jueves, 12 de septiembre de 2013

De cómo Adrián llegó a vampiro.

En Sinaia, unos kilómetros al sur de Brasov (Rumanía), en el año 1897 nacía un niño en una humilde familia de campo. Un matrimonio joven que tenía ya una larga prole a su cargo daba a luz a un niñito rubio de ojos verdes y nariz respingona. No sabían cómo, pero a pesar de los pocos recursos económicos saldrían adelante.

Tenían un pequeño huerto que les abastecía de víveres para comer casi todos los días, pero a medida que los niños crecían estas míseras cantidades se volvían insuficientes. No podían ir a la escuela, pues se requería la ayuda de todos los pequeños para trabajar el huerto y alimentar las gallinas. Por suerte, la tierra era muy rica y las lluvias abundantes, lo cual facilitaba bastante la labor. Pero las hermanas de Adrián salían a hacer las labores en casa de un par de familias adineradas a cambio de un pequeño jornal que venía muy bien para pagar los víveres que no salían de sus tierras.

La hermana mayor, Andreea, de quince años, trabajaba en la finca de los Stan, que habían hecho fortuna negociando con piel de vaca. Hacía las camas, preparaba la comida, limpiaba la casa, y de vez en cuando servía en la cama del padre de familia, Alex Stan, cuando la señora salía a negociar con nuevos clientes.

Al principio se resistía, hasta que comprendió que no servía de nada, excepto para que el dolor aumentara. La vergüenza cada día se hacía más grande, pero en su casa no sabían nada. El día que decidió contárselo a su madre y dejar el empleo acabaron discutiendo. No debía ser tan egoísta, tenía que pensar en los suyos y en la falta que les hacía el dinero.

Un buen día, teniendo nuestro protagonista diez años, se presentó en su casa un señor con pinta de adinerado y pretensiones de hacer negocios con los padres de la familia. Dejaron a los niños fuera de casa y sirvieron al visitante un poco de sopa y un vaso de vino. Adrián y dos hermanos más se asomaron a la ventana con intención de escuchar, pero apenas podían oír palabras sueltas. Su padre se enfureció y empezó a gritar, y apartir de aquí la conversación se volvió más acalorada.

-¿Acaso cree que voy a ponerle precio a mis hijos y vendérselos como si fueran esclavos? ¡Largo de mi casa! ¡Qué poca vergüenza!
-Disculpe señor -el visitante mantenía las formas en todo momento-. No se trata de ningún trato negociable. He venido a informarle de que me llevo a uno de sus hijos y debería darme las gracias de que por lo menos le pagaré con generosidad por su sacrificio.
-No hay dinero en el mundo capaz de sustituir el amor de uno solo de mis vástagos.

El señor puso encima de la mesa una maleta y la abrió con precaución. Estaba llena de fajos de billetes, más dinero del que cualquiera de la familia pudiera llegar a soñar en ningún momento de sus vidas. El padre se sentó, se apaciguó y lo reflexionó.

-Bueno, si es inevitable..., parece que con esto saldríamos de la miseria... -Trataba así de engañarse a sí mismo.
-Eso está mejor. Es un placer hacer negocios. ¿Les ahorro el mal trago de elegir cuál de los ocho dejará de ser hijo suyo?

De repente se oyó un golpetazo en una salita contigua a la cocina. Se acercaron a mirar. Había sido Adrián, que había caído por la ventana hacia adentro en su afán por pegar la oreja en la conversación. Con las voces que había dado su padre, fue perfectamente capaz de entender qué es lo que había pasado. Tanto él como sus dos hermanos lloraban sin cesar mientras el señor decidió llevárselo a él y lo levantó en brazos.

-Éste me vale. Pronto se volverá grande y fuerte, tiene buen fondo. Me servirá bien.

