miércoles, 2 de septiembre de 2009

2 de septiembre de 2009

Son las 7 de la mañana, y me despierta un grito de la vecina. Parece que ha visto un fantasma; seguro que sólo es una cucaracha, o un ratón... Intento volverme a dormir. Es complicado, estaba teniendo una pesadilla. Aunque no sé si realmente llamarlo pesadilla, pues no me generaba ningún tipo de angustia, ni terror, ni dolor... Pero las imágenes que recuerdo de lo que se cocía en mi mente eran sólo sangre y lágrimas, gente gritando, y llorando, y muriendo. No puedo evitar sentirme mal conmigo misma por poner en duda el hecho de llamar a esos sueños pesadillas.

Pasan menos de diez minutos y ya empiezo a coger el sueño de nuevo, pero esta vez son sirenas de policía las que interrumpen mi descanso. Se detienen debajo de casa. Me parece un punto destacable de la raza humana esa curiosidad que siente tan irremediablemente cuando algo serio ocurre cerca de él, aunque no sea nada de su incumbencia. Por desgracia, los conozco tan bien porque soy una de ellos. Me levanto a toda prisa de la cama, puesto que escucho voces por casa e imagino, por tanto, que no soy la única que se ha despertado con todo esto. Mamá está asomada a la puerta, junto con otras dos vecinas más del rellano, esperando a ver si hay noticias. Cada cual empieza a sacar sus conjeturas, que no voy a mencionar porque son todas bastante absurdas y dispares. Al cabo de un buen rato, en el que ya me dio tiempo a despejarme la cara y darme una ducha exprés de agua fría para mantenerme activa, se ven bajar los dos ascensores desde el piso de arriba, sin dejar de oírse gritos y lamentos por parte del matrimonio.

Acto seguido baja la Luisa, la del 4ºB, que entre lo que veía por la mirilla y lo que ha pegado la oreja (toda una maestra del marujeo), parece que nos puede reconstruir una historia medianamente parecida con la realidad. Mientras mis hermanos hacen grandes esfuerzos por pegar la oreja sin que se note excesivamente su curiosidad hacia el tema, yo lo oígo todo claramente desde mi habitación mientras pongo un poco de orden (esta noche debió de hacer un gran viento porque todo lo que había en la mesa que está junto a la ventana ha amanecido completamente descolocado y la mitad de papeles en el suelo).

Al parecer, por lo que he escuchado, es que la niña de los de arriba ha sufrido un accidente esta noche. Ha aparecido muerta y masacrada, desangrada, destrozada como sólo un animal salvaje es capaz de hacer. Lo que la policía aún no se explica es qué clase de animal ha podido alcanzar un 4º piso y después esfumarse sin dejar huella.

Menuda desgracia, no me gustaría estar en la situación de estos padres con el corazón recién destrozado. Además, este suceso ha hecho cundir el pánico entre los vecinos más hipocondríacos, entre los que se encuentra mi señora madre. Se acabó el dormir con las ventanas abiertas. Esto que ha ocurrido la pasada noche nos podía haber sucedido a cualquiera, y es mejor evitarlo en la medida de lo posible.

Yo lo siento mucho si con mis palabras logro parecer menos humana, pero no podemos dejar que lo que ha sucedido nos afecte. Al fin y al cabo, el trato que tengo yo con los vecinos es casi nulo. Me apena la niña, por supuesto, pero para mí la vida sigue. Y ahora mismo hay dos cosas que ocupan mis pensamientos antes que cualquier historia que ni siquiera puedo confiar en que sea verdad: la primera, la cita que tengo esta tarde para ir al cine; la segunda: el examen de recuperación del viernes (¡Oh, madre, eso es pasado mañana!). Así que provechando el madrugón y puesto que esta tarde lo que menos voy a hacer es estudiar, me siento a terminar el apartado de neurología con el tema Ataxias hereditarias y espina bífida (oh, vaya, leer este título me ha hecho recordar a ese pequeño angelito que ya no se encuentra entre nosotros).

Antes de la hora de comer me da tiempo a mirarme toda la hematología. Parece algo obvio (de hecho, lo es), pero en la sangre se encuentra disuelto absolutamente todo lo que un ser vivo necesita para vivir: agua, oxígeno, nutrientes (sales, proteínas, grasas, azúcares...). Si nuestro estómago fuera capaz de digerirla, no necesitaríamos ni respirar. De esta forma me resulta sencillo comprender la dieta de los llamados chupacabras (que según tengo entendido, son un tipo de murciélagos).

Debe ser el hecho de imaginarme la sangre como forma única de alimentación, que ha llegado la hora de comer y mi estómago se ha cerrado a cal y canto. Doy cuatro pinchadas a los macarrones y ya no como más. Me dirijo a la habitación a descansar un rato, antes de vestirme para acudir a mi cita. Enciendo el portátil y miro lo básico, lo de siempre: Twitter, Tuenti, Facebook, Patatabrava... Luego le dedico mi ratito del día a Elbruto. Parezco una yonki de las redes sociales de internet. Nada excesivamente reseñable: comentarios en fotos que no me apetece leer, invitaciones a eventos absurdos y a juegos disparatados... Vaya, el IES Atenea tiene un perfil de tuenti. Aceptar petición de amistad. La mayoría de la gente que escribe ahí son, como poco, conocidos míos.

Dan las 4 y media de la tarde, y empiezo a arreglarme. Antiguamente me habría tirado media hora enchufándole el secador al pelo para alisarlo, o habría gastado litro y medio de espuma en rizarlo medianamente bien. Por suerte, hoy me ha quedado un pelo suelto y natural bastante bonito, así que le doy un poco de laca para que se mantenga así y no me falle a lo largo de la tarde, y me centro en ver qué ropa me pongo. Pruebo primero con una minifalda que me regaló mi cuñada por mi cumpleaños, conjuntándola con una camiseta negra y roja y unos botines negros. La verdad es que el modelito me convence, así que no hay mucho más que pensar.

Dan las 5 y media y antes de salir de casa decido que es mejor que me vista con algo más cómoda y natural, que no hace falta ir quitando el hipo en una primera cita. Así que me planto unos piratas vaqueros ajustados con unas sandalias y mantengo la misma camiseta. Ahora sí, me dirijo al lugar de encuentro.

Cuando llego, ahí está él, apoyado sobre su C4 rojo. Nos saludamos, y me invita a pasar a su coche. Una cosa que me gusta de Danny es que no se crean silencios incómodos con él. Siempre que tiene algo que decir lo dice, cuando le hablas te escucha, y si nos quedamos callados aprecia el silencio como algo positivo. Odio a los tíos que porque te pases cinco minutos sin qué decir te llaman aburrida. Así pues, comenzó él la conversación, con un tema que tampoco dio demasiado juego:
-¿Te has enterado de lo que pasó anoche en tu barrio? Un bebé que apareció muerto...
-Sí, bueno... Es de mi vecinos de arriba.
-Oh, vaya... Podría haberte pasado a ti, ¿no?
-Podría... Eso dice mi madre, que ahora está acojonada.
-¿Tú no?
-No confío en que esas casualidades ocurran dos veces. Además, si entró por la ventana, tenía a mejor alcance la mía que la suya.
-Cierto...

Y se hizo el silencio. Fui durante cinco minutos mirando a través de la ventanilla, viendo calles y coches, gente que va y gente que viene...
-¿Qué peli te apetece ver?
-¿Has pensado tú alguna? Yo no sé qué hay en cartelera...
-Dicen que Enemigos públicos está muy bien.
-Que sea esa, entonces- dije, y sonreí. Me devolvió la ronrisa.

Llegamos a 3 Aguas y miramos las sesiones. La siguiente no es hasta las 7 y media. Compramos las entradas, y nos vamos a los recreativos a echar un billar mientras hacemos tiempo. Yo la verdad es que soy un poco patosa jugando, pero más que por poder prever el choque de la bola y la dirección que tomarán las siguientes, es que soy bastante torpe dándole. Él tampoco es muy bueno, así que la partida nos ocupa casi toda la hora que estamos allí esperando. Al final del juego, mientras nos disputamos la victoria con la bola negra, acabo perdiendo por colarla en el agujero que no me tocaba. Ha estado divertido.

