domingo, 29 de junio de 2014

Febrero de 2012

Han pasado varios meses desde que vivimos a los pies de Adrián en su mansión. Constantemente hay renovación de vampiros: los débiles caen, los fuertes seguimos y llegan nuevos cada vez. Continuamos con la búsqueda de los caídos a manos de aquella criatura que casi acaba con mi vida, así como con los entrenamientos sobrehumanos. Él nos está enseñando a dominar y potenciar nuestros poderes, a controlar la sed. Algo en lo que yo no había pensado: si te alimentas en mayor cantidad, puedes hacerlo con menos frecuencia o disfrutar de un poder mucho mayor.

Tal vez os estéis preguntando qué ha sido de mis amigos. Gary continúa entre nosotros, flipándolo con todo lo que está aprendiendo y descubriendo; y Beatriz se resiste a morir, pero se la nota apesadumbrada, especialmente cada vez que mata. Sé que no es feliz, que no disfruta con esta segunda vida que le he regalado. Estoy deseosa de que llegue el día en que podamos salir de aquí y enseñarle los placeres de este nuevo estado. Yo siento el poder que alberga dentro, brilla con una luz propia. En cada ejercicio de entrenamiento, logra hacerme sentir orgullosa como cualquier madre lo estaría de los méritos de su propia hija. Poco a poco va perdiendo humanidad, cosa que le cuesta bastante. Pero tras la muerte de Fabio en una batida en la que rescatamos a otro vampiro desaparecido, parece que va logrando olvidar lo que fue antes de convertirse.

Yo hasta ahora no me he vuelto a meter en problemas ni a cuestionar las decisiones ni las maneras de obrar de Adrián. Con el aumento de mis capacidades que he ido sintiendo esta última etapa estoy aprendiendo a controlar lo que mi cerebro expresa abiertamente y a ocultar en lo más profundo de mi psyque lo que no quiero que los demás escuchen. Delante de él, caras de póker. Si sonriera sería sospechoso, pues ya sabéis que él tiene conocimiento de todo el rencor que le guardo por privarme de libertad. Pero le sirvo sin chistar, obedezco cada una de sus órdenes, que no son pocas ya que hubo un tiempo en que acostumbraba a ponerme a prueba.

Hubo un día, uno de los previos a Navidad, que me hizo entrar en un centro comercial disfrazada de sexy Mamá Noel. Una vez allí, tenía que conseguir despistar a un niño para que se separara de su madre, alimentarme de él a escondidas, y colgar su cadáver de una soga justo encima de los Reyes Magos que se hacían fotos y recogían cartas de otros niños.

En otra ocasión, me llevó a un club de putas a fingir que nos emborrachábamos juntos. Pagamos el servicio a cuatro chicas y nos las subimos a una habitación a las cuatro. Todo lo que allí sucedió fue por orden del ingenioso jefe, que amenazó con matarme si no le obedecía. A decir verdad, no sentí nada al realizar su voluntad. Ni me repugnó, ni me divirtió. Lo hice como quien se prepara un sandwich de pavo, con las mismas ganas. Sin utilizar mi poder de persuasión, eché el pestillo y le coloqué un cuchillo en la mano a una de las fulanas. La animé para que acribillara con él a una segunda, bajo la amenaza de que si no lo hacía mataría lentamente y haciéndolas sufrir bastante a sus dos compañeras, mientras que una de ellas estaba siendo violada por Adrián y la otra lloraba en una esquina. No podían gritar, porque en el momento en que lo hicieran sabían que las mataríamos a ellas y a todo el mundo que hubiera en el burdel. Al principio se negó, pero luego obedeció, después de que tuviera que demostrarle que iba en serio, abriendo un agujero en el vientre de una de sus compañeras y haciendo salir sus tripas por él, mientras seguía con vida. A continuación, la que había sido violada tuvo que comerse las tripas de la chica ya muerta, cosa que le hizo vomitar del asco. Este gesto le cortó el rollo a Adrián, pues parece ser que no contaba con él, y finalmente nos abalanzamos cada uno sobre una de las que quedaba con vida y les hincamos los colmillos y bebimos de ellas hasta matarlas.

Anécdotas como éstas puedo contar por decenas, pero últimamente parece que va asumiendo que soy dócil y no necesita pruebas constantes de mi lealtad.