Los otros dos niños se lanzaron a darle patadas tratando de evitar que los separasen, mientras el matrimonio permanecía inmóvil y sin apenas pestañear. Marius (así se llamaba el extraño) salió de la casa con un niño amarrado a cada pierna, y cuando fue a abandonar la puerta a la finca, al ver que no se desprendían de él, lanzó una patada al aire que hizo volar a uno de los críos, el cual acabó aterrizando al pie de la caseta de herramientas. Sonó un "crack"y su cuello se partió. El otro chiquillo se soltó sin más mientras gritaba y lloraba por su hermano muerto, el otro que le robaban y la impotencia de no poder hacer nada al respecto mientras sus propios padres observaban en un segundo plano pareciendo no darle importancia.

Subió a Adrián al caballo que le esperaba fuera y montó tras él. Empezaron a cabalgar por un camino que pronto salía del pueblo y se dirigía a las montañas. Durante los dos días que duró el viaje el muchacho no paraba de llorar. Marius era un hombre muy paciente pero acabó perdiendo los nervios y soltándole un bofetón que hizo que le sangrara la nariz. En cuanto la sangre comenzó a brotar se tapó la cara con la mano intentando no oler, como si aquello le desagradara. El pequeño Adrián no comprendía nada pero se enjuagó los mocos, secó sus lágrimas y mantuvo silencio hasta llegar al destino.

Llegaron a un castillo de altas almenas. Un puente colgante pasaba por encima de un foso sin agua. Una vez dentro, otro señor de aspecto impecable los esperaba con ilusión. Era alto, fuerte, moreno, con los labios finos y los ojos penetrantes.

-Bienvenido muchacho. ¿Cuál es tu nombre?
-...
-No quieres hablar, ¿eh? Mira, yo soy Nicolae, y él es Marius. Te preguntarás qué queremos de ti...
-Quiero volver a casa -pronunció el niño entre llantos.
-Ya estás en casa. Tus padres no te quieren, te vendieron por cuatro billetes. Está claro qué es lo que más les importa.
-¡Eso es mentira!
-Cállate mocoso. Ahora nos perteneces. Podemos hacer esto de forma divertida y relajada o por las malas. Sólo de ti depende. Te encargarás de limpiar para nosotros, entretenernos cuando nos aburramos y darnos de comer cuando nos apetezca un dulce.
-Yo... No sé cocinar.
-Ja, ja, ja. No hace falta que cocines. Te enseñaremos todo lo que debas saber, no te preocupes. Mira..., ven.

Tembloroso, Adrián se acerca a su nuevo amo, quien le susurra al oído:

-Si te portas bien, te daremos cuanto nos pidas. Podemos ser muy generosos, y muy cariñosos. Pero tienes que ganártelo. Ven, tiéndeme la mano.

El niño obedece, y Nicolae le coloca un trozo de queso, y después usa su propia mano para cerrar los dedos del pequeño y sujetarlo. Al mismo tiempo, acerca su boca a la muñeca del chico y le pega un lametazo. Adrián intenta retirar el brazo pero resulta inútil, pues el otro es mucho más fuerte.

-No te resistas, va a ser peor. ¿No quieres que nos llevemos bien?

El pequeño asiente con la cabeza, y el amo le muerde por encima de la mano haciendo brotar un fino hilo de sangre. Se lo ofrece a Marius, quien lame suavemente el líquido rojo que sale y acaba sellando la herida y succionando de ella.

-Lo estás haciendo bien, pequeño -las palabras de Nicolae no logran consolar a Adrián, quien estalla en llantos y gritos. Marius le suelta, y el niño echa a correr. Tropieza con un escalón y cae al suelo. Nicolae lo alza en brazos y lo lleva a su habitación. Lo tiende en la cama y le deja descansar.

***

Durante los diez años siguientes, Adrián se convierte en el esclavo de Marius y Nicolae. Es su sirviente, su criado, su chico para todo, o como lo queráis llamar. Se convierte en un experto limpiando, sirviendo en sus fiestas y atendiendo a sus invitados. 

