lunes, 1 de febrero de 2010

21 de septiembre de 2009

Suena el despertador, es el primer día de clase... Después de pasar el último fin de semana de vacaciones saliendo de fiesta y bebiendo sin parar (todos sabemos que no hablo de alcohol), hoy toca ponerse las pilas.

Me ducho, me visto, meto las cosas en la mochila... Todo listo, me dirijo al metro. A estas horas de la mañana veo el mundo de otro color. Recién amanecido, no llega a ser de día, pero tampoco me cobija la oscuridad de la noche. Apenas hay gente por la calle, y me siento ligera y poderosa aún. Antes de lo pensado ya he llegado a la estación.

Más de 20 minutos de viaje sentada frente a un cristal que conduce a ninguna parte, cada vez que lo miro veo a la yo que siempre quise ser, recordando cómo solía ser antes. A mitad de camino el tren está demasiado lleno, y las voces en mi cabeza son insoportables. Dinero, amor, sexo, salud, alcohol... Los humanos siempre piensan en lo mismo. Saco el mp3 y lo pongo a todo a todo volumen. Esto los callará un poco.

Ya por fin llego a Parque Oeste, y me dirijo a la que será mi clase durante este curso. Las mismas caras de siempre, cada vez más insignificantes para mí. Los unos, porque nunca nos hemos llevado bien; los otros, porque directamente no tengo trato con ellos... Siento una gran superioridad al saber que cuando todos ellos mueran yo seguiré teniendo 20 años. Sólo lo lamento por unos cuantos, pero el sentimiento es menos intenso de lo que habría esperado de mi etapa mortal.

Presentaciones, asignaturas nuevas, y bla, bla, bla... Nada especialmente reseñable, salvo la posibilidad de hacer prácticas en equipos universitarios que no descarto aún. A la salida se comenta sobre una fiesta de inauguración del curso con los alumnos de fisioterapia de 1º, 2º y 3º, para dar la bienvenida a los nuevos (excusa para salir todos y pillarse el pedo del siglo). Se organiza el evento para este jueves, y será la primera fiesta universitaria de mi facultad a la que acuda.

Me engancho los auriculares y emprendo el regreso a casa. A mediodía el metro está repleto y no hay ni sitio para sentarse ni apoyarse. Sólo queda permanecer de pie en mitad del paso agarrada a una barra. Siempre me habían gustado estos momentos, porque jugaba a imaginar lo que pasaba por la cabeza de la gente. Ahora el juego ya no tiene ningún misterio para mí. Simplemente se agradecería que todo el mundo fuera a su bola. Pero no es así; algún día me tendré que acostumbrar a llamar la atención, ya que no es algo que pueda evitar.

Entre tantas caras hay una que destaca. No es el más llamativo ni el más atractivo, pero tiene un encanto especial. Me mira como si me hubiera reconocido, y parece reprimir un intento de acercarse a mí. Me arranco un auricular de la oreja y presto atención para buscar dentro de su mente. Hay demasiado jaleo, así que intento aislar aquella voz que suene diferente, aquélla que resalte por encima del resto. Apenas logro distinguir un murmullo incomprensible, el tren se para, se abren las puertas y el individuo en cuestión se baja del vagón. Sin pensarlo dos veces, intento atravesar la multitud para salir yo también, pero las puertas se cierran delante de mis narices, mientras la espalda de aquél chico se aleja hacia las escaleras. "¡Gírate! No me decepciones y date la vuelta. ¡Mírame!". Se para en seco, gira la cabeza unos treinta grados, sin llegar a mirar en mi dirección, y retoma su camino.

No me queda más que volver a casa como si nada hubiera pasado, y fingir que como, y fingir que soy una chica normal. Por suerte, no me preguntan qué tal el primer día del curso. Me encierro en mi habitación para recapacitar sobre los acontecimientos de los últimos días. No dejo de sorprenderme.

Enciendo el ordenador y busco en Google algo acerca de los vampiros. Esto no es como en las películas, que todo el mundo encuentra sus respuestas a hechos sobrenaturales en Internet... Yo apenas consigo leer una sarta de idioteces que poco tienen que ver con la realidad, además que nadie cree realmente en nosotros.

