sábado, 25 de febrero de 2012

23 de noviembre de 2010

Está a punto de amanecer, me despierto en aquel páramo perdido de la mano de dios. No estoy sola, David está a mi lado, sentado en la arena observándome. Me pregunto cuánto tiempo lleva así...

-Es más seguro no quedarse solo. Le pedí a Adrián que no te llevara de vuelta. Me apetecía hablar contigo, que aún no hemos tenido la ocasión.
-Yo... Siento mucho lo que te he hecho. Tu padre estaba tan dolido...
-¿Conociste a mi padre? Bueno... Supongo que aquella etapa terminó. Cuando Belinda me encontró y me trajo a la casa, me enfadé mucho con mi suerte por haber sido tan cruel conmigo. Pero luego agradecí a los cielos el haberme dado otra oportunidad para ser feliz.
-¡Oh, vamos! No digas tonterías, con lo joven que eras... Era normal tu sufrimiento, esas cosas se pasan.
-De igual forma, nada puede cambiar el pasado. Volvamos, que va a salir el sol.
-No puede hacernos daño.
-A mí no.
-Ni a mí, no digas tonterías.
-Bueno. Adrián no te comentó nada al respecto, parece... -David se levanta y emprende la marcha de vuelta, a paso ligero, unos pasos invisibles al ojo mortal, pero relajados para nuestros pies.
-¿Qué tengo que saber?
-Aquella cosa que te atacó... Bueno, no eres la primera, y a los demás que han sobrevivido a él...
-¿Qué? Me estás poniendo nerviosa...
-Bueno, no es letal, pero les hace perder energía a una velocidad multiplicada por diez. Es como una enfermedad. Supongo que tendrá que ver con el hecho de que nadie le ha visto atacar antes de la puesta del sol.

O sea, que estoy enferma.

-¿Tú crees que no puede vivir a plena luz del día?
-De hecho, Adrián está convencido. Es una ventaja para nosotros, al menos para los más jóvenes, que sólo somos poderosos bajo la protección de la luna...

Llegamos a una enorme casa en mitad del campo, de fachada blanca y grandes balcones. Creo que estamos en casa. No tuve ocasión de verla cuando salimos en masa anoche. Nos acomodamos en el salón en un enorme sillón de cuero junto a una chimenea, que da un aire muy acogedor a este nuevo hogar. Retomo la conversación:

-¿Cómo llegaste aquí?
-Bueno, el principio creo que ya lo conoces. Después de aquella noche me desperté en la madrugada, al cobijo de la oscuridad. El dolor había desaparecido, pero mi corazón se llenó de dudas y vagos recuerdos. Te vi a ti, y recordé el momento más terrorífico de mi vida: cuando sentía que la muerte venía en mi busca. No podía discernir la realidad de la fantasía, pero eché a correr, lejos, muy lejos. Me perdí, y me senté en un camino a llorar. Un señor mayor me vio y acudió en mi ayuda, se preocupó por si me había ocurrido algo, pero en cuanto se me acercó no sé cómo, acabó muriendo en mis brazos sobre un manto de sangre.

«Seguía sin entender lo que me pasaba, de modo que allí lo dejé y seguí corriendo. No sabía hacia donde me llevaban mis pies. Bueno, parece que ellos sólo eran el vehículo, pero era mi corazón el que los guiaba. Primero quiso desaparecer del mundo, alejándose de cuanto conocía, hasta que comprendió que era una tarea imposible
y lo llevaron de vuelta al barrio. Salió el sol y entraba yo en casa. Me tumbé en la cama a llorar. No había nadie, así que mejor, me ahorraba las explicaciones.

«Pasé unas horas durmiendo. Pero las pesadillas me despertaban continuamente empapado en sudor. Mi piel estaba fría, y mis ojos ardían. No podían parar de derramar lágrimas. Por la tarde oí la puerta y a mis padres entrando a casa, mientras gritaban mi nombre con la esperanza de que hubiera vuelto. Me levanté, y fui hacia ellos con pesadez en los pies. Mi madre me abrazó y me cosió a besos de alegría por ver que estaba entero y que nada le había pasado a su hijito, mientras mi viejo despotricaba y gritaba sobre mi mala educación y qué habrían hecho mal para que me largara de esa manera sin decir nada. Decía que les había dado un susto de muerte, que había pasado el peor momento de toda su vida, y que me iba a castigar sin salir y sin videoconsola. Me enervaba cada vez más, y mi madre trataba de tranquilizarlo, sin dejar de abrazarme. Olía tan bien, su piel era tan suave... ¿Sabías que a los vampiros nos cuesta más esfuerzo resistirnos a la tentación de la sangre cuando la víctima está excitada? Sea por miedo, angustia o pasión, cuanto más rápido y fuerte late su corazón, más sangre corre por sus venas en ese momento y más nos abre el instinto depredador. Es por eso que siempre jugamos con la comida, de una forma u otra.

