viernes, 18 de septiembre de 2009

13 de septiembre de 2009

Viene mamá a despertarme a la hora de comer. No me deja saltarme una comida más, aunque entiende que con las fiestas no respete los horarios habituales. Intenta hacer de madre comprensiva y me suelta una charla sobre chicos y sobre gustarse a sí misma a primera hora de la tarde. La aguanto como puedo mientras hago esfuerzos por no bostezar del aburrimiento. Aunque pensándolo bien, quizás sea mejor que piense que tengo problemas de anorexia a que sepa la verdad. Me promete pedir cita a un psicólogo para que me ayude con mi "problema".

Esta noche hay concierto de los Mojinos Escozíos, y no parece que ninguno de estos esté por la labor de acompañarme. Casi mejor, así no tengo que andar preocupándome de nadie. Me arreglo un poco, ceno en casa, y salgo. Aún es de día, así que me dirijo a la Aldehuela tranquilamente dando un paseo. Hasta que no se oculte el sol no gozaré de la mayoría de mis poderes, así que de momento soy casi una mortal más.

A mitad de camino se hace de noche, se encienden las luces de las farolas y me siento libre otra vez. Me dirijo a una esquina oculta y trepo hasta lo alto de una azotea. Salto de bloque en bloque, sintiendo la adrenalina correr por mis venas. Puedo oír los latidos de mi corazón, y me pregunto por qué late, si en todas las historias de vampiros que he leído o visto están muertos. Acabo llegando a la conclusión de que es sólo ficción. Lo que me pasa a mí es real, y en la vida real los músculos necesitan aporte sanguíneo, y los nervios, y el cerebro... Si al cerebro le llega sangre, emite impulsos nerviosos al corazón para que se contraiga. Mientras no deje de llegarle, mientras no deje de comer... Si el corazón se para, imagino que no hay nada que hacer.

Dejo de un lado estos pensamientos, y millones de mariposas empiezan a brotar de mi piel, hasta que deja de haber un yo. Vuelo hacia arriba y hacia abajo, a ras del suelo y luego junto a las nubes, hago piruetas varias y cada vez me siento más libre. Desafío las leyes de toda lógica, mientras viajo por el cielo libre como el viento. Puedo ver debajo de mí un escenario grande de conciertos, en mitad de un campo de fútbol. Creo que ya he llegado. Caída libre hacia el suelo, millones de insectos al tiempo, precipitándose sobre el grupo que acaba de empezar a tocar. Antes de llegar a ellos, emprendo el vuelo de nuevo y los rodeo formando una imagen entre amenazante y romántica. El público piensa que forma parte del espectáculo y aplaude. Poco les conocen entonces. ¿Qué pintan un puñado de mariposas en una actuación de los Mojinos? Qué patéticos, que jamás llegarán a saber la verdad.

Ascenso vertical de vuelta al cielo, y me materializo detrás de uno de los muros que delimitan el recinto, cerca de los improvisados aparcamientos. Una voz suena detrás de mí:
-¿Que haces aquí tan sola en un sitio tan oculto como éste? -No parece haber visto nada comprometido.
-Acabo de llegar, mi coche es aquél (señalo uno cualquiera que se encuentre un poco lejos para que mi información sea confusa).
-¿No tienes miedo?
-¿Por qué iba a tenerlo?

Casi en el mismo momento en que termino mi frase, se acerca a mí con una navaja en la mano.
-Estoy seguro de que serás una buena chica y te portarás bien- afirma, mientras me pone la navaja en el cuello con una mano me abraza y empieza a sobar con la otra.

Lo tengo justo detrás de mí, pero no me inmuto. Este pobre estúpido no tiene ni idea de lo que hace. Se me escapa una sonrisa. Incrédulo, me empieza a gritar:
-¿Es que no piensas llorar? ¿Ni si quiera suplicarme? Normalmente, todas os intentáis resistir.
-Bueno, es que no creo que me vayas a hacer nada -me doy la vuelta y me encaro con él. Le miro a los ojos, mientras sus manos intentan asirme con todas sus fuerzas. Me empuja contra él y hace un intento de quitarme los pantalones. Mientras agarra la cremallera de los vaqueros con la mano que no sujeta el arma, se la sujeto e inmovilizo. Su reflejo es claro, apuñalarme el pecho. No reacciono, y repite el mismo gesto varias veces. Mi sangre deja pronto de brotar, mis heridas se cierran y, ante esto, echa a correr despavorido.

En un abrir y cerrar de ojos lo tengo dominado e inmovilizado, le quito la navaja y se la introduzco a modo de punzón en la arteria carótida. La extraigo y en el poco tiempo que tarda en morir desangrado ya he cenado.

Mi camiseta está llena de agujeros, así que me la quito y le prendo fuego. Me pongo una chaqueta que guardaba en el bolso, y me meto a ver tocar al grupo. A pesar de la satisfacción personal, siento una gran rabia por el hecho de que aún sigan existiendo violadores en el mundo. Creo que esa ira se refleja en mi mirada, pues toda la gente de mi alrededor se escandaliza al verme, e incluso los propios componentes del grupo clavan sus ojos en los míos. Saco un espejo de mano y me miro. Mis pupilas se han reducido a un mínimo punto negro en el centro de mis ojos, y el iris que las rodea es de un verde casi radiactivo. La sangre fluye a mis córneas de una manera sobrehumana y se me notan exageradamente las venas en los laterales de los globos oculares. Mis cejas se han elevado de sus extremos externos, y mi entrecejo permanece con una enorme arruga. Mis dientes son más prominentes, por lo que procedo a cerrar la boca. Cuento hasta diez para relajarme y pronto vuelvo a la normalidad, por suerte. Pero debería irme de allí, ya he dado demasiado el cante.

Vuelvo a casa dando un paseo tranquilamente, y acabando con la vida de un estúpido yonki buscando bronca que me hincha la vena. Su sangre sabe a podrido, y me da bastantes arcadas, así que le parto el cuello y prosigo mi camino. Llego a casa y me acuesto. Debería descansar, que mañana tengo cita con el psicólogo.

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