sábado, 25 de febrero de 2012

23 de noviembre de 2010

Está a punto de amanecer, me despierto en aquel páramo perdido de la mano de dios. No estoy sola, David está a mi lado, sentado en la arena observándome. Me pregunto cuánto tiempo lleva así...

-Es más seguro no quedarse solo. Le pedí a Adrián que no te llevara de vuelta. Me apetecía hablar contigo, que aún no hemos tenido la ocasión.
-Yo... Siento mucho lo que te he hecho. Tu padre estaba tan dolido...
-¿Conociste a mi padre? Bueno... Supongo que aquella etapa terminó. Cuando Belinda me encontró y me trajo a la casa, me enfadé mucho con mi suerte por haber sido tan cruel conmigo. Pero luego agradecí a los cielos el haberme dado otra oportunidad para ser feliz.
-¡Oh, vamos! No digas tonterías, con lo joven que eras... Era normal tu sufrimiento, esas cosas se pasan.
-De igual forma, nada puede cambiar el pasado. Volvamos, que va a salir el sol.
-No puede hacernos daño.
-A mí no.
-Ni a mí, no digas tonterías.
-Bueno. Adrián no te comentó nada al respecto, parece... -David se levanta y emprende la marcha de vuelta, a paso ligero, unos pasos invisibles al ojo mortal, pero relajados para nuestros pies.
-¿Qué tengo que saber?
-Aquella cosa que te atacó... Bueno, no eres la primera, y a los demás que han sobrevivido a él...
-¿Qué? Me estás poniendo nerviosa...
-Bueno, no es letal, pero les hace perder energía a una velocidad multiplicada por diez. Es como una enfermedad. Supongo que tendrá que ver con el hecho de que nadie le ha visto atacar antes de la puesta del sol.

O sea, que estoy enferma.

-¿Tú crees que no puede vivir a plena luz del día?
-De hecho, Adrián está convencido. Es una ventaja para nosotros, al menos para los más jóvenes, que sólo somos poderosos bajo la protección de la luna...

Llegamos a una enorme casa en mitad del campo, de fachada blanca y grandes balcones. Creo que estamos en casa. No tuve ocasión de verla cuando salimos en masa anoche. Nos acomodamos en el salón en un enorme sillón de cuero junto a una chimenea, que da un aire muy acogedor a este nuevo hogar. Retomo la conversación:

-¿Cómo llegaste aquí?
-Bueno, el principio creo que ya lo conoces. Después de aquella noche me desperté en la madrugada, al cobijo de la oscuridad. El dolor había desaparecido, pero mi corazón se llenó de dudas y vagos recuerdos. Te vi a ti, y recordé el momento más terrorífico de mi vida: cuando sentía que la muerte venía en mi busca. No podía discernir la realidad de la fantasía, pero eché a correr, lejos, muy lejos. Me perdí, y me senté en un camino a llorar. Un señor mayor me vio y acudió en mi ayuda, se preocupó por si me había ocurrido algo, pero en cuanto se me acercó no sé cómo, acabó muriendo en mis brazos sobre un manto de sangre.

«Seguía sin entender lo que me pasaba, de modo que allí lo dejé y seguí corriendo. No sabía hacia donde me llevaban mis pies. Bueno, parece que ellos sólo eran el vehículo, pero era mi corazón el que los guiaba. Primero quiso desaparecer del mundo, alejándose de cuanto conocía, hasta que comprendió que era una tarea imposible
y lo llevaron de vuelta al barrio. Salió el sol y entraba yo en casa. Me tumbé en la cama a llorar. No había nadie, así que mejor, me ahorraba las explicaciones.

«Pasé unas horas durmiendo. Pero las pesadillas me despertaban continuamente empapado en sudor. Mi piel estaba fría, y mis ojos ardían. No podían parar de derramar lágrimas. Por la tarde oí la puerta y a mis padres entrando a casa, mientras gritaban mi nombre con la esperanza de que hubiera vuelto. Me levanté, y fui hacia ellos con pesadez en los pies. Mi madre me abrazó y me cosió a besos de alegría por ver que estaba entero y que nada le había pasado a su hijito, mientras mi viejo despotricaba y gritaba sobre mi mala educación y qué habrían hecho mal para que me largara de esa manera sin decir nada. Decía que les había dado un susto de muerte, que había pasado el peor momento de toda su vida, y que me iba a castigar sin salir y sin videoconsola. Me enervaba cada vez más, y mi madre trataba de tranquilizarlo, sin dejar de abrazarme. Olía tan bien, su piel era tan suave... ¿Sabías que a los vampiros nos cuesta más esfuerzo resistirnos a la tentación de la sangre cuando la víctima está excitada? Sea por miedo, angustia o pasión, cuanto más rápido y fuerte late su corazón, más sangre corre por sus venas en ese momento y más nos abre el instinto depredador. Es por eso que siempre jugamos con la comida, de una forma u otra.

