viernes, 11 de septiembre de 2009

10 de septiembre de 2009

Me levanto llena de energía, recojo la casa, enciendo el ordenador y pongo música a todo trapo. Me paso el día cantando y haciendo el memo. Sencillamente, me siento bien, hoy estoy viva. Además, tengo buenos presentimientos para el día de hoy.

Por la tarde me quedo en el salón con mamá viendo un poco la televisión. No echan nada interesante, pero tampoco tengo nada mejor que hacer. Además, a eso de las siete viene un técnico a mirar por qué no nos va Internet.

Su presencia supone una dura prueba para mí. Es un tipo alto y grandote, muy joven, huele tan bien... Pero no puedo hacer nada, salvo dejarle trabajar, en primer lugar porque está mi familia delante, y en segundo porque en la empresa consta dónde está este trabajador en este momento. Sería un error enorme por mi parte si lo hiciera desaparecer. Al menos por ahora...

Le dejamos trabajar, y bueno, aunque en un principio no sabe cuál es el error, entre él y mi padre se entienden muy bien y lo acaban descubriendo. Enciendo el ordenador y me conecto a Internet para confirmar que el wifi también funciona, y el técnico recoge sus bártulos y se va. De la que se ha librado...

Me meto en el campus virtual de la universidad para ver si ya está puesta la nota del examen de patología médica. Negativo. Siempre las cuelga primero aquí, pero no están. Vaya chasco... De paso miro a ver cuándo comienzan las clases. El 21 de septiembre. ¡Genial! Yo estaba convencida de que empezarían una semana antes. Ahora sólo me falta ver la nota y solicitar la beca. Voy a mirar a ver si por algún casual está la calificación en el Portal Servicios (sí, es un lío esto de las páginas web de la universidad, pero lo acabas entendiendo con el uso). ¡He aprobado! Y con un 7, estupendo. Hoy ya me siento feliz. Mi buen presentimiento no se equivocó.

Ahora entro en la página web del Ministerio de Educación y Ciencia. Ha cambiado la URL y me redirecciona a otro sitio. Me voy moviendo hasta llegar a las becas de carácter general y de transporte para estudios universitarios. Comienzo a rellenar el formulario, pero cada vez me va poniendo más trabas, más complicaciones. Además, si estoy un rato sin cambiar de página, me caduca la sesión y tengo que empezar de nuevo. Sinceramente, esta situación me empieza a frustrar y agobiar. Después de más de una hora, consigo terminarlo. ¡Por fin!

Me meto a la ducha y me pongo lo primero que encuentro por ahí de ropa. Llamo a Gary a ver dónde andan, por salir con ellos un rato. Estamos en una terraza tomando algo (me bebo un refresco por aparentar), y luego planean salir de fiesta. Les digo que me tengo que subir a casa a cambiarme, que me esperen en el Enter (el garito al que tenían pensado ir), y que luego iría yo. Son las 11 y media de la noche, y si Clara viene a verme hoy, debe estar a media hora de llegar a casa. Me apresuro en subir, y mientras espero me cambio de ropa y me pongo algo más de fiesta. Una hora y sigue sin venir. Me llaman al teléfono varias veces para ver qué me ha pasado, si estoy en camino. Les miento, les digo que ya estoy a punto de llegar, que ir andando me lleva un rato (media hora en mis tiempos de humana). Me despido de mamá, y salgo a la calle. Ando hasta un callejón solitario donde no hay nadie y trepo hasta la azotea. En menos de un minuto estoy en el local con mis amigos jugando al futbolín.

Jamás había jugado, y he de admitir que soy una manazas. Mi mano izquierda se queda paralizada y no le da tiempo a reaccionar ante un gol inminente, y la derecha gira pero no se desplaza. En resumen: un desastre.

Después de eso hago el intento en el billar. La mesa está inclinada, así que la bola realiza movimientos imposibles, con tendencia a caer hacia una de las esquinas. Esto hace el juego más complicado y más divertido, así que no es ningún problema por mi parte. A lo mejor sí que lo es para los chicos que están esperando a que terminemos para jugar ellos. Pero eso la verdad, no es mi problema.

En estas estamos de buen rollo cuando pasa por nuestro lado un heavy grandote muy apetitoso. Me mira, y sube por las escaleras que llevan a los servicios. Voy detrás de él, y se introduce en el lavabo de caballeros. En el de señoras hay una chica joven. Oh, mierda. Se me ha chafado el plan. Mientras la muchacha termina de arreglarse en el espejo, me meto en el urinario a hacer como que evacúo (lo que sea, hace mucho que no tengo esas necesidades biológicas). Cuando salgo ella ya no está. El heavy grandote tampoco. Estoy sola allí arriba.

Me dirijo a bajar las escaleras, cuando oigo que alguien sube dando voces. Habla con voz de chulo y prepotente, se caga en el "asco de sitio" en el que ha ido a entrar y en toda esa "porquería de imbéciles" que beben cerveza allí abajo. Me cruzo con él. Lleva el pelo corto engominado hacia arriba, con una greña despeinada por detrás. Un chándal de la selección española de fútbol, con los calcetines por encima del pantalón, y una visera naranja torcida. Sigue refunfuñando, pero sus labios no se mueven. No hay duda, le estoy leyendo la mente, y no me gusta nada lo que estoy oyendo.

Me mira, con ojos de perdonarme la vida, y entra en el servicio. Mientras micciona, me coloco sigilosamente por detrás. Termina, se da la vuelta, y se sorprende de verme ahí. Toma una actitud agresiva defensiva, mientras le ignoro por completo. No deja de gritar insultos inapropiados, aunque nadie le puede oír, por la música que hay en el piso de abajo. Me empuja, y permanezco inmóvil, mirándole fijamente a los ojos, cada vez con expresión más amenazante. Finalmente consigo que empiece a sentir algo de miedo, aunque no deja de cambiar su actitud despectiva hacia mí. ¿Acaso se considera superior?

Intenta forcejear conmigo. Lo inmovilizo, y sin decir una palabra, empiezo a devorarlo. En puntos no mortales, para que sea consciente de lo que le pasa: la muñeca, la flexura del brazo, el pecho, el abdomen... Pronto todo ha terminado. No derramamos ni una gota de sangre, toda me la he tragado. Lo llevo en brazos al lavabo de mujeres, que hay una de las cabinas con pestillo. Lo cierro desde dentro, me convierto en humo y paso por debajo de la puerta hacia afuera. Me arreglo el pelo en el espejo, para disimular toda señal de pelea, y vuelvo con los míos.

En mi ausencia, terminaron la partida de billar. Tienen ganas de volver a casa, y a mí no me apetece quedarme y ser sospechosa de asesinato (aunque hasta que alguien lo eche en falta y consigan abrir la puerta pasará un tiempo), así que dejo que me acompañen.

Es curioso, antes me sentía protegida rodeada de mis niños, como yo les llamo... Ahora me da la impresión de que mientras se mantengan a mi lado nadie los podrá tocar a ellos. Me resulta gracioso, y me río. Me miran raro, porque no entienden a qué vino. No importa, yo soy feliz.

No hay comentarios: