lunes, 19 de agosto de 2013

26 de noviembre de 2010

Está atardeciendo. Me encuentro un poco aturullada aún, pero es hora de salir a cenar. Me visto, me alisto y dejo atrás la mansión sin toparme con nadie. El último rayo de sol se esconde tras el horizonte y echo a correr sin prestar atención en el rumbo que sigo. Sigilosa, me adentro por los caminos más oscuros y silenciosos que había visto nunca. Después carretera, más camino... Sigo mis instintos sin preguntarme hacia dónde me llevan, hasta detenerme en lo que no hace mucho tiempo había sido mi hogar. Las calles siguen donde las dejé, las gentes son las mismas, pero el aire que se respira en ellas..., ha cambiado. Tal vez no, tal vez sólo sea mi percepción la que es diferente. Ya no huele a muerte, ya no se aprecia el miedo en los ojos de nadie. Está claro, era yo la que hacía a este barrio temblar y agonizar. Y ahora, un año después de mi salida de él...

Llego a la casa de mis padres, y siento curiosidad por ver qué tal se encuentran. No estoy segura de lo que sentiré al verlos, si es que sentiré algo, pero no puedo evitar verme trepar por la pared de ladrillos blancos hasta la ventana y asomarme entre las sombras para espiar a escondidas. Están sentados en el sofá mirando la televisión, también mis hermanos. Todos reunidos, sin mí... Charlan, ríen, pero aún queda tristeza en sus ojos. Puedo sentir esperanzas en sus almas, no dan todo por perdido y aún no creen que yo no vaya a volver. Tal vez no estén tan equivocados. Permanezco en mi posición sin ser consciente de las horas que pasan. Se van retirando a dormir, hasta quedar tan sólo mi madre con una botella de White Label ahogando las penas en alcohol. Es tan impropio de ella...

-Así que he encontrado tu talón de Aquiles -la voz de David suena dulce tras de mí. Me ha seguido, y no lo he sentido llegar porque estaba absorta en mis pensamientos.
-Vete de aquí, no hay nada que ver.
-Oh, sí, hay mucho que ver. -Dicho esto, entra por la ventana ante el asombro de mi madre, la cual trata de gritar antes de que él le selle la boca con las manos.

Pego un salto tras David, rogándole que la deje en paz, pero lejos de oír mis súplicas la sujeta por el cuello y se lo retuerce dando fin a su vida. Sale corriendo hacia los dormitorios, pero yo voy tras él y logro impedirle el paso. Lo sujeto por la pechera y lo lanzo contra una pared, aunque no sirve de mucho y pronto se dirige hacia mí para devolverme el golpe. En el lapso de tiempo que tardo en recomponerme y levantarme ha abierto las habitaciones y me deja ver cómo dos vampiros que aún no conozco se alimentan de mis hermanos, al tiempo que él se lanza a hacer lo propio con mi padre. Quisiera impedírselo, batirme en duelo con ellos y acabar con la vida que yo le dí. Pero el miedo me bloquea. Siento miedo a perderlos, a quedarme sola. Y para cuando trato de recobrar el sentido y luchar por mi familia, ya es demasiado tarde. El maldito crío da una orden a los otros dos y se largan, dejándome consumirme por la pena. Si estuviera a tiempo de pedirles perdón, de decirles que aún estoy viva, que los quiero y que son mi única debilidad... Eran mi única debilidad, ahora ya no están, ahora... La rabia y la ira van quemando mis venas a su paso, y el deseo de venganza comienza a aflorar como nunca antes lo había hecho. Ya no albergo nada positivo en mí, tan sólo comienzo a actuar movida por los más básicos instintos.

Salto por el balcón y caigo de pie, aunque por suerte parece que no me ha visto nadie. ¿O sí? Siento una figura moverse tras la esquina, y acudo hacia ella a una velocidad bastante humana. Al doblar veo un chico joven que sigue huyendo de mí. Yo detrás, cada vez más rápido pero dándole cierta ventaja. Continúa recto hasta llegar a un parque lleno de árboles. No hay gran cantidad de edificios cerca, y la visibilidad desde fuera es escasa gracias a la densidad vegetal. Le doy alcance, sujetándolo y acorralándolo contra un pino, y ¡oh! Sí, su cara me resulta familiar... Sus labios comienzan a moverse y a expresar palabras fruto de la incredulidad:

-Pe-pero.. ¿tú no estabas muerta?
-¿Quién dice que no lo esté, Gary?