«En fin, que me desvío del tema. A mi madre le latía el corazón con demasiada intensidad, causada por el miedo a perderme, la alegría de encontrarme, y el enfado por la crueldad de mi padre. Cuando la última lágrima cayó de mis ojos sobre su piel, mis colmillos se hincaron en su cuello inmóvil, con una mueca de dolor en su boca pero sin emitir ni una sola voz. Parecía hechizada, y mi padre contempló todo horrorizado. Yo también me asusté por lo que acababa de hacer, y fui tras él mientras corría y amenazaba con llamar a la policía. Quise evitarlo cogiéndole del brazo y tirando de él hacia mí, pero no fui capaz de controlar mi fuerza y lo estrellé contra una pared.
«Tengo una laguna en mi cabeza, lo siguiente que recuerdo son un montón de sirenas azules y hombres de uniforme entrando en mi casa y llevándome con ellos. Miré hacia atrás y vi los cadáveres sangrantes de mis dos padres yaciendo en el suelo, y el dolor me quemó los intestinos. Sentía ganas de vomitar, de volver atrás y deshacer aquel entuerto. Pero no fue posible. Me metieron entre rejas y me ingresaron en un centro psiquiátrico. El juez creyó que no estaba en mi sano juicio y por eso no me llevó a un corrector de menores.

«Allí me intentaban drogar para tenerme más tranquilo. Me encerraron en una habitación aislada del resto. Pasaron los días, y aunque me daban de comer, mi cuerpo estaba cada vez más débil, más pálido y más frío. Me volvía loco por momentos, llegando a pensar que todo había sido un mal sueño, y que aquellos médicos me iban a curar y a devolver una vida decente. Pero no fue así. Tras dos semanas allí metido el latido de mi corazón era tan tenue, que solo era perceptible a mis oídos sobrehumanos. Me dieron por muerto y me llevaron a la morgue.

«No iban a investigar el motivo de mi supuesta defunción, eso al hospital no le importaba, ya que nadie iba a pedir explicaciones. Me prepararon para mi entierro en una fosa común, que daría lugar al día siguiente. Yo estaba tan débil que era incapaz de moverme, pero no de oír y ver. Y maldita la hora en que me hiciste esto, porque fui testigo de mi propia violación, repetida un par de veces, por un auxiliar del hospital demasiado sádico. Me la metió por detrás varias veces, y el muy loco veía cómo mi cara se retorcía del asco, pero creía que era causa de lo colocado que iba. A la tercera vez, introdujo su dedo en mi boca para jugar con mi lengua, y se pinchó con uno de mis afilados colmillos. En el mismo instante en que la primera gota de sangre tocó el fondo de mi gargante, recibí las fuerzas suficientes para cerrar mis mandíbulas fuerte y arrancarle el dedo. Me miró a los ojos acojonado, mientras se agarraba la mano y empezaba a gritar de pavor, y mis pies se levantaron de aquella mesa y sostuvieron mi peso lo suficiente para caer encima de él. Lo devoré salvajemente y salí corriendo.

«De camino a la salida, me topé con dos enfermeros más que, bloqueados por el pánico, fueron presas tremendamente fáciles. Al cruzar la puerta de personal del hospital para salir fuera, vi aparecer en la oscuridad a Adrián y a Eva. No sabía quiénes eran, así que intenté huir, pero me dieron caza. Por suerte, lejos de mis temores, me dedicaron palabras agradables, que apaciguaron mi estado de ánimo, y me trajeron aquí. Desde entonces me he unido a ellos para encontrar a otros vampiros desamparados como yo, y a rescatar a aquéllos que están siendo aniquilados. No salgo con ellos a buscar a la gran bestia devoradora de inmortales, porque aún soy joven y no me lo permiten, pero entreno a fondo mis habilidades para luchar al lado de mis salvadores.

«Ahora que ya conoces mi historia, espero me perdones y comprendas cuando te diga que aunque te respeto como mi creadora y como una hermana, te odio en lo más profundo de mi alma y siento un gran rencor hacia ti.

Terminada esta historia, de veras que me quedo sin palabras. Soy la culpable de tanto dolor... David se levanta de su asiento y se retira, y yo me quedo dormida sumida en mis pensamientos.

Adrián me despierta al caer la tarde para ir de caza. Dice que tengo que comer, aunque el muchacho me ha quitado el apetito. Nos pasamos la noche paseando a la luz de la luna después de habernos servidos de un par de presos en una cárcel cercana, sin decir una sola palabra, sólo andando, disfrutando de su compañía. Me hace sentir tan segura a su lado... Antes de salir el sol, volvemos a casa y me meto en la cama a dormir.

3 comentarios:

Unknown dijo...

¿Que no le gustaba a tu ex-compi? ¿Que no pudiera contener la sed de sangre y se zampase a sus padres o lo del auxiliar?

Mola, me recuerda mucho a las cabronadas que le pasan a Dresden en sus libros (si no conoces la serie, te la recomiendo, va sobre un mago en tiempos modernos)

Yo, por mi parte, te ánimo a que sigas, te lo curras mucho.

Debbie dijo...

No le gustaba ni una cosa ni la otra... Supongo que no todo el mundo tiene estómago para soportar salvajadas así.

No conozco la serie, pero gracias por la recomendación. A ver si cuando tenga tiempo le echo un vistazo.

Saludos ;)

Unknown dijo...

Bueno, lo de los padres lo puedo entender, te tiene que gustar el género de vampiros para poder apreciarlo.
Lo del auxiliar es más "universal", hay personajes parecidos en libros, pelis, comics... sin ir más lejos, creo que Almodovar tiene un personaje parecido en alguna de sus películas (con lo poco que me gusta el cine de Almodovar)
En este caso creo que es simple miedo de aceptar lo bajo, rastrero, sucio, enfermo... que puede llegar a ser un ser humano, miedo a que ese personaje puede ser real.

Bueno, lo dejo ya, que menudo pedazo de royo te acabo de soltar :D

Buenas noches.