«En fin, que me desvío del tema. A mi madre le latía el corazón con demasiada intensidad, causada por el miedo a perderme, la alegría de encontrarme, y el enfado por la crueldad de mi padre. Cuando la última lágrima cayó de mis ojos sobre su piel, mis colmillos se hincaron en su cuello inmóvil, con una mueca de dolor en su boca pero sin emitir ni una sola voz. Parecía hechizada, y mi padre contempló todo horrorizado. Yo también me asusté por lo que acababa de hacer, y fui tras él mientras corría y amenazaba con llamar a la policía. Quise evitarlo cogiéndole del brazo y tirando de él hacia mí, pero no fui capaz de controlar mi fuerza y lo estrellé contra una pared.
«Tengo una laguna en mi cabeza, lo siguiente que recuerdo son un montón de sirenas azules y hombres de uniforme entrando en mi casa y llevándome con ellos. Miré hacia atrás y vi los cadáveres sangrantes de mis dos padres yaciendo en el suelo, y el dolor me quemó los intestinos. Sentía ganas de vomitar, de volver atrás y deshacer aquel entuerto. Pero no fue posible. Me metieron entre rejas y me ingresaron en un centro psiquiátrico. El juez creyó que no estaba en mi sano juicio y por eso no me llevó a un corrector de menores.

«Allí me intentaban drogar para tenerme más tranquilo. Me encerraron en una habitación aislada del resto. Pasaron los días, y aunque me daban de comer, mi cuerpo estaba cada vez más débil, más pálido y más frío. Me volvía loco por momentos, llegando a pensar que todo había sido un mal sueño, y que aquellos médicos me iban a curar y a devolver una vida decente. Pero no fue así. Tras dos semanas allí metido el latido de mi corazón era tan tenue, que solo era perceptible a mis oídos sobrehumanos. Me dieron por muerto y me llevaron a la morgue.

«No iban a investigar el motivo de mi supuesta defunción, eso al hospital no le importaba, ya que nadie iba a pedir explicaciones. Me prepararon para mi entierro en una fosa común, que daría lugar al día siguiente. Yo estaba tan débil que era incapaz de moverme, pero no de oír y ver. Y maldita la hora en que me hiciste esto, porque fui testigo de mi propia violación, repetida un par de veces, por un auxiliar del hospital demasiado sádico. Me la metió por detrás varias veces, y el muy loco veía cómo mi cara se retorcía del asco, pero creía que era causa de lo colocado que iba. A la tercera vez, introdujo su dedo en mi boca para jugar con mi lengua, y se pinchó con uno de mis afilados colmillos. En el mismo instante en que la primera gota de sangre tocó el fondo de mi gargante, recibí las fuerzas suficientes para cerrar mis mandíbulas fuerte y arrancarle el dedo. Me miró a los ojos acojonado, mientras se agarraba la mano y empezaba a gritar de pavor, y mis pies se levantaron de aquella mesa y sostuvieron mi peso lo suficiente para caer encima de él. Lo devoré salvajemente y salí corriendo.

«De camino a la salida, me topé con dos enfermeros más que, bloqueados por el pánico, fueron presas tremendamente fáciles. Al cruzar la puerta de personal del hospital para salir fuera, vi aparecer en la oscuridad a Adrián y a Eva. No sabía quiénes eran, así que intenté huir, pero me dieron caza. Por suerte, lejos de mis temores, me dedicaron palabras agradables, que apaciguaron mi estado de ánimo, y me trajeron aquí. Desde entonces me he unido a ellos para encontrar a otros vampiros desamparados como yo, y a rescatar a aquéllos que están siendo aniquilados. No salgo con ellos a buscar a la gran bestia devoradora de inmortales, porque aún soy joven y no me lo permiten, pero entreno a fondo mis habilidades para luchar al lado de mis salvadores.