Quien antaño era uno de mis mejores amigos, ahora es un cordero bajo las garras del lobo. Sus piernas tiemblan, su voz suena quebrada, y sus pupilas suplican clemencia. Me conoce, sabe que he cambiado, y el miedo le supera. Lejos de alegrarse por verme y saber que sigo entera, sus pantalones se mojan mientras el pánico lo inmoviliza. Acerco mis deformes labios a su delicada oreja y le susurro "No tengas miedo, pronto estarás de mi lado"; después, pocos centímetros más abajo hinco mis dientes hasta absorber la última gota de sangre de su cuerpo. Muerdo mi muñeca, la coloco en su boca y espero hasta que recobra fuerzas suficientes para succionar él solo. Es fuerte, no se desmaya, tan sólo se encuentra bastante débil. Lo cojo en brazos y lo llevo a la casa de mis padres para que descanse. El tránsito es bastante duro y va a necesitar fuerzas.

La ira, la rabia, la sed de sangre y de venganza siguen dominándome, pero mi cuerpo comienza a separarse de mi mente y a camuflar lo que mi alma alberga. Antes de salir, veo en un espejo como mi monstruoso rostro semianimal de afilados caninos va dando paso a una dulce y angelical Debbie, más dulce y angelical que nunca, pero con un brillo amarillo en los ojos que nunca antes había percibido. Abro la puerta y bajo por las escaleras, me encanta este juego de parecer una persona normal. Abro el portal y me cruzo con un vecino que entraba en compañía de una muchacha de más o menos mi edad. Me echo a un lado dejándoles entrar, y la mirada de él se clava como cuchillos sobre la mía. Parece como si quisiera ver a través de mí, pero pronto sustituye su ojo analítico por una sonrisa de sorpresa.

-¡Anda! ¡Has vuelto! Me alegra mucho verte de nuevo, Debbie.
-Sí, cambié de opinión y... ¡aquí me tienes! Perdona, tu nombre era...
-Fabio. Lo sé, nunca hemos hablado mucho. Sentí mucho tu pérdida, lamenté no haberme acercado más a ti en su día -la chica que lo acompaña lo mira con rabia. Yo sonrío, y empiezo a dirigirme a ella.
-Oh, sí, te recuerdo. La de los martes y los viernes -ahora me dirijo a Fabio-. Es la más guapa de las tres, te lo reconozco.

La cara del muchacho se inunda de rubor mientras los ojos de ella lo miran cada vez con más rabia. Oh, parece que metí la pata. ¿De verdad que no sabe que sólo es una de sus tres novias?

-¿Queréis subir a casa? No hay nadie...
-Por supuesto -responde él bastante rápido.
-Pues... Venid. -Subimos las escaleras y me detengo frente a la puerta. Mierda, no cogí las llaves... Llamo al timbre, con la esperanza de que Gary siga en pie y logre llegar para abrirme. Tarda un poco pero así es.
-¿No decías que no había nadie?
-Sólo es un amigo -le guiño un ojo -. Esperad aquí un momento, que tengo todo por medio... Tendréis que disculparme, soy un poco desastre con la casa.

Me apresuro a entrar para recoger el cuerpo sin vida de mi madre y llevarlo a su cama para que descanse en paz junto a su esposo. Regreso y les hago pasar.

-¿Queréis tomar algo?
-No..., no, gracias. -Es idiota, no hace más que hablar por ella.
-Vale... ¿Jugamos a algo? -mi lengua juguetea entre mis dientes, como si tuviera el poder de afilarlos.

Ninguno de los tres dice nada. La no tan feliz pareja se miran entre ellos, luego él me busca visualmente en busca de aprobación. Le hago un gesto de asentimiento, animándole a enrollarse con su compañera, mientras aprecio cómo Gary se encuentra cada vez más nervioso. Las primeras veces que te alimentas es normal. Yo incluso lo hacía mientras dormía porque el ansia de sangre me invadía aun sin saberlo.