Sigo buscando... Pero nada. Lo más interesante que encuentro es un chat para vampiros. Entro por curiosidad. Nick: Debb.... no, demasiado obvio. "Swan" es un buen nick. Aunque muchos pensarán que va por la protagonista de aquel insulto a nuestra raza que se hace llamar Crepúsculo, en realidad me gusta más Elisabeth Swan, de Piratas del Caribe. Le doy al intro, pero me dice que el nick que seleccioné no está disponible. Ya me extrañaba a mí... Tras varios intentos, al final consigo acceder como "Juana de Arco". No preguntéis a qué viene el nombre, porque ya me empezaba a quedar sin imaginación. Aunque algo en común tengo con ella: ambas estamos muertas, en cierto modo.

Nada más entrar, un tal "Blade" me abre una conversación privada. Tras hablar con el un instante ya comprendo que el 99% de los usuarios conectados a este chat son mortales corrientes. El otro 1% soy yo. De todos modos, este juego de roleo tiene su gracia. Aquí os dejo el resultado final de la conversación:

Blade: No sabía yo que Juana de Arco fuera una vampiresa.
Yo: Los vampiros de verdad lo son porque nadie los conoce. Si así fuera, estaríamos todos muertos, ¿no crees?
Blade: Vaya, así que no eres una farsante...
Yo: Según lo que entiendas por farsante. Si tenemos en cuenta que vivo un papel en la sociedad que en nada se corresponde con mi verdadera naturaleza, sí que soy una farsante..., ante la sociedad corriente.
Blade: Curiosa perspectiva. ¿Qué edad tienes?
Yo: ¿Acaso esa pregunta tiene algún sentido en un ser inmortal?
Blade: Cierto, tienes razón... ¿De dónde eres?
Yo: De transilvania, jajaja
Blade: Jajajaj Eres divertida. Seguro que también eres muy guapa.
Yo: Vaya, te veo acostumbrado a esto...
Blade: ¿A qué?
Yo: A ligar en chats.
Blade: Vaya, me has pillado... ¿Me vas a chupar la... sangre?
Yo: Nunca he probado la sangre de otro vampiro.
Blade: Nunca es mal momento para empezar.
Yo: ¿Dónde tengo que ir, entonces?
Blade: C/ XXXXXXXXX Nº XX
(no os interesa dónde vive, sólo deciros que a unos 20 minutos en coche)
Yo: ¿Es en serio o me tomas el pelo?
Blade: Ven y lo compruebas.
Yo: Ahora mismo.
Blade: Aún es de día, queda media hora para el anochecer... No querrás morir, ¿no?
Yo: Jejeje Sí... Cierto... Gracias por recordármelo.

Después de esto nos quedamos en silencio 25 largos minutos. Miro al cielo y ya está oscuro. Gozo de mis poderes. Concluimos la conversación:

Yo: Voy para allá. Deja la ventana abierta.
Blade: Me pone que me hables así.

No vuelvo a responder. En dos minutos estoy llamando a la puerta de su casa. "¿Quién es?", "Soy Juana, ¿me dejas entrar?".

Abre la puerta y se queda alucinando. Acaba pensando que en realidad yo vivo por allí cerca y que ésa es la razón por la que he sido tan rápida. No deja de repetir que no se equivocaba conmigo y que soy un bombón. Él... Bueno, no es gran cosa. Veintitantos años, un poco emo. Alto, moreno y delgado, tiene cara de muerto.

Me enseña la casa, todo un formalismo. Llegamos a la habitación y lo tumbo en la cama. Se queda paralizado, y es ahora cuando creo que empieza a comprender que yo sí que iba en serio. Me acerco a darle un beso, mientras incrusto mis afilados dientes en sus labios. Tras una mueca de dolor por su parte, continúa como si aquella sensación le diera placer. Algo normal en mis víctimas. en momentos como éste resulta complicado pensar, pero con los días me estoy volviendo más cauta. Si lo desangro a base de mordiscos delato que existe algo como yo. Empiezo a desnudarle, y utilizo su ropa para atarlo al cabecero de la cama. En lo que dura un pestañeo voy y vuelvo de la cocina con un cuchillo afilado en la mano. Al verlo, sus ojos empiezan a mostrarse llenos de terror, y su boca delata un chillido inminente. Mi mano veloz consigue sellar sus labios, mientras la otra apuñala el pecho del muchacho no muy cerca del corazón para no matarlo tan deprisa.

Lamo la herida y empiezo a tragar lo que entra a mi boca. Demasiada sangre de golpe, éste no durará mucho. Mis sentidos están demasiado confusos, tan sólo el olor y el sabor los percibo en inmensa magnitud... Poco tiempo después, el corazón deja de latir. Salto por la ventana y vuelvo a casa. De camino siento un hormigueo en la palma de la mano. Un bocado profundo que se cura a una velocidad de vértigo. El muy hijo de perra me ha mordido...