«Ahora que ya conoces mi historia, espero me perdones y comprendas cuando te diga que aunque te respeto como mi creadora y como una hermana, te odio en lo más profundo de mi alma y siento un gran rencor hacia ti.

Terminada esta historia, de veras que me quedo sin palabras. Soy la culpable de tanto dolor... David se levanta de su asiento y se retira, y yo me quedo dormida sumida en mis pensamientos.

Adrián me despierta al caer la tarde para ir de caza. Dice que tengo que comer, aunque el muchacho me ha quitado el apetito. Nos pasamos la noche paseando a la luz de la luna después de habernos servidos de un par de presos en una cárcel cercana, sin decir una sola palabra, sólo andando, disfrutando de su compañía. Me hace sentir tan segura a su lado... Antes de salir el sol, volvemos a casa y me meto en la cama a dormir.

miércoles, 22 de febrero de 2012

22 de noviembre de 2010

-Despierta, Bella Durmiente.
-¿Qu..?
-Remolona... Hay mucho trabajo para hoy. Espabílate.

Abro los ojos y está Adrián tumbado a mi lado jugueteando con mi pelo entre sus dedos. Se levanta, y me acerca algo de ropa. Se gira para que me vista, mientras me cuenta los planes para hoy.

-He perdido a otro de los nuestros. Vamos a ir a buscarlo al último lugar donde lo sentí.
-No entiendo nada...
-Ay, sí, perdona. Verás: todo vampiro tiene una ligera conexión telepática con sus conversiones, con los que ha creado él mismo. Este nexo suele ser algo muy ligero e imperceptible, que aumenta a medida que pasan los años, y se extiende a todas las generaciones posteriores. En otras palabras: todos los inmortales que hay en 900 km a la redonda venís de un padre en común: yo.
-¿Y dices que has perdido a uno de nosotros?
-He dejado de sentirlo, de escucharlo. Ha sido atacado por el mismo que te lo hizo a ti. Cuanta más prisa nos demos, más posibilidades de encontrarlo.
-¿Va a ser... peligroso?
-Jajaja. ¿Acaso tienes miedo? Venga, aprisa, sígueme.

Salimos de la habitación y bajamos unas escaleras. Al fin de ésta hay todo un ejército de lo que supongo que son todos como yo. Por lo menos setenta vampiros, todos impresionantes cada cual a su manera. Varios rostros me son conocidos ya: Eva, Belinda, David, ¿Héctor y Gorka? ¿están vivos? Me sonríen, y emprendemos la marcha.

Fuera ya está anocheciendo, y al mirar atrás veo una oleada de ojos que brillan y alumbran el camino. Una imagen aterradora. Adrián adelanta el paso hasta ponerse en cabeza, pero mi temor me hace permanecer en el centro de la multitud, en una situación, según percibo, más protectora. Héctor se me acerca para decirme que se alegra de que vuelva a estar entre los vivos, y el ritmo de la procesión aumenta hasta niveles sobrehumanos. Echamos todos a correr, y según termina de ponerse el sol los que van delante se empiezan a transformar en todo tipo de animales voladores: un manto de murciélagos, pájaros, moscas, abejas y polvo cubre los cielos, y esta magia se contagia hacia atrás hasta invadirnos a todos.

Volamos hacia el cielo, cada vez más alto, por encima de las nubes. Mis mariposas aportan el toque de color que esta espeluznante imagen necesita para alcanzar su máximo de belleza. Mi mente se abstrae, es imposible pensar, tan relajante, tan abstracto...

Descendemos el vuelo, hasta llegar a una explanada. La tierra está revuelta, y hay algo de sangre dispersa. Adrián se materializa el tiempo suficiente para dar sus órdenes:
-Hace quince minutos estaban aquí. Hay que ir abriéndose en círculo y no dejar zona sin inspeccionar. Adelante.

Emprendemos el vuelo de nuevo, a dos menos del suelo, y vamos avanzando en busca de pistas. Cada vez hay menos compañeros a mi lado, hasta que acabo yo sola ocupando una extensión de quinientos metros yo sola. No sabría bien cómo describir mis percepciones. Soy capaz de ver y oír cuanto abarca mi envergadura. Pero ni rastro de lo que sea que busco. Cuando cada uno de mis insectos ya no da de sí lo suficiente, bajo hasta el suelo y me fusiono con él. Ya no vuelo, sólo crezco y crezco, mimetizada con el terreno, como una sombra que se opone a la luz del sol.