Puedo escuchar los latidos del corazón de mi amigo: PUM... PUM... PUM... Son lentos pero con gran fuerza. Los de la pareja que se besa sin demasiada pasión son más rápidos, indecisos, mezcla de excitación, miedo, intriga... Me acerco a ellos, aparto a Fabio con dos dedos y me asomo al cuello de la muchacha. Huele dulce, empalagosa diría. Asco de perfumes afrutados, que sólo saben camuflar el aroma del néctar que me da la vida. "Es mi turno", sale de mis labios, mientras el último sonido que brota de mi boca resulta apenas comprensible al tiempo que me fundo sobre su delicada piel. La beso con ternura, lamo el lateral de su cuello con la punta de mi lengua y le profiero un ligero soplido que logra erizar cada imperceptible vello de su joven cuerpo. Le tiemblan las piernas, y logro sostenerla entre mis brazos justo en el momento en que sus fuerzas le fallan y parece haber perdido el conocimiento. Mierda, esto lo hace más aburrido. Sin deformar mi rostro empiezan a sobresalirme unos colmillos afilados como agujas que perforan su dermis hasta hacer brotar un hilo de sangre que pronto inunda mi boca y sobresale por la comisura de mis labios. No me la trago, la mantengo ahí, alzo la chica en brazos y se la ofrezco a mi camarada, haciéndole un gesto de negativa para que se controle y aún no se lance sobre ella.

Mi vecino contempla la escena perplejo, pero parece no importarle mucho lo que ocurre. Aún no domino el control mental, lo hago inconscientemente y enseguida vuelvo dóciles a mis presas. Entrenaré sobre ello. Por lo pronto, me acerco a él de forma ligera, me alzo en puntillas para llegar con mis labios a la altura de los suyos (los cuales se relajan y quedan entreabiertos, expectantes) y sello ambas bocas para traspasarle la sangre de su novia. Al principio le noto una mueca de asco y rechazo, para después dar paso a un intento por complacerme seguido de un par de arcadas; a duras penas, logra tragársela. Pero pocos segundos después sale disparado hacia el baño para echar la papilla. Es curioso: lo que a mí me da la vida, a él parece quitársela, le indigesta, le revuelve las entrañas.

En el tiempo que él regresa, me acerco a explicarle a Gary que debe dejarla con un mínimo de vida, por difícil que le resulte parar, y le doy permiso para que la devore a su antojo. Yo me dirijo al salón del trono a hacer lo propio con el otro y darle intimidad a mi nueva versión de "amigo". Cuando calculo que ha terminado me dedico a revivirlos a ambos con mi propio brazo, pero quedo bastante debilitada, pues entre los dos casi me secan como una ciruela pasa.

Pronto saldrá el sol, y no me queda tiempo ni fuerzas para salir a alimentarme. Será mejor que me quede en casa hasta la noche. Pero, ¿cómo controlar a tres novatos? Una idea pasa por mi cabeza, aunque me siento ligeramente rastrera llevándola a cabo.

Una vez se hubieron medio despertado todos, me dirigí a ellos con la mayor seriedad con la que pude hacerme:

-Mierda... Ha amanecido. No salgáis, si no queréis morir. Sois vagabundos en la oscuridad, sombras en la penumbra. Ella os hace fuertes y os da la vida, pero ¡ojo! No puede haber una sombra sin un foco de luz. Huid de ella, y viviréis eternamente. Ahora... ¡A dormir! Cuando vuelva a hacerse la noche os enseñaré todo lo que sois capaces de hacer y os ayudaré a alimentaros.

