anciano que se rebeló contra nuestro modo de vida y nos quiere aniquilar; otros piensan que es el mismo Satanás que sube al mundo desde el mismo Infierno para arrebatarnos la inmortalidad. Sea como fuere, él vive a costa de sangre eterna, de vampiros, y muchos de los nuestros hace tiempo que desaparecieron y no volvimos a saber nada de ellos.

Un escalofrío recorre mi espalda de abajo arriba. El miedo a saber que hay alguien, o algo, más aterrador que yo misma me obliga a recostarme sobre el confortante lecho. Adrián acerca su cara suavemente hacia la mía, rozando con sus labios la piel de mi frente.

-Ahora, descansa, ya has tenido bastante por hoy. Mañana podrás conocer al resto de la familia.

Dicho esto, se escurre tras la puerta sin apenas tocar el suelo con los pies, inmóviles y relajados. El sueño se apodera de mí y vuelvo a perder el sentido.