A sus amos les gusta dar fiestas para presumir de todas sus riquezas. Además, siempre acaban conociendo bellas señoritas que Marius se lleva a la cama antes de devorar toda su sangre. El muchacho se encarga de deshacerse de los cadáveres. De vez en cuando, él mismo sirve de alimento. Mientras se comporte y no suponga ningún problema, ellos lo tratan bien. Le dan comida en abundancia, ropas de gran calidad, e incluso le dejan estudiar y hacer amigos. Pero tiene prohibido hablar de las cosas que ocurren en el castillo. Adrián lo comprende, y por el miedo que les tiene, prefiere no hacerles enfadar.

Desde los trece años, comparte habitación y lecho con Nicolae. Al principio, tras cada violación, le agasajaba con regalos, cenas copiosas y ciertas libertades. Luego fue perdiendo interés en él y lo dejaba más a su aire.

Adrián disfrutaba yendo a pescar, leyendo novelas de aventuras y recogiendo flores que luego iba regalando a las mozas del pueblo próximo. Un día, en una de sus excursiones, conoció a María. Era un año mayor que él, con el cabello rubio y rizado, los mofletes sonrosados y una mirada inocente. Era una chica risueña, que disfrutaba de los paseos por el campo con Adrián, y pronto se enamoraron. Él gozaba de la confianza de sus amos porque nunca les había traicionado, pero ella tenía que salir a escondidas, pues sus padres ya tenían pactado su matrimonio, el cual se iba a llevar a cabo dentro de no mucho.

Pertenecía a una familia adinerada y ciertamente prepotente. Cuando sus padres salían, ella se escapaba para ver a Adrián. No podían verse en casa porque tenía más hermanos, y él no quería llevarla al castillo para protegerla de sus captores. De este modo, los encuentros sucedían siempre en íntimo contacto con la naturaleza. Durante meses mantuvieron el noviazgo en secreto. 

Un buen día, al llegar de vuelta al castillo dando zancadas de felicidad por su amorío con María, encontró un nuevo huésped. Se llamaba Florin y contaba siete primaveras. Como Adrián en sus comienzos, no paraba de llorar. Pedía volver con sus padres, pero ellos se lo negaron. 

-Lo siento amor, te mudas de habitación -Nicolae se dirigía a Adrián -. Este muchacho tan dulce te sustituirá en mi lecho.

El joven comprendió lo que eso significaba, pero no el alcance de todas las consecuencias. Era la mascota de Nicolae, y si éste ya no lo necesitaba, ¿qué iba a hacer de él? Por lo pronto, cambiar de habitación. Todas sus cosas ya habían sido trasladadas a otro dormitorio, y no pudo evitar sentir lástima por el fin de esta etapa. En el fondo, sentía algo por su captor. 

A mitad de la noche, en la que no podía dormir por estar dándole vueltas a la cabeza, apareció Marius, se sentó a su lado en la cama y comenzó a acariciarle el pelo. Hablaba con un hilo de voz tan fino que resultó difícilmente comprensible para el chico:

-Bueno, ya no estás obligado a nada con nosotros.
-¿Soy libre?
-Ja, ja, ja. No, hijo. No podemos hacer eso. Puedes seguir con nosotros si quieres, o puedes...
-¿O puedo...?
-Morir, si no quieres mantener este estilo de vida. No te juzgaré decidas lo que decidas. Ya no estás obligado a servirnos, ni a mantener en silencio lo que hacemos, ni a encubrirnos más. No si decides que te borre ahora del planeta. Pero si quieres seguir como hasta ahora, pero sin el cariño nocturno de Nico, puedes quedarte y seguir siendo nuestro mayordomo.
-Yo no quiero morir, no ahora...
-Oh, no me digas. Ese brillo en tus ojos... ¿Estás enamorado? No seas tonto, el amor no sirve nada más que para atarte y coaccionarte.
-Básicamente lo que me hacéis vosotros. Ella al menos logra que sienta cosas maravillosas.
-¿Y querrías pasar junto a ella el resto de tu vida?
-Oh, sí. Si pudiera, toda la eternidad a su lado sería poca.
-¿Si pudieras?
-Está prometida con otro. Pronto se casarán. Con un ricachón prestigioso.
-O sea, que es del tipo de familia movida por el dinero... Invítalos a cenar, haremos que decidan que tú eres mejor partido.
-¿En serio?
-En serio. Pero como has dicho, tiene que ser para toda la eternidad...