Como niños acojonados tras una historia de terror, mis tres compañeros bajan las persianas para impedir la entrada de los rayos solares y se duermen en el suelo. Yo prefiero no moverme de donde me encuentro, pues la única escena capaz de horrorizarme se halla al otro lado del pasillo en mi propia casa. Me hace recordar los acontecimientos de hace unas horas y siento arder mis pupilas. Mi venganza se llevará a cabo..., antes o después.

sábado, 3 de agosto de 2013

25 de noviembre de 2010

Abro los ojos. La habitación está sumida en la oscuridad debido a la opacidad de las ventanas, pero en el resquicio que queda junto al cierre se aprecia aún luz del sol al otro lado. Huele a humo, no en gran cantidad, sino más bien percibido como un aroma sutil y lejano. No puedo asomarme afuera porque aún no es de noche y soy frágil. Enciendo una lámpara y me observo en el espejo del armario, que me abarca de la cabeza a los pies. Mi ropa está medio rota, mi cara fresca pero más dura de lo que la recuerdo. Busco en mi costado alguna señal de la lucha de anoche, pero tal y como venía esperando, no hay pruebas físicas de que aquello ocurriera.

Abro cajones en busca de algo de ropa limpia que ponerme, aunque no tengo muy claro lo que puedo encontrar. Hay trapos a montones, de marcas de las que yo no entiendo pero que parecen caras. Va quedando claro que este tipo debe de estar montado en el euro... Me desnudo, y procedo a plantarme unos pantalones vaqueros y una camisa roja. Termino de abotonarme y me recuesto de nuevo en la cama. Cierro los ojos y.., oigo algo. No se distingue el qué, pero parecen voces; gemidos de dolor, ¿gritos de angustia? Agonía..., recuerdo perfectamente la voz de los moribundos, y esto se le parece demasiado.

La impaciencia y la curiosidad pueden conmigo. Abro la ventana una rendija para poder ver al otro lado. Un cielo degradado que va desde el azul celeste hasta el anaranjado que acaricia el horizonte, con el Astro Rey cayendo justo de frente a mí. Los rayos de luz inciden sobre la piel de mis brazos y mi rostro, y puedo sentir el calor que emana de ellos. Clavo los ojos directamente en el sol, y siento que a veces anhelo poder disfrutarlo como hacía antaño; con actividades normales de una chica joven que se divierte con la familia y los amigos. Recuerdo cuando todo esto empezó y me llegaba incluso a sentir afortunada, ahora cada momento me convenzo más de que es una maldición. Me viene a la mente la memoria de aquella noche..., esos brazos tan fuertes sujetándome hasta matarme, despertándome sumida en la más profunda y angustiosa oscuridad. En comparación con esa bestia, por mucho daño que me pueda hacer el brillo que me acaricia ahora mismo, si éste fuera capaz de acabar con mi vida, lo haría de una forma tan dulce... 

Pero... No, no estoy preparada para morir. Cierro la ventana de golpe; total, no he visto nada extraño. Oigo pasos por la casa; unos zapatazos que truenan en mis oídos cada cual más fuerte, más alto, más cerca.. Me apresto a meterme en la cama y hacerme la dormida. La puerta se abre, y SU voz cada vez me resulta más irritante:

-No te molestes en fingir, sé que estás despierta. Toma, traigo el desayuno. Has amanecido temprano hoy.

Lo miro al tiempo que me incorporo. Trae otra botella hasta arriba de sangre y la coloca en la mesilla junto a mi cama. Viste de manera impecable, con un traje negro de lino y una camisa violeta de seda. Sus ojos verdes destacan sobre su tez pálida, y la nariz afilada parece perfectamente tallada por el más prestigioso escultor griego. Me hace beber, y se sienta junto a mi lado. El peso de su cuerpo parece no tener efecto alguno sobre la ropa de cama o el colchón, que no se estremecen ni un milímetro. Con una mano me aparta el pelo del lado derecho de la cara y se acerca a olerme la piel del cuello y la oreja. Puedo sentir su sutil respiración, mientras los latidos de su corazón permanecen a un ritmo constante. Me siento paralizada; quisiera levantarme y salir corriendo, pero mis piernas se encuentran bloqueadas y mi espalda la siento cada vez más pesada, hasta contactar de nuevo con las finas sábanas. Él se recuesta sobre mí, me desabrocha la camisa con sumo cuidado y me besa la boca. Sus afilados caninos rozan constantemente contra mis labios, y sus manos juegan con mi piel. Me estremezco a cada mílimetro que contacta, al tiempo que termina de sacar mis ropajes y después los suyos. Me penetra de una manera rítmica, mirándome a los ojos. Siento su mirada como cuchillos que atraviesan mi cabeza y tan sólo deseo perder el conocimiento. Pero no lo hago, permanezco tumbada, debajo de él, inmóvil, sin capacidad si quiera de pestañear, por lo que no hay manera de evitar el contacto visual con sus pupilas. Termina de anochecer y él sigue, cada vez con más fuerza, más rápido. No parece inmutarse, no hay muecas de placer en su frío rostro. Y ahora comienzo a comprenderlo todo: sólo es una muestra de dominación, quiere dejar claro que soy de su propiedad y puede jugar conmigo, hacer y deshacer a su antojo; para él soy como un insecto al que podría aplastar con un sólo dedo si así lo quisiera. Con todas estas ideas rondando por mi desgraciada cabeza, veo dibujarse una gran sonrisa en sus labios. Parece satisfecho de que por fin haya llegado a entenderlo. Pero eso no le hace cesar en su tarea y continúa con mi violación. 