De repente, siento una llamada. No la oigo, ni la veo. Sólo la siento en mi alma, y acudo presta hasta el origen, donde todos los compañeros se materializan y se apiñan alrededor de algo. Un agudo chillido, como una bestia herida de muerte, protagoniza la escena, y algo que no logro distinguir pero cuya sola presencia hace que toda mi piel se estremezca se hunde bajo nuestros pies dentro de la tierra. Un vampiro mayor, delgado pero fuerte, lo imita rápidamente y lo persigue, y puedo notar el movimiento justo debajo de mí. Un instante de silencio y el suelo se arremolina a pocos pasos de donde estamos. El compañero sale primero, tirando de algo (o alguien) con la mano. Un hombre inconsciente y con mal aspecto, que al parecer ha tenido suerte de que lo encontremos, yace ahora junto a su salvador.

Adrián se le acerca, se acuclilla a su lado, y lo acoge entre sus brazos. Los recuerdos de la pesadilla que sufrí cuando la víctima fui yo me atormentan demasiado ahora. No llego a comprender la magnitud de todo lo que está ocurriendo y me desmayo.

martes, 21 de febrero de 2012

21 de noviembre de 2010

-¡Vaya! Parece que has despertado... -una voz femenina y sensual que penetra en mis oídos como afilados cuchillos. Me duele la cabeza.

Tras varios intentos fallidos de emitir alguna palabra coherente, opto por callarme y centrarme en abrir los ojos. Estoy tendida en una cama de matrimonio con sábanas de seda roja y almohada de plumón blanca. Miro a mi alrededor y todo es bastante confuso, pero me parece distinguir a un par de figuras femeninas que me miran enternecidas y me traen una jarra llena de sangre.

-Toma, bébete esto, te hará sentir mejor.

Agarro la jarra con mis manos temblorosas de miedo, pego un pequeño sorbo que me cuesta dios y ayuda tragar, y vuelvo a mirar el entorno que me rodea. Es una habitación grande, con unas cortinas oscuras y una enorme puerta de madera que parece muy pesada. Dos sillones a los lados de la cama, y una mesita de noche con una pequeña lámpara que me alumbra con una luz blanca cegadora.

-Termínatelo -insiste la mujer.

Obedezco, y gracias a ello logro sentirme mucho mejor. Siento cómo mis mejillas se llenan de color y calidez, y cómo mi corazón late de nuevo como nunca lo había hecho. Miles de dudas me inundan.

-¿Cuánto tiempo llevo dormida?
-Tres días -responde la otra chica, que hasta ahora había permanecido en silencio.
-Mi madre... Tiene que estar preocupada. ¡Necesito llamarla!
-Durmiendo llevas tres días, pero más de un año has estado muerta.

Sus palabras me acongojan y me confunden, ¿no se supone que ya estaba muerta?

-Ahora tienes que descansar, ya habrá tiempo para explicaciones.

Dicho esto, las dos salen por la puerta, la dejan entornada y se alejan sus pasos perdiéndose en un interminable paseo. Me levanto de la cama, y bajo la ventana hay una pila de periódicos. No sé si quiero saber lo que llevan escrito, pero dicen que la curiosidad mató al gato, así que agarro uno y lo miro. Las letras son un poco borrosas al principio, pero poco a poco se van aclarando, al tiempo que mi cerebro comienza a estar más activo y mis sentidos más agudos. No veo nada importante en portada, y comienzo a pasar páginas sin rigor alguno. De hecho, no sé qué estoy buscando, si es que busco algo. Llegando casi al final, me topo con un titular subrayado en rojo: "Cesa la búsqueda de la desaparecida de Fuenlabrada. Se celebrará su funeral a finales de esta semana". Sigo cotilleando los siguientes diarios, y en todos hay alguna noticia destacada. No siempre son en referencia a mí; a veces hacen alusión a gente que muere sin saberse la causa, a desaparecidos sin dejar rastro, incendios devastadores, profanaciones de tumbas... Tanta información me hace perder el sentido y caigo redonda al suelo.

Unas cálidas manos acariciando mi barbilla me devuelven el sentido. De nuevo en la cama, esta vez la compañía es masculina. Es un chico muy joven, alto, de ojos verdes y penetrantes, y nariz afilada. No emite ninguna palabra, sólo se limita a mecerme entre sus brazos, moviendo los labios como si estuviera rezando.