Marius se acerca a Adrián y comienza a beber de su cuello. Sin derramar ni una gota de sangre, el chico no opone resistencia, pues ya se lo han hecho más veces. Pero nunca se habían sobrepasado tanto. En poco tiempo pierde las fuerzas en brazos y piernas, y poco después se le descuelga la cabeza mientras el vampiro lo sujeta por los hombros. Acto seguido, Marius se muerde la muñeca y lo alimenta con su sangre.

A la mañana siguiente, al despertar Adrián, aparece Marius con una muchacha de no más de quince años. La tiende sobre la cama e invita al chico a beber de ella hasta matarla. Una vez se hubo detenido su corazón, él seguía enganchado a su cuello tratando de exprimir las últimas gotas. Marius se la arrancó de los brazos:

-¡Para, chico! Jesús, qué ansiosos sois los novatos... Menos mal que con los años esa necesidad imperiosa va disminuyendo y aparece el control...
-Quiero más.
-¿Qué tal te sientes?
-Me siento... vivo.

27 de noviembre de 2010

Llevo todo el día aletargada pero despierta, he de vigilar a mis nuevos chicos. No tengo apenas fuerzas, pues tras los esfuerzos de conversión de ayer no tuve tiempo de alimentarme en condiciones.

La muchacha se levanta y se dirige hacia la puerta. Aún es de día, y desatiende mis consejos sobre su existencia. Me hago con fuerzas para levantarme y acompañarla. Agarro unas llaves y salimos las dos, en silencio hasta que casi alcanzando la calle lo rompo:

-¿Qué se supone que haces?
-Quiero morir, no quiero ser lo que eres tú. El sol me matará, ¿no? Pues quiero que lo haga, voy a suicidarme.
-Verás, cariño... -tengo demasiada hambre, me cuesta seguirle el ritmo. 
-¡Me llamo Beatriz! Joder, yo también tengo nombre, estúpida, aunque no parece importarte nunca.
-Beatriz... En realidad... -llegamos fuera del portal. Un sol resplandeciente ilumina su suave rostro, más fino y atractivo desde que le hice lo que es ahora. Aunque aún tiene que comer por primera vez y se le nota un aire medio demacrado.
-¡No quema! ¿Por qué no muero? ¿Me has mentido?
-Sí. Quería manteneros dentro hasta la noche. A mí la luz solar me debilita, estoy enferma... Y además muy débil.

Beatriz sale corriendo. Al igual que me pasa a mí, de día no goza de ningún tipo de poder, por lo que no puede llegar muy lejos. Sin embargo, yo tampoco estoy en una situación muy ventajosa. Trato de seguirla pero me fallan las piernas y caigo al suelo. Un chico joven y fuerte que pasa por allí haciendo footing se acerca a socorrerme. Agradezco su ayuda, y dejo que me lleve en brazos hasta el portal, donde, sin bajarme de sus brazos, hinco mis dientes en su cuello y le robo la vida para recuperar mi vitalidad. Sé que durará poco, pues tengo que ir a por la chica bajo el sol, espero no tardar demasiado. Subo el cuerpo sin vida del deportista al piso, ya veré qué hacer con él... Salgo disparada tratando de escuchar y oler a Beatriz. No me resulta difícil, pues de toda la sangre que huelo por la calle, es la única que huele a muerte y podrido, su corazón apenas late. Hasta que se alimente, estará muriendo poco a poco, muriendo en vida, consciente de todo. De una carrera llego hasta ella. Le paso una mano por los hombros.

-¿Cuál es tu plan ahora?
-No..., no lo sé. Pero cada persona con la que me cruzo me mira deseosa de que la devore.
-Ja, ja, ja. Es tu impresión cariño, tienes que alimentarte.
-¿Y si no me gusta el sabor?
-Créeme..., te gustará.

La dirijo hacia una tienda de alimentación cercana donde sólo está el dependiente. Ni siquiera nos saluda, y yo le pido que cierre la puerta con llave. Así lo hace, hipnotizado por mis capacidades vampíricas. Me acerco a él, y le pido a Beatriz que haga lo propio. Le inclino el cuello de su víctima, ofreciéndoselo a ella, quien de un bocado le arranca la mitad de la piel y se mancha media cara con la sangre que brota. Acabado el proceso, la ayudo a limpiarse en el lavabo que tiene la tienda para el personal.

Yo aún me siento vital. No me veo debilitar. He de volver con ella al piso para cuidar del resto y esperar a la noche. De camino conversamos de nuevo.

-¿Y no tengo ningún tipo de poder especial? Me siento bastante normal...
-Tiempo al tiempo. De día apenas hay maravillas que puedas hacer. Tu oído se agudiza, tu visión también. Tu apariencia cambia sutilmente haciéndote más atractiva y te conviertes en una persona bastante persuasiva. Pero cuando llega la noche... ¡Oh, amiga! Eso sí que es una gozada. Sólo espera y lo comprobarás tú misma. 
-¿Y lo de tu enfermedad...?
-Verás... Fui atacada por otro ser... ¡Oh, no! No te preocupes aún por eso ¿vale? -noto el miedo en sus ojos-. Es más fuerte que nosotros. Desde entonces no me expongo a la luz del sol por tiempo prolongado porque me han informado de que la mordedura de este..., lo que sea, me ha enfermado y no la tolero bien. Aunque, ahora que lo dices... Ven conmigo.

Echo a correr a una velocidad humana. Ella me sigue. Yo voy acelerando progresivamente y ella siempre a mi lado sin suponerle ningún esfuerzo. Llegamos al final del barrio, más allá no hay nada, sólo campo. Un campo enorme que separa Fuenlabrada de Leganés y Getafe. Siguiendo un camino, llegamos a un mirador situado en una colina que antaño fue un vertedero de basuras. Nos sentamos en unos bancos dispuestos aquí, en espera de que algo ocurra. Ella no lo entiende bien, pero nada sucede. ¡Nada! ¡Me han mentido! Como hice yo anoche con Gary, Fabio y Beatriz. Pero...,  ¿por qué?

Cierro los ojos y trato de abstraerme. Dejo que las ideas fluyan por mi cabeza sin esforzarme en razonar ninguna de ellas. Pasado un rato, oigo un grito de mi compañera. La miro, y sé que me busca, fascinada, con una amplia sonrisa en la cara. 

-¡Debbie! ¿Cómo has hecho eso? ¡Qué pasada!

Quiero hablar, responderla, pero las palabras no salen de mi boca..., porque no tengo boca. Tan sólo veo una nube de avispas furiosas revoloteando en torno a la chiquilla. Me materializo, y no sé qué decirle... ¡Tengo poderes de día! ¡Por eso me lo han ocultado! ¿Y se supone que los tengo gracias a la mordedura de esa criatura? No tiene mucho sentido... Da igual, me han mentido, me han manipulado, como suele hacer el odioso líder.

Me siento de nuevo en el banco, y le cuento a Beatriz un resumen de lo que ha sido mi vida vampírica. Le hablo de David, de Adrián, de los entrenamientos que diezman al ejército...