Respecto a David, por suerte o por desgracia continúa entre nosotros. No sé si es buena noticia o mala, pues tras un breve periodo de tiempo tras su traición hacia mí dejó de importarme lo más mínimo su existencia y sus acciones pasadas. Lamento deciros que me he vuelto fría como el hielo. Especialmente en cuanto a sentimientos positivos, me cuesta albergar emociones más allá de las meras necesidades biológicas. Cuando tengo hambre me vuelvo más irritable, cuando el cuerpo me pide sexo me convierto en una chica dulce y encantadora hasta que consigo mi objetivo. El único atisbo de humanidad al que me aferro es Beatriz. Ella me hace tener ganas de seguir con esto, de que acabe y empezar de cero. Podría llamárselo "ilusión". No es que me sienta identificada con ella en absoluto; tal vez es que mi corazón siempre necesite alguien a quien amar para no convertirme en un monstruo. Y ya que me arrebataron a los que más me importaban... Ella es tierna, compasiva, muy empática y atenta. Son cualidades de las que hace tiempo que carezco, pero que no dejan de maravillarme. Aún tras todo lo que le ha ocurrido, aún se ruboriza ante los piropos de los hombres y se enoja ante las injusticias que publican en los telediarios. Se pone tan bonita cuando se enfada...

Cuando salimos de caza cada noche, yo me sirvo de varias víctimas. Juego con ellas, las seduzco, algunas veces incluso me los meto en la cama. Resulta divertido, además de que así son más apetitosas. Sin embargo, ella siempre va en busca del más desgraciado, al que nadie echará de menos y quien probablemente ya espere poco de su vida. Se limita a conocerlos un poco para asegurarse de que ha elegido la mejor opción, les pide perdón y se los come sin un gramo de emoción. Uno cada noche, lo justo para no desfallecer. A mí aún me odia por todo lo que he hecho de ella, pero me acepta porque soy lo único que tiene.

Dos veces por semana la acompaño a visitar a su familia. Estaban muy unidos, y parece que no llevan nada mal que su hijita se haya mudado a una residencia de estudiantes y la vean con menos frecuencia. Es la excusa que se inventó. No quiere aún hacerles asumir su muerte, ni que es un monstruo, porque es algo que no parece haber asumido ella misma. Su red familiar es bastante amplia: tiene cinco hermanos, tres sobrinos, cuatro tíos y nueve primos. Todos en un entorno cercano a su hogar. Son gente maravillosa, súper atenta, encantadora. Eso explica las cualidades de mi querida.

Bueno, pues ahora que os he puesto al día con la situación actual, ya puedo proceder a relatar lo que está aconteciendo en esta última temporada. Si bien rompe con nuestra rutina, no sé aún qué color va a mostrar este cambio, ni si va a ser beneficioso para mí o todo lo contrario.

Hace unas semanas, apareció por aquí un vampiro nuevo para nosotros. Era alto, de pelo castaño y cuidado, ojos miel y piel tostada, que vestía de cuero negro y botas de punta. Adrián le asignó su propia habitación y él se quedó en una de las nuestras. Nunca se reunían en presencia de los demás, siempre a solas y sus conversaciones las mantenían en un hilo de voz inaudible para cualquier humano. Nos intrigó a todos, puesto que creíamos que Adrián era algo así como un ser superior y todopoderoso, pero en presencia de este tal Marius parecía un don Nadie. Toda la arrogancia y prepotencia que desbordaba normalmente, ahora se ven calmadas y tapadas bajo un manto de sumisión y respeto por el invitado.

Durante su estancia con nosotros, Marius nos ha mostrado su faceta atenta, divertida. Con él la fiesta es continua, siempre con la música a toda leche, la sonrisa en la cara y animando a todo el mundo a bailar. Disfrutaba haciéndose pasar por humano y celebrando así con más humanos, por lo que pronto la mansión se llenó de mortales, unos vivos y otros ya muertos, lo cual no pareció agradar mucho a Adrián. Esto era su fortaleza, y ahora había llegado el otro para hacer y deshacer a su antojo.

Los entrenamientos han cesado temporalmente, Adrián se aisla en su cuarto, y los vampiros de la casa, que seremos ahora en torno a treinta, reímos, cantamos, bailamos y jugamos a todas horas.

Hace dos noches Marius me invitó a dar un paseo en su compañía. No es del tipo de hombre que a mí me pueda parecer atractivo, pero hay una luz en su mirada que hechizaría a cualquiera. Además, si el mismo Adrián lo teme, no me parecía gran idea rechazar ninguna propuesta de su parte. Al atardecer me vestí con un corsé verde y una minifalda blanca con mucho vuelo, muy alegre. Me hice un semirrecogido de pelo hacia un lado con bucles cayendo por la cara, y lo adorné con unos pendientes que colgaban hasta casi los hombros. Él siempre viste tan pulcro que no podía no estar a la altura.