Transcurre no mucho tiempo hasta que irrumpe Eva en mi dormitorio (la creía muerta). Él se levanta, recoge sus trapos y se marcha con ella, mientras ambos me miran y sonríen antes de darse la vuelta y desaparecer. 

Consigo salir de mi letargo y me vuelvo a vestir. Hay que ponerse manos a la obra con la tarea de la conversión o puedo salir muy mal parada. Echo a volar por la ventana y por primera vez desde que vine aquí, empiezo a sentir algo parecido a la libertad; falsa sensación, si me paro a pensarlo. Tomo rumbo al oeste, en línea recta, convertida en una nube de ceniza, en busca de algún resquicio de vida. Mucha montaña, mucho campo, pero nada de lo que busco. Pierdo la noción del tiempo hasta acabar topándome con un hospital infantil. 

Me cuelo por una ventana abierta en la tercera planta. Un silencio sepulcral protagoniza la escena. Una enorme sala de juegos con pelotas y parchises distribuidos por doquier se encuentra en penumbra, iluminada únicamente por la luz la luna. Salgo por una puerta situada al fondo y llego así a un pasillo oscuro e igual de silencioso. De aquí, termino alcanzando una escalera. Siento la presencia de gente no muy lejos. Bajo un piso siguiendo la llamada de un débil corazón que late en un dormitorio cercano. Me introduzco dentro. Un niño duerme. Frágil, como una muñeca de porcelana, en su camita con sábanas de ositos. Me materializo junto a este delicioso bocado; los niños son tiernos, jugosos, y su sangre contiene una vitalidad mucho mayor que la de gente adulta, probablemente por todos los años de vida que les restan. Pero la suya..., no huele especialmente bien; lleno de agujeros por todo el cuerpo que le meten líquidos variados mediante tubos, el suero, los medicamentos, la alimentación nasogástrica..., no parecen buenos condimentos. Pero.., aquí huele a algo más, un olor que me resulta tremendamente familiar. Con matices amargos y putrefactos, es el aroma de la muerte el que flota en el aire; a esta criatura no le deben quedar muchas horas de vida.

En el lapso de escasos segundos, me planteo cuál es la mejor opción: ¿Dejarlo vivir y agonizar, muriendo entre sufrimientos y ahogado en sus propias esperanzas? ¿Alimentarme de él, dándole un tránsito más dulce al más allá? ¿O condenarlo a una vida eterna de esclavitud, sirviendo a sus necesidades primarias y obedeciendo las órdenes de un sádico vampiro extranjero con aspiraciones grandiosas? Aunque quisiera, él no iba a servir para su propósito, y como alimento no iba a aportarme gran cosa. Quisiera sentir piedad y acabar pronto con su desdichada existencia, pero me veo incapaz de sentir un mínimo de lástima por su destino. Objetivamente, sé que así habría sido no hace mucho tiempo, pero por más que me esfuerce en no perder ápice de mi reciente humanidad cada vez estoy más lejos de conseguirlo.