Un chaval cuya cara me resulta familiar irrumpe en la habitación, algo alterado:
-Señor, han llegado los rastreadores que salieron el mes pasado y ni huella han encontrado de Clara. -Tras soltar esto, se percata de mi presencia, y sus ojos se anclan a los míos con aire de esperanza -Hola, madre.

¡Eso es! Sabía que lo conocía. Es el chico del lago, aquél al que devolví la vida después de arrebatársela. ¿Por qué está aquí? Y esa Clara... ¿Será MI Clara?

-Déjanos solos, David, creo que es hora de contarle qué está pasando aquí -su voz autoritaria me impone cierto respeto. David obecede antes incluso de que el "Señor" termine de pronunciar sus palabras.

Tras una pausa en la que no sé si es oportuno interrogarle, decido quedarme callada. Un silencio incómodo a la vez que agradable. Me siento agusto a su lado, pero a la vez me inquieta toda esta situación. No tarda mucho en interrumpir la escena con una breve risa.

-Me llamo Adrián.
-Yo... yo Débora, bueno, Debbie.
-Ya lo sé...
-¿Qué eres?
-Un inmortal, como tú. Bueno, un poco más viejo.
-¿Cuánto más?
-No lo recuerdo... Pero eso da igual.
-¿Y las chicas de antes? ¿Y el chaval? ¿Todos son...?
-Y aún has visto poco, querida.
-¿Hay más? -no sé por qué estoy tan sorprendida.
-Jajaja. Las damas de antes son Belinda y Eva. Y al chico ya lo conocías.
-Entonces, ¿le salvé la vida?
-No exactamente. Se la arrebataste, y condenaste su alma. O eso dicen los más ancianos. Pero ellos no están en este país siquiera, así que disfruta de tu eternidad mientras te dure.
-¿Mientras me dure? ¿Es que puedo perderla?
-No se ha demostrado aún, pero toquemos madera. De momento, tu última experiencia ha sido lo más parecido que tendrás de la muerte definitiva. Si no te hubiéramos encontrado...
-¿Qué habría pasado?
-Bueno, cuando abrimos la caja en la que te enterraron, tu cuerpo empezaba a descomponerse. Menos mal que te conservabas bien y pudiste metabolizar el elixir que te brindamos.
-¿Elixir?
-Bueno, yo prefiero llamar así a la sangre. Es nuestro elixir de la vida eterna.
-Entonces, es cierto... Estaba muerta.
-Más que nunca. Ese cabrón se nos ha escapado ya demasiadas veces.
-¿El que me atacó? ¿Él también era como nosotros?
-Hay quien dice que es un anciano que se rebeló contra nuestro modo de vida y nos quiere aniquilar; otros piensan que es el mismo Satanás que sube al mundo desde el mismo Infierno para arrebatarnos la inmortalidad. Sea como fuere, él vive a costa de sangre eterna, de vampiros, y muchos de los nuestros hace tiempo que desaparecieron y no volvimos a saber nada de ellos.

Un escalofrío recorre mi espalda de abajo arriba. El miedo a saber que hay alguien, o algo, más aterrador que yo misma me obliga a recostarme sobre el confortante lecho. Adrián acerca su cara suavemente hacia la mía, rozando con sus labios la piel de mi frente.

-Ahora, descansa, ya has tenido bastante por hoy. Mañana podrás conocer al resto de la familia.

Dicho esto, se escurre tras la puerta sin apenas tocar el suelo con los pies, inmóviles y relajados. El sueño se apodera de mí y vuelvo a perder el sentido.

lunes, 20 de febrero de 2012

18 de noviembre de 2010

-Reacciona, chica. ¿Puedes oírme? ¡Mirad! ¡Parece que abre los ojos!

No veo más que un montón de nubes borrosas con ojos brillantes. Un sabor familiar en mi boca me hace sentir cada vez más viva. Mi cabeza se inunda de dudas, no acabo de entender nada. ¿Cuánto tiempo llevo dormida? Son tantas las cosas que quiero decir en voz alta... Pero mis labios son incapaces de articular palabra alguna. Me vuelvo a quedar dormida.

22 de septiembre de 2009

Sábado por la mañana. Hace bastante calor, y el sol me aturulla la cabeza. Me despierto con la sensación de que el último mes de mi vida ha sido tan sólo un sueño. Mis recuerdos más recientes son confusos, pero un dolor en la mano me devuelve a la realidad, una realidad que a veces me hace desear no haber nacido, para acabar convirtiéndome en lo que soy.

¿Por qué ahora este sentimiento de culpa? ¿Estoy siendo manipulada por alguien, o simplemente el pasado cercano empieza a carecer de sentido y prima en mí la cordura? Me refrescaré la cara con agua bien fría para despejar las ideas. Lleno el lavabo hasta arriba, le pongo media bolsa de hielos y sumerjo la cabeza dentro. Siento que mis pensamientos comienzan a discurrir más despacio, el dolor se acalla, la paz vuelve a mi alma, y los sentimientos oscuros se desvanecen. El corazón me late cada vez más y más lento, más y más débil. Pierdo la noción del tiempo, hasta que las voces de mamá mientras aporrea la puerta atraviesan mis oídos hasta penetrar en lo más profundo de mi consciencia, alzo la cabeza y ahora puedo entender lo que despotrica. ¡Está loca! No llevo aquí dentro ni dos minutos, ¿cómo voy a llevar dos horas? Ésta mujer se ha fumado algo... Me miro al espejo mientras quito el tapón del lavabo y me seco la cara con una toalla; una cara pálida, con los labios azulados y la piel arrugada, que poco a poco va recobrando su aspecto natural.

Me estiro todo lo largo de mi cuerpo en el sofá y me percato de la hora. El ser consciente del largo rato que pasé adormilada bajo el agua, me devuelve a mis antiguos pensamientos y me hace ser aún más consciente que nunca de mi propia naturaleza.

Enciendo la televisión. No echan más que basura en cada uno de los muchos canales que tenemos contratados, hasta que doy con las noticia diarias en una de las cadenas. Por lo visto, hay una epidemia en Madrid que se ha cobrado la vida misteriosamente de demasiadas personas en los últimos días. No se sabe qué tipo de enfermedad será, que hace que las víctimas se desangren por completo disfrutando así de la muerte más dulce y cálida de todas las posibles, pero no por ello menos trágica para sus allegados.

De verdad, yo no recuerdo ser responsable de tantos casos. ¿Acaso habré perdido por completo la voluntariedad y consciencia de todos mis actos? No, no puede ser... Incluso al principio de esta historia era capaz de recordar en sueños todas mis atrocidades. Aquí debe de haber algo más, algo que desconozco, algo gordo... Algo que probablemente no quiero llegar nunca a conocer, porque hasta para mí es escalofriante la idea de que el mundo pueda quedar dominado por más seres como yo.

El asunto podría ser peligroso, así que de momento intentaré pasar desapercibida allá donde vaya. Me visto con ropas anchas y zapatillas medio rotas, me despeino el pelo y me maquillo unas pequeñas ojeras bajo los párpados de abajo, para volver a parecer una chica normal con una vida normal.

Salgo a dar un paseo, mientras observo con ojo científico a cada persona con la que me cruzo. Quién sabe cuánta gente como yo hay en el mundo. Nada saco en claro. Anochece, ceno, y comienzo el retorno a casa. Siento unos pasos tras de mí, y echo a correr. Quien sea que me sigue apresura sus pasos, y por más rápido que yo vaya, él siempre va un paso tras de mí. "¡Basta de juegos!" una voz en mi cerebro, una voz desconocida hasta ahora. Unos brazos fuertes y fríos como el hielo me sujetan con una fuerza sobrehumana, y yo me siento cada vez más y más débil. A punto de perder el conocimiento, siento una profunda quemazón en mi cuello, me mareo más y más, mis piernas ya no pueden sostener mi peso, y mis músculos parecen derretirse en los brazos de esta bestia. Se me cierran los ojos.

Recobro parcialmente el conocimiento. No puedo moverme, y está demasiado oscuro. Intento gritar pero mi voz se ahoga en mi garganta antes de poder ser siquiera escuchada por mis oídos. No sé dónde estoy ni qué es de mí, pero tampoco tardo en volver a desfallecer. Me siento morir, si es que soy capaz de hacerlo, hasta que dejo de ser consciente de mi cuerpo y de mi mente. Dulce sueño, que me libera de este dolor y este sentimiento de impotencia extrema...