martes, 21 de febrero de 2012

21 de noviembre de 2010

-¡Vaya! Parece que has despertado... -una voz femenina y sensual que penetra en mis oídos como afilados cuchillos. Me duele la cabeza.

Tras varios intentos fallidos de emitir alguna palabra coherente, opto por callarme y centrarme en abrir los ojos. Estoy tendida en una cama de matrimonio con sábanas de seda roja y almohada de plumón blanca. Miro a mi alrededor y todo es bastante confuso, pero me parece distinguir a un par de figuras femeninas que me miran enternecidas y me traen una jarra llena de sangre.

-Toma, bébete esto, te hará sentir mejor.

Agarro la jarra con mis manos temblorosas de miedo, pego un pequeño sorbo que me cuesta dios y ayuda tragar, y vuelvo a mirar el entorno que me rodea. Es una habitación grande, con unas cortinas oscuras y una enorme puerta de madera que parece muy pesada. Dos sillones a los lados de la cama, y una mesita de noche con una pequeña lámpara que me alumbra con una luz blanca cegadora.

-Termínatelo -insiste la mujer.

Obedezco, y gracias a ello logro sentirme mucho mejor. Siento cómo mis mejillas se llenan de color y calidez, y cómo mi corazón late de nuevo como nunca lo había hecho. Miles de dudas me inundan.

-¿Cuánto tiempo llevo dormida?
-Tres días -responde la otra chica, que hasta ahora había permanecido en silencio.
-Mi madre... Tiene que estar preocupada. ¡Necesito llamarla!
-Durmiendo llevas tres días, pero más de un año has estado muerta.

Sus palabras me acongojan y me confunden, ¿no se supone que ya estaba muerta?

-Ahora tienes que descansar, ya habrá tiempo para explicaciones.

Dicho esto, las dos salen por la puerta, la dejan entornada y se alejan sus pasos perdiéndose en un interminable paseo. Me levanto de la cama, y bajo la ventana hay una pila de periódicos. No sé si quiero saber lo que llevan escrito, pero dicen que la curiosidad mató al gato, así que agarro uno y lo miro. Las letras son un poco borrosas al principio, pero poco a poco se van aclarando, al tiempo que mi cerebro comienza a estar más activo y mis sentidos más agudos. No veo nada importante en portada, y comienzo a pasar páginas sin rigor alguno. De hecho, no sé qué estoy buscando, si es que busco algo. Llegando casi al final, me topo con un titular subrayado en rojo: "Cesa la búsqueda de la desaparecida de Fuenlabrada. Se celebrará su funeral a finales de esta semana". Sigo cotilleando los siguientes diarios, y en todos hay alguna noticia destacada. No siempre son en referencia a mí; a veces hacen alusión a gente que muere sin saberse la causa, a desaparecidos sin dejar rastro, incendios devastadores, profanaciones de tumbas... Tanta información me hace perder el sentido y caigo redonda al suelo.

Unas cálidas manos acariciando mi barbilla me devuelven el sentido. De nuevo en la cama, esta vez la compañía es masculina. Es un chico muy joven, alto, de ojos verdes y penetrantes, y nariz afilada. No emite ninguna palabra, sólo se limita a mecerme entre sus brazos, moviendo los labios como si estuviera rezando.

Un chaval cuya cara me resulta familiar irrumpe en la habitación, algo alterado:
-Señor, han llegado los rastreadores que salieron el mes pasado y ni huella han encontrado de Clara. -Tras soltar esto, se percata de mi presencia, y sus ojos se anclan a los míos con aire de esperanza -Hola, madre.

¡Eso es! Sabía que lo conocía. Es el chico del lago, aquél al que devolví la vida después de arrebatársela. ¿Por qué está aquí? Y esa Clara... ¿Será MI Clara?

-Déjanos solos, David, creo que es hora de contarle qué está pasando aquí -su voz autoritaria me impone cierto respeto. David obecede antes incluso de que el "Señor" termine de pronunciar sus palabras.

Tras una pausa en la que no sé si es oportuno interrogarle, decido quedarme callada. Un silencio incómodo a la vez que agradable. Me siento agusto a su lado, pero a la vez me inquieta toda esta situación. No tarda mucho en interrumpir la escena con una breve risa.

-Me llamo Adrián.
-Yo... yo Débora, bueno, Debbie.
-Ya lo sé...
-¿Qué eres?
-Un inmortal, como tú. Bueno, un poco más viejo.
-¿Cuánto más?
-No lo recuerdo... Pero eso da igual.
-¿Y las chicas de antes? ¿Y el chaval? ¿Todos son...?
-Y aún has visto poco, querida.
-¿Hay más? -no sé por qué estoy tan sorprendida.
-Jajaja. Las damas de antes son Belinda y Eva. Y al chico ya lo conocías.
-Entonces, ¿le salvé la vida?
-No exactamente. Se la arrebataste, y condenaste su alma. O eso dicen los más ancianos. Pero ellos no están en este país siquiera, así que disfruta de tu eternidad mientras te dure.
-¿Mientras me dure? ¿Es que puedo perderla?
-No se ha demostrado aún, pero toquemos madera. De momento, tu última experiencia ha sido lo más parecido que tendrás de la muerte definitiva. Si no te hubiéramos encontrado...
-¿Qué habría pasado?
-Bueno, cuando abrimos la caja en la que te enterraron, tu cuerpo empezaba a descomponerse. Menos mal que te conservabas bien y pudiste metabolizar el elixir que te brindamos.
-¿Elixir?
-Bueno, yo prefiero llamar así a la sangre. Es nuestro elixir de la vida eterna.
-Entonces, es cierto... Estaba muerta.
-Más que nunca. Ese cabrón se nos ha escapado ya demasiadas veces.
-¿El que me atacó? ¿Él también era como nosotros?
-Hay quien dice que es un anciano que se rebeló contra nuestro modo de vida y nos quiere aniquilar; otros piensan que es el mismo Satanás que sube al mundo desde el mismo Infierno para arrebatarnos la inmortalidad. Sea como fuere, él vive a costa de sangre eterna, de vampiros, y muchos de los nuestros hace tiempo que desaparecieron y no volvimos a saber nada de ellos.

Un escalofrío recorre mi espalda de abajo arriba. El miedo a saber que hay alguien, o algo, más aterrador que yo misma me obliga a recostarme sobre el confortante lecho. Adrián acerca su cara suavemente hacia la mía, rozando con sus labios la piel de mi frente.

-Ahora, descansa, ya has tenido bastante por hoy. Mañana podrás conocer al resto de la familia.

Dicho esto, se escurre tras la puerta sin apenas tocar el suelo con los pies, inmóviles y relajados. El sueño se apodera de mí y vuelvo a perder el sentido.

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