De camino a las salas de cine me agarra la mano. Tiene unas manos muy suaves y delicadas, y a la vez se se sienten grandes y protectoras. Nos abastecemos con un menú gigante para dos de esos de palomitas y bebida, que no sé cómo lo hago pero las dependientas de los puestos de palomitas de los cines siempre me consiguen engatusar... Le pido dos de palomitas pequeñas y dos refrescos medianos, y me responde que si con el menú tal o el menú cuál, me vienen muchas más por el mismo precio o quizás incluso un poco más barato... Siempre le acabo haciendo caso, todo sea por no discutir.

Nos sentamos en nuestra butaca. Están bastance centradas, en una de las filas de atrás (que se ve mucho mejor que a cinco metros de la pantalla), y nos distribuimos el menú para que cada uno sujete una cosa. Empiezan con las advertencias sobre apagar el móvil y después sobre piratería, para más tarde dar paso a unos cuantos tráilers. Danny deja el cubo de palomitas en el suelo, me coge el de bebida y lo coloca al lado, para venir a fundir sus labios con los míos en un beso. Al principio es muy suave, muy tierno. Poco a poco nos volvemos más juguetones. Empieza la película, y hacemos ademán de colocarnos derechos para verla. Este gesto resulta en vano, porque no pasan ni diez segundos y sin darnos cuenta ya estamos de nuevo haciendo lo mismo que hace un momento. Sus labios son tan cálidos... Cada vez que le beso sólo puedo volver a hacer lo mismo, cada vez con más pasión. Le doy un pequeño mordisquito en el labio superior, y noto que eso le excita más aún. Lo repito en el de abajo, aunque desgraciadamente le hago una pequeña herida. Tal vez me emocioné demasiado. Comienza a sangrar un poco. Yo lo lamento, pero dice que no tiene importancia y me da un beso suave de nuevo; suave pero prolongado. Puedo sentir el sabor de su sangre, el calor de su labio, el pulso en su herida. Aquella pequeña lesión provocó una reacción en cadena dentro de su organismo con el fin de llevar todas las plaquetas y factores de coagulación posibles a la zona dañada. Oclusión de los vasos sanquíneos de su labio, sangre inteligente que sabe cómo actuar ante esa sitación para preservar el máximo volumen... Irremediablemente esto me hace engancharme aún más a su boca, sentir la vida que esa sangre lleva consigo y me contagia y me llena de vitalidad. ¿Pero qué estoy haciendo? Paro. Me coloco bien en la silla para ver la película, no puede ser que me haya vuelto tan gore. Danny me sonríe y me agarra la mano. Empieza a comer palomitas y a prestar atención a Johnny Depp.

Si os soy sincera, salgo del cine sin saber si quiera el argumento de lo que he visto. Nada más que veía a un tipo atracar bancos, pero de una forma anárquica y sin sentido. No había diálogos, no había más personajes, ni más escenarios. No para mí. No pude concentrarme en lo que veía. Sigo dándole vueltas. ¿Por qué el plasma despertó en mí esas sensaciones? Es un poco enfermizo, lo reconozco.

Con la excusa de tener que estudiar para el viernes, le digo a Danny que tengo que subirme pronto a casa. Me comprende. Me acerca hasta allí en el coche, hablando de temas varios pero sin mencionar nada del pequeño accidente (tal vez es que yo le doy mucha más importancia que él). Aparca cerca de mi portal. Nos despedimos durante más de una hora, en la que mi cuerpo siente ardientes deseos de arrancarle allí mismo la ropa y poseerlo. Por suerte, logro mantener mis instintos a raya y salgo hacia mi hogar, dulce hogar. Él no se mueve, se queda quieto esperando a verme desaparecer para hacer lo propio. La mitad de las marujas que tengo por vecinas nos han estado viendo, y me ven entrar en casa.

Estudio durante tres horas y me meto en la cama a dormir.

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