miércoles, 11 de noviembre de 2009

18 de septiembre de 2009

Una brisa fresca sacude mis mejillas. Despierto y abro los ojos. Me encuentro tan sumamente cansada... Aún es de noche, aunque no debe quedar mucho para el amanecer. Los pájaros cantan ya, y me hago cada vez más consciente de dónde estoy y por qué.

Miro a mi alrededor... No hay nadie. Ni una mísera rata por las cercanías. No puede ser, yo anoche..., no estaba sola. O eso creo. Todo es tan confuso... Apenas tengo fuerza para ponerme de pie, ¿cómo voy a ser consciente de que mis recuerdos no han sido una fantasía?

Todo está en silencio. Mis finos oídos no perciben más que apenas el movimiento de la vegetación por el viento. Cierro los ojos y trato de concentrarme. No percibo mucha vida en torno a mí, y comienzo a escuchar y sentir mi propio cuerpo. Mi corazón late detenidamente y sin fuerza, mi piel está fría y mis dedos amoratados; mis labios se agrietan, y mis ojos luchan a capa y espada por volver a abrirse. No es la primera vez que me siento así. Ya me había pasado, una noche que no me alimenté. Tal vez me encuentre en este estado por haber servido de alimento a aquél muchacho que ahora me ha abandonado. ¿Dónde está Clara en momentos como éste? Me siento desfallecer...

Despierto en una cama de hospital, enchufada a un montón de máquinas y cables, con una vía introduciendo sangre en mis venas. Alguien me habrá traído hasta aquí... Intento ponerme en pie, pero un enfermero viene corriendo a devolverme a la cama. Me encuentro tan débil aún...
-¿Qué hago aquí?
-Te encontraron tirada en el campo inconsciente, y llamaron a una ambulancia... Has tenido mucha suerte, necesitabas sangre urgente, no sé cómo habrás perdido tanta.

Un señor no muy mayor se acerca a mí. Está triste y enfadado, demasiado confuso.
-Salí a buscar a mi hijo... anoche no volvió a casa. Le gusta meditar en el lugar en el que te encontré..., pero no estaba allí.
-Vaya... Lo siento, de verdad.
-La policía le está buscando. ¿Tú no le habrás visto? -hace una pausa, durante la cual reina el silencio entre ambos. Mi cabeza realiza un gesto negativo automáticamente, y su expresión de tristeza aumenta -Me alegra que te estés recuperando, chiquilla.

El hombre se va, y me quedo sola, con mi vía y mi sangre, mis sábanas blancas y mi ridículo camisón de enferma. Mi ropa está apoyada sobre una silla al lado de la camilla. Me arranco los cables y me levanto, me encuentro bastante mejor. Oh, mierda... No hay forma de cerrar mis pantalones, los han rajado de arriba abajo para intentar salvarme la vida. No sé si darles las gracias o no, de verdad. Intento aprovechar lo poco servible que me han dejado y cogo el reloj y el teléfono móvil. Son las 11 de la mañana, y tengo cinco llamadas perdidas de mamá. Estará que trina, sólo espero que nadie le haya dicho nada de dónde estoy...

Vaya mierda de hospital, se escapa una paciente que hace pocas horas luchaba por seguir viva y nadie la frena. A nadie le importa, realmente...

La puerta de entrada está llena de marginados fumadores tomando un respiro y contaminando un poco más sus delicados pulmones mortales. Me acerco a uno de ellos, joven y atractivo, que termina de apurar el filtro y dirige su mirada hacia mí para prestarme atención. Le pregunto por alguna estación de cercanías medianamente cercana... Sí, lo sé, es patético, pero a estas horas no dispongo de mi velocidad sobrehumana ni tengo coche ni sé conducir, no puedo volar, y lo único que puedo hacer es meterme en un tren que me deje cerca de casa. El tío me mira de arriba abajo con ojos incrédulos, y acto seguido suelta una carcajada...
-¿De dónde sales, muchacha?
-Bueno... He tenido una mala noche... Tengo que volver a casa.

¿Habéis visto la película de Shrek? Pues en mi mente no puedo evitar descojonarme al acodarme del gato con botas y sus ojos de pena... Pero sólo en mi mente, ya que desde fuera mi imagen es la misma que la del gato, con ojos brillates; sólo me faltan las orejas hacia atrás... Por suerte, en el mundo aún quedan buenas personas, capaces de ayudar a monstruos como yo sin pedir nada a cambio:
-Venga, que te acerco nena, no vaya a ser que te dé otro patatús y no haya nadie cerca...
-Gracias, de verdad...

Me dirige hacia una pequeña tartana gris aparcada no muy lejos de allí. Me abre la puerta del copiloto, mientras me pregunta a dónde me tiene que llevar exactamente. "A Fuenlabrada", le respondo tímidamente. Arranca el motor y emprende el camino. No es muy hablador, pero no me siento demasiado incómoda. Sólo me da rabia tener que recurrir a esto, pudiendo haber vuelto a casa cuando debía, en vez de apiadarme de mi cena.

No debe quedar mucho para llegar, cuando me pide que le vaya guiando, sobre todo una vez dentro del pueblo. Me apeo en la rotonda que hay justo debajo de casa, y le doy las gracias de nuevo. Según estoy cerrando la puerta, me advierte: "Ten cuidado", y cuando me estoy alejando, con la ventanilla abierta me grita: "¡No nos expongas de esa forma!". Sale disparado el coche sin darme tiempo a volverme para preguntarle qué quiso decir...

Realmente, no termino de entenderlo... "No nos expongas de esa forma"... ¿A qué se referirá? ¿Me lo diría a mí?