Me llevó en limusina hasta un restaurante en el centro de la capital. Durante el viaje, bebimos cava y escuchamos jazz. Él buscaba mis manos con las suyas, y yo trataba de no hacerle el feo apartándome, pero evitaba su mirada. No podía hacerle ver que todo me parecía un paripé.

Llegamos a un local bajo de grandes cristaleras. Desde fuera se veía la decoración del restaurante: paredes pintadas en rojo pasión, una gran cascada al fondo, tras un escenario donde un guitarrista, un batería, un contrabajista y un saxofonista tocaban un delicioso blues. La música era audible desde fuera. Entramos, y un camarero uniformado en rojo y negro nos recibió y nos ubicó en la mesa más apartada de la luz y de la gente. Un biombo blanco translúcido nos escondía del resto, y tan sólo nos dejaba ángulo para disfrutar del espectáculo que tenía lugar en el escenario. Nos trajo la carta, y se fue a atender otras labores mientras nos decidíamos.

La canción terminó, y una joven morena de grandes ojos verdes subió a escena para unirse a los músicos. Tenía una voz angelical pero con mucha fuerza, y cuando ella cantaba el público guardaba silencio, la escuchaba y dejaba escapar alguna que otra lágrima de emoción. Yo ojeaba la carta, desconcertada por la situación. Ninguno de los manjares que ofrecían se parecía ni de lejos a lo que a mí me apetecía. Marius, sin embargo, no apartó la vista de la artista en lo que duró su primera canción. Cuando terminó y la sala estalló en aplausos y vítores, mi compañero se levantó y fue en busca del camarero que nos atendió. Le extendió un par de billetes naranjas a hurtadillas mientras le susurraba algo al oído. La cara de espanto del muchacho se disipó en cuanto hicieron contacto ocular. Era un truco fácil, yo lo había usado en bastantes ocasiones.

Al rato de volver Marius junto a mí, llegó el empleado a la mesa del brazo de la chica que cantaba y con dos copas grandes vacías en la mano. Ambos se sentaron con nosotros, y comenzó a transcurrir una charla eventual bastante animada. Risas, indirectas pícaras, miradas viciosas...

-Mi amiga tiene sed- dijo Marius al camarero mientras me miraba con una agradable sonrisa.
-Oh, perdone mi descortesía- el muchacho situó una de las copas bajo la barbilla de Marius y le ofreció su mano. Éste mordió su muñeca hasta hacerla sangrar y llenar media copa. Luego él mismo me la entregó y comencé a beber a sorbos pequeños.

La chica que nos compañaba supe después que se llamaba Lucía. Un nombre muy apropiado para una persona que desprende tanta luz propia. En ningún momento se alteró ni se puso nerviosa. Es como si le pareciera normal la situación. Estaría bajo el embrujo vampírico, al igual que el otro.

Una vez hube acabado mi copa me sirvió otra, y otra, y otra más, hasta que a la quinta se puso pálido y se desmayó. Marius le colocó cien euros más en el bolsillo de la camisa y salimos de allí los tres.

Nos llevaba a cada una de un brazo, paró un taxi y subimos. Le dio la dirección y el taxista se puso en marcha, hasta llegar a una gran sala de fiesta. A la hora de pagar le dejó una generosa propina, que el hombre aceptó con una gran sonrisa y muchas palabras de agradecimiento. A Marius le encanta presumir de riqueza y de encantos. Por lo que observé en toda la noche, eso le da más placer que el sexo o la sangre. Es un ser muy materialista.

Una vez dentro me hizo participar en su juego. Pronto comprendí lo que pretendía que hiciera, y me resultó hasta divertido. Empezamos a bailar esa birria de música que ponen ahora en todas partes para que los jóvenes arrimen cebolleta. Mientras meneaba las caderas, me quedaba mirando a un grupo de chavales de no más de veinte años que reían y bebían ron con cocacola. Ellos me devolvían la mirada, y se daban codazos unos a otros mientras se señalaban los unos a los otros la dirección en la que me encontraba. Eran cinco, altos, morenos, de complexión fuerte y rasgos faciales aniñados. Me dirigí a la barra y pedí seis cubatas. Eché en cada uno de ellos un par de pastillas que me había proporcionado Marius (sin que ellos se dieran cuenta) y removí con una pajita hasta que se hubieron disuelto. Volví a mirar en su dirección, y parecía que uno de ellos ya estaba dispuesto a acercarse a hablar conmigo, mientras los otros lo seguían tímidamente. Hice un gesto con el dedo para que se acercaran, y eso los animó a venir a mi lado.

-Chicos, a esta ronda invito yo, tomad. ¡Salud!
-¡Chin chin!- respondió uno.
-¡Salud!- dijo otro.
-El que no apoya no folla- comentó un tercero entre risas. Todos se apresuraron a apoyar el vaso en la barra antes de echar el primer trago. Yo hice lo mismo, mientras les dedicaba una mirada de inocente lascivia.

Continué largo rato bailando con ellos, viendo cómo poco a poco el LSD iba haciendo más efecto en sus cuerpos mortales. Sin embargo, a mí no me afectó de ninguna manera, como era de esperar. Cuando fui a buscar con la mirada a Marius y a Lucía, no estaban donde esperaba encontrarlos. Por lo que supuse que ya era el momento. Invité a los chavales a acompañarme, y los llevé afuera. Marius me había dado las señas de un hotel que había a una manzana de allí, aunque debido al colocón que llevaban tardamos casi quince minutos en llegar. Nada más entrar en el recibidor parecía como si la recepcionista ya supiera que iba a ir, me entregó una llave y me dio un número de habitación.

Entramos en un montacargas y marcamos la octava planta. Una vez arriba, hubo que atravesar un largo pasillo hasta llegar al destino. Ellos no decían nada, continuaban riendo y bailando como si la música aún los acompañara. La habitación no era precisamente pequeña. Constaba de dos compartimentos: al entrar una amplia sala con un sofá de tres plazas y uno de dos, y delante una pequeña mesita de cristal. A la izquierda una puerta, y un dormitorio con una cama de matrimonio llena de pétalos de rosa. Más allá un jacuzzi y una cristalera que daba a un pequeño jardín privado con piscina climatizada. En el agua, Marius y Lucía se comían la boca con ternura mientras él acariciaba los pechos desnudos de ella. Los chicos seguían flipando y yo no sé si se dieron cuenta de dónde estaban o seguían en la discoteca. Me giré de cara al que parecía más joven de los cinco, lo agarré por la cintura con firmeza y le besé los labios con pasión. Sin despegar mi boca de la suya me desaté el corpiño dejando mi pecho al aire, e invité a otro de ellos a terminar de desnudarme. Con manos torpes, mientras uno me besaba y me acariciaba, el segundo trataba de encontrar la cremallera de la falta. Como no lo logró, optó por sacármela por la cabeza y después desnudarse él.

En una pausa, me dirigí a la piscina y salté de cabeza, y la presión del agua a lo largo de mi cuerpo me hizo perder la ropa interior. Todos los chicos se desnudaron y entraron tras de mí, y mientras unos me tocaban, otro me penetraba, y otro me servía de alimento. El agua se fue turbando en rojo y uno a uno fueron muriendo en mis brazos mientras mi vagina sudaba y mis labios se ensanchaban. No comprendí de entrada lo que me estaba pasando, pero me sentí mareada y como si estuviera en un mundo abstracto, todo me daba vueltas y la belleza de las cosas era desproporcionalmente superior a la real. Los cadáveres flotaban y los lancé con fuerza hacia fuera de la piscina para abrirme paso y llegar donde mi compañero y la dulce cantante permanecían ajenos a todo. La sensación de colocón era nueva para mí, pero no duró mucho, supongo que por mi capacidad de curación.

Llegué a su lado y contemplé cómo él la penetraba por detrás, mientras ella seguía inmóvil. Al poco tiempo, cuando mi cerebro se hubo recuperado de la intoxicación, quise unirme al juego y lamer el cuerpo desnudo de ella. Empecé por el cuello, bajé por el pecho, pasé al otro lado..., hasta que vi las heridas por las que se había desangrado. Aún estaba caliente, y Marius seguía gozando del sexo con ella, pero cuando me di cuenta de que llevaba un rato muerta la desechó a un lado y empezó a montárselo conmigo. Para él era todo totalmente natural, y yo ya no me escandalizaba por nada. Mi cabeza aún hacía que el mundo girase lentamente a mi alrededor, y los orgasmos que tuve vaciaron la mitad de la piscina. Era suave, era dulce, atento, cariñoso..., pero daba un gran morbo y un gran placer. Cuando hubimos terminado, salió del agua, se dio una ducha y se encendió un cigarro. Agarró la billetera tras rebuscar entre la ropa del suelo y me pagó como si fuera una prostituta. Después, me pidió que me fuera y lo dejara solo. Así lo hice, me aseé, me vestí y volví a la mansión lo más pronto posible para no hacer mosquear a Adrián.