-O sea, que sólo estoy viva para que tú vivas, y mi destino es morir por él... -Se nota la tristeza y la decepción en sus ojos.
-No dejaré que te pase nada, confía en mí.
-¿Y a Fabio?
-No puedo encargarme de todo el mundo, cariño. Soy apenas una novata como tú; él es mucho más fuerte.
-Bueno... Supongo que no me importa mucho lo que le ocurra. Cambiando de tema. Te han ordenado diez vampiros nuevos. Llevas ocho.
-Cierto... Bueno, tú no te preocupes por ello, es mi misión, no la tuya.
-¿Y si...? No, déjalo, es una tontería.
-No, dime.
-Estaba pensando... ¿Y si no me entregas a él? ¿Conviertes tres más y me dejas libre?
-No es tan fácil, cielo. Él entra en mi mente constantemente, lo sabría en seguida. Además, tiene un vínculo hacia ti, pues indirectamente provienes de su sangre. Te encontraría, tarde o temprano. Mejor que sea por las buenas que por las malas.

Agacha la cabeza, en gesto de resignación. Suspira.

-Venga, regresemos con los demás.

Llegamos de nuevo al piso. El ruido de la puerta al cerrarse tras nosotras despierta a Gary y a Fabio. Aún es de día, pero apenas entra luz en la casa. Beatriz sale disparada hacia los dormitorios, tal vez queriendo corroborar la historia que le acabo de contar. Se detiene en el umbral de la puerta de la habitación de mis hermanos.

-¿Los querías?
-Claro que los quería. Creo que mi familia mantenía vivo mi último atisbo de humanidad, eran mi única debilidad.
-¿Y por qué no los convertiste?
-No les deseo el mal que a mí me ocurre. No quiero que sean esclavos de nadie, ni esclavos de sus propios instintos. No se los entregaría a Adrián como trofeo.
-¿Como trofeo...?
-Oh, no, lo siento. No quería decir eso. Es que... Pienso en ellos, y todo es diferente. Con ellos siento. Sin embargo ahora...
-Te damos igual,
-Lo siento. No debería haberte contado nada.
-¿Y por qué lo has hecho?
-¡Pues porque estoy sola! Y tú acabarás igual si no nos aferramos a algo...

Quiero volver a la mansión. Esta situación se me está yendo de las manos, no quiero que salgan corriendo, y a cada momento se tuercen las cosas. Los voy a acabar perdiendo... Pero estamos bastante lejos y aunque yo pueda correr a gran velocidad ellos aún no gozan de poderes. Tendremos que hacer tiempo hasta que sea de noche. Los chicos aún no saben que les mentí. Si no se lo digo yo, se acabarán enterando tarde o temprano. Me acerco a ellos, pero no sé qué palabras utilizar. Así que prefiero ir a la ventana y subir la persiana dejando entrar la luz e inundar la casa. Al principio se asustan, pero luego se alegran de que no les pasara nada.

-Os mentí. Fue una tontería. Sólo quería manteneros a salvo, ya que de día no podemos hacer gran cosa y tenemos que esperar a que se haga de noche.

Permanecen en silencio. Parecen más sumisos que mi nueva compañera.

Pasan las horas muertas hasta que faltando poco para el atardecer llaman a la puerta. Decido no abrir, pero una voz femenina desde el otro lado insiste: "Sé que estáis ahí dentro, os oigo. Además, habíamos quedado".

Abro la puerta una rendija y una muchacha joven y sonriente espera al otro lado.
-¡Oh! Te conozco, te he visto en fotos... ¡No estás muerta!
-¿Y tú eres...?
-Alex, tu cuñada. -Sigue hablando sin dejar de sonreír. O sea, que la novia de mi hermano ha quedado aquí con él, pero él está muerto. Hay que actuar rápido.
-Un placer Álex. Adelante, pasa. Verás, ha ocurrido algo... Alguien entró aquí anoche y...
-¿Y...? -Su expresión cambia, se preocupa. Su corazón se acelera. Y ahora que me centro en escuchar sus latidos no son los únicos que la acompañan. Un leve bombeo a gran velocidad proviene de su interior, de su vientre...
-¿Estás embarazada?
-¿Cómo lo has sabido? ¿Te lo ha dicho él? Íbamos a dar hoy la noticia a la familia. ¿Dónde están?
-Están muertos. Alguien los ha matado.