Subo a casa, y me toca la bronca de la sargento... Con el cansancio que aún siento, no es difícil fingir el final de una borrachera o el comienzo de una resaca. Es lo normal a mi edad, ¿no? Recojo el salón y la cocina, limpio el baño y bajo a comprar, todo para tenerla contenta... Es viernes a mediodía, y aún me quedan muchas horas para poder volver a salir a beber.

Tras la comida en familia, me voy a la cama a terminar de descansar, que falta me hace. Sueño con el muchacho de anoche, y con los tubos y las vías del hospital. Me despierta el teléfono a eso de las 8 de la tarde. Esta gente de Movistar no descansa nunca, no pierden la esperanza. ¡Que no! ¡No quiero cambiarme de compañía, gracias! A veces parece que no hablamos el mismo idioma.

Me levanto de la cama y me meto a la ducha. Me siento sucia, así que froto con fuerza. Me planto algo de ropa y salgo de cacería. Nada especial, puro instinto... A la que vuelvo me meto en la cama de nuevo... Intentaré pasar desapercibida unos días.

martes, 3 de noviembre de 2009

17 de septiembre de 2009

Me levanto de la cama sin ganas. Sé que voy a ir para nada. No tiene ningún sentido, pero he de hacerlo, si no quiero levantar sospechas...

Llego a la consulta, y finjo una gran sorpresa cuando la recepcionista me informa de que Héctor no ha acudido hoy al trabajo.
-Oh, vaya. ¿Le ha ocurrido algo?
-No, sólo está enfermo, se incorporará mañana o el lunes -responde ella. ¡Será cínica! ¿Cómo va a volver a trabajar si está muerto? Tal vez no quieran que nos preocupemos y nos ponen un suplente...

Así por lo pronto... Yo me vuelvo a casa a disfrutar uno de los pocos días de vacaciones que me quedan...

Cama, música, pelis... La tarde transcurre bastante deprisa. Pronto el día cálido y agobiante da paso a una noche despejada de brillantes estrellas en el cielo. No me quedo en casa para contemplarlas, pues con la contaminación lumínica de la ciudad apenas se distinguen cuatro puntos lejanos.

Desde la sierra hay una vista genial. Oscuridad, silencio... Abrigada por un manto de astros me tiendo sobre una roca y cierro los ojos. Es todo tan perfecto... Me viene una oleada de romanticismo a la cabeza: la luna, las nubes, la brisa, la naturaleza... Siento unos brazos protectores en torno a mí, que me agarran por la cintura como si fuera lo más valioso para ellos. Abro los ojos y esta viva sensación se esfuma. Era sólo producto de mi imaginación... o de mis recuerdos. Mis recuerdos de cuando era humana, y amaba, y necesitaba alguien a mi lado. Cuando la vida no era sólo sangre y sexo. De hecho, si me planteo esto a estas alturas..., ¿será que esa parte no ha desaparecido de mí?

Un crujido entre la maleza me extrae de mis divagaciones. Probablemente fuera el viento. O algún animal de campo. Soy el mayor depredador sobre la faz de la tierra, no hay que tenerle miedo. Pero lo tengo. La verdad es que hacía mucho tiempo que no me sentía tan perdida y asustada. ¿Qué va a ser de mí a partir de ahora?

Oigo una piedra chapotear sobre un estanque cercano. Alguien la ha rojado a modo de rana. Me acerco al lugar de donde vino el sonido. Un niño de no más de 13 años está llorando sentado al pie de un árbol. Mi anterior sentimiento de soledad y tristeza aumenta conforme disminuye la distancia que me separa de él. Entro en su mente más directamente: ha discutido con su novia y siente que el mundo se le cae encima; no quiere perderla, y teme no saber seguir adelante si la pierde. No puedo reprimir una lágrima que asoma a mis ojos mientras el muchacho me contempla repleto de curiosidad. No comprende qué motivos puedo tener para estar allí tan sola, en un lugar tan oscuro y tenebroso.

No le digo nada; ni él a mí. Tan sólo nos acercamos y nos fundimos en un cariñoso abrazo. Un abrazo maternal por mi parte, consolador. Su corazón se relaja y deja de llorar su alma. Ya está todo a punto de acabar, soy la solución a su mal. Perforo su delicado e inmaduro cuello con mis incisivos, y sello la salida de sangre con mis labios. El dolor va desapareciendo poco a poco. Sólo permanece el miedo..., delicioso terror. Ya no hay tristeza en mi interior. Ya no me siento sola, ni añoro unos brazos que me cobijen ni me amen. Todo fue una conexión empática con el cuerpo del chico que ahora yace en el suelo junto al estanque. Lo cojo en brazos para meterlo en el agua, pero... creo que aún respira. Lucha con todas sus fuerzas para seguir con vida. Su corazón apenas es capaz de impulsar sangre suficiente para mantener su cerebro activo; si sobrevive es probable que le queden graves secuelas neurológicas. Abre los ojos y los fija en mí; no suplica compasión, ni me pide que acabe ya con su vida. Simplemente me mira, como mira un bebé de dos meses a su madre sin ni siquiera saber qué es aquello que reciben sus retinas.

En cierto modo, desde el principio estuve muy unida psíquicamente a él... No lo pienso más veces. Me siento en el suelo, recostándolo sobre mis piernas, me realizo un corte en el antebrazo y le doy de beber. Estúpidamente por mi parte, le coloco la herida en la comisura de los labios, pero él no hace nada... Exprimo mi líquido vital dentro de su boca, y observo cómo su cuerpo va recuperando todo su color. Agotado él y exhausta yo, pasamos la noche dormidos en aquél paraje, abrazados, uno al lado del otro...