Alguien camina cerca de aquí con bastante sigilo, pero no el suficiente como para no percatarme de su presencia. Por los latidos que le siento, debe ser un varón de mediana edad, en estado de agitación o ansiedad. Irrumpe en la sala en la que me encuentro, pero actúa como si no me hubiera visto. Pasa a través de mí y se dirige al lecho del chico con una sonrisa pícara dibujada en sus labios. Entiendo por qué no ha llegado a verme, mi deseo por no ser descubierta me ha convertido en una sombra justo a tiempo, una sombra que se mueve por las paredes de la habitación para observar lo que este loco sádico está a punto de cometer. Viste de uniforme, por lo que no hay que tener una ingeniería para concluir que sea un trabajador de este centro. Se desabrocha la bragueta y se baja los pantalones, y acto seguido le da la vuelta al crío con una mano, manipulándolo como si se tratara de una muñeca de trapo. El recuerdo de David y su trágica experiencia acuden prestos a mi cabeza, y me siento en deuda con él; como madre, como hermana, como compañera... 

Me interpongo entre su erecto miembro y el cuerpo del chiquillo, y en este momento me materializo, clavando mi mirada en sus ojos tan llenos de asombro, duda y miedo... Retrocede, sin dejar de mirarme, pero a cada paso suyo hacia atrás doy yo uno hacia adelante, hasta acorralarlo contra la puerta que tan precavidamente se había molestado en cerrar y echar la llave. Un grito se asoma a su garganta, pero queda ahogado bajo mi dedo índice que le coloco sobre los labios haciendo un gesto de silencio. Se encuentra hipnotizado, y comienza a actuar ahora por mi voluntad. No necesito decirle qué hacer, tan sólo pensarlo, y como una marioneta en mis manos reacciona casi instantáneamente. Me desabrocha la blusa, dejando al descubierto mis pechos, y comienza a lamerme los pezones. Después, observa cómo termino de desnudarme y lo empujo contra un sillón haciendo que se siente, y yo encima, jugando con su pene sin llegar a introducírmelo. 

-¿Te gusta lo que ves? -mi voz suena a la vez sensual y amenazante.

Hace un gesto de afirmación con la cabeza, pero en sus ojos se refleja la realidad cuando sus pupilas se dirigen inconsciente al lecho del niño enfermo. Ya sé que no soy su tipo, pero se lo tiene merecido. 

Me levanto, y él sigue inmóvil donde lo dejé. Salgo de la habitación y vuelvo a los pocos segundos con un bisturí en la mano. Se lo entrego, y me tiendo en el suelo. Su corazón se agita más y más rápido, fruto del miedo por lo que va a hacer. No quiere, pero comprende que hay una fuerza sobrenatural que le obliga de la que no puede escapar. Termina de sacarse los pantalones y se arrodilla junto a mi cara, dejando su polla dura sobre mi cabeza. Sostiene el bisturí con sus manos temblorosas de terror mientras infiere el primer corte sobre la base, luego el segundo, sus ojos inundados en lágrimas, con ganas de gritar pero sin capacidad de hacerlo. De esta manera, termina arrancándose el miembro dejando toda la sangre caer sobre mi. Me la bebo, y cuando comienza a escasear y él se desmaya, me abalanzo sobre su entrepierna y succiono los últimos sorbos. 

¡Oh! Estoy a punto de olvidar mi dichosa misión. Hinco mis dientes en mi muñeca y hago caer mi pútrida sangre dentro de su boca, hasta que recobra fuerzas suficientes para engancharse a mí como una sanguijuela y chupar por sí solo. Cuando acaba, aún está débil y cae presa de Morfeo. Me visto, lo engancho y me lo cuelgo a hombros. Salgo corriendo con él en dirección a la casa. No tardo mucho, voy muy deprisa. Cuando llego, lo suelto sobre las pistas deportivas. Me sorprendo al ver que no hay aquí rastro de los cadáveres de los vampiros caídos en el entrenamiento. Aún es pronto, la noche es larga, y he de regresar a la caza si no quiero sufrir el castigo.

En otra carrera, vuelvo al mismo hospital, pero esta vez entro por la puerta. Una recepcionista medio traspuesta me recibe negándome la entrada, pero me abalanzo sobre ella haciéndola caer al suelo. Introduzco mis afilados colmillos en su cuello y pronto deja de patalear. Estoy más ansiosa de sangre, probablemente porque dar de beber a otro resulta agotador. Procuro no apurar la última gota en ella para proseguir con la donación de mi propio elixir vital.