De repente se echa a llorar, medio incrédula, desconcertada. Yo la abrazo, y sigo escuchando su corazón y la de la vida que crece en su interior. Eso suman dos. Me lo están poniendo fácil. Le muerdo el cuello, ofreciendo a Fabio que beba de ella conmigo, pues es el único que aún no se ha alimentado. Un instante antes de matarla, le interrumpo y le doy a ella mi propia sangre. Teme por su vida y por la de su pequeño, y se aferra a mí como su única esperanza de vida. Una vez termina de convertirse, cae exhausta al suelo. Yo me acerco al cuarto de baño a por una botella de alcohol. La vierto por las camas, por el salón y por la cocina. Cojo una cerilla y le prendo fuego. Salimos todos por la puerta, y llevo yo a mi cuñada (uy, aún no sé ni su nombre) a hombros.

Llegamos a la calle con la huida de los últimos rayos de sol. Salgo corriendo con la esperanza de que los demás me sigan. Lo hacen, y poco a poco voy apresurando la marcha cada vez más. No tienen dificultades en mantenerme el ritmo. Comienzo a trepar por un edificio de diez alturas y los demás tras de mí. A saltar de tejado en tejado, y ellos me siguen sin problema. Salto al vacío y me transformo en sombra de camino al suelo, pero ellos, temorosos, permanecen aún en lo alto de un bloque de pisos. La primera en romper el hielo es Beatriz, y al lograrlo los demás la siguen. De esta forma atravesamos todos los kilómetros que nos separan de nuestro destino, convertidos en sombra y con el cuerpo de una mujer embaraza flotando sobre nosotros.

No mucho tiempo después, llegamos a la mansión. Al aterrizar y materializarnos, Adrián nos está esperando para dar la bienvenida a sus nuevos soldados.

-Van ocho... -dice mientras Fabio, Beatriz y Gary se materializan y pasan a su lado.
-Y con esta diez -digo yo, mientras suelto a mi cuñada en el suelo al tiempo que empieza a recobrar el conocimiento.

Sin pensarlo dos veces, Adrián se acerca a ella, la agarra por la cabeza y se la separa de los hombros. Después, no duda en prenderle fuego al cadáver.

-Te agradezco el detalle, pero ésta no me sirve -dicho esto, se larga hacia dentro, dejándome a mí sola con el cuerpo ardiente de mi cuñada y mi mini sobrino.

El olor que se desprende es bastante desagradable, pero me resulta muy familiar. De modo que es así como huele un vampiro en llamas... Entonces el otro día, desde la habitación... Era eso, estaba quemando los cadáveres caídos durante el entrenamiento. ¿Los cadáveres? Empiezo a plantearme si realmente estaban muertos antes de llegar a la pira.

Camino hacia dentro de la casa. En el salón, junto a la chimenea, está él. Me invita a sentarme a su lado.
-Veo que lo has descubierto. Pero no te enfades conmigo, tú hiciste lo mismo con tus amigos.
-¿Por mentirme? Ya pocas cosas me sorprenden. Entonces, la mordedura de esa criatura me da poderes de día. ¿Por qué lo consideráis malo?
-¿Que te da qué? Jajajaja No mujer, eso no es por lo que tú te crees. Has evolucionado. Demasiado rápido. Es una cuestión de sangre. Cuando ya no te queda sangre humana (hablo de tu familia), dejas atrás una etapa y comienza una nueva. Es muy sencillo.
-¿Por qué la has matado?
-No veo motivo para hablar de eso contigo. Vete.