Una vez he terminado con ella, penetro dentro del hospital hasta dar con la sala de descanso del personal de guardia. Dos jóvenes están sentados frente a una pantalla de ordenador: un chico y una chica. No deben pasar los treinta años, y parecen muy entretenidos mirando porno, por lo que puedo deducir de los gemidos que salen de los altavoces. Una tercera persona duerme en lo alto de una litera. Nadie parece inmutarse de mi presencia, así que camino sigilosamente hasta colocarme detrás de ellos. Me aproximo a la oreja de él y le susurro: "Si eso te excita, mira lo que hago con tu compañera". Él se gira hacia ella, mientras yo me lanzo a darle un beso en los gruesos labios. Ella, sorprendida, me responde introduciendo la lengua en mi boca, mientras el vídeo porno nos hace de banda sonora y el chico se la empieza a menear. Sus corazones laten cada vez con más intensidad, y beso el cuerpo de ella desde la barbilla bajando por el pecho, pasando el ombligo y deteniéndome en su clítoris, según voy arrancando la ropa que me estorba para mi labor. Sus genitales están mojados, calientes, y puedo sentirle el pulso en mi lengua. Juego con ella mientras el durmiente sigue soñando, el pajero sigue dándose matraca y ella goza con mis dedos dentro de su cuerpo y mis labios sobre sus dos pares. Cuando se acerca su orgasmo, mis uñas rebanan la piel de su tripa dejando caer la sangre sobre mi boca, para con un lengüetazo que asciende por su pubis acabar sellando el flujo de sangre y bebiendo de ella sus últimos gritos de placer.

El que seguía en la cama se despierta con las voces y, presa del miedo, pega un salto hasta el suelo y sale corriendo de la sala. Lo persigo, le doy alcance y me engancho a su hombro donde acabo con su vida para posteriormente regalarle la mía. Regreso donde los otros, hago lo propio con el enfermero cachondo y tiendo un antebrazo sangrante a la boca de cada uno, devolviéndoles así a la vida. Demasiado esfuerzo para mí, me he alimentado cinco veces y me han vaciado otras cinco. Me pesa el cuerpo, y caigo semiinconsciente al lado de estos dos.

Salgo de mi letargo pasadas unas horas. Me levanto, pero me siento demasiado débil. Sé que queda más gente en el edificio, pero casi todos andan por plantas superiores. Excepto uno. Siento la presencia de alguien no muy lejos, por lo que salgo en su busca. Me topo con una niña de unos siete años y pelo castaño, con media cara abrasada y un dinosaurio de peluche entre sus manos, que llora porque no concilia el sueño. Me agacho con un gesto de dulzura para consolarla sobre mi pecho, y aprovecho ahí para morder su fino cuello y arrebatarle la vida para recobrar yo mis fuerzas. Queda poco tiempo para que amanezca, y he de trasladar mis presas a la casa antes de que el sol me arrebate de nuevo toda capacidad física. 

Abandono a la niña, y me dirijo a recoger a la recepcionista y al huidizo, colgándome a cada uno a un hombro como si fueran sacos de patatas, y los llevo junto al violador que aún yace en las pistas deportivas. Regreso a por los que restan, pero en cuanto salgo de allí me doy cuenta de que cuando alguien vea todos los rastros de sangre y el cadáver de la niña es muy fácil delatar nuestra existencia. Los suelto cerca de la puerta y, guiándome por el sentido del olfato, llego pronto a la cocina. Por suerte, los fogones funcionan con gas, por lo que abro todas las llaves y dejo el mechero encendido. Regreso a la entrada junto a los cuerpos semimuertos de mis futuros compañeros y aguardo hasta oír una explosión. Todo comienza a arder, y emprendo mi camino de vuelta.

Cuando llego a donde dejé a los demás, comienza a medio recobrar el sentido mi amigo el castrato, y Adrián hace acto de presencia. Me aplaude con ironía felicitándome por mi labor. Yo lo ignoro, le hago entrega de los que porto sobre los hombros y me retiro a descansar.